LXXIV
El absoluto silencio que se hace luego de tan animada conversación es asfixiante. Mientras los ojos azules de Henry examinan los suyos buscando verdades ocultas detrás, Eleven es plenamente consciente de las manos cálidas, pero tiesas, que sostienen las suyas.
Cuando habla, su voz es apenas un susurro:
—¿Lo besaste?
—Me besó. Nos besamos. —Eleven hace una mueca—. Fue mutuo… —Suena más como una pregunta que como una afirmación.
Henry se toma un momento para procesar esta información y finalmente asiente.
—Entiendo.
—¿Sí? —inquiere Eleven—. ¿No estás… molesto?
El hombre frente a ella frunce el ceño y acaricia sus manos con sus largos dedos.
—¿Molesto? ¿Por qué? Hablamos de esto alguna vez, ¿no?
Recién entonces lo recuerda.
—Oh. Sí.
—Y solo te pedí una cosa, ¿recuerdas?
Eleven asiente.
—Tú y yo, primero.
Henry sonríe y vuelve a estrujar sus manos entre las suyas.
—Tú y yo, primero —repite—. En todo caso, sí te pediría que, tal como me presentaste a Maxine, me presentes a este Mike.
No tiene motivo alguno para negarse a una petición tan razonable.
—Okay.
Concentrada como está en el brillo amable de los ojos de Henry, no advierte la mirada llena de curiosidad que Max les lanza desde la cocina.
Las niñas están viendo una película en la sala cuando un carraspeo detrás de ellas las hace girarse.
—Eleven —la llama Henry—, ¿falta mucho para que termine tu película?
—¿Creo que no? —replica ella, lanzándole una mirada interrogante a Max.
—Oh, no, Asterix ya está por completar la última prueba.
—En ese caso, te espero en el patio.
Eleven lo observa con evidente sorpresa dibujada en el rostro.
—Pero… ¿y Max?
Henry mira a la muchacha que tan solo pasea su vista entre ambos con expresión claramente desconcertada.
—Puede venir también. Las espero.
Sin decir nada más, da media vuelta y se retira de la sala.
Apenas finaliza la película, Eleven se toma un momento para cambiarse las prendas por otras más cómodas —holgados pantalones azules, un suéter con motivos navideños y un abrigo— y luego se dirige al patio, seguida por su amiga.
Henry, de pie frente a los árboles, ya la está esperando.
—¿Qué es esto exactamente? —inquiere Max—. ¿Qué van a hacer?
—Entrenar —le responde ella con una sonrisa—. Normalmente practicamos leer mentes y… percibir lugares lejanos, pero hace unos meses hemos empezado a practicar combate.
—¿Combate? —repite su amiga con una sonrisa pasmada—. Wow. Eso suena supergenial.
Eleven tan solo asiente y corre hacia Henry.
Una vez que está frente a él, Henry apoya ambas manos frente a sí, una encima de la otra, y le sonríe.
—¿Lista?
—Sí. ¿Empezaremos con proyección o…?
Henry da un rápido paso al frente doblando levemente la rodilla, y extiende la mano en un veloz movimiento: Eleven sale disparada hacia atrás, mas logra plantar los pies en el césped y, de ese modo, evitar una caída.
—¡No estaba lista! —protesta Eleven a la par que se endereza.
—En la vida real, difícilmente lo estés —le reprocha Henry sin perder la sonrisa—. ¡Vamos!
Repite el movimiento, mas esta vez ella se lo espera; espeja su postura y le hace frente a su ataque. Ambos tiemblan por el tremendo esfuerzo e ignoran la propia sangre que les cae de la nariz.
No obstante, en la puja de ambas mentes, la de Eleven se ve superada; su cuerpo termina dándose de espaldas contra el suelo.
Eleven baja la guardia, suponiendo que, como es usual, Henry dará por terminada la sesión. No puede disimular su sorpresa cuando siente un tirón que arrastra su cuerpo sobre el césped y la lleva hacia él.
—¡¿Henry?! —protesta.
—¿Qué? ¿Te rindes tan fácil? —Su voz es cáustica, y Eleven comprende que lo ha malinterpretado todo.
Que aún siguen en medio del entrenamiento, y que le ha granjeado una fantástica oportunidad a Henry de someterla.
—¡Ugh…! —gime mientras él la obliga a deslizarse por el pasto y hasta la hace chocar contra los cimientos de la casa.
—¡EL! —chilla Max.
Está bien, estoy bien, no es nada, quisiera decirle, mas se encuentra completamente enfocada en librarse del fuerte agarre que Henry tiene sobre ella.
Empero, no lo logra a tiempo; Henry la eleva en el aire como si pesara nada y, en esa posición, ni siquiera puede mover sus extremidades. Eleven derrama lágrimas de dolor por la fuerte presión que la telequinesis ejerce sobre sus músculos y huesos.
—Recuerda lo que te enseñé —le dice él con absoluta calma—. Aférrate a un recuerdo triste, uno que haga hervir tu sangre…
Eleven cierra los ojos y así lo hace.
Piensa…
En Billy. En la forma en que lo vio tratar a Max. En la mejilla inflamada de su amiga.
Piensa en eso y siente la fuerza fluir por sus venas.
—Muy bien —la halaga Henry, si bien no aminora su presa—. Concéntrate en eso. Enfréntame.
Eleven grita y lo intenta, realmente lo intenta, y…
Y no hay caso. Henry es demasiado poderoso para ella. Tan solo logra conseguir algo de aire para respirar, mas no es suficiente para liberarse.
Una vez que él comprende que no avanzarán más, la libera de golpe. Su cuerpo cae, inerte, sobre el pasto. Como puede, Eleven se apoya sobre sus codos y levanta la cabeza para hacer contacto visual con su maestro.
Sus ojos azules son gélidos.
Recién entonces Eleven comprende algo fundamental sobre Henry: no posee el control que desea aparentar. No es capaz, tampoco, de racionalizar todo como desearía.
Y es por eso que ha sido tan duro con ella el día de hoy. Porque no puede reclamarle el desarrollar una relación que pueda poner en peligro el vínculo que comparten.
Pero sí puede, a su manera, castigarla por ello.
