LXXI

Apenas cruzan el umbral de la mansión, Hopper los recibe con el ceño fruncido.

—Considero que estaría fallando como agente del orden si no les dijese que el abandonar su casa dejando a dos extraños dentro no es el curso de acción más prudente.

Henry adopta una expresión de desconcierto que a Eleven le resulta claramente ensayada.

—¿Dos extraños? Pero si Maxine es la mejor amiga de Jane y usted es, como ha dicho, un agente del orden, ¿no es así, oficial?

Hm, de acuerdo —gruñe Hopper, claramente no del todo convencido. Sin embargo, hay asuntos más importantes que tratar—: Ahora, sobre Max…, tuvimos una conversación… reveladora. Quisiera que permaneciera con ustedes un par de días más.

—Por nuestro lado no hay problema —le asegura Henry—. No obstante, ¿no acarrearía eso problemas con la ley? Considerando que es aún menor de edad…

El sheriff lo mira como si le estuviese hablando en una lengua extraña, incomprensible.

—Muchacho —le espeta a la par que se calza nuevamente el sombrero marrón—, en este pueblo, yo soy la ley.

Henry tan solo coloca una mano sobre la otra y asiente en una postura deliberadamente inofensiva.

—Comprendo. ¿Supongo que nos avisará sobre cualquier cambio en la situación?

—Supones bien —resopla Hopper—. Buenas noches —se despide a la par que enfila hacia su camioneta.

Henry se gira hacia Eleven apenas la puerta se cierra. En silencio, con un gesto de su cabeza, señala hacia la sala.

Ella asiente y va junto a su amiga.


—Le dije la verdad —le confiesa Max mientras beben sendas tazas de chocolate caliente (cortesía de Henry) sentadas frente a la chimenea—. No sobre ti, claro está. Pero sobre lo que pasó.

Eleven la deja hablar.

—No sé qué es lo que Hopper vaya a hacer —suspira—, pero, si te soy sincera…, estoy cansada de todo esto.

—¿Querrías… hablar de otra cosa? —propone Eleven, más que familiarizada con conversaciones incómodas (o, al menos, con cómo eludirlas).

—Por favor —suplica su amiga con un suspiro.

Mientras piensa en algún nuevo tema de conversación, una sonrisa pícara se dibuja en el rostro de su amiga.

—Podríamos hablar… sobre Mike. ¿Qué te parece?

Al instante, Eleven siente sus mejillas arder.

—¿M-Mike?

—Sí, M-Mike —se burla Max—. Los vi, ¿sabes? En el baile.

—Yo también te vi —retruca Eleven—. Con Lucas.

Max se encoge de hombros.

—Sí, es mi novio desde esa noche. ¿Es Mike tu novio?

La forma sugestiva en que la niña mueve sus cejas le arranca una risotada a Eleven; se lleva la palma de la mano a la boca para obligarse a callar, sin mucho éxito.

—¡Max! —protesta cuando al fin su risa se lo permite—. No, nosotros… —Entonces, cae en la cuenta de que no ha hablado con él desde esa noche—. Nosotros… no hablamos de eso.

—¿No? —Esta vez, la muchacha frunce el entrecejo—. Pero pensé…

—No lo vi desde entonces —admite Eleven—. Y…, bueno, no sabía… qué pensar… Y luego viniste y…

Max levanta ambas manos a la par que se aleja dramáticamente de Eleven.

—Ah, no, a mí no me mires: el que ustedes no hayan hablado no tiene nada que ver conmigo. ¿Cuántos días pasaron del baile? ¿Tres, cuatro? Y yo estoy aquí desde ayer. Oh, no, no es mi culpa.

—No quise decir eso —murmura Eleven—. Es solo que… No sé. No lo pensé demasiado.

—Uhm. Mi vida es un desastre ahora mismo, pero ¿sabes? Esa noche… y los días después… Bueno, no podía dejar de pensar en Lucas.

La admisión tiene lugar en voz baja. Eleven supone que la fachada de adolescente apática de Max no puede verse comprometida.

—Yo… pienso que fue bonito. Lo mío con Mike.

Max ladea la cabeza y sus ojos celestes se clavan en los de ella.

—Hay algo que quiero decirte —murmura—. Pero temo hacerlo… con un lector de mentes tan cerca, si me entiendes.

—¿Henry?

La sonrisa de Max es sardónica.

—¿Cuántos lectores de mentes conoces, El?

Muchos, desearía decirle. Pero no, no realmente, porque están todos muertos.

A causa de Henry, ciertamente.

—Ah. —Es lo más honesto que se le ocurre. Y luego—: Le hice prometer que no leería tu mente… Solo lo hizo… por precaución. Pero ya no lo hará.

Max sopesa sus palabras durante unos instantes. Cuando finalmente habla, lo hace de manera pausada, eligiendo con cuidado sus palabras:

—No quiero… ofenderte. Ni ofenderlo a él. Y creo que, si tuviese esa habilidad, también la usaría todo el tiempo. Pero…, si bien tú confías en él, yo no lo conozco. Y, bueno, lo que quiero decirte… Dejémoslo en que, así como él quiere protegerte, yo también quiero lo mismo.

—¿Protegerme? —pregunta Eleven, confundida.

Max se encoge de hombros.

—No diré nada más por el momento. Y, además, creo que pronto será hora de dormir. Entonces…, te lo diré otro día.

La verdad, sin embargo, es que las palabras de Max quedarán enterradas, escondidas al fondo de su mente durante mucho, mucho tiempo.

¿Y Max? Max no volverá a mencionarlo durante al menos dos años.