LXXII

Eleven parece saber que no le sonsacará nada más. Max la observa toma ambas tazas vacías para luego levantarse y dirigirse a la cocina.

—Sube nada más —le dice su amiga—. Yo lavo esto y luego te sigo.

Okay.

Se apresta a hacer lo que Eleven le ha indicado, mas, cuando está por llegar a las escaleras, Max se queda congelada en su sitio: frente al tétrico reloj se encuentra parado Henry, observándolo con una macabra intensidad. Considera, por un momento, volver a la sala, mas esto cambia cuando el hombre gira el rostro y fija sus ojos azules en ella.

—Max. ¿Ya van a dormir?

La niña inspira hondo. Si bien ruega porque él no lo note, su sonrisa le dice lo contrario.

—Sí. El está terminando de lavar las tazas y ya sube…

El hombre no dice nada. Max traga saliva.

—Uh… Si eso es todo…

—Hay algo, de hecho, de lo que quiero hablarte —murmura a la par que se aparta del reloj y se gira hacia ella.

Max intenta dominar sus pensamientos…, una tarea para nada fácil.

—¿Sí?

—Leí tus pensamientos hasta hace unas horas —admite, colocando una mano frente a la otra—. Esto ya lo sabías.

Si bien no lo ha formulado como una pregunta, Max aprieta los puños y asiente:

—Sí, El me lo dijo.

Se pregunta si va a disculparse, mas descarta esta idea rápidamente: no ve a este hombre reservado y con un aura ciertamente terrorífica pidiéndole perdón a nadie. Al menos, no a ella. Tal vez a Eleven, en todo caso…

Bueno, realmente no tiene idea de cómo sea más allá de intuir lo mucho que su amiga lo aprecia y suponer que estos sentimientos son recíprocos.

—Y, cuando estuve en tu mente —le dice él con una plácida sonrisa, como si estuviese hablando del clima—, vi… varias cosas, Maxine.

Siente la lengua reseca. Ni siquiera tiene fuerzas para criticar el uso de su nombre completo. Henry ladea la cabeza.

—¿No vas a fingir sorpresa, siquiera?

—No… No tiene mucho sentido —farfulla ella en respuesta—. Si puedes ver lo que pienso…

—Eleven me pidió que ya no lo hiciera —le avisa él—. ¿Te lo dijo?

Max cabecea a modo de afirmación y se pregunta si en verdad no sabe la respuesta o si se trata únicamente de una treta para hacerle pensar que sus pensamientos están a salvo.

—Bien, entonces deberías saber que, siempre y cuando me sea posible, yo respeto los deseos de Eleven. Y este, en particular, es uno que no me supone ningún problema.

—Es bueno saberlo. —Max se encoge de hombros, pues no sabe qué decir al respecto—. Uh, ¿puedo irme ya? Quiero darme un baño antes de dormir y…

—Oh, por supuesto. —La sonrisa de Henry es sencillamente resplandeciente—. No te demoraré más.

Mientras sube por las escaleras, no obstante, escucha que el hombre la llama. Se detiene y lo mira con los pies apoyados, cada uno, en diferentes peldaños.

—Solo quería decirte, Max, que tus pensamientos son solo eso: pensamientos.

Max frunce el ceño. Eso es obvio, ¿no? ¿Por qué le diría algo así?

—Y —prosigue él— si estabas sufriendo… Bien, es normal que pienses cosas… que no necesariamente querrías que ocurriesen. Cosas… terribles, por así decirlo.

Siente que el corazón se le cae a los pies.

—¿Vas a… contárselo a El?

Henry niega con la cabeza.

—No. Solo deseo darte un consejo: no te tortures a causa de ideas. A menos que actúes en consecuencia o que seas como Eleven o yo —¿es un tono jocoso el que detecta?—, tus pensamientos no influyen de modo alguno en la realidad.

Max siente que sus labios empiezan a temblar. Apenas tiene fuerzas para preguntar en un susurro:

—¿Nada… va a pasarle a Billy?

—Desafortunadamente, predecir el futuro no figura entre mis habilidades —le responde él—. Pero ¿por tu culpa? Lo dudo. A menos que actúes persiguiendo ese fin.

—¡Jamás!

Henry vuelve a sonreírle.

—Entonces, no hay nada que temer.

De pronto, el reloj empieza a sonar. Las campanadas, una después de otra, anuncian la hora: las diez de la noche.

—Es tarde. Deberías ir a acostarte. Buenas noches, Max.

—Buenas noches. —Se lo dice, también, con una sonrisa.

Max recorre el tramo faltante de las escaleras sintiendo que le han sacado un peso descomunal de encima.


Apenas se escucha que la puerta del cuarto de Eleven se cierra, Henry vuelve a hablar:

—Ya me parecía que no podías tardar tanto lavando dos tazas.

Eleven suelta una risita y deja atrás la sala para unírsele en el vestíbulo. Él la mira con una expresión pagada de sí misma. Sabe que a Eleven no le molesta, pues hace ya rato de que ha dejado de intimidarla.

—Gracias… por eso.

Supone que, aunque la niña no haya comprendido la totalidad de la conversación entre él y Max, debe haber notado el alivio en su voz.

La sonrisa de Henry se suaviza.

—Cuando hurgué en sus pensamientos no vi que le hubieses dicho nada sobre mis habilidades.

Eleven sacude la cabeza.

—No me correspondía…

—Pero se lo revelé como muestra de confianza.

Esto toma por sorpresa a la niña.

—Tú confías en ella —le explica—; no veo razón para que yo no lo haga.

Además, claro, de que estuve en su cabeza, no dice, pero ambos saben que no aceptaría ofrecerle a nadie su confianza sin tomar todas las precauciones. Y esto es nada más parte de su naturaleza; no hay nada que se le pueda objetar.

Es por eso que una parte de él sigue preguntándose por qué ha elegido confiar en la niña y hasta buscar aliviar su dolor. En especial considerando que cualquier vida humana fuera de la propia y la de Eleven le es irrelevante. En otro momento, tal vez hasta la habría asesinado sin miramientos, si eso hubiese significado un avance para sus planes.

Sabe que es cierto. Que no habría sentido nada quebrando todos y cada uno de los huesos de Maxine y vaciando sus ojos, como ha hecho con su familia anteriormente.

Así que se le hace extraño, incluso ahora, el haber cedido tan naturalmente a ofrecerle su confianza y su consuelo.

Eso es, hasta que Eleven le sonríe.

Ah, se dice. Allí está.

—Buenas noches, Henry —se despide antes de apoyar una mano en la baranda y subir los peldaños.

—Buenas noches, Eleven.

Esa es la razón.