LXXIII
Al día siguiente se sientan a desayunar todos juntos. Apenas se han acomodado —Henry y Eleven uno al lado del otro y Max frente a su amiga— cuando suena el teléfono.
—Yo me ocupo.
Ambas niñas se concentran en su desayuno mientras Henry va.
—Es extraño —murmura Eleven luego de tragar un bocado de sus eggos—. Normalmente nadie llama…
—Yo te llamé —replica Max.
—Quiero decir que normalmente nadie llama a Henry —rectifica Eleven—. Eso.
—¿A lo mejor tiene una novia o algo? —conjetura Max.
Eleven siente que se le hace un nudo en la garganta ante el comentario de su amiga. Lo cual es desafortunado, considerando que acababa de meterse una porción de wafles a la boca. Pronto empieza a toser y se lleva una mano a la garganta, tratando en vano de aliviar la incómoda sensación.
—Mierda —masculla su amiga a la par que se levanta y corre a servir un vaso de agua para luego acercárselo—. Ten, para hacer correr la comida.
Lo acepta con gratitud. Max pareciera querer decir algo más, pero Henry ya está de vuelta. Al ver a Max de pie y a Eleven casi ahogándose con un vaso de agua, frunce el ceño.
—¿Sucede algo?
—El habló con la boca llena y se atragantó —miente Max.
Henry ladea la cabeza y lleva la mano al vaso de Eleven.
—De acuerdo, pero no bebas tan rápido —la reprende suavemente mientras aparta el recipiente de sus labios—. Te hará daño.
—¿Quién era? —pregunta entonces Eleven, como toda respuesta.
Henry enarca una ceja.
—Prometo… no atragantarme con agua. Otra vez —suspira entonces—. ¿Quién era?
—Joyce. Quería ofrecernos luces navideñas con un descuento especial. Pero le dije que ya tenemos suficientes. —Como para ilustrar su punto, lanza una mirada a los ornamentos y luces navideños que cuelgan de las paredes del comedor.
—Realmente, lo único que les falta es muérdago —murmura Max.
Henry bufa a la par que Eleven pregunta:
—¿Muérdago?
La muchacha le lanza una mirada impactada. Luego, desliza la vista a Henry:
—¿No le explicaste lo que es un muérdago?
—Oh, mis más sentidas disculpas, Max: no surgió en ninguna de nuestras lecciones de biología —replica Henry con una sonrisa sardónica.
—¿Qué es un muérdago? —repite Eleven, ya algo exasperada.
—Es una planta con frutitas rojas muy llamativas —le explica finalmente su amiga—. Se cuelga en algunos lugares y, por tradición, quienes están debajo deben besarse.
La sola palabra «besarse» trae recuerdos inesperados a la mente de Eleven, cuyas mejillas se tiñen de rojo mientras baja la mirada y masculla un débil «oh».
—¿Por qué reaccionas así? —le pregunta Henry de pronto, con una expresión curiosa en el rostro.
—Ay, mierda… —masculla Max por lo bajo.
Henry, sagaz como siempre, gira el rostro bruscamente hacia la pelirroja.
—¿Hay algo que no me estén diciendo?
—Pregúntale a El —Max se apresura a lavarse las manos—. Yo no tengo nada que ver.
Eleven siente que la mirada que le lanza a su amiga debe ser ridícula, entre cómica y seria, con el claro intento de reprocharle sus palabras a la par que se escandaliza por ellas.
—¿Eleven? —Henry se dirige a ella ahora—. ¿Qué no me estás contando?
Max elige ese momento para levantarse de la mesa y llevar sus platos al fregadero.
—¡Max…! —protesta Eleven, mas no puede seguirla porque Henry ya ha atrapado sus manos entre las suyas y le impide marcharse.
—Eleven, ¿puedes explicarme qué sucede? —Su voz es suave y paciente. Eleven sabe que su rostro debe lucir compungido, y es por eso que Henry mantiene una fachada de absoluta paciencia al hablar—. No estoy molesto —aclara ante su silencio—. Solo quiero saber si sucede algo.
Eleven piensa que podría decirle que nada sucede, que todo está bien, que no hay nada, absolutamente nada fuera de lugar o extraño, pero…
Pero eso sería mentirle y, además de que es casi imposible mantener secretos en lo que a él respecta, sencillamente no desea ocultarle la verdad.
Entonces asiente y dice, haciendo su mejor esfuerzo para mantener su voz firme al hablar:
—El día del baile… besé a Mike.
