LXII
Para cuando Hopper estaciona frente a su hogar, Henry ya la está esperando en el pórtico con los brazos cruzados. El hecho de que vista más casual de lo habitual —unos vaqueros y un suéter negro— no hace nada por aliviar el nudo que Eleven siente formarse en su estómago al verlo.
—Llegamos, niña —le avisa Hopper a la par que se baja para abrirle la puerta. Luego, se gira hacia Henry—: Tú debes ser Henry, ¿verdad? —Hopper sube los escalones hasta llegar a él con la mano extendida—. Jim Hopper, jefe de policía.
Henry tan solo lanza una gélida mirada a la mano extendida de Hopper y luego clava los ojos en Eleven.
—¿Se puede saber dónde estabas?
Joyce hace una mueca. Eleven se contiene para no imitarla. Hopper, en cambio, frunce el ceño.
—Ey, amigo…
—Fue mi idea —Eleven se apresura a interrumpir al policía, quien deja caer su mano al notar el obvio malhumor de Henry—. Lo siento, yo…
—Perdón —agrega Joyce, apurando el paso para ir a colocarse al lado suyo—. No encontramos nada en las tiendas de aquí, y Hopper se ofreció a llevarnos a una ciudad cercana… No te avisamos porque teníamos el tiempo justo; de lo contrario, Jane no habría tenido vestido hasta la semana que viene.
»Y no podíamos dejar que fuese a su cita mal vestida, ¿verdad?
Aunque pudiera parecer que la expresión de Henry no se altera en lo más mínimo, Eleven repara en la forma en que entorna los ojos de manera casi imperceptible. Eleven detesta verlo así, con una mirada que le recuerda a cuando, en su papel de servil ordenanza, observaba en silencio los experimentos de papá sin poder hacer nada para detenerlo.
—Hm. —Es toda la respuesta que ofrece.
Preferiría verlo abiertamente molesto antes que esta fingida indiferencia.
No obstante, mientras piensa desesperadamente en alguna manera de sortear esta situación, Henry, por fin, se digna a hablar:
—En ese caso, muchas gracias por lo que hicieron por Jane.
Se pregunta si ellos identifican la tormenta gestándose bajo su fachada de amabilidad, mas, por la mirada de alivio de Joyce y la expresión desconcertada —mas no ofendida— de Hopper, supone que no.
—Eh… Sí, claro. No olvides el vestido.
—Oh. Oh, claro… —Eleven corre escaleras abajo y acompaña a Hopper nuevamente hasta el auto.
Ya con la bolsa de regalo entre sus manos, retorna junto a Henry.
—No me alcanzó… para todo —murmura Eleven—. Pero el señor Hopper…
—Solo «Hopper» está bien, niña.
Eleven hace un rictus; por lo visto, no ha hablado lo suficientemente bajo.
—Okay. Él…
—Nada, le hice un regalo —la interrumpe Hopper.
Eleven cierra los ojos y apoya la cabeza contra la bolsa, deseando, sinceramente, desaparecer. Luego, vuelve a girarse hacia él:
—Sí, pero, es mucho y…
El policía sacude la mano en un gesto con clara intención de restarle importancia.
—Es un regalo, niña, ya hablamos de esto.
Finalmente, Eleven suspira en un claro acto de rendición.
—Gracias…, Hopper —dice en voz baja, y hasta le sonríe al hombre que, pese a su exterior rudo, no ha hecho más que ser amable con ella en todo el día.
Recién entonces Henry vuelve a emitir palabra. Eleven lo observa por el rabillo del ojo.
—Si ese es el caso…, le agradezco mucho, oficial —Su voz es perfectamente cortés.
—De nada —gruñe el hombre—. Ven, Joyce; te acercaré a tu casa.
—Ah. Sí, claro, gracias…
Joyce le lanza una sonrisa tímida a Henry y le guiña el ojo a Eleven antes de subir al asiento al lado de el de Hopper. Henry y ella observan cómo la camioneta arranca y luego se pierde al bajar la colina.
Eleven aferra la bolsa a su pecho, y apenas ha dado un par de pasos dentro del vestíbulo cuando Henry la llama.
—Eleven.
Y suena furioso.
