LXIII
Eleven se detiene y voltea justo a tiempo para ver a Henry avanzar lentamente hacia ella. Sin despegar sus ojos de ella, con apenas un leve rictus suyo la puerta se cierra con un fuerte estruendo.
—Henry…
Pero él no parece dispuesto a escucharla. No más.
—Lo que hiciste hoy —le advierte con el índice en alto— no puede volver a ocurrir. ¿Estoy siendo claro?
—Sí…
—Miles de escenarios atravesaron mi mente en tu ausencia. —Su tono es feral, intimidante—. Estuve intentando contactarte por horas. Si no me hubieses contestado cuando lo hiciste, habría salido a dejar este pueblucho patas arribas hasta encontrarte. ¿Entiendes lo que eso significa, Eleven?
—Sí —responde nuevamente—. Pero…
—No, no peros —la acalla Henry con acritud—. Necesito que comprendas la gravedad de tus acciones. En especial porque pudiste haber llamado de un teléfono público o una tienda o algo.
A decir verdad, no es algo que se le hubiese ocurrido —ni a Joyce ni a Hopper, en el apuro—. Descartado el comunicarse con él telepáticamente —pues ella aún no domina sus habilidades de la manera en que lo hace él, por lo que iniciar una conversación a larga distancia todavía se le presenta como una realidad lejana—, no se hubo detenido a pensarlo, dejándose llevar por el entusiasmo propio y de los demás. Sin embargo, esto, de todas maneras, no habría sido posible, e intenta hacérselo saber:
—Yo… no sé el número de casa de memoria y…
—¡Entonces no hubieras IDO!
Eleven sospecha que el justificarse más que eso solo empeorará la situación, razón por la que guarda silencio mientras sus dedos se hunden en el plástico de la bolsa.
—Lo que más me irrita —admite Henry— es que me sometiste a todo esto por un vestido.
Bien, eso duele, pues para Eleven no es solo un vestido. Es algo necesario para su primer evento formal —o semiformal, al menos—. Su primer evento escolar con amigos.
Y, por último —e igual de importante—, es el primer regalo que alguien que no sea Henry le ha hecho.
—Pero… lo necesitaba… —protesta entonces—. Para el baile…
—Oh, ¿el baile? —La sonrisa que se asoma al rostro de Henry guarda resquicios de una vida pasada: una vida cargada de sacrificios y sangre—. ¿El baile al que nunca has asistido y que ahora, súbitamente, es la cosa más importante del mundo? ¿Más importante, aparentemente, que avisarle a la única persona que se preocupa por ti que vas a salir de la ciudad con dos adultos que ni siquiera saben la verdad sobre ti?
Si bien se siente culpable por lo desconsiderada que ha sido para con él, la elección de palabras de Henry hace que su sangre hierva.
—No eres… la única persona que se preocupa por mí —le espeta.
Henry aprieta los labios en una fina línea, como si estuviese luchando una batalla consigo mismo para no gritar; Eleven distingue un leve temblor en ellos.
—¿Ah, no? —pregunta en un susurro cargado de fingida sorpresa.
—No —le asegura Eleven, quien no piensa echarse atrás—. Max y… Joyce y… Will, Dustin, Lucas, Mike…
—Oh, tus amigos, ¿no es así? —Henry vuelve a sonreír; Eleven distingue lo puntiagudo de sus colmillos—. Cómo olvidarlo: Eleven ha hecho amigos, y ahora el estúpido de Henry le da igual.
—¡No es así! —objeta ella con el entrecejo fruncido—. ¡No lo entiendes! Sabes que no… No es así. Es solo que…
—Pero creo que sí lo entiendo —continúa Henry como si no la hubiese oído, y hasta pasa de largo hasta ir a situarse frente al reloj, sus manos, crispadas, detrás de su espalda—. Creo que entiendo exactamente lo que sucede.
Eleven lo sigue con la vista.
—¿Henry…?
—Me mentiste —afirma con un tono resignado que, por un momento, atenúa la rabia que Eleven siente.
—¿Qué…?
—Me mentiste —repite Henry, y ahora despega la mirada del reloj para fijar los ojos en ella—. Cuando dijiste que irías sola.
Eleven ladea la cabeza, desconcertada.
—Dije que iría con Max…
—¿Sí? —La sonrisa de Henry no hace más que ensancharse, pero no le llega a los ojos—. ¿Y es Max tu cita?
A esto, no sabe cómo responder.
—¿Pensaste que no lo notaría? Por lo visto, Joyce lo sabía… Pero ¿yo? Ah, no, ¿cuál sería la necesidad de contarle algo así a Henry? Mejor mentirle, es más fácil, ¿no es así?
Eleven sacude la cabeza.
—No fue… así…
Pero Henry ya ha saltado a otro tema:
—¿Quién?
Por un momento, no comprende su pregunta. Henry enarca una ceja e insiste:
—¿Quién es tu cita?
—… Mike —confiesa a regañadientes, pues sabe que intentar ocultárselo solo empeorará la situación.
—¿Mike?
—Wheeler —añade—. No lo conoces…
—Oh, ciertamente que no, pero tú vas a hacer el favor de presentarnos.
—Henry, no… entiendes —intentar razonar con él es difícil cuando se pone a la defensiva, y no ayuda que las palabras decidan dejar de cooperar con ella a causa de sus nervios—. Yo no te mentí.
El hombre suelta una risa desdeñosa.
—Ah, claro, yo lo estoy malinterpretando todo, qué tonto s…
—Mike me invitó luego de que… preguntaras. —Casi logra decirlo de un tirón—. Primero iba a ir… con Max.
Esto parece, por fin, calmar los ánimos. Por la expresión estupefacta de Henry, Eleven intuye que no sabe cómo reaccionar al caer en la cuenta de los hechos. Ella aprovecha la repentina pausa para depositar la bolsa en una de las sillas. Luego, se acerca a él.
Y entrelaza sus dedos con los suyos. Él no la rechaza, sino que solo la observa con una expresión de evidente confusión.
—Pero —continúa Eleven a la par que le ofrece una sonrisa conciliatoria— es cierto que el resto de mis amigos… va a estar ahí. Y quería… Quiero estar… bonita. Esa noche.
Quisiera tener una foto juntos, agrega en su mente, y empuja el pensamiento hacia el frente, como llamando a la puerta de Henry. Quiero fotos con todas las personas que me importan. Contigo y con ellos.
Henry inspira profundamente.
—Y… lo siento mucho —se disculpa al fin—. No estaba… No estaba pensando…
Silencio. Y entonces, Henry aprieta sus dedos entre los propios.
—Lo siento —susurra—. Me… preocupé. Y…, bien, ya sabes…
Eleven lo entiende entonces: Henry no está enojado, no en realidad.
…
Está asustado. Y es su culpa.
—Está bien —le asegura ella, consciente del esfuerzo que le toma disculparse, sin mencionar que es ella quien ha actuado mal primeramente.
—Pensé… —Eleven no lo deja hablar; libera sus dedos de los suyos—. ¿Eleven…?
El hilo de voz con que la llama la desarma. Eleven decide no decirlo, no hacerlo sentir más vulnerable de lo que ya está.
En su lugar, se lanza hacia delante y rodea su torso con los brazos. Siente, al principio, que Henry se tensa; segundos luego, no obstante, todos sus músculos parecen relajarse mientras responde el abrazo.
Henry no se lo dice: no cuando apenas hace unos minutos han sorteado exitosamente un malentendido tornado discusión.
No cuando apenas hace unas horas pensó que la había perdido.
Pero las palabras se posan en su lengua y amenazan con traicionarlo. Así que se fuerza a acallarlas diciendo algo totalmente distinto a la par que se separa con suma delicadeza de ella:
—¿Querrías ir a dar una vuelta al parque? Para… despejarnos un poco.
Eleven sonríe y asiente. Él le ofrece su brazo; ella lo rodea con el suyo sin dudar.
Ambos se dirigen al parque cercano.
Allí, bajo la fina llovizna, entre los árboles y las hojas que revolotean a su alrededor, Henry piensa en las palabras que se ha quedado sin decir.
Aunque hubiese estado fuera de lugar, aunque tal vez te avergonzase, me habría gustado acompañarte a tu primer baile.
