CXXXIV
Hopper estaciona al costado del edificio, lejos de la entrada principal. Un cartel blanco anuncia lo que los espera tras las rejas: «LABORATORIO NATIONAL DE HAWKINS. DEPARTAMENTO DE ENERGÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS». Y debajo, un letrero amarillo agrega: «ÁREA RESTRINGIDA: NO ENTRAR SIN PERMISO. PROPIEDAD DEL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS».
—Lo siento, niña, pero toda esta historia me parece un montón de mierda —sentencia Hopper a la par que baja del auto.
—¡No le digas…!
—¿Es que tú le crees, Joyce?
Eleven no presta mayor atención a la expresión de Joyce: solo examina el alambrado frente a ellos.
—Ustedes dos quédense en el auto —ordena Hopper a la par que empieza a rebuscar en la baulera, porque aparentemente el hecho de que no se crea su historia no le impedirá ayudarla.
—Yo no voy a quedarme en al auto y no voy a dejar a Jane sola —rechaza Joyce con tono tajante.
—Ugh, mujer, ni siquiera tienes un arma —le señala Hopper, acercándose a la reja con unas tenazas. En silencio, Eleven decide que es mejor dejar que las use: cuanta más energía pueda conservar, mejor—. Sería prudente que…
—Tengo esto —replica Joyce a la par que enarbola un hacha que acaba de sacar de la baulera.
Hopper parece decidido a discutirle, mas la urgencia debe reflejarse en su rostro, pues termina dándoles la espalda y acercando las tenazas al alambrado.
Si tenía alguna duda de que Papá y su equipo hubiesen retornado a su antiguo sitio de trabajo, esta termina por desvanecerse apenas divisa la luz roja que parpadea en lo alto de la azotea del edificio.
Lo trajeron aquí.
Una vez dentro del perímetro, Eleven echa a correr. Hopper y Joyce le pisan los talones susurrando frenéticamente, suplicándole que se detenga o algo por el estilo.
Ella los ignora.
Se detiene recién cuando unas puertas de vidrio le cierran el paso.
—Se abre con una llave especial —musita Hopper, cabeceando en dirección al mecanismo de color oscuro que la sella.
—Mi momento de brillar —replica Joyce, destrozando el mecanismo con uno, dos certeros hachazos.
Eleven ignora la mirada atónita de Hopper: tan solo se escabulle detrás de la puerta y recorre con paso firme y decidido el largo pasillo repleto de paneles de madera. No se orienta demasiado bien, pero sí lo suficiente: durante sus entrenamientos con Henry, ha recorrido estos pasillos en numerosas ocasiones, si bien en recuerdos fragmentados.
Hopper y Joyce parecen haber notado su nula hesitación, razón por la que tan solo la siguen en silencio.
Al final del pasillo dobla a la derecha.
Baldosas blancas.
Una doble puerta de madera la espera. En la pared contigua, un dispositivo negro con una luz roja indica que para atravesarla también se necesita de una llave especial.
—¡Permiso…!
Aun tras la intervención de Joyce —y su hacha—, Hopper no tiene éxito al intentar forzar la puerta. Ambos adultos intercambian miradas tensas.
Eleven no tiene tiempo para contemplar las posibilidades de lo que pudo haber salido mal.
Tan solo levanta la mano y la puerta sale volando para atrás, golpeando a un guardia desprevenido.
De soslayo advierte las expresiones atónitas de los adultos que la acompañan.
Pero no tiene tiempo, no, no lo tiene, cada segundo que pasa es una eternidad, y…
No lo hagas. Es una trampa.
Prisionero en una de las celdas que ha custodiado por años, Henry, tendido sobre la cama tras una «sesión correctiva» con Brenner, repite una y otra vez las palabras en su cabeza, como si de una transmisión pregrabada se tratase. No está seguro de estarlas proyectando demasiado lejos —aunque más desarrolladas que años atrás, sus habilidades telequinéticas han sido completamente anuladas por la soteria; ¿quién le asegura que las telepáticas no vayan a sufrir el mismo destino?—, mas deberían ser capaces de advertir a Eleven si se encontrase cerca.
Espera, desde lo más profundo de su ser, que este no sea el caso: que no se encuentre cerca.
Que su mensaje jamás la alcance.
Brenner ha sido honesto con él: no es más que un medio para un fin, el anzuelo para la verdadera presa.
«Eleven es más poderosa que tú, y más fácil de controlar. Esto es, en parte, gracias a ti: efectivamente, solo un psíquico es capaz de potenciar las habilidades de un psíquico de esta manera. Verdaderamente digno de elogio, Henry: sin saberlo, has creado las mejores condiciones posibles para el éxito de este experimento mío».
Sí, los ha estado observando desde hace meses, en especial a ella.
Aun así, en medio de las torturas, en medio de los golpes y las vejaciones, Henry ha escupido a los pies de Brenner y le hubo asegurado: «No eres más que un hombre mediocre, Brenner. Un hombrecillo mediocre y olvidable».
«Y, aun así, aquí estás, a mis pies», había replicado él. «De todas maneras, ¿te gustaría participar de un experimento? O tal vez, en términos menos rígidos, de una apuesta».
Una apuesta. Si Brenner está en lo correcto, Eleven atravesará las puertas del laboratorio antes de que haya transcurrido un día entero. Esto pese a que el hombre ha jurado no haber dejado ningún indicio que apuntase hacia él.
«Si Eleven es realmente la "niña inútil" que te empeñas en afirmar que es y no viene a buscarte en ese tiempo, me conformaré con haber recuperado tan solo uno de mis sujetos de prueba. El primero de todos, sí, y atestado de defectos, pero útil de todas maneras».
Según lo que intuye, Brenner no sabe sobre el otro Henry: no sabe que la lógica de Eleven la llevará a atribuirle el crimen de su desaparición a otra versión suya antes que a su antiguo captor.
Y alcancé a cerrar el portal…
No ignora que Eleven es más que capaz de abrir el portal con el debido tiempo, mas al menos no se lanzará de lleno a la otra dimensión. En síntesis, no tiene por qué venir a buscarlo. Y Henry está seguro de que puede encontrar la manera de escapar una segunda vez —o eso se repite a sí mismo incansablemente—.
Pero si viniese…
Eleven es la única persona como él. Igual a él. Y aunque años atrás habría reído ante esta posibilidad, ahora tiene la certeza de que no es capaz de abandonarla.
De que no es capaz de dejarla caer en una trampa que pueda significar su muerte o, peor aún, la pérdida de su libertad.
…
No obstante, una hora antes de que se cumpla el día pactado, quizá porque de esto se ha tratado la dinámica entre ambos desde el primer día, las puertas de su celda se abren de par en par con un sonoro estrépito.
Frente a él hay tres personas, y Henry apenas registra a los dos adultos que lo observan estupefactos.
No: lo que se queda con él del cuadro que se le dibuja allí es la muchacha con el cabello despeinado, la nariz enrojecida por el copioso llanto y las profusas ojeras tras una noche de sueños malogrados.
—Henry. —Su sonrisa de alivio es como un bálsamo que calma todas sus heridas, que perdona todas las afrentas. Sus pasos firmes y seguros le recuerdan a lo flexible e imparable de la gota de agua que horada la roca—. Te encontré.
…
Nunca una derrota le ha sabido tan dulce.
