Parte 1 – Capitulo 2: El despertar en un nuevo mundo
"¡Señor Lumiel!"
El eco de la voz se hacía más claro, Alex podía escuchar el llamado, primero como un susurro apenas perceptible y luego algo más claro, más insistente.
"¡Señor Lumiel, por favor despierta!"
La niebla en su mente comenzó a disiparse mientras la voz se hacía más fuerte, más tangible. Poco a poco, Alex abrió los ojos, parpadeando varias veces hasta que su visión se enfocó. Lo primero que vio fue un par de ojos rojos, intensos y llenos de lágrimas, que lo miraban con una mezcla de alegría y desesperación.
Una figura pequeña de cabello plateado estaba frente a él, y la expresión de su rostro lo golpeó con una extraña sensación de familiaridad.
—Rin…? —susurró sin pensarlo. Las palabras salieron solas, reflejo de su confusión.
La figura sollozó al escuchar su voz, llevándose las manos a la boca mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Pero entonces Alex notó los pequeños cuernos que adornaban su cabeza, la cola que se agitaba frenéticamente detrás de ella, y finalmente entendió.
—Elizabeth… —murmuró, mientras la realización lo golpeaba como un rayo.
No era su amiga Rin, sino Elizabeth, el NPC que había diseñado junto a ella. Pero… eso no era posible. ¿Cómo podía estar aquí? Elizabeth siempre permanecía en el Salón Dorado, sin capacidad para abandonar esa ubicación. ¿Cómo podía moverse? Y, peor aún, ¿Cómo podía estar llorando?
Elizabeth sollozaba, se movía y mostraba emociones genuinas. Nada de eso debería ser posible. Los NPC en Yggdrasil estaban limitados por sus programaciones; no podían actuar con tal grado de libertad, y mucho menos mostrar emociones reales.
La alarma comenzó a invadir su mente.
—¿Dónde estoy? —preguntó en voz baja, mientras miraba frenéticamente a su alrededor, Se sentó, notando que había estado acostado sobre hierba. Pero esto no era un simple campo dentro de uno de los nueve mundos.
La hierba alta se mecía con el viento, y ese viento era frío, acariciaba su armadura rota y rozaba su piel. Había un aroma fresco, a tierra y pasto, y los sonidos del ambiente lo envolvían: el susurro del viento, los insectos ocultos en la vegetación, el lejano rumor del agua. Arriba, un cielo nocturno se extendía en toda su majestuosidad, cubierto por un manto de estrellas que parecía interminable.
'Esto no puede ser… Yggdrasil no tenía esa clase de detalle.'
Miró sus manos, cubiertas por un guantelete que mostraba marcas de desgaste. Su armadura estaba dañada, como si hubiera pasado por una feroz batalla. Era el mismo equipo que llevaba antes de que los servidores cerraran y antes de su… muerte? ¿Pero eso significaba que estaba en Yggdrasil? ¿Habían retrasado el cierre sin avisar? ¿Cómo había llegado hasta aquí?
Antes de que pudiera formular más preguntas, algo chocó contra él, haciéndolo tambalear por la sorpresa. Era Elizabeth.
—¡Señor Lumiel!... Pensé… pensé que había… —Su voz se ahogaba en sollozos mientras lo abrazaba con fuerza, aferrándose a su brazo con una desesperación palpable.
Alex permaneció congelado. La escena ante él desafiaba toda lógica que conocía. Elizabeth, una creación suya, ahora estaba llorando, hablando y actuando por su cuenta. Eso no era posible en el juego, y comenzaba a dudar incluso de sus propias capacidades para imaginar algo así si esto solo fuera un sueño.
De repente, un impulso desconocido lo invadió, una necesidad inexplicable de consolarla al ver su indefenso estado. Pero ¿cómo y por qué de este sentimiento?
'¿Qué se supone que haga?'
Nunca había lidiado con una situación así. Su vida había girado en torno al trabajo en la editorial y a Yggdrasil, dejando poco espacio para desarrollar habilidades sociales fuera del juego, y mucho menos para interactuar con alguien que actuaba como… un niño. En sus novelas, sus personajes siempre sabían qué hacer en momentos como este, pero él no era un héroe de fantasía. Solo era un escritor… ¿no?
Dejando de lado sus dudas, decidió probar algo que había escrito innumerables veces. Con movimientos lentos y torpes, se agachó hasta estar a la altura de Elizabeth y, con cuidado de no dañarla con su armadura, la envolvió en un abrazo.
—Tranquila… todo ésta bien. Estoy aquí… —murmuró con una voz suave pero insegura.
Elizabeth tembló en sus brazos, su pequeño cuerpo sacudido por los sollozos.
—Señor Lumiel… pensé que había muerto… pensé que me había dejado sola… —murmuró entre lágrimas. Luego, levantó la vista hacía él, sus ojos rojos hinchados, y susurró algo más. —Pensé que la diosa… mentía.
Alex frunció el ceño ante esas palabras. '¿Diosa?' Era algo que tendría que analizar más tarde, pero por ahora, su prioridad era calmarla.
—Estoy aquí, Elizabeth. No iré a ningún lado. —Dijo con más firmeza en su voz.
En ese momento, Alex notó algo que lo desconcertó profundamente. La voz que había salido de su boca no era la suya. No era la voz con la que había hablado toda su vida ni la que utilizaba en el juego. Era una voz completamente desconocida: clara, cálida y con una resonancia atractiva, casi como si estuviera diseñada para inspirar confianza y calma.
Se quedó en silencio por un instante, procesando lo que acababa de escuchar.
'No es mi voz… ni siquiera se parece a mi voz actuada que utilizaba en el juego'
Era otro misterio más en una lista que no dejaba de crecer. Con un esfuerzo consciente, se obligó a dejar el tema para más adelante. Había muchas cosas que no entendía y más preguntas de las que podía responder en ese momento.
Poco a poco, los sollozos de Elizabeth comenzaron a calmarse, aunque seguía aferrada a él con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Alex respiró profundamente, sintiendo el aire fresco llenar sus pulmones.
'Otra cosa imposible dentro de Yggdrasil…' pensó, mientras se enfocaba en la pequeña figura que seguía temblando entre sus brazos.
Estuvieron así durante unos segundos, con Alex acariciando con cuidado la cabeza de Elizabeth, su mano enguantada rozando suavemente su suabe cabello plateado, sin saber cuándo o cómo separarse. El silencio entre ambos solo era roto por los suaves sollozos de la pequeña figura.
Finalmente, fue Elizabeth quien, con movimientos lentos, se apartó ligeramente, limpiándose las lágrimas con sus guantes negros mientras intentaba recomponerse. Su cola, que no había dejado de moverse nerviosamente de un lado a otro, seguía siendo un reflejo de su estado emocional.
—Mis disculpas, Señor Lumiel… —murmuró, con la mirada baja, su voz temblando de vergüenza. —Mostrarme de esta forma tan… inapropiada y… ensuciar su capa y armadura con mis lágrimas…
—No necesitas disculparte por eso —respondió Alex, deteniéndola con un tono suave pero firme.
Aún era dificil procesar lo que estaba viendo. La figura frente a él era su NPC, pero mostraba una espontaneidad y una libertad que desafiaban cualquier lógica conocida de Yggdrasil. Más allá de la extrañeza de la situación, algo en su interior le decía que tenía que ser paciente, que debía priorizar calmarla antes de resolver el caos de preguntas que tenía acumuladas.
—Además, creo que mi armadura tiene problemas más grandes que un par de lágrimas inocentes —añadió, intentando aliviar la tensión con un ligero toque de humor, mientras señalaba las grietas y desgarraduras de su armadura.
Elizabeth levantó la mirada hacía él, sorprendida por sus palabras. Aunque su expresión aún mostraba trazos de tristeza, una ligera sonrisa asomó en sus labios.
'Un progreso' pensó Alex con alivio. Pero ahora tenía que aprovechar el momento. Había algo que necesitaba entender.
—Elizabeth… —comenzó, inclinándose ligeramente hacia ella para hablarle con más cercanía. —¿Cómo llegaste aquí? Lo último que recuerdo es… —Se detuvo, incapaz de describir con exactitud lo que había vivido antes de despertar. Sacudió la cabeza y reformuló la pregunta. —¿Cómo saliste del Salón Dorado?
La expresión de Elizabeth cambió. Sus ojos rojos se llenaron de consternación mientras sus manos se aferraban con nerviosismo a las telas de su vestido.
—No lo sé exactamente, Señor Lumiel… —dijo, tras unos segundos de vacilación. Su tono estaba cargado de tristeza. —Solo recuerdo que Asgard estaba por ser consumido… todo estaba desapareciendo. Entonces, antes de que el Salón Dorado se desvaneciera, la Diosa me habló… y después simplemente aparecí aquí.
'Otra vez la Diosa…'
Alex la miró fijamente mientras procesaba esas palabras.
—Dijiste que la diosa te habló. ¿De qué diosa estás hablando? —preguntó con cautela, aunque intentaba que su tono no sonara demasiado incrédulo.
Elizabeth lo miró con cierta confusión, como si la respuesta fuera algo tan obvio que no entendía la necesidad de la pregunta.
—La diosa Ariane, por supuesto, Señor Lumiel. La única diosa a la que ambos servimos.
Alex sintió un leve estremecimiento al escuchar ese nombre. No era un simple escalofrío, sino algo más profundo, algo que resonó en lo más íntimo de su ser. Era un sentimiento que no podía describir, pero que le resultaba extrañamente natural, como si su alma misma reconociera algo que su mente aún no podía comprender.
Intentó apartar esa sensación, enfocándose en Elizabeth y sus palabras. La mención de la Diosa Ariane no podía ser algo casual. Si lo que decía era cierto, esto era algo mucho más complejo de lo que había imaginado.
'Esto no es solo un sueño… no puede serlo ¿Tal vez sea Yggdrasil 2…?' pensó Alex, mientras su mente se llenaba de preguntas sin respuesta.
Alex permaneció en silencio por unos momentos, observando a Elizabeth con atención. Todavía había muchas cosas que no lograba comprender, pero había algo que necesitaba saber con urgencia.
—Elizabeth… —dijo, tratando de mantener la calma. —Dijiste que la Diosa Ariane te habló antes de que aparecieras aquí. ¿Qué fue lo que te dijo exactamente? ¿Sabes dónde estamos?
Elizabeth inclinó ligeramente la cabeza, con el ceño fruncido mientras intentaba recordar.
—Mis disculpas, Señor Lumiel —respondió después de unos segundos. —Apenas puedo recordar lo que ocurrió. Fue como si estuviera en un trance… Lo único que sé es que la Diosa dijo que me reuniría con usted… pero no entiendo cómo.
Alex notó la frustración en su tono, como si estuviera luchando por armar un rompecabezas incompleto. Él se sentía igual…
—Y sobre donde estamos… —continuó Elizabeth, bajando la mirada con visible pesar. —Tampoco lo sé. Solo recuerdo que estaba en el Salón Dorado cuando todo comenzó a desaparecer… luego, de alguna manera, aparecí aquí junto a usted.
Hizo una pausa, sus ojos rojos brillando levemente bajo la luz de la luna mientras seguía hablando.
—Lo único que recuerdo claramente es que, cuando desperté, lo vi a usted. Al principio, era solo una pequeña llama… tenue, casi apagada, pero sabía que era usted. Pensé que… pensé que había muerto… —su voz se quebró ligeramente antes de que se apresurara a recomponerse. —Pero luego la llama comenzó a crecer, y poco a poco recuperó su forma.
Las palabras de Elizabeth hicieron eco en la mente de Alex. Esa descripción… era extrañamente familiar. Había algo en lo que había algo en lo que había dicho que encajaba con un fragmento de conocimiento que no había considerado hasta ahora.
'Es como… la habilidad de resurrección del Anillo de Tiferet'
El pensamiento lo golpeó con fuerza. Podía recordar con claridad cómo funcionaba esa habilidad: al morir, el usuario tomaba la forma etérea de una llama y podría elegir si ser resucitado en el lugar de su muerte, o no, a su estado original sin penalizaciones de nivel ni pérdidas de objetos. Pero ¿podría ser realmente eso…?
'¿¡Todavía tengo el anillo!?
La idea lo llenó de urgencia. Levantó su mano derecha, observando el brillante aro dorado formado por cuatro alas entrelazadas que aún estaba en su lugar junto con otros cuatro anillos. Dejó escapar un suspiro aliviado. 'Al menos ahora Rin no me matará…' pensó con algo de humor sombrío.
Sin embargo, necesitaba confirmar su funcionamiento. Intentó acceder a su HUD para comprobar los detalles, pero no ocurrió nada.
De hecho… no había barras de salud, mana, lista de habilidades, ni opciones del menú. Algo que hasta ahora no había notado debido a lo caótico de la situación.
intento de nuevo, esta vez utilizando comandos verbales como lo habría hecho en el juego. Nada. Ni una sola respuesta.
—¿Por qué no…? —murmuró.
Elizabeth lo miró con curiosidad, pero Alex apenas la notaba. Su atención estaba completamente centrada en el hecho de que no podía acceder a nada de lo que normalmente habría considerado esencial dentro de Yggdrasil… si es que seguía siendo Yggdrasil y no un sueño o alguna otra cosa.
¿Tenía su avatar, su equipamiento, pero porque esto no?
La frustración creció en su interior mientras intentaba comprender por qué no podía interactuar con su entorno como lo haría dentro del juego. Y entonces, sin previo aviso, ocurrió algo.
Como si una conexión invisible se hubiera activado, toda la información que buscaba sobre el Anillo de Tiferet apareció en su mente. No como una ventana flotante, sino como conocimiento puro, claro y absoluto.
'La habilidad de resurrección está en enfriamiento y su tiempo restante es… 71 horas, 53 minutos y 23 segundos…'
La claridad con la que esta información se formó en su mente era desconcertante. Pero eso no era todo. Cuando intentó pensar en otras cosas, como sus puntos de vida, habilidades o el tiempo de enfriamiento de su magia y bendiciones, todas esas respuestas surgieron de la misma manera, como si siempre hubiesen estado ahí.
Alex respiró profundamente, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. No había un HUD, pero toda la información que necesitaba estaba en su cabeza, como si hubiera estado ahí desde el principio. Era extraño… desconcertante.
'Esto es… ¿un sistema nuevo? ¿O algo más?'
Por ahora, no podía permitirse perder tiempo cuestionándolo. Aunque el alivio de confirmar que aún poseía el Anillo de Tiferet lo tranquilizó parcialmente, las preguntas seguían acumulándose. Había muerto, eso estaba claro, pero ¿por qué había revivido aquí, y no en el Santuario del Arcángel?
"Tsk… más preguntas sin respuestas…" ya se estaba cansando de este ciclo vicioso.
El susurro del viento atravesaba la planicie, acariciando las largas hierbas que se mecían bajo la luz de la luna. Alex, o más bien Lumiel, alzó la vista hacia el cielo. La inmensa luna llena reinaba sobre un manto infinito de estrellas, cada una brillando con una claridad que parecía imposible.
El aire fresco llenaba sus pulmones, y por un instante, cerró los ojos para concentrarse en cada detalle: el sonido distante de insectos nocturnos, el aroma a hierba húmeda, el leve cosquilleo del viento que se colaba por las grietas de su armadura. Cada sensación era tan vívida, tan tangible, que le resultaba casi abrumadora.
En Yggdrasil, todo eso habría sido apenas un detalle gráfico sin profundidad. No había aromas, ni tacto real, ni una atmósfera que pudiera sentirse tan auténtica.
'Esto… esto definitivamente no puede ser Yggdrasil'
Bajó la mirada hacia Elizabeth, quien lo observaba en silencio, su expresión todavía teñida de preocupación. Podía ver con claridad cada pequeño detalle en su rostro: las lágrimas secándose en sus mejillas, las ligeras marcas en su piel pálida, incluso las pequeñas hebras de cabello plateado que se movían con el viento.
Tampoco podía ser un sueño. Era demasiado real.
Se quitó el yelmo, dejando que cayera a un lado con un sonido metálico sordo. Elizabeth dio un pequeño respingo de sorpresa, sus ojos brillaron con ligera preocupación.
—¿Se encuentra bien, Señor Lumiel?
Alex no respondió de inmediato. El frio aire nocturno rozaba su rostro con una suavidad que nunca había sentido. Aunque estaba en su avatar, esta era la primera vez que experimentaba algo tan tangible y real a través de él.
Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro desprovisto de rasgos humanos. Su mirada se alzó hacia el cielo, donde la inmensa luna llena reinaba sobre un manto lleno de estrellas. Nunca antes había visto algo tan nítido, tan puro. En su mundo, ese cielo habría sido un sueño imposible, oculto tras una niebla perpetua de contaminación, gases tóxicos y luces artificiales.
Elizabeth permanecía quieta, observándolo con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Tal vez… —susurró Alex, su voz resonando con la claridad cálida y serena que no reconocía como propia. —Tal vez no estoy soñando.
Elizabeth inclinó ligeramente la cabeza, confusa.
—¿Señor Lumiel?
Alex llevó una mano a su rostro, recorriéndolo con lentitud. El tacto del exoesqueleto liso y frío, similar al mármol, le resultaba extraño pero al mismo tiempo natural. Podía sentir cada surco, cada trazo dorado que adornaba su exoesqueleto de ángel.
Era algo que nunca había experimentado en el juego. Allí, su avatar había sido solo un medio, una extensión limitada por las mecánicas de Yggdrasil. Pero ahora… ahora sentía cada detalle como si realmente le perteneciera.
Bajó la mano hasta su pecho, notando el peso de su armadura dañada. El metal frío y sólido presionaba contra su cuerpo, un recordatorio constante de que todo esto era algo más que un juego o un simple sueño.
—Elizabeth… —dijo finalmente, sin apartar la vista del cielo. —¿Sientes que todo esto es real?
La pregunta pareció tomarla por sorpresa. Su cola se agitó ligeramente detrás de ella mientras parpadeaba un par de veces, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Por supuesto, Señor Lumiel. No entiendo a qué se refiere, pero… sí, todo esto se siente como debería ser.
—Si… como debería ser… —Repitió. Su respuesta era sencilla, casi inocente, pero para Alex resultaba impactante. Había pasado años en Yggdrasil, explorando mundos llenos de maravillas, pero siempre con la certeza de que todo era solo una ilusión, un juego. Este lugar, en cambio, era diferente.
No era solo lo que veía, sino lo que sentía: el roce del viento, el sonido de las hojas al ser mecidas, el aroma de la hierba húmeda. Todo era demasiado autentico.
'Esto definitivamente es…'
La risa escapó de sus labios antes de que pudiera detenerla.
—Si esto es un sueño… entonces no quiero despertar nunca más.
Elizabeth lo miró con una mezcla de desconcierto y preocupación, pero no dijo nada. Alex, mientras tanto, seguía contemplando el cielo, tratando de procesar la magnitud de lo que estaba experimentando.
Alex no sabía cuánto tiempo había pasado desde que se tumbó en la hierba. Tal vez habían sido solo unos segundos o varios minutos, pero el tiempo parecía irrelevante mientras contemplaba el cielo estrellado. La inmensidad del firmamento lo envolvía, su mente absorta en la sensación de quietud y asombro.
Elizabeth permanecía cerca, sentada a escasos centímetros de él. Aunque su postura era relajada, su cola se agitaba de un lado a otro con nerviosismo. Sus pequeños dedos jugueteaban con los pliegues de su vestido, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo interrumpir la tranquilidad del silencio.
Alex por otro lado, no solo observaba las estrellas. También reflexionaba sobre su situación actual. La información sobre su armadura y habilidades seguía fluyendo en su mente cada vez que lo pensaba. El estado de su equipo le preocupaba especialmente. La armadura, aunque seguía siendo funcional, mostraba un daño considerable, con grietas, abolladuras y quemaduras en varias partes.
'El combate con Kether debió de causar esto' pensó, examinando mentalmente los detalles. 'Pero este nivel de daño es loco…'
Aunque su armadura estaba encantada de tal manera que se auto-repararía con el tiempo. No pudo evitar preguntarse si este nuevo lugar afectaba de alguna manera la durabilidad de los objetos o si algo más había cambiado. Era un concepto extraño, pero posible, considerado lo mucho que ya se había alterado en comparación con Yggdrasil.
También reflexionó sobre sus habilidades. Aunque las sentía instintivamente, sabía que no podía dar por sentado que funcionaran como antes. La práctica sería la única forma de comprobarlo. Sin embargo, algo en su interior le advertía que este no era el momento para experimentos.
Su mirada recorrió el horizonte, y un pensamiento más urgente cruzó su mente.
'Este lugar es demasiado abierto'
La extensa planicie cubierta de hierba alta podía ser un sitio perfeto para una emboscada. Su experiencia en Yggdrasil le decía que los terrenos aparentemente tranquilos como este solían ocultar amenazas letales. Si esto fuera Yggdrasil, ya habría pagado caro el estar absorto tanto tiempo, un error de principiante que no podía perdonarse.
Ademas, Con Elizabeth a su lado, una posibilidad como esa no era algo que pudiera ignorar.
Bajo la mirada hacía ella. La pequeña figura seguía en silencio, pero sus movimientos inquietos revelaban un estado de ánimo nervioso.
'Si algo nos hubiese atacado mientras estaba inconsciente, ¿qué habría pasado?'
El pensamiento le dejó un sabor amargo. Elizabeth no estaba diseñada para el combate. Su nivel era de apenas 40, y su enfoque principal era el de brindar soporte con magia elemental de fuego. Recordó cómo la había creado junto a Rin, usando los puntos sobrantes después de personalizar sus aposentos en Glitnir. Su diseño había sido más un homenaje que una estrategia práctica.
'Si el nivel 100 es solo comienzo aquí…'
La posibilidad de enfrentarse a enemigos que superaban incluso sus capacidades como jugador de máximo nivel era preocupante. Pero lo que realmente pesaba en su mente era Elizabeth. Ella no solo era un NPC, ahora parecía más que eso, como una persona real. Su única conexión tangible con Rin, y quizás un recordatorio del mundo que había dejado atrás.
'No puedo permitir que le pase nada' pensó mientras sus ojos seguían fijos en ella.
Elizabeth, al notar la intensidad de su mirada, comenzó a agitarse aún más. Sus dedos temblaban mientras seguía jugueteando con su vestido. Finalmente, como si no pudiera soportarlo más, dejó escapar un suspiro tembloroso.
—S-Señor Lumiel… —dijo en voz baja, con un evidente tono de preocupación.
Alex inclinó la cabeza ligeramente, curioso por su repentina timidez.
—¿Qué ocurre, Elizabeth?
La pequeña dragonoide tragó saliva, si mirada ahora fija en el suelo.
—He… he fallado en la última misión que me encomendó.
Su voz temblaba mientras hablaba, y sus manos se apretaban con fuerza contra su regazo.
—¿Misión? —Alex frunció el ceño, desconcertado. Aunque esto solo fue evidente por el leve cierre de sus ojos.
Elizabeth asintió lentamente, sin levantar la cabeza.
—Fui incapaz de proteger los preciados recuerdos de sus amigos… y… de la señorita Rin y el señor Madra…
Su voz se quebró al final, y pequeños temblores comenzaron a sacudir su cuerpo.
La realización golpeó a Alex como un relámpago.
'Se refiere a eso…'
Recordó con claridad lo que le había pedido a Elizabeth antes de partir hacia Helheim. Le había encomendado proteger los preciados recuerdos de sus amigos, los objetos que guardaba en su tesoro en el Salón Dorado, entre ellos el más valioso era sin dudas los "Brazaletes de Atlas", el objeto mundial perteneciente a su amigo Madra.
En aquel momento, había sido un gesto simbólico, un último acto de compasión antes del cierre de Yggdrasil. Nunca imaginó que esas palabras cobraran tanto peso ahora y que Elizabeth lo interpretara de manera tan profunda.
—Elizabeth… —murmuró, tratando de calmar el temblor evidente en la pequeña dragonoide.
Ella sacudió la cabeza, interrumpiéndolo.
—Fui inútil, Señor Lumiel… —dijo, su voz apenas un susurro lleno de tristeza. —No pude hacer nada mientras el Salón Dorado se desmoronaba. No pude salvar nada.
Sus palabras se rompieron con un sollozo ahogado, y Alex pudo ver cómo sus hombros comenzaban a temblar.
—Pensé que si al menos podía proteger los recuerdos de sus amigos, usted estaría orgulloso de mí… pero fracasé. Todo se perdió… incluso las cosas de la señorita Rin…
Alex sintió que algo se desgarraba dentro de él al escuchar esas palabras. Elizabeth había interpretado su orden como algo más que una simple tarea. Para ella, había sido un propósito, una manera de servirlo y demostrar su devoción. Ahora, ese fracaso la estaba destrozando.
No podía permitir que siguiera creyendo que le había fallado.
Con movimientos suaves, se acercó más a ella, arrodillándose en la hierba para quedar a su altura. Extendió una mano hacia su cabeza, colocándola con cuidado sobre su cabello plateado.
—Elizabeth, mírame.
Su voz resonó con suavidad, pero con la firmeza suficiente para cortar el hilo de autoinculpación que se había tejido en la pequeña figura frente a él.
Elizabeth titubeó, como si temiera enfrentar lo que fuera que viera en los ojos de su señor. Sin embargo, tras unos segundos de duda, levantó lentamente la mirada. Sus ojos, aún húmedos y brillantes por las lágrimas, reflejaban una mezcla de miedo y desesperanza.
—No has fallado. —Alex extendió su mano con cuidado, limpiando las lágrimas que corrían por sus mejillas con un gesto delicado. Su voz era cálida y firme, como una brisa reconfortante en medio de la tormenta.
Elizabeth parpadeó, atónita, como si esas palabras fueran algo que no esperaba escuchar.
—¿Pero… los recuerdos de sus amigos…? —dijo, su voz quebrándose.
Alex negó con la cabeza, sus ojos dorados denotando una expresión más tranquila ahora.
—No te preocupes por eso. No fue tu culpa. No había nada que pudieras hacer para detener lo que pasó.
Elizabeth abrió la boca para responder, pero Alex interrumpió antes de que pudiera seguir.
—esos tesoros… —continuó, su tono más reflexivo. —Eran los recuerdos que mis amigos me dejaron antes de irse, con la promesa de que nos reencontraríamos algún día. Pero estoy seguro de algo: si ellos estuvieran aquí ahora mismo, me reprenderían si siquiera pensara en culparte por lo que pasó.
Elizabeth lo miró, perpleja, mientras Alex esbozaba una sonrisa, sus palabras impregnadas de una sinceridad palpable mientras dejaba al descubierto sus dientes blancos y afilados.
—Además… —prosiguió, —el hecho de que estés aquí, conmigo, vale más que cualquier objeto. Tú representas esos recuerdos, Elizabeth. Cada uno de ellos. Y más que eso… representas los recuerdos de Rin. Tú eres el fruto de lo que ella y yo creamos juntos.
Elizabeth no pudo evitar entrecerrar los ojos, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con volver a salir.
—S-Señor Lumiel… —susurró con voz temblorosa, la culpa y la tristeza que antes la invadían comenzaban a disiparse.
Entonces, con un movimiento titubeante, abrió su inventario: un vórtice violeta apareció en sus manos y de él extrajo un objeto que brilló bajo la luz de la luna.
—Solo pude proteger esto… —dijo, extendiendo los [Brazaletes de Atlas] hacía él, sus manos temblando levemente bajo el peso de las enormes piezas de metal.
Alex observó los brazaletes, un par de piezas plateadas rodeado de cadenas y grabados intricados que simbolizaban los pilares del mundo, que parecían irradiar un poder antiguo. Por un instante, su mente se llenó de recuerdos de Madra, el hermano de Rin y el amigo que se los había confiado.
Un nudo se formó en su garganta mientras extendía la mano para tomarlos.
—Hiciste bien, Elizabeth. —Su voz fue más suave esta vez, con un tono genuino de gratitud. —Lo hiciste muy bien.
Mientras aceptaba los brazaletes, revolvió suavemente el cabello de Elizabeth con la palma de su mano enguantada, un gesto cargado de afecto.
Elizabeth dejó escapar un pequeño suspiro al sentir el gesto, y aunque aún parecía insegura, una leve sonrisa comenzó a formarse en sus labios.
—Gracias, Señor Lumiel…
Alex suspiró, mirando los brazaletes en su mano antes de guardarlos cuidadosamente en su propio inventario, el cual apareció frente a él con solo un pensamiento. Luego, dejó que su mirada se desviara hacía el cielo nocturno, ahora más lleno de estrellas de lo que jamás había visto.
El pensamiento que había estado evitando volvió con más fuerza: Esto no es Yggdrasil o un sueño.
El viento fresco acariciaba su rostro y, aunque era una sensación completamente diferente de lo que esperaba en su piel marmórea, no se sentía incómoda. En cambio, se sentía extrañamente reconfortante.
'Esto es real… de alguna forma, esto es real' pensó, dejando que la gravedad de esa conclusión se asentara en su mente.
Ahora estaba seguro de ello.
Bajó la mirada hacía Elizabeth, quien lo observaba con una expresión mezclada de curiosidad y emoción contenida. Por un momento, Alex sintió que no había necesidad de palabras. Pero pronto rompió el silencio.
—Elizabeth… —dijo, su tono más relajado ahora. —¿Qué te parece si exploramos este mundo juntos? Quizás, si tenemos suerte, encontremos a algunos de mis amigos… o incluso a la señorita Rin.
Elizabeth parpadeó, claramente sorprendida por la invitación. Por un instante, su expresión pasó de la sorpresa a la emoción pura. Sus ojos se iluminaron y, aunque intentó contenerse, una sonrisa radiante terminó curvando sus labios.
—¡Sí, Señor Lumiel! —respondió, su voz más animada que antes.
Alex no pudo evitar devolverle el gesto con una enorme sonrisa. La comisura en donde estarían sus labios se curvaron, dejando entrever dos hileras de dientes blancos y afilados, una visión que para cualquier otra persona habría resultado aterradora, pero que para Elizabeth parecía hermosa y reconfortante.
—Entonces será mejor que nos pongamos en marcha.
Se puso de pie, ajustando su postura mientras extendía su mano hacía Elizabeth. Ella la tomó con algo de timidez, pero sin dudar demasiado.
Antes de dar el siguiente paso, Alex caminó hacía el lugar donde había dejado su casco. Lo levantó, observándolo por un instante antes de colocárselo nuevamente.
'No podemos quedarnos aquí más tiempo,' pensó mientras ajustaba las correas. Su mente divagó brevemente hacía el estado de su armadura. Aunque estaba equipada con un encantamiento de auto-reparación, el daño que había recibido durante su batalla con Kether era significativo.
'Tardará demasiado en repararse completamente por si sola, y no puedo arriesgarme a que se destruya del todo,' pensó, decidiendo que cambiaría a su armadura de nivel divino en cuanto encontrara un lugar seguro.
De vuelta junto a Elizabeth, Alex flexionó los hombros ligeramente. Luego, de manera instintiva, extendió sus enormes alas blancas y blindadas, que brillaron con un tenue resplandor bajo la luz de la luna. El movimiento fue fluido, casi natural, como si toda su vida hubiera sido consciente de su existencia.
Elizabeth observó con fascinación las alas de su señor, sus ojos brillando de admiración.
—Acércate, Elizabeth —dijo Alex, extendiendo un brazo hacia ella.
La pequeña figura asintió rápidamente y se acercó, permitiendo que él la tomara con facilidad. Alex la sostuvo con firmeza pero con cuidado, asegurándose de que estuviera cómoda y protegida.
—Sujétate bien —advirtió antes de dar un salto que lo impulsó hacia el cielo.
El viento rugió a su alrededor mientras ascendían. La planicie cubierta de hierba alta se hacía cada vez más pequeña bajo ellos, el movimiento ondulante de la vegetación quedando atrás como un recuerdo efímero.
A lo lejos, Alex divisó algo más allá de las montañas y los bosques que se extendían bajo la luz plateada de la luna. Sus ojos, ahora con visión más nítida que nunca, captaron el destello de lo que parecía ser un mar tranquilo, cuyas olas reflejaban la tenue luz lunar.
Y aún más allá, entre la lejanía nebulosa del horizonte, una enorme estructura atrajo su atención. Era una muralla de gran tamaño que se extendía interminablemente, como si estuviera diseñada para separar dos mundos distintos. Aunque desconocía su verdadero propósito, esta muralla indicaba algo claro…
Civilización.
Un suave viento frío, cargado con la sal del océano, llegó hasta ellos.
'Parece que ese será nuestro próximo destino' pensó Alex mientras dirigía su vuelo en esa dirección.
Elizabeth, aferrada con fuerza, levantó la mirada hacia él, su rostro aun brillando con emoción contenida.
Con un poderoso aleteo, Alex y Elizabeth se adentraron en la vastedad de la noche, dejando atrás la tranquilidad de la planicie para encaminarse hacia lo desconocido, donde les esperaba nuevas historias y desafíos.
