LXVI

El beso que comparten es casto, suave. Se separan apenas unos segundos luego, y los ojos de Mike exhiben un brillo especial. Eleven sonríe y baja la cabeza, sin saber cómo reaccionar. El chico frente a ella parece estar enfrentando el mismo dilema.

Entonces, tan solo se acercan más, hasta el punto en que Eleven apoya su cabeza contra su pecho y él presiona sus labios contra su cabello.

Durante ese lento vaivén, se toma un momento para pasear la vista por el lugar: ve a Max y Lucas en una posición similar a la suya, a Dustin bailando con la hermana mayor de Mike y a Will, quien apenas se esfuerza por seguir el ritmo de una joven a la que no conoce.

Es este último, sin embargo, quien más le llama la atención, pues no parece estar enfocado en su pareja.

No: sus ojos están clavados en ella y Mike con una expresión que no alcanza a descifrar.


Mientras las arañas se pasean por sus manos y Henry las observa con afecto, su mente retorna a Eleven sin que pueda evitarlo:

¿Se estará divirtiendo? ¿Estará bailando con ese tal Mike? Henry recuerda que en la discusión de hace algunos días le había increpado sobre la identidad del chico en cuestión. Tendré que insistir para que lo traiga a casa, se dice, y hace un rictus al pensarlo.

Idealmente, siempre había dado por hecho que Eleven y él vivirían sus vidas juntos, uno al lado del otro, sin nadie más en medio, sin nadie más siquiera cerca. Luego, hubo de aceptar la real posibilidad de que Eleven desease más relaciones en su vida.

Y ahora… Ahora eso ya no es una mera posibilidad.

Y lo odia, lo odia, pero ¿y si ella fuese a priorizar a sus nuevas amistades antes que a él? Incluso puede entender el caso de Max: es otra niña, sus intereses son similares a los de Eleven, hay allí un lazo que Henry no puede —ni le interesa— emular.

Empero… ¿si fuese a reemplazarlo por ese tal Mike?

Si es sincero consigo mismo, la razón por la que no le hubo dicho la verdad a Eleven —que, de hecho, le habría gustado ir con ella a ese estúpido baile, por ser el primer evento de ese tipo en su vida, por más imposible que esto hubiese sido— es que le aterra la posibilidad de que ella lo hubiese rechazado.

De que ella lo hubiese rechazado por un niñato, de todas las cosas.


Cuando la busca del baile, Henry nota que Eleven se encuentra particularmente callada.

—¿Qué tal? —le pregunta mientras pone el auto en marcha—. ¿Te divertiste?

—Sí.

Aunque Eleven nunca ha sido de muchas palabras, si hay algo que le da cuerda es justamente participar de alguna actividad divertida. Y esa respuesta escueta no concuerda con esto.

—¿Sí? —repite Henry—. ¿No suenas muy callada para alguien que se ha divertido?

De reojo, ve que la niña se muerde el labio inferior.

—Me divertí —dice entonces—. Pero… necesito pensar. Sobre… cosas. Te lo contaré luego —promete.

Henry comprende que no desea hablar y que, consecuentemente, debe darle su espacio.

—De acuerdo —acepta con fingido desinterés.

Y no vuelve a sacar el tema.