CXIII
Luego de una larga —y helada— ducha, sentado al borde de su cama, Henry se siente al menos un poco más capaz de ordenar sus ideas.
Específicamente, las ideas concernientes a ese sueño.
Para empezar, puede analizar la situación real de donde partió: el atrevimiento de Angela. Mientras que Henry no es, lógicamente, ignorante respecto de lo que supone la atracción humana —y, por lo tanto, comprende que los repulsivos pensamientos y deseos de la muchacha son normales—, no puede decir que la haya experimentado jamás. Consecuentemente, sus acciones no le fueron más que ofensivas en tanto se tradujesen en una falta de respeto a su espacio personal. Pero ¿sentir algo? ¿Causarle algún tipo de reacción? Le hubiera parecido igual de ofensivo que lo abrazara o tomase su mano.
El «beso» —un nombre generoso para un gesto no correspondido y para nada deseado—, por lo tanto, no hubo significado nada; una leve presión en los labios que perfectamente pudo haber sido un roce cualquiera.
No, Henry está por encima de esos gestos carnales, y por ese motivo no significó nada ni causó nada en él.
Pero ese no fue el caso con Eleven.
Suspira y apoya los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas presionadas contra su boca.
Podría argumentar que no puede medir el sueño en los mismos términos que la realidad: por un lado, lo físico del acto no será nunca igual a las expectativas creadas por la mente. Entonces, es lógico, supone, que en este caso sí haya sentido algo.
Sí. Es lógico que así haya sido.
Y, aunque la cuestión pareciera sorteada siguiendo ese hilo de pensamiento…
¿Por qué, en primer lugar, soñé con eso?
Si hubiese sido un sueño con Angela, podría haberlo achacado a una simple repetición de hechos; sin embargo, su subconsciente eligió tomar un incidente real y transformarlo en algo diferente, en algo…
¿Algo… que deseaba?
Henry suelta una risa nerviosa. ¿Desearlo? ¿Desear a Eleven? ¡Si es una niña! Su igual, sí, pero aún demasiado joven, aún demasiado ingenua…
Y, de vuelta, crítico como es y dispuesto a hacer las veces de abogado del diablo, Henry no puede dejar de notar que ha elegido imponer una traba aparentemente moral a una cuestión que debería haber zanjado de entrada alegando su desinterés por cuestiones tan triviales como el amor o la atracción.
Finalmente, decide que no puede culpar a su conciencia por desvaríos que su mente ha elegido perseguir cuando inconsciente.
Sí.
Esa es la respuesta apropiada.
Con algo de tiempo, este sueño y demás nociones ridículas quedarán olvidadas.
Con algo de tiempo…
Golpes de nudillos contra la puerta lo sacan de su ensimismamiento.
—¿Bajas a almorzar? Te estoy esperando…
Traga saliva. No puede hacerla esperar.
—Voy, Eleven.
Terminado el almuerzo, Eleven se ofrece a lavar los platos. Henry responde con apenas un asentimiento. Aunque al principio teme que le cuestione su silencio, nota que ella, también, parece tener bastante en su mente. Si bien le gustaría indagar al respecto —como es su costumbre—, decide que es mejor tomarse las cosas con calma ahora mismo.
—¿Henry? —lo llama de pronto Eleven—. ¿Te molestaría si voy a lo de Mike?
—¿No lo vas a ver mañana en el colegio? —Esboza un rictus ante lo crudas que han sonado sus palabras—. Perdón, no quise…
—No, no, tienes razón. —Eleven le ofrece una sonrisa cansada—. Pero hay algo que deseo conversar con él, y me… Me gustaría hacerlo hoy.
Cómo desprecia a Mike Wheeler. Empero, tan solo asiente y le lanza una mirada al teléfono.
—Llámalo; si está en casa, puedo acercarte.
—¿No es problema? No quiero molestarte un domingo…
—Para nada, para nada.
Una llamada más tarde, Eleven le avisa que apenas se dé una ducha rápida ya podrán partir.
Henry mantiene la sonrisa en su rostro el tiempo exacto que ella tarda en girarse. Luego, se desploma sobre el sofá.
Cómo odia a Mike Wheeler.
