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La forma en la que él la mira luego de pronunciar esas palabras —«pero yo no quiero tu perdón; no lo necesito»—, con la boca semiabierta debido a la indignación y los músculos tensos ante lo que percibe como una ofensa, la hiere.
Ella baja la cabeza. ¿Qué se supone que pueda responder a eso?
—Si no te arrepientes de lo que hiciste…
Henry bufa, el hastío evidente en todo su ser.
—¿Cómo podría, cuando ha sido el precio a pagar por nuestra libertad, por mi vida, Eleven? ¿Por la tuya?
Eleven mantiene la mirada fija en el lomo de Poe, en su herida abierta. Tras unos minutos que parecen durar una eternidad, Henry vuelve a hablar:
—Hagamos un ejercicio hipotético.
Ella levanta apenas la mirada, pues advierte en el tono de su voz que ha recuperado algo su compostura.
—Henry…
—Sígueme la corriente —le ruega con una expresión crispada—. Por una vez.
Tras una breve pausa, ella asiente.
—Fantástico. Bien, digamos que yo no existo. O he muerto. —Eleven hace un rictus ante esa posibilidad—. O he escapado antes, lo que sea. No estoy en el laboratorio. Digamos, entonces, que sigues allí, atrapada, hasta ahora.
»Y un día, cansada de años y años de maltratos, decides escapar. ¿Realmente crees, Eleven, que lo lograrías sin derramar sangre?
Ella inspira profundamente.
—Yo… lo intentaría…
—Esa no fue mi pregunta —insiste Henry sin compasión—. ¿Lo lograrías o tu intento resultaría en fracaso?
Cierra los ojos, porque es algo que ha pensado en varias ocasiones. Algo que no se ha atrevido a decir en voz alta. Podría, tal vez, acusarlo de leer su mente y cambiar de tema, mas sabe que este no es el caso: es sencillamente que se trata de algo lógico; es lógico que una antigua prisionera reflexione sobre su pasada cautividad y su preciada libertad.
Así que decide responder con sinceridad:
—No. No lo… lograría.
La sonrisa victoriosa de Henry le parece horrible.
—¡Pero —replica entonces, con ímpetu— no habría matado a ningún niño!
Por la expresión tranquila del joven, cae en la cuenta de que este no es, en realidad, el argumento brillante que ha creído.
—¿Pero sí a los guardias? —inquiere él con absoluta calma—. ¿A los ordenanzas? ¿Tal vez a Brenner, a algunos de sus colegas?
Eleven baja la mirada nuevamente. Él no insiste.
Porque sabe que responderá. Y sabe qué responderá.
—Sí.
Él suelta una risotada.
—Oh, hipócrita.
Aunque la humille, sabe que Henry tiene razón: que no hay una balanza en la que pueda equiparar el valor de dos vidas y sentirse mejor por haber decido tomar unas sí y otras no. El hecho, ahora descubierto, permanece allí, visible, en el espacio entre el cuerpo de Henry y el suyo: con la motivación suficiente, ella es tan capaz de matar como lo es él.
Siente ganas de llorar de la vergüenza.
Sin embargo, oye los pasos de Henry acercándose a ella. Sus ojos se clavan en sus zapatos de cuero, en sus impecables pantalones oscuros.
No es capaz de sostenerle la mirada.
La voz de Henry es un susurro cuando finalmente dice:
—Pero está bien, Eleven, yo te entiendo.
Eso la hace mirarlo de golpe. Poe suelta un débil quejido ante la fuerza con la que los dedos de Eleven se hunden en su pelaje; se apresura a relajar su agarre para no lastimarlo.
—¿Me entiendes…?
—Sí, te entiendo. Lo sé todo: que viniste conmigo… porque temiste por tu vida —confiesa él en voz baja—. Y, tal vez, porque eres ese tipo de persona que quiere… No, que tiene la esperanza… de salvar a los demás.
»El tipo de persona que no huye a la vista de una fiera peligrosa, sino que opta por domesticarla.
El nudo que se le forma en la garganta es doloroso. Él tan solo sonríe con la misma tristeza que no parece querer abandonarlo.
—Que viniste conmigo con la esperanza de domesticarme, tal vez.
—Henry…
Él vuelve a ignorarla.
—Yo sé, Eleven, que me piensas un monstruo. Y quizás estás en lo correcto.
Eleven niega con la cabeza.
—No, pero yo también…
—Tú no has hecho nada —le recuerda él con suavidad—. Fue todo hipotético. —Para ilustrar su punto, lleva sus manos sobre las suyas, apoyadas sobre el lomo del gato—. No hay una sola gota de sangre manchando estas manos tuyas, Eleven.
Considera decirle que se equivoca, que apenas hace unos días hubo derramado sangre —la de Angela, para ser precisa—, mas sabe que Henry no está siendo literal. Él, por su parte, la suelta con delicadeza y observa las palmas de sus propias manos.
—A diferencia de las mías.
Antes de que Eleven pueda pronunciar siquiera una palabra, Henry deja caer sus manos a los costados y continúa, su vista de vuelta fija en ella:
—Respecto a Mike…, puedo decirte, decididamente, que él está equivocado. —Aunque siempre ha considerado a Henry como una persona que disfruta de la violencia (incluso aunque él le haya asegurado que no la busca sin razón alguna), él no parece derivar placer de las hirientes palabras que pronuncia luego—: No obstante, no creo que haya nada, ya sean disculpas, promesas o fórmulas mágicas, que pueda hacer que él te vea de otra forma.
Más que tristeza, es resignación lo que parece anidar ahora en su sonrisa.
—Si hay alguien que lo sabe, soy yo.
Ella escucha lo que no dice. Con claridad.
No hay nada que pueda hacer para que tú dejes de verme como un monstruo.
