CXXII
Henry refuerza las defensas de lo que considera su dominio todo lo posible: lo dispone todo de manera que no quede rincón sin patrullar por las criaturas que le pertenecen y permanece atento a cualquier anomalía.
Existe, claro está, un factor determinante: ¿quién romperá esa falsa tregua primero? Idealmente, es preferible que fortifique sus defensas y espere que el otro Henry venga a él, trayendo la batalla a su terreno, pues si el otro Henry lo ataca en su propio territorio, llevará las de ganar.
Esto, sin embargo, no es una apuesta sin riesgos.
Pero… ¿y si absorbe a la Eleven de su universo primero?
Henry apoya los codos sobre su escritorio y sostiene su cabeza entre sus manos.
Quiere creer que él es más fuerte en cuanto a dominio puramente psíquico: ha entrenado con Eleven, y se han ayudado a crecer el uno al otro. Incluso, llegado el caso, sabe que Eleven estaría de su lado.
Lo estaría…, ¿no es así?
Después de todo, el otro Henry no es él, no realmente.
Y, aun así, puede seguir el hilo de sus pensamientos de manera tan natural como si él mismo lo hubiese pensado:
Técnicamente, la salida más fácil sería…
Podría derrotar al otro Henry si se adelantase y consumiese a Eleven —su Eleven, la que tiene cerca, la que está sentada en la sala ahora mismo, acariciando a un gato dormido—, si la volviese parte de sí. Si no dudase y la tomase desprevenida, si la devorase antes de que ella pudiese siquiera considerar la posibilidad de una traición.
Un escalofrío recorre su cuerpo ante el aciago pensamiento.
«Si tuviese que elegir entre tú y yo, ¿sabes qué haría yo?».
Recuerda esas palabras pronunciadas en otro contexto, uno que parece eternidades atrás.
Y, aun así, ya en ese entonces había mentido.
Ya en ese entonces le había dicho que siempre se elegiría a sí mismo.
Pero aquí está, una verdadera amenaza justo al otro lado de la puerta, la promesa de una muerte a causa de la ambición de otro —que, empero, conoce como la palma de su mano—, y ni siquiera ahora es capaz de entretener la idea más que unos segundos.
No puedo.
Llaman a la puerta, entonces.
Y como sabe que Eleven está relajada y tiene a Poe en su regazo —y no desea incomodarla ni siquiera con esto, maldición, ¿cómo podría siquiera levantar una mano en su contra?— le avisa alzando ligeramente la voz:
—Voy yo.
Henry nota que la mujer frente a ella luce… extraña, pasando su peso de un pie al otro, una sonrisa enorme plasmada en su rostro.
—¿Joyce? —inquiere cortésmente—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Uhm, hola, Henry. —Hace ya un tiempo que ella lo llama por su primer nombre, aunque Henry no recuerda haberle dado permiso para ello. Oh, bueno—. No, solo… Solo estoy… Ehm, quisiera… hacerles una invitación a ti y a Jane. —Su expresión debe delatar su confusión, pues Joyce husmea en su raída cartera de cuero y retira de ella un sobre—. Sé que… esto puede ser una sorpresa, pero… —Hace una mueca similar a una sonrisa que resalta sus hoyuelos, un sonrojo tiñendo sus mejillas—. Pero hay ciertos momentos en que no podemos dudar, ¿verdad?
—No, supongo que no —responde Henry, más por decir algo que por estar realmente de acuerdo—. ¿Puedo…? —Con un gesto de su cabeza señala el sobre que tiene ahora entre sus manos.
—¡Oh! Sí, sí, por favor, adelante.
Lo abre y se encuentra con una tarjeta blanca que contiene un ramo de rosas rojas dibujadas con acuarelas. Se nota que es artesanal, y su mente acude al instante al hijo menor de Joyce.
Y debajo de las flores…
¡NOS CASAMOS!
Los esperamos a todos en la residencia de Joyce para celebrar nuestro amor.
(Favor traer bebidas)
Joyce & Jim
Henry parpadea una, dos veces. La fecha de la celebración está marcada para dentro de dos semanas.
—¿«Jim»? —repite, levantando la vista justo a tiempo para ver a Joyce rascándose la cabeza en un gesto que expresa evidente nerviosismo, sus labios apretados en una fina línea—. ¿«Jim» como en…?
—Hopper, sí —se le adelanta ella—. Uhm, hemos estado saliendo hace un tiempo, pero, bueno, después de lo de Bob… Ya sabes, no quería que Jonathan y Will (especialmente Will) tuviesen que pagar los platos rotos si no funcionaba y…
—Y ahora se casan —murmura Henry.
—Sí. —Joyce inspira profundo y le ofrece una sonrisa a Henry al decir—: Es difícil de explicar, pero… Pero él es la primera persona a la que llamo cuando necesito ayuda. Él… Él me hace sentir segura. Y, sin darme cuenta…, él es en lo primero que pienso cuando oigo la palabra «hogar».
Eleven.
Su rostro se dibuja en su mente tan fácil como si la tuviese frente a sí, su sonrisa tímida curvando sus labios.
Henry traga saliva y —en lugar de señalarle a Joyce el evidente hecho de que no tiene por qué justificarse con él— responde:
—Lo entiendo, Joyce. Perfectamente. Y me alegro por ti. —Se sorprende a sí mismo al darse cuenta de que sus últimas palabras no son fabricadas.
La sonrisa de Joyce se ensancha, pues obviamente la hace feliz que alguien comprenda su felicidad; Henry, por su parte, se pregunta cuánta gente habrá reaccionado desacertadamente a la noticia pese a los obvios esfuerzos de la mujer por ser una madre responsable.
…
Y entonces se le ocurre, gracias a las palabras de Joyce…
«Ya sabes, no quería que Jonathan y Will (especialmente Will) tuviesen que pagar los platos rotos si no funcionaba y…».
—Joyce, ¿puedo invitarte un café? Hay algo… de lo que quisiera conversar contigo.
—Uhm… —La mujer baja la vista a su cartera—. Aún tengo varias invitaciones que entregar y…
Henry nota entonces que no ha venido en auto: Jonathan debe estar utilizándolo, y Hopper de seguro sigue en la estación de Policía.
—Puedo ayudarte a repartir las invitaciones —insiste él—. Estoy libre el resto del día, y no me molesta llevarte. ¿Por favor?
Joyce debe notar la urgencia en su rostro, pues termina asintiendo a la par que esboza una sonrisa comprensiva:
—Está bien, Henry. Y muchas gracias por la ayuda.
