LXXIX

Eleven le ha contado a Mike la versión «apta para todo público» de los hechos: ella es huérfana y Henry es su primo y tutor. Si bien al principio teme que le pregunte por más detalles —como qué fue de su vida antes de que su «primo» le diese un hogar—, se serena al notar que el chico se da por satisfecho con esta historia.

Y que acepta, sin miramientos, conocer a Henry.

Consecuentemente, el jueves a la salida de la escuela, Mike la acompaña a su hogar. Henry los recibe con una sonrisa.

—¡Bienvenidos! Tú debes ser Mike, ¿no es así?

Mike le devuelve la sonrisa y extiende la mano.

—Sí, y usted, Henry, ¿verdad? El primo de Jane…

—Y tutor —agrega Henry con un poquito más de fuerza de la necesaria; Eleven le lanza una mirada preocupada—. Pero, por favor, no te quedes allí: adelante…

Mientras Henry cierra la puerta, Eleven guía a Mike hasta la sala, donde toman asiento en el mullido sofá.

—Tu casa es muy bonita, Jane —opina Mike a la par que coloca una mano sobre la suya.

Ella le sonríe.

—Gracias…

—¿Te gusta? ¿No te importa el rumor? —La voz de Henry detrás de ellos los sobresalta; instintivamente, se sueltan—. ¿Galletitas? —añade al depositar una bandeja con galletitas de manteca y chispas de chocolate sobre la mesa de café.

Mike frunce el ceño y pasea su vista de Henry a Eleven.

—¿Rumor? ¿Qué rumor, Jane?

—Oh, el rumor de lo que les pasó a los antiguos habitantes de este lugar —menciona Henry a la par que toma asiento frente a la pareja.

—Bueno, ahora que lo mencionas… Creo que mi papá me dijo algo sobre un asesinato…

—Tres —le corrige Henry antes de llevarse una galletita a la boca.

—Uh, ¿eran tres…?

—Henry… —murmura Eleven.

Él la ignora; apenas traga la galleta, vuelve a sonreírle a Mike.

—Aparentemente, el antiguo dueño asesinó a sangre fría a toda su familia.

—¿Tú hiciste las galletitas? —Eleven intenta desviar el tema.

—No, se las pedí a Joyce. —Henry apenas si la mira al responder, y ya vuelve a establecer contacto visual con Mike—. Un pariente lejano mío, un tal Victor, arrancó los ojos de su esposa y sus hijos y les quebró los huesos de brazos y piernas. Luego, alegó que todo había sido obra de un demonio. ¿No escuchaste nunca ese rumor?

Mike se ve claramente incómodo.

—No… Al menos no con todos esos detalles…

—Henry, ¿podríamos cambiar de tema? —le suplica Eleven—. No quiero hablar sobre…

—Oh, no hay problema —le asegura él con expresión consternada—. Solo pensé que a Mike le interesaría la historia de la casa, puesto que expresó que le parecía bonita.

—Es una historia interesante —asegura el chico, y el comentario va más dirigido a ella que a Henry.

Eleven relaja sus músculos al advertir que su novio está haciendo todo lo posible por caerle bien a su única familia, de resistirse al miedo que obviamente este quiere infundirle.

—Lo es —concede ella con intención de apoyarlo.

Frente a ellos, Henry enseña los blancos dientes en una amplia sonrisa.

—¿Verdad que sí? Se cree que el viejo Victor era esquizofrénico, y es por eso que está internado en un instituto psiquiátrico.

—Tiene sentido. Quiero decir, si creía que un «demonio» —Mike eleva las manos para gesticular claramente las comillas al pronunciar esa palabra— fue el causante de todo, creo que es lógico.

—Sin embargo, él sigue sosteniendo su hipótesis —menciona Henry con tono casual a la par que cruza una pierna sobre la otra—. Que se trata de un demonio que habita en la casa.

—¿Sigue sosteniéndola? —Mike ríe—. ¿Has hablado con él últimamente?

—¿Quién sabe? —Henry esboza una media sonrisa—. Tal vez lo hice.

—Pero ¿no dijiste que está internado en un instituto psiquiátrico? —replica el chico con expresión confundida—. No creo que lo dejen recibir visitas…

Henry se encoge de hombros. Eleven se lleva una galleta a la boca.

—Además, si hubiese un demonio en esta casa, ¿no lo habrían notado ustedes dos? —razona Mike.

El hombre apoya la mejilla contra los nudillos de su mano derecha.

—No lo sé… ¿Qué tal si el demonio no está haciendo nada solo porque le agradamos? ¿No piensas lo mismo, Jane?

Eleven traga con dificultad y niega con la cabeza.

—Los demonios no existen.

—Es solo un pequeño ejercicio mental. —Eleven sabe que Henry no se dará por vencido hasta ir al grano—. Si este demonio existiera, ¿no crees que sería capaz de tener favoritos y, por ende, elegir no lastimar a dichas personas?

Eleven inspira hondo.

—Supongo…

—Tal vez, entonces, lo contrario también sea cierto; que si una persona que no le agrada llegase a cruzar el umbral de la casa…

No necesita finiquitar la oración. Su sonrisa no flaquea mientras sus ojos azules se clavan en los ojos cafés de Mike.

El silencio es pesado.

—Pero Jane tiene razón —suspira al fin—. Es un alivio que los demonios no existan en realidad, ¿verdad?

—Oh. Sí, claro… —Mike suelta una risita claramente forzada.

Un nudo se forma en la garganta de Eleven.

—Bueno, creo que es mejor que los deje a solas —anuncia Henry a la par que se levanta—. No deseo incomodarlos. Fue un gusto, Mike; espero que vuelvas pronto.

Luego, le lanza una mirada a ella.

—Si me necesitas, estaré en el ático.

Y, sin decir nada más, se retira.