CXXIX

Con la excusa de estar cansada, Eleven se encierra en su cuarto el resto del día. En su diario, escribe tan solo una línea antes de acostarse a dormir:

Me han contado algo sobre Henry. ¿Qué hago?


Hubiese sido ideal que, al despertar, el problema se hubiese esfumado. Que Angela hubiese decidido mudarse de colegio por un traslado de su padre, tal y como afirma la versión oficial, antes que lo que sea que fuese la verdad.

La verdad que tiene clavadas las garras en su pecho, reacia a dejarla respirar en paz.

Pero no puede ser.

Así que, aprovechando que es sábado, se da una larga ducha caliente antes de vestirse y bajar a desayunar.

El que Henry haya salido a correr su costumbre de todas las mañanases un respiro temporal.


Se sienta sobre el pasto del patio y observa el cielo durante un largo rato. Sus manos arrancan brinzas de hierba de manera ausente.

No sabe cuánto tiempo ha transcurrido cuando oye las pisadas sordas detrás de sí.

Pensé que seguías dormida comenta Henry a la par que se deja caer a su lado. El aroma de su champú (un olor floral que es casi tan agradable como su esencia natural) inunda sus fosas nasales. ¿Qué haces aquí tan temprano?

Qué buena pregunta, en verdad.

Estaba… pensando.

¿En qué? inquiere, apoyando los antebrazos sobre las rodillas; Eleven es consciente de que la está mirando. Si puedo preguntar

Inspira hondo.

En… ti.

¿En mí?

Aprieta la mandíbula y voltea a mirarlo. No hay recelo alguno en su mirada, tan solo curiosidad.

Así, con su cabello rubio aún mojado y sus ojos azules reflejando la claridad de la mañana, es, seguramente, aquello que evocaron los grandes artistas del pasado al imaginar cómo se vería un ángel.

Sí. En ti repite. En ti, y en lo que sea que le hayas hecho a Angela.


Objetivamente hablando, Henry sabe que, desde el inicio, hubo existido una muy real posibilidad de que Eleven fuese a enterarse de sus actos.

Eso no saca que odie que lo haya hecho.

No la maté, si es eso a lo que te refieres responde él con franqueza.

Eleven cierra los ojos con fuerza y esboza un rictus.

Henry, ¿qué hiciste?

Si fuese a guiarse por su instinto, este se halla clamando por información. Sí, es eso lo que necesita: información sobre cómo Eleven ha descubierto esto y qué tanto sabe al respecto de modo de jugar sus cartas apropiadamente.

Sin embargo, no desea arriesgarse con ella: no desea urdir una mentira que termine empeorándolo todo.

Así que prologa sus palabras con lo siguiente:

Lo hice por ti.

Espera a que ella vuelva a juntar fuerzas suficientes para mirarlo.

Y se lo cuenta todo.


Eleven escucha en silencio su historia: sobre cómo Angela se mostró interesada en él, sobre cómo lo invitó a salir.

Entonces…, ¿estaban saliendo?

La expresión de disgusto que desfigura el rostro de Henry sería risible si no estuviese oyendo su recuento de cómo manipuló y aterrorizó a una joven de su edad. Angela, sí, una persona horrible, por supuesto, pero de todas maneras…

¿Me crees capaz de hacerte algo así? inquiere Henry—. ¿En verdad, Eleven? Sin mencionar que es una niña, sin mencionar mi nulo interés en sentimentalismos… ¿Crees, de veras, que te traicionaría así?

No. Por supuesto que no. Ya lo sabía, ¿verdad? Que Henry no la traicionaría. Pero…

No pasó nada entre ustedes, entonces declara, y desearía que sonase como tal antes que una pregunta.

Henry aprieta los labios.

Ella me besó admite, y eso no es tan grave (apenas una punzada en su pecho, algo manejable), hasta que escucha lo siguiente—: Iba a matarla esa noche, pero finalmente llegué a la conclusión de que no querrías eso.

Eleven siente que el mundo se ha salido de su eje, que las verdades fundamentales de la realidad han sido alteradas irrevocablemente.

¿Ibas a… matarla?

Se estaba comportando como algo similar a una mosca zumbando alrededor de una araña explica él, como si eso lo clarificara todo. Me dio la oportunidad perfecta. Pero elegí no hacerlo…, por ti.

Eleven sacude la cabeza.

No, no digas… que fue por mí.

Pero lo fue replica Henry sin un ápice de piedad en su voz. Ya sabes cómo yo…

¡Como lidias con perros rabiosos, lo sé! masculla ella entre dientes, sus puños crispados.

Henry luce más cauto.

Odiaría que esto se tornase un problema entre nosotros murmura con tono circunspecto—. ¿Lo será?

Eleven se lleva las manos a la cabeza y las hunde entre sus mechones castaños.

Henry…, ¿acaso no oyes… lo que estás diciendo? ¿Que ibas a matarla, pero no lo hiciste porque pensaste en mí? Sin mencionar que siempre me has advertido sobre los peligros de exponernos…

Hay casos y casos le retruca él, encogiéndose de hombros—. Habría entendido si hubieses hecho justicia por mano propia.

Angela me hizo sentir muy mal concede ella. Pero mi vida nunca estuvo en peligro. No se merecía…

Henry deja escapar un resoplido, frustrado.

Desde mi punto de vista, he sido más que racional: he encontrado una solución a un problema que te aquejaba, y no he derramado sangre en el proceso… Eleven. Eleven, siéntate.

Pero estoy sentada, es lo que desea decirle: sin embargo, él tiene razón; se ha puesto de pie y lo mira entonces desde arriba, él con una mano apoyada en el césped, listo para levantarse y seguirla.

Porque sabe que no la dejará ir, no cuando la sabe tan… molesta.

Pensé… Pensé que estabas de mi lado. Cada palabra le cuesta, pero debe dejarlas ir, sacárselas de encima, enviarlas lejos, donde no puedan cargarla más, donde no puedan envenenarla más.

Henry se para con la gracia de un depredador que ha identificado una presa: con cautela, para no asustarla.

Con rapidez, para no dejarla escapar.

Debo confesar que fallo en comprender a qué te refieres: ¿que no estoy de tu lado? repite él con calma—. ¿Después de haber esto por ti? ¿Después de haber evitado un resultado que habrías reprobado?

¡DEJA DE DECIR QUE LO HICISTE POR MÍ!

El silencio se anuda a los cuellos de ambos como una soga.

Como el silencio antes de una ejecución, posiblemente.

Y entonces, la tormenta.

¿Cómo te atreves a…? empieza a decir él.

Empero, ella se cubre el rostro con una mano mientras levanta la otra como un inservible escudo contra él. Henry, de todas maneras, lo respeta y se detiene, aunque ella puede intuir la rabia que hierve a unos pasos de sí.

Yo… comprendo que tienes razón se fuerza a decir—. Lo entiendo.

—Entonces debes entender que…

Pero lo interrumpe ¿por qué no me lo dijiste?

La voz de Henry no flaquea al responder con desprecio:

Porque la habrías defendido. Pese a todo, la habrías defendido. Habrías buscado alguna excusa, me habrías suplicado que la perdonase…

»Y, no obstante, los términos de mi perdón son innegociables cuando la ofensa cometida te involucra a ti.

Eleven traga una gran bocanada de aire para luego exhalarla sonoramente.

Sí. Es cierto. Henry, esta vez, permanece en silencio, sin duda notando su frágil estado de ánimo. Tienes razón también en eso, por supuesto.

»Pero debo preguntar… ¿Hay algo más, Henry?

Como él no responde, aparta la mano de su rostro y baja la mano extendida entre ambos, atreviéndose al fin a clavar la vista en él, aunando fuerzas para ignorar el ardor entre sus sienes y tragarse las lágrimas.

¿Algo más? repite él, juntando las cejas.

Ella asiente y se aclara la garganta antes de agregar:

Algo más que me estés ocultando. Porque no creo… No creo que pueda lidiar con otro secreto.

Henry deja escapar una risa a medio camino de ser un bufido.

¿Otro secreto, Eleven? ¿Hablas en serio?

Ella frunce el ceño.

¿Qué? Es como me siento, no puedo evitar…

Me parecen palabras muy altaneras viniendo de alguien que me está ocultando cosas aun ahora.

Eleven siente que el corazón se le cae a los pies al oír eso. ¿Acaso lo sabe? ¿Acaso ha leído su mente? No, él le ha prometido y, además, ella lo habría notado… Sí, porque aún ahora cree en él, él no habría… Pero ¿tal vez es obvio?

¿Tal vez sus sentimientos han sido demasiado evidentes?

No sabe qué podría decir para arreglar esto, mas sabe que lo peor que puede hacer es callar.

Henry, yo… ¡Ouch!

Como un grillete, una de las manos de Henry se cierra en torno a su muñeca.

Pero está bien, Eleven sisea él. No más secretos entre los dos, ¿verdad?


No dice nada: aunque sienta su muñeca siendo aplastada entre sus dedos, no emite quejido alguno.

No dice nada mientras él tira de ella hacia la casa, hacia las escaleras, hacia el ático.

Cuando Henry la libera para dirigirse hacia la cortina que ha colgado hace ya un buen tiempo en una de las paredes, ella tan solo se masajea la zona enrojecida en silencio.

No más secretos repite Henry con una sonrisa maníaca, una sonrisa que es y no es él.


Eleven no es creyente. No ha sido indoctrinada en ninguna fe ocupada como estaba de pequeña en rezarle a un dios de carne y hueso que no hacía más que jugar con ella y sus hermanos, y no cree que su corazón tenga las fuerzas para creer en nada más que en el dolor y la felicidad que ha experimentado a lo largo de sus quince años.

No, molestarse en pensar en seres tan abstractos como Dios y el diablo no es para ella, enfocada como ha estado siempre de alcanzar una semblanza de normalidad lo suficientemente estable como para vivir feliz.

Y, aun así, ni siquiera ella puede permanecer impasible ante el paisaje que se extiende frente a sí como una pintura dantesca.

Esto… debe ser el infierno.