CIX
—¿Sabes, Henry? —No, Henry no lo sabe, definitivamente—. Estuve pensando…
Se esfuerza por inspirar hondamente sin que ella lo note y concentrarse, mejor, en la fragancia de la tierra húmeda tras la lluvia de la mañana mientras avanzan.
—¿Qué tipo de chica te gusta?
La pregunta lo toma por sorpresa, pues nunca se la ha hecho.
—Oh. Sí, lo recuerdo —admite—. No querías… Porque Henry estaba cerca…
—Sí. Porque lo que quería decirte era sobre él —le explica Max.
—¿Sobre… Henry?
Max asiente.
—Yo… Bueno, antes de lo de Mike… Me preguntaba… ¿No sientes nada por él? ¿Por Henry?
Eleven ladea la cabeza, su ceño fruncido.
—Tu relación con Henry —prosigue su amiga— no es… habitual. Él no parece asumir un rol de padre o hermano mayor contigo. —Su confusión le debe ser evidente, y por eso añade—: No se preocupa por tus calificaciones, no te regaña más allá de que te pongas en peligro, no busca educarte… Y… parece ser extremadamente posesivo.
Se tensa al instante.
—Él solo lo hace…
—Porque quiere protegerte, sí, lo sé, lo sé —le asegura Max con sequedad—. No es mi intención criticarlo, para nada. En realidad, lo que quiero decir es… que tú, tampoco, lo tratas como si fuese una figura de autoridad. Y, si bien no soy experta, creo que a tu tutor legal deberías tenerle un cierto respeto, ¿o no?
—Pero lo respeto —le contradice Eleven—. Yo…
—La cosa es —insiste Max— que ustedes actúan… como si fuesen iguales. Si bien él tiene reacciones que…, no voy a mentirte, dan miedo —Eleven sabe que se refiere a la vez en que presenció su sesión de entrenamiento—, tú puedes frenarlo. Yo no lograba eso con Neil ni lo logro con Billy, y ciertamente que son contadas las veces en que me sale hacerlo con mi mamá.
Esto la molesta.
—Tu familia debería escucharte —le señala—. Henry y yo…
—Es que de eso se trata, justamente, Eleven —Max está frustrada; lo nota en su tono de voz y en la forma en que acentúa sus gestos—: tal vez en un mundo ideal las familias escuchen a sus miembros más jóvenes. Pero ahora mismo, en pleno siglo XX, no, Eleven, eso no sucede.
—Pero debería ser a…
—Pero no sucede —le recalca Max—. Y no sé si suceda en el siglo XXI, o en el XXII, pero ahora mismo, no. Y Henry no solo te escucha a ti, no, incluso escucha (aunque con menor predisposición, okay, eso es cierto, pero aun así es bastante) a las personas a las que aprecias, si tú le dejas en claro que lo haces. Y eso… Eso no se ve todos los días.
Supone que no es buena idea decirle que no tiene el más mínimo interés en responder su pregunta si quiere que la chica siga avanzando por cuenta propia. Y sí, podría sencillamente obligarla con sus habilidades, mas prefiere ahorrar energía por si algo sale mal y se ve obligado a eliminar potenciales testigos.
—Déjame pensarlo —le dice.
—No siento que ese sea siempre el caso —replica Eleven—. Por ejemplo, nunca le ha gustado Mike… Lo intenta, lo veo, pero sencillamente no le gusta y… —La mirada de Max es suplicante—. ¿Qué…?
Su amiga inspira profundamente. Mira al techo. A la ventana. Finalmente, vuelve a clavar la vista en ella.
—Solo quiero… que consideres que tú y Henry parecen tener un mundo aparte de todos los demás. Un mundo donde solo tú y él existen, y todos los demás, todo lo demás viene después.
Henry se detiene —Angela lo imita—, pues al fin han llegado al lugar que tenía planeado: una parte sumamente tupida del bosque —el punto central, si se quiere—. Se gira para mirarla. Su rostro luce expectante, ansioso por oír su respuesta; sus labios tiemblan levemente, intentando reprimir una sonrisa.
Considerando que a la chica le quedan escasos minutos de vida —aunque ella no lo sepa—, Henry decide darle el gusto con lo primero que se le viene a la cabeza:
—Me gustan… las mujeres bondadosas.
Ahora es Angela a la que parecen haber tomado por sorpresa.
—¿Bondadosas?
Henry enarca las cejas y ve sus pensamientos en un segundo:
Pensé que diría «rubia, de ojos claros, atractiva…».
La chica, no obstante, se recupera al instante; si bien algo forzada, su sonrisa aparece de vuelta.
—Pensé que nombrarías… características físicas. Pero sí, claro, lo entiendo: yo admiro mucho a mujeres así, como Helen Keller, por ejemplo; aspiro a ser como ella… En mi anterior colegio hice un…
Henry no la escucha. Porque tan solo puede pensar en las palabras que se le han escapado, en las palabras que referencian a alguien que no es Angela ni Helen Keller ni absolutamente nadie más que la única persona que le importa.
La única persona realmente bondadosa, sin motivos ulteriores, que conoce. Su igual. La única persona que significa algo para él en un mundo poblado por escoria.
Y ella… Ella no querría esto.
Sus puños se crispan al pensarlo. Sería tan fácil, a decir verdad: asesinarla aquí, causarle un dolor mil veces peor que el que ella le ha causado a Eleven.
Sin embargo…
Mira a Angela, entonces. Recorre con los ojos la cicatriz a medio curar en el puente de su nariz, lo más bonito que —en su opinión— tiene…
Lo más bonito, sí, porque le recuerda a Eleven.
—Es solo… —masculla Eleven—. Es solo que no puedo evitar pensar…
Y odia decirlo, odia ponerlo en palabras, odia ser como Papá y comparar a dos personas tan distintas, mas ¿qué opción le queda sino la verdad?
—Henry… Él me habría protegido —dice al fin, en un hilo de voz—. Él… no se hubiese separado de mí.
La tristeza en los ojos de Max es evidente.
—Angela —la llama Henry con suavidad.
La muchacha lo mira con sorpresa.
—Yo…
Desea decirle que la desprecia. Que nunca más vuelva a hablarle. Que corra por su vida. Que le repugna, que tiene suerte de seguir con vida en su presencia y que, si no fuese por Eleven, sus huesos ya serían polvo y sus ojos, nada más que una pulpa sanguinolenta, pero…
Pero ella lo malinterpreta.
Henry apenas alcanza a atisbar la intención en su mente antes de que ocurra.
No sabe cuándo esto se ha convertido en una certeza: pero es eso, una certeza insustituible, inquebrantable.
—Él… está siempre de mi lado —Eleven sonríe a pesar de las lágrimas—. Él nunca…, nunca me defraudaría.
—Angela, no…
Las palabras quedan colgando.
Porque Angela se ha puesto en puntas de pie, le ha echado los brazos al cuello como dos lianas de una planta invasiva, y ha plantado un beso en su boca.
Henry tiene el impulso de quebrarle los huesos ahora más que nunca. Empero, en vista de que ya ha decidido no hacerlo, se contiene.
Cuando Angela se aparta de él tras apenas un segundo —que, no obstante, a Henry le parece ha durado una vida entera—, su sonrisa es enorme.
—Yo… Yo siento lo mismo —le dice ella a la par que se muerde el labio inferior y se balancea de un lado a otro.
Henry la observa en silencio por unos instantes. A decir verdad, la situación lo ha dejado sin palabras.
—¿Te gustaría… venir a mi casa? —le pregunta entonces la muchacha.
Él reconoce la invitación por lo que es, por supuesto. De todas maneras, antes de que pueda responder, ella vuelve a adelantársele:
—No hoy, oh, no, no soy… de esas —le asegura con un guiño—. Pero el viernes que viene… Mis padres no estarán en casa… —Pasea su índice contra la tela de su camisa, a la altura de su pecho, en lo que debe creer que es un gesto sensual—. Y bueno, no quisiera estar sola en casa…
Henry serena su expresión. Sus manos tiemblan de rabia, de asco, mas se niega a mostrárselo.
—Se hace tarde —le dice con el tono más tranquilo del que es capaz—. Te llevaré a tu casa.
—Okay, pero no olvides mi invitación, ¿de acuerdo? —Otro guiño, como si el anterior no hubiese sido suficientemente claro.
Con una última sonrisa, la muchacha le da la espalda.
Henry se toma un momento antes de seguirla. La observa en silencio: su cabello rubio ondeando con cada paso, los saltitos premeditados —porque sabe que lo son— para aparentar inocencia y resaltar su femineidad.
Angela está viva gracias a Eleven.
Y su ingratitud, su ignorancia, su crueldad no pueden continuar impunes.
