LXVII
Una tarde un par de días después del baile, el teléfono de la casa empieza a sonar.
—Debe ser para ti —comenta Henry mientras endulza su café.
Y es que prácticamente la única razón por la que tienen línea baja es para que Eleven pueda comunicarse con sus amigos.
Eleven se aparta de la mesa y corre a descolgar el tubo.
—¿Hola?
No obstante, tan solo le responde el silencio.
—Debió haber sido equivocado… —murmura Eleven a la par que retorna a la mesa.
Una hora luego, mientras ella y Henry están entrenando, llaman a la puerta de la casa. Con sus sentidos tan aguzados a causa del entrenamiento, ambos lo notan.
—Espera aquí —le indica él a la par que se limpia la sangre de la nariz y el sudor de la frente.
Henry se demora unos minutos, lo que ella aprovecha para desplomarse en la nieve y recuperar el aliento.
Cuando el hombre retorna, no está solo.
Max, con su cabello pelirrojo suelto y alborotado, camina detrás de él.
—Eleven —la llama él—. Tu amiga.
Se levanta al instante y distingue que Max observa a Henry con una expresión incómoda. Desea preguntar qué sucede, cuando cae en la cuenta de algo.
Henry no la ha llamado por el nombre con el que responde frente al pueblo entero.
No: la ha llamado Eleven.
—Henry…
—Por hoy —anuncia él con un tono calculadamente neutro—, demos por terminada la sesión. Tu amiga desea hablarte sobre algo importante.
El rostro de horror de Max le deja en claro a Eleven que no le ha dicho nada de eso a Henry. Y ella no sabe cuál incendio apagar primero.
—Henry, ¿qué…?
—No estoy de humor para juegos —suspira él cansinamente. Acto seguido, se gira hacia Max—: Maxine, ¿ya cenaste?
La niña no puede hacer más que asentir.
—En tal caso, subiré a darme una ducha. Eleven, tan solo llama si me necesitas.
—Okay… —le responde ella débilmente.
Una vez que se quedan a solas, Max la observa con expresión compungida.
—Te juro, El, que no le dije nada. Yo…
Eleve sacude la cabeza y hace una mueca al explicárselo:
—No, él… Él leyó tu mente.
Los ojos de Max parecieran que van a salirse de las órbitas.
—¿Que hizo QUÉ?
—Tiene… mis mismas habilidades —confirma Eleven.
Y esto la hace pensar: si leyó su mente, debió haber sabido que nunca le hubo contado a Max sobre sus habilidades, solo las propias.
—Creo… —murmura Eleven— que él eligió revelártelo.
—¿Por qué haría eso? —cuestiona su amiga.
—No lo sé —admite Eleven—. Pero… creo que debe ser bueno.
Considerando que sigues viva, no le dice para no asustarla.
Decide mejor enfocarse en la razón de su llegada. Toma sus manos —frías, heladas, porque Max no lleva guantes pese al clima invernal— entre las suyas y la mira a los ojos.
—Max…, ¿qué sucede?
