LXIV
La tarde antes del baile, Henry abre la puerta segundos luego de que alguien llame.
Para su sorpresa, quien se encuentra al otro lado de la puerta es nada más y nada menos que Jim Hopper. Los ojos de Henry se posan un momento sobre el bolso de colores que trae en una mano.
—Oficial. —La sonrisa de Henry es lo necesariamente cortés, sin ser amigable—. ¿A qué debo el placer? Y, si puedo inquirir…, ¿qué trae en ese bolso?
Hopper levanta el bolso, lanzándole una mirada desdeñosa.
—Uh. Buenas tardes. Este es el bolso de maquillaje de Karen Wheeler, la madre de Mike —explica—. Me lo prestó para maquillar a Jane.
Por un momento, Henry no sabe qué hacer con esta información.
—¿Perdón?
—¿No te lo dijo Joyce? —le pregunta entonces Hopper, llevándose una mano a la cintura—. ¿Que vendría a maquillarla?
—Tenía entendido que alguien vendría, sí… Cuando me dijo que ya lo tenía todo planeado, bien, pensé que sería Joyce misma quien lo haría.
—¿Joyce? —Hopper suelta una risa entre dientes—. Nah, ocupadísima remendando el traje de su hijo para la noche. No, estás hablando con el maquillador asignado —Hopper proclama con algo similar a orgullo inundando su voz a la par que se apunta al pecho con un pulgar.
—No es mi intención ofender, pero ¿en verdad sabe usted…?
Hopper aprieta los labios y cierra los ojos por un momento. Luego, se decide a abrir el bolso y retirar de él un libro que luego acerca a Henry. Este lo toma entre sus manos: la portada ilustra el perfil de dos bellas mujeres y el título reza Cambiando rostros: maquillaje para el día y la noche.
Henry levanta la vista al fin y no puede disimular su sorpresa al decir:
—¿En serio?
De pronto, la mirada de Hopper cambia: es más… intensa. Con matices ocultos que Henry no alcanza a descifrar a simple vista.
—Alguna vez, muchacho…
—Tenemos casi la misma edad, estoy seguro. —Henry se contiene para no poner los ojos en blanco.
—Muchacho —repite Hopper, como si no lo hubiese interrumpido—, alguna vez tuve una hija.
No es información nueva para Henry. Apenas Jim Hopper hubo pisado su propiedad, días atrás, su mente se le hubo presentado como un libro abierto. Se le hace hasta hilarante que el hombre pretenda usar la carta de su hija muerta para causarle buena impresión, considerando que fueron sus propias malas decisiones nacidas a partir de su deseo de ser «un héroe» las que la condenaron en primer lugar.
Si hay alguien familiarizado con este tipo de comportamiento hipócrita, es él.
—¿Sí? —dice, no obstante, fingiendo empatizar con él.
—Ajá —confirma Hopper—. Y cuando uno es padre, está preparado para este tipo de cosas, ¿sabes? Al menos, uno debería estar preparado para peinarla y maquillarla el día de su primer baile.
Él tan solo asiente; ese es un punto que puede concederle al hombre.
—Entonces, ¿puedo pasar? Tengo mucho que hacer… —Ante esto, Henry da un paso al costado y le indica con un gesto que pase.
Mientras Hopper sube las escaleras hasta el cuarto de Eleven, Henry se toma un momento para reflexionar acerca de sus palabras.
Piensa, de pronto, en su padre: ¿alguna vez hubo peinado o maquillado a su hermana? No, que él sepa, esa tarea siempre hubo recaído en su madre… Y, no obstante, no es algo que pueda afirmar inequívocamente. Porque mientras su familia compartía este tipo de momentos, él estaba muy ocupado con sus planes, con desarrollar sus habilidades, con sus arañas y sus dibujos.
Sencillamente, nunca se le hubo ocurrido.
Pero no soy como ellos, resuelve finalmente, dirigiéndose hacia las escaleras. Nunca lo fui.
Pese a su resolución anterior, cuando Hopper finalmente termina de maquillar y peinar a Eleven y la ve con sus zapatitos recién lustrados y su vestido moteado, Henry considera la posibilidad de que, de hecho, se haya perdido de algo.
No seas tonto, se apresura a pensar. No eres igual. Ni tú, ni ella; no somos iguales a ellos.
Cuando, tímidamente, Eleven le pregunta su opinión, Henry no duda en responder con la verdad, demasiado concentrado en ella para fijarse en la expresión arrogante de Hopper detrás de ella:
—Te ves hermosa.
Odia, entonces, pensar en su padre.
En su madre.
En su hermana.
En la manera en que se regalaban cumplidos así todo el tiempo.
En la manera en que él está cayendo en lo mismo, como si no conociese el final de esa historia.
