LXXXVI

Sin embargo, la situación no hace más que empeorar: Angela se la pasa buscando maneras de molestarla. Y no ayuda que muchas de sus compañeras se hayan sumado, como si la muchacha fuese una especie de abeja reina.

Para cuando falta tan solo una semana antes del receso de primavera, se ve incapaz de ocultárselo a su grupo de amigos.

—Debes decírselo a alguien —la insta Mike durante el almuerzo.

Max bufa en respuesta a esta sugerencia.

—¿Decírselo a quién? ¿A la señorita Kelley, para que le pregunte cómo se siente y luego no la ayude en nada?

—No estás siendo justa, Max —le señala Will con un suspiro—. La terapia realmente ayuda… Es decir, debiste haber visto a mi mamá cuando ella y Bob habían roto recién…, pero ahora está mucho mejor e incluso me ha convencido para que yo también vaya y…

La muchacha sacude la cabeza en respuesta.

—Mira, no niego que la terapia pueda ayudar, pero en este caso se trata de un grupo de chicas que han optado por atacar a Jane en particular. El verdadero problema ahora mismo es Angela y su séquito de serpientes. Si me preguntas, creo que hay que enseñarles una lección.

El debate sigue por un buen rato, mas, como es común en estos casos, no llegan a ninguna solución definitiva.


Luego de que Chrissy le recuerde al profesor Mundy sobre su práctica —una excepción, puesto que se acerca un partido de básquetbol particularmente importante—, él no le hace mayores problemas.

Solo le pide un favor:

—Durante el almuerzo, corregí algunas tareas pendientes de chicos del primer año. ¿Podrías acercarles sus cuadernos?

A decir verdad, la muchacha ya llega tarde y el aula de primer año le queda trasmano, mas no se atreve a negarse, por lo que le sonríe a su maestro y asiente.


Para su suerte, antes de alejarse demasiado de su camino, Chrissy se cruza con una de las pocas estudiantes de primer año que conoce.

—¡Angela! —la saluda con una sonrisa—. ¿Podría pedirte un favor?

La joven, que está volviendo del baño, le devuelve la sonrisa.

—¡Chrissy! Sí, claro, ¿de qué se trata?


Al día siguiente, Chrissy se toma un momento para pasar por su casillero antes de dirigirse a la cafetería. Jason y el resto del grupo se adelantan.

—¿Chrissy…?

La muchacha voltea: la que ha hablado es una estudiante menuda, con expresión tímida y ligeramente incómoda. Chrissy la identifica como una muchacha algunos años menor que ella que suele sentarse con su grupo de amigos a unas pocas mesas de la suya en el almuerzo.

Le ofrece una sonrisa.

—¿Sí? ¿Necesitas algo?

—Uh… —La joven aparta la vista y apoya una mano contra su brazo en clara señal de nerviosismo—. Sí, este… El profesor Mundy me dijo que… te pidió que llevaras unos cuadernos ayer…

—Ah, sí, de primer año. —Por supuesto que lo recuerda—. ¿Qué pasa con eso?

La muchacha hace una mueca e inquiere:

—De casualidad…, ¿no te habrías olvidado de alguno?

Chrissy frunce el ceño.

—No, para nada. Entregué todos los cuadernos a…

—Disculpa, ¿eres Jane?

Las dos chicas se giran hacia un alto chico de ojos verdes. La joven frente a Chrissy asiente.

—Oh, esto es para ti. —Le acerca un sobre sellado que Jane toma con sumo cuidado, como si temiese romperlo. El chico, por su parte, le guiña un ojo antes de retirarse al trote en la dirección contraria.

Chrissy se lleva una mano a la boca, sorprendida.

—¿Una… carta? —masculla Jane.

—¡Ábrela! —la insta ella con una sonrisa—. ¿Será una confesión…?

Jane no luce convencida ante su hipótesis, mas le hace caso.

Al abrir el sobre, no obstante, lo que ven no es una carta, ni de amor ni de ningún otro tipo…

… sino una página repleta de ecuaciones.

Confundida, Chrissy ya está por preguntarle si sabe de qué se trata, cuando advierte la insondable tristeza en el rostro de la chica.

—¿Jane? —la llama—. ¿Qué sucede?

La muchacha niega con la cabeza.

—Es… una hoja de mi cuaderno.

Chrissy siente que el corazón se le cae a los pies.