LIX

Es recién un par de días luego que Eleven cae en la cuenta de que no tiene nada de ropa apropiada para el baile.

Así se lo dice a Henry.

—¿Tal vez podrías pedirle a Joyce que te acompañe a comprar un vestido? —le aconseja él—. Yo cubriré el costo, por supuesto, pero en cuanto a la etiqueta…

Eleven sabe que es muy difícil para Henry siquiera insinuar —ni hablar de admitir— que hay ámbitos en los que sus conocimientos son limitados, por así decirlo —entre ellos, el referente a la moda—, así que no comenta al respecto más que para aceptar su consejo.

Con eso en mente, esa misma tarde va a Melvald's General Store. Para su suerte, el último cliente del día se dispone a salir con sus manos cargadas de bolsas cuando entra.

—¡Jane! —La sonrisa de Joyce es contagiosa—. ¡Qué gusto verte! ¿En qué puedo ayudarte? Estoy por cerrar, pero tal vez pueda ayudar de todos modos…

—Hola, Joyce —la saluda Eleven. Luego, le explica—: Quiero pedirte… un favor.


Acuerdan ir de compras el sábado de mañana. No obstante, la búsqueda resulta infructuosa: ninguna de las tres únicas tiendas de ropa juvenil de Hawkins parece contar con un atuendo apropiado.

—Al menos, nada de buen gusto —sentencia Joyce con pesar mientras recobran energías sentadas en un banco de madera frente a la última tienda que han visitado.

Eleven baja la mirada: no tiene idea de qué sea o no de buen gusto, pero confía en el criterio de Joyce. Justamente, ha venido con ella para no terminar comprando cualquier mamarracho. Y si no hay nada que a ella le parezca adecuado…

—Ey, Joyce.

Las dos levantan la vista hacia el hombre que se aproxima. Eleven se apresura a ponerse de pie, instintinvamente en guardia: luego de su experiencia en el laboratorio, no confía en ningún hombre que trabaje para el Gobierno.

Ni siquiera en el mejor amigo de Joyce.

—Ey, Hop. —Joyce levanta la mano a modo de saludo a la par que abandona el banco.

—De compras, ¿eh? —comenta «Hop» con ambas manos en los bolsillos de su chamarra.

—Oh, sí, esta es Jane. —Joyce le da un empujoncito para instarla a saludar; Eleven tan solo asiente y vuelve a mirar al suelo, deseosa de no llamar la atención—. La prima de Henry, ¿lo recuerdas? Se mudaron hace unos años a la mansión en la colina…

La expresión del hombre es cómica: entre divertida y sorprendida.

—Ah, sí, ¿cómo olvidar esa… —parece buscar sin éxito un adjetivo con el cual describir su hogar— casa? Un gusto, Jane. Mi nombre es Jim Hopper.

No menciona que es el jefe de policía local; no necesita hacerlo, pues su uniforme y la insignia dorada en su pecho lo delatan.

—Un gusto…

—La cosa es —explica Joyce antes de que Hopper pueda comentar sobre su timidez— que este año será la primera vez que Jane asista al Snow Ball.

—¿Siguen haciendo esa cosa? —refunfuña el sheriff.

Joyce lo codea juguetonamente y chasquea la lengua:

—¡No seas así!

—¡Ey, solo pregunto!

—Mike… dijo que es muy cursi —comenta repentinamente Eleven.

Joyce y Hopper callan y la observan. Luego de unos instantes, rompen en risas.

—¿Mike Wheeler? ¿Vas a ir con él al baile? —le pregunta Hopper; Eleven asiente—. Ese niño es todo un personaje.

—Estoy segura de que no se compara a ti de joven —lo fastidia Joyce aún riendo.

—No, supongo que no —admite el oficial con un suspiro a la par que retira un cigarrillo del bolsillo de su saco—. Y… ¿tuvieron suerte?

Mientras el policía le da pitada tras pitada al cigarrillo, Joyce le explica pormenorizadamente los detalles de su jornada de compras y por qué absolutamente ninguno de los vestidos que han encontrado es adecuado «para una joven de la edad de Jane».

—Es decir, si quisiera hacerla lucir como que tiene cuarenta años, bien, supongo que podría aceptar esa monstruosidad amarilla. —Señala con la cabeza hacia la vitrina de la última tienda que han visitado—. Pero nadie se merece eso, no realmente.

A Eleven le sorprende la paciencia con la que Hopper escucha todo el relato —no le parece que sea el tipo de hombre particularmente interesado en la moda—; supone que esto no se debe a a que el recuento de sus salidas le intrigue, sino más bien a un afecto sincero hacia Joyce.

Algo así como cuando Henry la escucha hablar sobre sus películas favoritas atentamente. Así como así, Hopper le agrada un poco más que antes.

—¿Y qué van a hacer? —pregunta finalmente el hombre, lanzando el cigarrillo al suelo para apagarlo de un pisotón—. Si el baile es apenas dentro de unos días…

—Ugh, no me lo recuerdes. —Joyce hace un mohín al tiempo que se aparta algunos mechones castaños del rostro—. Realmente no tengo idea: si hubiese tiempo, quizá podría alterar alguno de esos mamarrachos de ahí dentro, pero ¿cuando faltan tan pocos días…?

—Bien —murmura Hopper con la mirada fija al frente—, puede que se me haya ocurrido una solución.