LXXV

No recuerda cuándo es la última vez que sintió un enojo así, visceral, peligroso. Ni siquiera le importa que Max esté presente para verlo: Eleven siente sus puños temblar de la rabia, y tiene toda la intención de devolverle a Henry lo que le ha hecho —o al menos intentarlo—, cuando escuchan que alguien llama a la puerta. Henry aparta la vista de ella para lanzarle una sonrisa a Max.

—Maxine, ¿serías tan amable de ver quién es, por favor?

Su amiga se apresura a cumplir con el pedido sin rechistar, y Eleven supone que cualquier excusa para alejarse de ellos dos es buena ahora mismo.

Henry vuelve a mirarla cuando están a solas.

—Lo hiciste… adrede —lo acusa, obligándose a no gritarle.

El hombre ladea la cabeza y coloca una mano sobre la otra mientras adopta una sonrisa deliberadamente inocente.

—Me temo que no sé a qué te refieres.

Eleven no quiere confrontarlo aquí y ahora y ponerse a discutir con Max tan cerca, menos aún sin saber quién ha llamado a la puerta. Entonces, tan solo sacude la cabeza y le espeta:

—Sabes… que siempre te elijo a ti.

—Perfecto. —Su voz no delata preocupación alguna—. Tenlo siempre presente.

Ahora sí que ve rojo. Abre la boca para responder, cuando escucha la voz sobresaltada de Max viniendo desde el vestíbulo.

—¡¿Mamá?!

Eleven está preparada para correr hacia su amiga, mas tan solo se queda en el mismo sitio.

Su cuerpo no le responde.

—¡Henry! —protesta, porque no ha inmovilizado su mandíbula—. ¡Déjame…!

Y entonces, guarda silencio. Porque encuentra la lógica detrás de sus acciones.

—Sabías que la señora Mayfield vendría.

La fuerza invisible que somete su cuerpo se desvanece. Se gira hacia él.

—Recibí una llamada de Hopper esta mañana —explica.

—¿Hopper?

—Aparentemente, él y la señora Mayfield tuvieron una charla… esclarecedora. Así que mi consejo es que las dejes a solas.

Eleven reprime un suspiro y le da la espalda.

—Eleven…

—No las molestaré.

—Entonces, ¿te gustaría…?

—Pero tampoco quiero verte ahora mismo —le espeta.

No se queda a ver la reacción de Henry.

Tan solo se dirige a su cuarto.


Cuando su madre finalmente deshace el fuerte abrazo y le promete que volverá en un par de horas a buscarla, un profundo alivio parece disolver todas las preocupaciones de Max.

No obstante, apenas cruza la puerta de entrada, recuerda lo que hubo presenciado apenas media hora antes.

—Mierda —masculla.

—¿Hm? ¿Es que aún no se ha solucionado?

Advierte entonces la presencia de Henry, quien está, de vuelta, parado frente al reloj.

Miedo, piensa, sin poder evitarlo. Y luego, no convencida del todo, agrega una disculpa: Perdón.

No obstante, Henry no reacciona; supone que es posible que haya dicho la verdad cuando prometió no volver a hurgar en su cabeza.

Decide mejor responderle:

—Sí… Parece que sí. Mamá tiene que poner algunas cosas en orden y luego vendrá a buscarme.

Henry finalmente la mira y le ofrece una sonrisa que no le llega a los ojos.

—¿Sí? Es bueno saberlo, Max.

Ella asiente y lanza una mirada hacia la puerta que da al patio. Desde donde está, no puede distinguir si su amiga sigue o no allí.

—¿Y El? —le pregunta entonces—. ¿Sigue afuera?

Su expresión se altera mínimamente; una leve arruga al costado de su boca le indica su molestia.

—Está en su cuarto.

—Oh. Ya veo…. Iré junto a ella.

Henry no le dice nada y tan solo vuelve a fijar la vista en el reloj.

Empero, tal y como la noche antes, Max se queda a medio camino de la escalera. Mierda, piensa nuevamente. Aprieta sus ojos y luego, inspirando hondo, se gira hacia Henry.

—Quiero decirte algo.

Él la mira con aparente desinterés.

—¿Sí?

Max baja los peldaños para luego ir a pararse frente a él.

—No sé… qué sucede entre El y tú. Pero lo que le hiciste… estuvo mal.

Henry enarca las cejas. Las manos de Max tiemblan y se fuerza a apretar sus puños para detenerlas.

—¿Mal?

—Sí. No sé qué te molestó… Supongo que fue… ¿lo de Mike? —conjetura con un rictus; la expresión cuidadosamente neutral de Henry se lo confirma—. Si fue eso… Bueno, no sé qué especie de… reglas… tienen entre ustedes, pero… No sé, ¿consideraste hablarle en lugar de… hacerle aquello que hiciste? Escuché tu conversación y… Y le dijiste que no estabas molesto, ¿y luego? Hiciste… eso.

Henry da un paso hacia ella a la par que ladea la cabeza con algo similar a curiosidad brillando en sus ojos. Max es consciente de que su respiración se ha acelerado a causa de la adrenalina que ahora bombea a través de sus venas, mas se niega a dar un solo paso atrás.

—Eres una jovencita llena de opiniones, ¿no, Maxine?

—No lo sé, estuviste en mi cabeza, tú dime —le retruca ella.

Esto le roba una sonrisa.

—E irreverente, también.

—De vuelta, todo eso ya lo sabes —insiste, rogando internamente que la voz no se le quiebre.

—Ciertamente —concede él con un suspiro, sus hombros menos tensos.

Ahora que Henry no parece estar a segundos de asesinarla, Max continúa:

—Mira, no te conozco. Para nada. Pero sí conozco a El. Es mi amiga hace ya un tiempo. Y sé que lo que hiciste le dolió mucho.

—Me imagino que las niñas de tu edad sufren siempre que se les niegan sus caprichos. —Su tono es ácido.

—Uh, pero esa es la cuestión…, esto no es sobre Mike. O sobre lo que sea que El siente por él, sino sobre ti. Sobre ustedes dos.

Henry frunce el ceño como si le hubiese dicho algo incomprensible.

—¿Disculpa?

—Sí —suspira Max y luego se muerde el labio mientras pondera cómo seguir—. Si le hubieses dicho, no sé, que te molestaba o lo que sea…, ella habría tratado de solucionarlo de alguna manera. De llegar a un punto medio contigo, algo. Pero ¿así? Le dices que no te molesta, que hasta quieres que te lo presente, y luego la castigas (y de manera violenta) y… Y obviamente le duele.

»Porque le importas.