LXVIII
Max se frota las manos en un vano intento de calentarlas.
—Yo… ¿Podemos volver adentro antes? Hace frío…
—Claro.
Eleven la guía a la sala. Max toma asiento frente al fuego de la chimenea con un suspiro.
—Ten. —Le acerca una manta a su amiga antes de sentarse a su lado; Max la acepta con una sonrisa que no le llega a los ojos.
—Hice… lo que dije que haría —le explica Max—. Y las cosas se salieron de control. Intenté llamarte, pero… No podía permanecer allí un momento más.
La joven reprime una mueca y tan solo cabecea para instarla a seguir.
—Tuvimos una enorme pelea. Mamá, Neil y yo —aclara—. Billy no estaba en la casa… Justamente por eso elegí ese momento.
»El día antes del baile se lo insinué a mamá… Que supe que Neil maltrataba a su exesposa. A la mamá de Billy. Y solo me cambió de tema y me aseguró que «la gente cambia» —Max pone los ojos en blanco—. Seguro, sí, pero por cómo Neil trata a Billy… No, él no ha cambiado.
»Creo —concluye Max— que Billy es… como es conmigo porque es su manera de lidiar con las cosas.
—Pero no está bien —la interrumpe Eleven con el ceño fruncido—. No puede ser cruel contigo… porque los demás son crueles con él…
—No, claro —concuerda su amiga—. No digo que esté bien ni pienso dejarlo pasar. Solo digo que lo entiendo.
Eso no es algo que pueda reprocharle; después de todo, Henry ha hecho cosas mucho peores que Billy, y Eleven…
Eleven lo entiende.
No pensaré en él ahora, se dice, sin embargo. Max me necesita…
Entonces, solo mueve la cabeza a modo de afirmación para indicarle que entiende.
—Y…, como mamá no me prestó mucha atención… —Max inspira profundamente—, fui directamente a Neil.
Eleven enarca ambas cejas. Max se muerde el labio inferior y asiente.
—Sí, y…, bueno, no terminó bien…
Es un movimiento casual, uno que Eleven le ha visto hacer miles de veces: con una de sus manos, su amiga manda su cabellera hacia atrás para dejar al descubierto su rostro.
Solo que ahora, en lugar de quedar a la vista su nívea piel, un enorme hematoma ocupa casi la totalidad de su mejilla.
Las luces parpadean repetidamente. Max lo observa todo con una expresión entre sorprendida y aterrorizada.
Estoy intentando tomar una ducha, el pensamiento penetra limpiamente en la mente de Eleven. Contente.
Suspira y cierra los ojos.
—¿Eres tú? ¿La que está haciendo esto? —la interroga Max.
—Sí, pero… Pero Henry ya me dijo que me calme y… Lo siento. Lo siento, no quise asustarte.
Max la mira como si estuviese loca.
—Disculpa, ¿acabas de decir que Henry te habló? ¿Henry, quien está arriba?
Eleven suspira; las luces, al fin, retornan a la normalidad.
—En mi mente —clarifica.
—Oh, claro, en tu mente —Max repite sardónicamente—. Wow, pero si es obvio, Max, ¿cómo no lo notaste?
El tono obviamente irónico le arranca una sonrisa a Eleven. No obstante, no cae en los obvios intentos de su amiga de atenuar su preocupación.
—¿Qué vas a hacer?
Es Max quien suspira ahora.
—No lo sé —admite y desliza su vista hacia las llamas que consumen la leña dentro de la chimenea—. Yo… ¿Cuál es el guion para esto? —Es una pregunta retórica, pero la incertidumbre la carcome por dentro—. ¿Qué se supone que una haga en casos así?
Eleven guarda silencio, y Max sabe que no puede esperar que su amiga le solucione la vida.
Sin embargo, Eleven la sorprende con su súbito ofrecimiento:
—Puedes quedarte aquí hasta que… Todo el tiempo que quieras.
La expresión de Max fluctúa entre el alivio y la esperanza.
—Eso me ayudaría mucho —confiesa—. Pero ¿no deberías preguntarle primero a…?
—Está bien.
Ambas niñas se giran de golpe. Detrás del sofá, cruzado de brazos y con el cabello rubio aún mojado tras su ducha, Henry las observa atentamente. Max vuelve a pensarlo: el hombre es increíblemente apuesto.
Y lee mentes.
Se obliga a pensar, mejor, en el gran favor que ambos le están haciendo.
—Oh. Gracias…
Eleven no se lo agradece —al menos, no en voz alta—, pero Max ve su sonrisa.
Y la sonrisa con que Henry le responde.
