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Antes de poner el plan en acción, Eleven se toma unos días para observar a su objetivo. De esta manera, no tarda en descubrir que su mejor apuesta es acercarse a Billy uno de esos días en que viene a recoger a Max poco antes del término de las clases.

Así, diez minutos antes de la salida, se levanta de su asiento y se acerca a la maestra de Inglés.

—Uhm… Profesora Grabowski, me siento… mal —le dice, a la par que le acerca su cuaderno—. Ya copié toda la lección… ¿Puedo retirarme antes… para ir a la enfermería?

Si bien la maestra es algo estricta, el hecho de que Eleven siempre permanezca callada y no le cause ningún problema es suficiente para ganarse su confianza.

—Oh, pobrecita. Sí, claro; ten, no olvides tu pase. Cuídate, señorita Ives.

Mochila en mano, como parte de su mentira, Eleven arrastra los pies fuera del aula.

Apenas se aleja un poco, echa a correr por el pasillo.


Tal y como ha planeado, encuentra a Billy apoyado contra su auto, cruzado de brazos. A su lado, una chica de su edad le mete charla. Él la mira con una sonrisa arrogante que a Eleven le cae inmediatamente mal. Sin embargo, aprovecha la distracción que su acompañante crea para escabullirse hasta el otro lado del auto del muchacho sin que este lo vea.

Desde allí, se levanta con cuidado y extiende el brazo en dirección a la espalda de Billy.

Cierra los ojos.

Y hace contacto.


De pronto, está en una playa; encima de ella, el sol resplandece. A lo lejos, un niño rubio con una tabla de surf bajo el brazo corre hacia el mar, asustando a las gaviotas a su paso.

—¡Mamá! —grita el niño con alegría—. ¡Mira esa ola, debe tener al menos dos metros!

Desde la playa, al lado de Eleven, una mujer de cabello rubio ríe observando a su hijo. Su largo vestido blanco tiene bordada una flor roja y azul, su sombrero está decorado con un lazo azul y sus sandalias amarillas, en sus manos, están atiborradas de arena.

Apenas tiene tiempo de absorber todo esto cuando gruesas nubes negras invaden el paisaje y todo… se distorsiona.

El niño ya no está en la playa, sino sentado a la mesa, exigiendo entre gritos que lo dejen en paz.

La mujer ya no ríe, sino que grita, llora, defiende

Frente a ella, un hombre levanta un puño, amenazante.

—¡DETENTE!

El grito visceral de Billy es lo último que oye antes de abrir los ojos.


—¡UGH!

Eleven, sentada al lado del auto, intenta recuperar el aliento a la par que se limpia la sangre que chorrea de su nariz con la manga de su camisa.

—¿Estás bien? —La voz de la muchacha junto a Billy suena preocupada.

—Ugh, sí, creo… Fue solo una migraña. Argh. —La de Billy, en cambio, delata su clara exasperación—. Y de pronto recordé… No importa. Qué dolor en el culo.

—¿Te suele pasar? Porque debería tener algunos medicamentos en mi bolso y…

—Nah, no hace falta, ya me siento mejor.

—¿En serio? Si te sientes mal, podemos…

—¡Que estoy bien, te digo! —le espeta con excesiva agresividad.

—¡Ey, tampoco es para que reacciones así! —reacciona a su vez la muchacha, claramente ofendida—. ¡Solo me preocupo por…!

Eleven aprovecha la pelea en ciernes para alejarse del auto y retornar al edificio de la escuela sin que nadie lo note.


Efectivamente, tal y como Henry hubo vaticinado, el invadir la mente de alguien sin su conocimiento exige mucha más energía que sus entrenamientos conjuntos.

Es por eso que, apenas arriba, Eleven va directo hacia las escaleras, decidida a desplomarse en su cama.

—¿Eleven? —la llama Henry, quien sin duda ha escuchado sus pisadas desde la sala de estar.

—Estoy… cansada —murmura ella al verlo caminar hacia sí—. Voy a darme un baño y luego vuelvo… para entrenar.

No sabe cómo sobrevivirá al entrenamiento en cuestión, mas lidiará con ello luego.

—De acuerdo; te espero.

En respuesta, Eleven le sonríe antes de subir las escaleras.

No alcanza a advertir la manera en que los siempre perspicaces ojos azules de Henry se deslizan hasta la manga de su camisa.