LX
—Estaríamos de vuelta hoy mismo, claro. Pero, si se animan, debemos partir ya. Es posible que varias tiendas cierren al mediodía.
Cuando Hopper termina de explicar su idea —hacer un viaje de una hora a una ciudad cercana con mayor variedad de locales—, Joyce le lanza una mirada interrogante a Eleven.
—Yo… Sí. Gracias —Eleven, por su parte, accede.
—Genial. Esperen aquí; iré a traer la camioneta, la dejé estacionada a la vuelta de la esquina.
—Espera, Hop —lo llama Joyce antes de que alcance a marcharse—. ¿Estará… bien? ¿No estás en horario laboral?
Hop suelta una risotada.
—¡Soy el jodido jefe de policía, Joyce! ¡El jodido jefe de policía…!
—¡Justamente a eso me refiero! —protesta la mujer—. ¿Y si hay, no sé, un robo, una desaparición o algo, y te necesitan aquí…?
—Estoy seguro de que la desaparición de una que otra gallina es algo de lo que pueden ocuparse mis subordinados —rezonga Hopper, dándole la espalda—. Solo espera aquí y luego sube a la maldita camioneta.
Joyce lo observa boquiabierta, su indignación palpable.
—¡Hop…!
Pero ya es demasiado tarde: ya se ha alejado lo suficiente como para no oír —o, tal vez, ignorar exitosamente— sus reproches.
—¡Abróchense los cinturones! —Es la única advertencia que el sheriff ofrece antes de arrancar la camioneta y enfilar por la carretera a toda velocidad.
—¡No hace falta que conduzcas como si estuvieras en una carrera de Fórmula Uno! —protesta Joyce.
—¡¿Quieres llegar hoy o no?!
—¡Hopper…!
—¡La niñita necesita un vestido, y un vestido vamos a conseguirle!
En el asiento de atrás, aferrada con las uñas al asiento —porque el cinturón de seguridad no parece ser suficiente—, Eleven ríe por lo bajo.
Hopper, descubre Eleven, está en lo cierto: las tiendas de esta ciudad cuyo nombre ya ha olvidado ofrecen una variedad mucho mayor de prendas. De todas maneras, se prueba unos cuantos hasta que Joyce encuentra el modelo perfecto.
—Oooh, Jane, ¿qué tal este?
Entre sus manos sostiene un vestido azul grisáceo de varias capas cuya cintura es rodeada por un cinturón rosa. Pequeñas motas de ese mismo color se extienden a lo largo de su superficie.
—Bonito… —murmura Eleven deslizando una mano por el dobladillo, fascinada.
—¿Verdad? —Joyce se lo acerca—. ¡Pruébatelo!
Así lo hace.
—Y… ¿qué tal estos para completar el atuendo? —agrega Joyce a la par que corre levemente la cortina del probador para acercarle un par de lustrosas bailarinas negras.
Eleven acepta su recomendación: finalmente, se mira al espejo.
—Puedes… pasar.
Joyce corre la cortina y examina el reflejo de Eleven.
—Wow —admira—. Creo que encontramos el vestido adecuado, ¿qué piensas?
Eleven no puede creer que la niña que la observa desde el espejo sea ella.
—Sí…
—¡Genial! —Joyce le sonríe—. Cámbiate de vuelta; te espero frente a la caja.
No obstante, cuando la cajera les dice el monto total y Eleven retira los billetes de su mochila, cae en la cuenta de que no alcanza a cubrir el precio del vestido, ni hablar de los zapatos.
A su lado, Joyce parece notar su vacilación.
—¿Jane? —la llama, colocando una mano sobre su hombro—. ¿Sucede algo, cariño?
Eleven se encoge, avergonzada.
—Yo… —La mira sin saber bien cómo articularlo; en especial cuando la cajera ya le está lanzando una mirada curiosa y siente que todo el cuerpo le pica,
Es entonces cuando Hopper irrumpe en la tienda.
—¿Y bien, señoritas? ¿Hallaron lo que buscaban? —les pregunta casualmente.
Eleven se rehúsa a mirarlo: desea, sinceramente, morirse. La han traído hasta aquí, y ahora resulta que no tiene suficiente dinero como para comprar el vestido…
—No tengo… suficiente —confiesa finalmente por lo bajo.
—Oh —Joyce parpadea—. Pues, uhm, estoy segura de que podríamos volver otro día y…
Hopper enarca una ceja.
—¿Y hacer nuevamente el viaje? Nah.
—Lo siento —farfulla Eleven—. Creí…
Hopper se encoge de hombros y se dirige a la cajera.
—Prepáremelo para regalo, por favor.
Eleven clava la mirada en él; el oficial, sin embargo, no despega los ojos de la joven detrás del mostrador.
—Enseguida, señor —se apresura a responder ella—. ¿Y los zapatos?
El oficial no duda:
—Prepáremelo todo.
