La Revolución de Mestionora

SS4. Conspiraciones y Tropiezos

–¡Sumo Obispo! La Suma Sacerdotisa está de camino para acá.

Ferdinand solo resopló, dedicando una mirada airada a los papeles plagando su escritorio y otra a los viales vacíos. Myneira podía ser muy exasperante cuando le llamaba la atención por dormir poco, pero no tenía otra opción.

Georgine había estado enviando cartas mágicas en código poco tiempo después de que apresaran y eliminaran a Beezewants, el mismo código que encontraron en los documentos ocultos en los libros falsos que aquel gordo pervertido e inútil tuvo bajo llave en la sala de libros. Las cartas actuales ya no lo empleaban, pero seguían llegando.

Ferdinand logró desentrañar un par de secretos de dichas cartas para atrapar a Beezewants y un par más a lo largo del año, cómo los planes de Georgine de aprovechar la purga de la segunda esposa de su marido para tomar ese puesto y hacerse con el apoyo de algunos nobles caídos de Werkestock, de dónde provenían los cálices pequeños que el Sumo Obispo anterior los obligó a llenar.

Era información demasiado nueva. El código parecía no ser tan complicado, pero solo parecía. Al no tener todas las piezas para descifrarlo, seguía encontraba cosas nuevas entre las cartas que ese viejo estuvo intercambiando en lo que podrían pasar cómo cartas de amor, por no hablar de las entradas similares a una especie de diario donde el hermano menor de Chaocipher parecía hacer anotaciones para sí mismo.

Estaba seguro, el código debía ser un invento de Georgine porque no veía que el Obispo anterior tuviera la inteligencia necesaria para un cifrado tan refinado cómo aquel. Utilizar viejos recuerdos compartidos entre ambos lo hacía todavía más complicado y tedioso porque casi no quedaban grises de la época en que Georgine visitaba a Beezewants en el Templo, antes de ser casada y enviada a Ahrsenbach. En ese sentido era una suerte que Ferdinand todavía se mantuviera en contacto con el Sumo Sacerdote que lo instruyó, porque el hombre presenció buena parte de los encuentros entre tío y sobrina.

Ferdinand tomó algo de aire, luego uno de esos pequeños caramelos de benryus que creó por equivocación al experimentar con la planta. Si Myneira tardaba solo unos latidos más, los caramelos disfrazarían por completo el aroma a poción antes de que la sensible nariz de la niña pudiera detectarlo y disimularía los círculos negros alrededor de sus ojos.

Alisando sus ropas con un waschen, Ferdinand salió de su habitación oculta con rumbo a su escritorio. Los azules estaban comenzando a llegar. Myneira debía estar ya de camino a verlo luego de su fiesta de té. Si Ferdinand cerraba los ojos, todavía podía ver al señor Gunther refunfuñando en la puerta de los plebeyos por el tiempo que la niña estaría lejos de casa.

–¡Sumo Obispo, ya he vuelto! –anunció la pequeña con ese raro saludo que usaba cuando volvía de la Ciudad Baja.

–Ese no es el saludo adecuado y lo sabes –se quejó él cómo era costumbre.

–Estamos en el Templo. Preferiría obviar los largos y nobles saludos al menos aquí –dijo Myneira, cómo si tuviera la respuesta memorizada.

Ferdinand ni se molestó en ocultar el suspiro de cansancio que salió de lo más profundo de su ser, dedicándole una sola mirada de censura que no borró la enorme sonrisa en el rostro de Myneira.

–Quizás debería enviarte a rezarle a Gramarature y Dultzenzen en cuanto vuelvas a quedarte en el Templo.

–¡Oh! ¿Quiere una oración sincera o solo que repita como un perico las oraciones, Sumo Obispo?

Una pequeñísima sonrisa se le escapó al comprender la palabra extranjera. Seguía siendo extraño escucharla usar palabras de otro mundo, pero debía admitir que, entre la costumbre de oírla y el interés de ir aprendiendo palabras nuevas, ya podía sortear bastante bien el traducir esas mismas palabras.

–Quiero que te comportes y te mantengas a salvo. ¿Cómo te fue en esa fiesta de té? Pareces estar en una pieza.

La niña soltó un suspiro y miró en derredor. Casi no quedaban asistentes a esa hora, de todas maneras la guió a su habitación oculta donde ella se encargó de darle un reporte detallado que lo sacó un poco de sus casillas.

'¡Tiene nulo sentido de la auto preservación! ¿Y porqué Sylvester quiere casarla conmigo? ¿No que quería casarla con Wilfried? ¿Es esta otra prueba de Glükität o solo una forma de Liebeskuhilfe para molestarme?'

Por supuesto que comenzó a discutir con ella, guardando silencio por la sorpresa cuando la niña se le subió encima para curarle la nariz, luego de lo cual ella se dejó caer sobre su regazo, abrazándolo y recargándose en él.

La preocupación de verla tan cansada y el recuerdo de ella tratándolo cómo un niño pequeño que necesita ser consolado la última vez que se vieron lo hizo sonrojar apenado. Discutieron un poco más, por suerte, ella dijo una verdadera estupidez entre bostezos y cayó dormida.

–¡Por todos los dioses! En verdad deben odiarme. Entre tú y esas cartas van a acabar conmigo un día de estos, ¿sabes?

No hubo respuesta, solo la suave respiración despreocupada de Myneira abrazada a él cada vez con menos fuerza.

Ferdinand le hizo un chequeo médico por pura costumbre y luego la acunó, tomando aire y dejándose caer en esa incómoda posición que le viera a Sylvester la última vez que charlaron cómo hermanos en el templo.

Estaba incómodo, muy incómodo por sostener a Myneira y dejar que su cabeza colgara un poco a su espalda, aun así, se sentía más relajado que en el último mes.

–¿Qué voy a hacer contigo? Tus padres no dejan de agradecerme por cuidarte incluso cuando me reclaman por no poder verte por tiempo indefinido. Y tú tienes el descaro de tratarme cómo si fuera un niño indefenso… ni siquiera mis juramentados me producen esta extraña sensación de calma, ¿sabes?

Recordó el pequeño beso que la niña le diera en la mejilla el día de su debut, y el beso que Lady Hermelinda le diera a la niña entre los cabellos con satisfacción y se enderezó, mirándola un momento y sonriendo sin más. Eso que sentía debía ser ternura. No recordaba haberlo experimentado antes.

Ferdinand imitó a la vieja esposa de su tío Bonifatius entonces, depositando un pequeño beso en la coronilla de la niña cómo quien hace un pequeño experimento, observándola sonreír todavía sin soltarlo y sin mostrar ni un ápice de preocupación en su rostro. La inocencia era una bendición envidiable… y peligrosa. Si él se hubiera dado el lujo de actuar de ese modo a esa edad, no estaría aquí ahora. Estaba seguro.

–Hora de llevarte a dormir. Debería darle a Fran un vial para darte mañana en la mañana o vas a tener fiebre.

No hubo respuesta alguna, si acaso el rostro de la niña frotándose un poco contra él… y luego ese nombre escapando de sus labios.

Tetsuo.

Cómo envidiaba a ese sujeto.

Cómo le incomodaba también.

Siempre que ella lo mencionaba o le hacía recordar que ese hombre existió, Ferdinand se preguntaba cómo se sentiría ser amado de ese modo. Tan leal. Con tanta fuerza que superara incluso a la muerte.

Suspirando con algo de decepción porque seguro jamás podría experimentarlo, Ferdinand acomodó a Myneira en brazos, se puso en pie y se dispuso a llevar a cabo sus planes. Era pasada la séptima campanada y él todavía tenía un par de cosas que hacer.

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Cuando la fiebre bajó y él estuvo seguro de que Myneira estaba en condiciones, aprovechando que la niña no podía salir, Ferdinand la enseñó a hacer una bestia alta, tal y cómo acordó con Bonifatius… ganando otro dolor de cabeza por el desconcierto y la curiosidad.

Tras hacer explotar su piedra para montar, reunificar todos los pedazos e intentar darle formas bizarras y grotescas, Myneira terminó creando una cosa extraña con una supuesta cara de lobo deforme, aspecto peludo y, por si fuera poco, imposible de montar de forma tradicional. No sabías cómo, pero Myneira se las ingenió para que la abominación se abriera y ella pudiera montarla por dentro. Incluso le dió un nombre.

'¿Moro? Un nombre absurdo para una montura horrenda, no cabe duda.'

Dos días después se encontró hablando con el Jefe del Gremio de comerciantes.

Se sentía incómodo portando ropas plebeyas, a pesar de ello, no podía andar por ahí con su hábito de Sumo Obispo y tampoco con ropas de noble. Además, estar consciente de que Sylvester debía estar en el Templo en ese preciso momento lo tenía demasiado preocupado. A saber lo que ese par de idiotas que debía cuidar, tramarían en su ausencia. Con algo de suerte, no sería su compromiso con ese gremlin que recién acababa de debutar como noble.

–Es aqui, milord. –informó Justus al abrirle la puerta para permitirle bajar del carruaje.

A pesar de su ropa de plebeyo adinerado, el jefe del gremio sabía a la perfección quién era él y eso explicaba el porque ninguno de los empleados lo entretuvo demasiado, todos mostrándose nerviosos e incluso algo torpes en lo que lo recibían y guiaban al despacho del viejo comerciante, el cual parecía angustiado debajo de su sonrisa zalamera, con pequeñas arrugas inquietas y preocupadas aquí y allá en un rostro marcado por las constantes vueltas en el telar y más arrugas en sus ropas recién planchadas.

–Sumo Obispo, pase, pase, por favor. Ahm. Lamento tanto que tuviera que desplazarse hasta aqui. ¿No habría sido mejor que se me convocara al Templo?

–Aunque yo mismo lo habría preferido, temo que no es algo posible esta vez.

–Oh, comprendo.

No, el hombre de verdad no lo comprendía, pero eso carecía de importancia.

Luego de que Myneira lo obligara a intervenir en un pleito sobre quién debería fungir como el padre de Lutz durante el verano, lo que Ferdinand menos deseaba era volver a tener ese tipo de conversaciones demasiado emocionales en su despacho. Era incómodo sentir envidia por los plebeyos y dudas sobre sus propias relaciones familiares, más aún con Myneira observándolo todo desde algún lugar oculto para luego volverse por completo emocional y contagiarlo. Sin olvidar que, de estar su hermano ahí, la reunión se alargaría demasiado debido a la curiosidad extrema de Sylvester.

–Jefe Gustav…

–Solo Gustav está bien, Sumo Obispo. No es necesario que…

–Usted es el jefe del gremio, así que está bien. Volviendo a nuestro asunto, me gustaría preguntar por su nieta, la socia de Myneira.

–Tiene fiebre, así que tuvo que quedarse en cama, milord. El frío del invierno ha sido bastante malo para ella este año.

–Comprendo –suspiró Ferdinand pensando en la tobillera apresando el pequeño pie de su propia protegida para mantenerla un poco más caliente dentro del Templo, del cual ya no pudo volver a salir luego de la pequeña fiebre que le dio al día siguiente de su fiesta de té–. También quisiera verificar algunos de los contratos de Myneira, así cómo la papelería de los gremios de papel y tinta vegetal, por favor.

–Por supuesto, milord. ¿Le gustaría un poco de té en lo que le traen la papelería solicitada?

–... si no es mucha molestia, mi asistente Justus estaría encantado de ayudar con los preparativos del té.

–Por supuesto, milord.

La siguiente media campanada la invirtieron en hablar sobre las empresas de Myneira, sus ingresos, la generación de algunas nuevas profesiones en tan poco tiempo, el personal que solía atender a Myneira por parte de los diferentes gremios e incluso la alfabetización obligatoria en todos ellos.

Ferdinand estaba algo sorprendido por la eficiencia de los plebeyos para este punto y del impacto tan fuerte de Myneira en la Ciudad Baja.

–Esto sería todo sobre las industrias de Lady Myneira, milord. Este informe lo envían mi nieta y Liesse, la cocinera que trabajará en los postres del restaurante. Cómo se acordó, ya está entrenando a otra cocinera de postres para el restaurante de los nobles.

–Gracias. Ahora bien, es sobre su nieta que quería hablar. Tengo entendido que la niña firmó un contrato de concubinato con una casa laynoble.

–Así es, milord. Al principio no estaba muy a gusto con ello, en especial luego de que Lady Myneira… diera a conocer su verdadero origen, claro que mi nieta ha realizado sus propias investigaciones y ahora mismo está a gusto con su elección de vida.

–Comprendo. Aun así, Lady Myneira ha comentado que quizás deberíamos ofrecerle a la señorita Freida la oportunidad de cambiar ese contrato de concubinato por uno de adopción, ya sea por parte de la familia laynoble con que ya mantiene contacto o con alguna familia más adecuada en caso de que su maná sea superior.

–Milord… ¿qué tanto se me permite hablar?

Ferdinand miró a todos lados y luego de exigirle a Justus que volteara a la pared, sacó una herramienta antiescuchas de rango específico y la encendió.

–Puede hablar con libertad. No será castigado por nada de lo que diga.

–Le agradezco mucho Sumo Obispo. Cuando nos enteramos de que esa era una posibilidad, se lo planteamos tanto al prometido de mi nieta cómo a mi nieta. Ella no quiere ser adoptada, no luego de darse cuenta de que Lady Myneira debe mantener sus interacciones con la Ciudad Baja tan limitadas.

Su prometido dijo que, en caso de adoptarla cómo hermana menor o hija, tendría que abandonar nuestra casa para ser educada del todo a fin de debutar este año, haciéndola pasar como un año menor… igual que su socia. Tampoco tendría la facilidad para ser la socia de alguien porque la familia en la que va a entrar carece de la influencia o el capital para ello. Además, mi nieta opina que si va a ser solo una subordinada de Lady Myneira a pesar de ser concubina o laynoble, prefiere conservar tanta libertad cómo le sea posible. Ella desea pasar tanto tiempo con nosotros cómo pueda, en este caso, hasta su mayoría de edad.

–Entiendo. Le informaré a Myneira, estoy seguro de que ella comprenderá. Nada es más importante para ella que la familia… ni siquiera sus preciados libros.

–Acerca de los libros, milord, a pesar de que suelen ser artículos exclusivos debido a su alto valor, los que ella ha producido podrían ser accesibles para los plebeyos de la zona norte debido a su… aspecto humilde, por ponerlo de algún modo y la forma en la que son producidos.

Con el implemento de esta exigencia de tener al menos un plebeyo letrado en cada gremio y en cada uno de los talleres haciendo tratos con Lady Myneira, me surje la idea de si podríamos abrir algún tipo de institución para letrar a más personas. Empezaríamos con la zona norte, por supuesto, buscando darle acceso también a los plebeyos de la zona central y tal vez, a aquellos que se vean más prometedores de la zona sur. Estaríamos creando clientes para los libros de la señorita Myneira, aunque este sería un proyecto a largo plazo. No creo que fuera de verdad rentable antes de cinco años.

Ferdinand lo consideró. Myneira ya le había explicado antes que en su antiguo mundo, el índice de alfabetización era altísimo, al grado que podían utilizarlo para denominar a los diferentes países en una especie de top similar a los rangos ducales, donde un país inferior tenía una taza baja de alfabetización mientras que en los países con mejor reputación el índice era casi del cien por ciento. Sin olvidar que existían más plebeyos que nobles en Ehrenfest, en parte debido a la guerra. No sería un mal experimento a largo plazo ver cuánto influía esta moda entre los plebeyos tanto en la venta de libros, cómo en otros ámbitos.

–Muy bien. Le agradecería que me mantenga informado sobre los avances, las necesidades que se encuentre al respecto y la reacción de los plebeyos. Estoy seguro de que tanto Myneira como el Archiduque estarán más que interesados en ello.

–¿El, el archiduque?

El viejo jefe del gremio se puso pálido de inmediato, su repentina angustia provocándole una serie de temblores en uno de los dedos que parecía no poder controlar del todo.

–Myneira está intentando mejorar la educación de los nobles bajo la atenta mirada del archiduque. Imagino que los resultados de este pequeño experimento de cinco años le serían de interés a nuestro Aub para decidir si valdría la pena invertir o no en ello. Si lo prefiere, puedo comenzar a informar al respecto cuando el experimento comience a lanzar los primeros resultados.

–Sería todo un honor trabajar solo con usted por ahora, milord –comentó el hombre mucho más tranquilo–. Le agradezco enormemente su comprensión.

Hablaron todavía un poco más sobre el posible programa, materiales idóneos y la forma de promocionar dicho emprendimiento, llegando a la conclusión de que podrían dar una pequeña retribución a los gremios dispuestos a prestar una sala para enseñar a la población, igual que un pequeño salario extra a los maestros que pudieran presentarse entre los mismos trabajadores de los talleres.

Una vez terminada la reunión, Ferdinand se despidió y se retiró, intercambiando sus impresiones con Eckhart y Justus, tranquilo de que ninguno de los dos hubiera detectado a ningún potencial enemigo durante la campanada que estuvieron ahí.

Cuando llegó al Templo, Zahm le informó que el archiduque se había retirado unos cuantos latidos antes de que Ferdinand volviera. Apenas estuvo de vuelta en sus hábitos sacerdotales, Fran se presentó con una nueva carta de Georgine y un ultimátum por parte de Myneira. Al parecer la terrible abuela en cuerpo de niña al fin había perdido la paciencia con algo.

–Dile que me encargaré de esto, por favor. Si llegaran a recibir alguna otra correspondencia para el anterior Sumo Obispo, déjenlo en mis aposentos. Zahm puede encargarse.

–Cómo ordene, Sumo Obispo.

Fran hizo una reverencia y Ferdinand se encerró de inmediato en su habitación oculta, notando que Fran le entregaba también una tablilla con el informe hecho a toda velocidad sobre la visita de su hermano. Una pena que el par de descarados erigieron un área antiescuchas en algún punto porque tendría que preguntarles a ambos que tanto habían tramado en su ausencia. Solo esperaba que no fuera nada grave.

En cuanto a la carta de Georgine, Ferdinand la revisó cómo con las otras, decidiendo que no podía seguirlas ignorando como Sylvester le solicitó.

Un poco de maná y se dio cuenta de que la carta volvería al destinatario, que obviamente era Georgine, y comenzó a redactar, teniendo sumo cuidado de que la carta fuera lo suficientemente vaga para dar a entender que el Sumo Obispo Beezewants ya no trabajaba en la casa de los dioses, pero sin explicar la razón o si seguía con vida.

Para terminar, Ferdinand afirmó al final de la carta que cómo nuevo Sumo Obispo estaba a cargo de las misivas que llegaban al templo y que lamentaba no ser de más ayuda, usando la escasez de sacerdotes cómo excusa para no responder antes.

Consideró poner algo más, pero decidió no arriesgarse. Él no era cómo el gremlin maniático que tenía a su cargo como para arriesgarse a soltar información clasificada por accidente al buscar conseguir información a cambio o incluso el favor de Georgine. No tenía idea de qué tipo de persona era, solo sabía que la mujer intentó envenenar a Sylvester luego de torturarlo en múltiples ocasiones durante la infancia y que al final su padre la envió a Ahrsenbach cómo una mera tercera esposa. También que la mujer era inteligente y calculadora, no solo por lo complejo del código, sino por los mismos comentarios de Karstedt y Justus cuando les preguntó.

Según ellos, Georgine podría haber sido una Aub competente y fiera de no haber nacido Sylvester… y era eso último lo que no le permitía confiar en ella. Si, la mujer fue educada por Chaocipher en persona, igual que Sylvester, así que lo que en verdad lo mantenía en guardia era la forma en la que Sylvester se refería a ella.

Prefería no hacerse de una enemiga, así fuera lejana, y mantenerla tan ciega en estos asuntos cómo le fuera posible.

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–¿Hizo qué?

–Lo lamento mucho, Sumo Obispo. Pensé que lo mejor sería avisarle en cuanto volví de darle el mensaje a… la señora Effa.

Fran se veía más que apenado y frustrado. Ferdinand tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no golpear algo o salir corriendo a la habitación de Myneira al otro lado del Templo.

–Está bien, no tenías más opciones que obedecer, Fran. Gracias por informarme. ¿Cuándo planea escaparse… Lady Myneira?

–Ahm… la señora Effa me pidió que la esperara, luego vino junto conmigo. Al principio pensé que traía a su hijo más pequeño en una de esas mantas gruesas que Lady Myneira les obsequió a mediados del otoño, después me dí cuenta de que traía un saco de harina para ocultar a Lady Myneira a su regreso. Le prometí devolverle el alimento cuando devolvieran a mi señora mañana por la noche.

Ferdinand se estrujó el puente de la nariz con desesperación. Esa niña no podía ser más idiota, no importaba si mentalmente tenía la edad de una anciana pervertida.

–Gracias, Fran. Envía a Luca mañana temprano a la compañía Gilberta para que hable con Lutz. Necesito asegurarme de que ningún noble o plebeyo los siguió.

–Sumo Obispo, respecto a eso, le pedí a la señora Effa que usara a los niños de su casa y de la casa del joven Lutz para mantenernos informados. Mañana nos estarán llegando algunas muestras de formatos y manuscritos de educación para corregir junto con informes al respecto, y quizás un par de horquillas florales y velas.

Ferdinand se sorprendió entonces, dando la vuelta y mirando a Fran cómo si no pudiera creerlo, notando que su antiguo asistente estaba tan preocupado por Myneira como él mismo, dejándolo un poco más tranquilo.

–Gracias, Fran. Te has vuelto un asistente excelente. Sabía que no me equivocaba al entrenarte.

Se sintió desconcertado al notar la enorme sonrisa y los ojos cargados de asombro en el rostro de Fran, quien se apresuró a corregirla a pesar de no poder hacer desaparecer las lágrimas haciendo brillar sus ojos mientras el gris se cruzaba de brazos y se arrodillaba frente a él cómo Lasfam el día que lo aceptó en su séquito. Ni siquiera pudo registrar las palabras del gris, solo sentir la satisfacción de saber que, por mucho que Fran apreciara a Myneira y le fuera leal, también seguía siendo leal a él, confiando ciegamente en su juicio.

–Avísame cuando Lady Myneira regrese y esté presentable. Tengo que hablar con ella sobre este… pequeño acto de rebeldía de su parte.

–Por supuesto, milord… ahm, ¿podría no ser demasiado duro con ella? Las palabras del Sumo Obispo suelen pesar en Lady Myneira tanto cómo en nosotros.

Ferdinand se tragó un suspiro cansado y aceptó.

Claro que cuando vio a la niña y la dirigió a su habitación oculta para hablar a la noche siguiente, ni siquiera su memoria perfecta le recordó de aquella súplica.

–¡¿Se puede saber qué tienes en la cabeza?! ¡¿Era necesario que te pusieras en peligro de ese modo?! ¡¿Sabes todo lo que te pudo haber pasado?!

–Lo lamento, yo…

–¡Nada de "lo lamento", Myneira! –gritó exasperado, jalando de sus mejillas sin dejarla terminar siquiera–. Escapar de ese modo fue la cosa más idiota, despreocupada y egoísta que pudiste haber hecho. ¡Pudiste hacer que los mataran a todos anoche! ¡Tu padre, tu madre, tus hermanos! ¡Todos pudieron haber muerto anoche o el día de hoy! ¡¿Eso te parece justo?!

–Lo lamento, Ferdinand –dijo ella cuando él al fin la soltó, mirándolo con lágrimas escurriendo por sus mejillas castigadas y una actitud cargada de vergüenza–. No era mi intención poner a nadie en riesgo, yo solo… necesitaba un respiro. Lamento mucho haberte preocupado de ese modo. Aceptaré cualquier castigo que me des.

Algo se retorció en su interior.

Habría preferido que Myneira gritara, le dijera esos estúpidos insultos que le dedicó la última vez que hablaron o le jalara las mejillas de vuelta antes que verla así. Deshecha y avergonzada.

Ferdinand tuvo que cruzarse de brazos, darle la espalda y caminar despacio por su habitación oculta para que ella no notara lo alterado que todo esto lo había dejado, lo cansado mental y emocionalmente por su pequeña escapada. La necesidad de abrazarla y reconfortarla lo hizo preguntarse si no le estaría afectando demasiado tenerla cerca… y eso lo llevó a recordar la súplica de Fran de no ser demasiado duro con ella.

Todavía sin mirarla a pesar de tener la imagen de ella cabizbaja y arrepentida en el sillón grabada en sus párpados, Ferdinand tomó una gran bocanada de aire mirando a sus estantes para no flaquear… porque igual que cuando se negó a leer su mente, dudaba poder soportar mirarla a ella ahora.

–Bien. No vamos a compartir ni una sola comida el resto de la semana y no puedes venir en la noche bajo la estúpida excusa de que no puedes dormir. A menos que sea para hacer el trabajo del Templo, no quiero verte toda esta semana, ¿queda claro?

–Si.

Sabía que estaba llorando. Lo sabía por la forma en que pronunció esa única palabra. En serio no podía voltear. Esa idiota iba a desarmarlo en cuanto la mirara.

–Le enviaré un informe de esto a Heidemarie. Tienes prohibido recibir visitas. Diremos que caíste enferma y que tienes una fiebre muy alta para que nadie cuestione tu ausencia en la sala de juegos.

–... ugh…

–¿Lo entendiste?

–Si.

Ahora en serio quería voltear y consolarla, pero si lo hacía, el castigo no iba a funcionar.

–Bien. Vete entonces. Tus asistentes me estarán informando sobre tus progresos en tus clases, tu salud y tu desempeño. Usa esta semana para reflexionar y que ni se te ocurra traer tu aparato antiescuchas al trabajo.

–Si, Ferdinand… De verdad lo lamento.

Él ya no respondió y ella salió de la habitación, permitiendo con ello que Ferdinand se derrumbara en el sillón con la cara entre las manos, dando gracias a que no tenía esposa ni hijos porque esto de actuar como Erwachlehren era lo más difícil que se le había exigido.

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Una semana después estaba de nuevo en su habitación oculta, justo antes de tomar el desayuno con ese pequeño gremlin alborotador que lloraba entre sus brazos.

Él no dijo nada, solo la abrazó en silencio y la dejó desahogarse sintiendo que un peso se le iba de encima. Esa semana sin hablarle a pesar de verla todos los días fue difícil, casi tanto cómo dejarla asistir a la sala de juegos por primera vez con la preocupación encima.

Cuando la sintió dejar de hipar, le curó los ojos y la ayudó a bajar de su regazo. Le habría dado un beso en la cabeza si no lo considerara indecente al no ser una de las mujeres de su familia… o un familiar de sangre, confundido por el alivio de verla sana, salva y extrañándolo. Nunca había sentido algo cómo eso.

Su plática usual, lo reconfortante de tocar con ella y corregirla en el harspiel antes de probar algunas melodías en el piano lo relajaron tanto ese mismo día, que temiendo que Schlatraum le jugaría una broma desagradable, Ferdinand terminó bebiendo una de sus terribles pócimas, reviviendo una de sus mayores traumas justo antes de despertar vomitando, recomponiéndose luego de un waschen y un rápido cambio de ropa antes de meterse a su habitación oculta para trabajar en la decodificación del código de Georgine hasta que alguien tocó a su puerta para avisarle que casi era hora del desayuno.

Para cuando Myneira volvió al castillo, él se sentía un poco más tranquilo que cuando inició el invierno. Quizás que su hermano le enviara una carta mágica, en lugar de escaparse de su despacho, para preguntarle que opinaba de un compromiso con Myneira y asegurarle que evitaría que su madre y la niña se vieran en el castillo tuvo algo que ver.

Igual prefirió no responder. Seguía fastidiado de que su hermano se tomará en serio lo de comprometerlo con una niña recién bautizada.

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La inauguración del restaurante italiano lo sorprendió, no solo por las recetas presentadas, sino por la presencia de su hermano… y el hecho de que Karstedt no estaba nervioso, enviando indirectas a Sylvester sobre abandonar el despacho. También se sorprendió pagando dinero por "educar" a sus propios chefs para que aprendieran a prepararle el consomé doble y la carne con pasta que degustaron aquel día.

Aunque nada comparado a la pequeña omisión de su protegida, casi un mes después, luego de que terminara el ciclo escolar y los jóvenes comenzaran a volver a casa tras el Torneo Interducados.

Luego de discutir con Heidemarie sobre el problema que podría suponer para Myneira recibir un schtappe sin la previa adquisición de bendiciones y entrar a la niña a la habitación oculta, la pequeña soltó un pequeño secreto devastador.

No solo la había teñido por completo la noche que tuvo que sacarla de la habitación del finado Beezewants para evitar que fuera por completo abusada… el teñido nunca se deshizo.

–Bien, Myneira, puedes regresar. Yo les explico "eso".

Apenas la niña salió, el hombre estuvo seguro de dos cosas con una certeza tan clara, cómo que iba a morir algún día.

Había perdido por completo la lealtad de Heidemarie. Y su ex erudita podía ser una mujer tan aterradora cómo la misma Verónica y las desagradables mujeres de su séquito.

–¡Heidemarie, cálmate! Lord Ferdinand ya nos explicó que fue algo necesario para…

–¡Le cambió por completo el color del maná, Eckhart! ¡COMPLETO! No fue un producto de estar conviviendo con todos nosotros de manera regular cómo pensamos en un inicio. No fue un accidente. ¡Lord Ferdinand tiñó a mi hermana más que si hubieran estado recibiendo al invierno todas las noches del año!

–Pero…

–¡EL EQUIVALENTE A UN AÑO! ¡A mí hermana, QUE ES SOLO UNA NIÑA!

–Heidemarie, no fue a propósito. Tenía que sacarla de ahí antes de que…

–¡No me importa! ¡Pudo solo sacarla de ahí! ¡Pudo haber desarmado a ese maldito cerdo adorador de capullos! ¡Pudo…!

–¡¿Y arriesgarla a qué Beezewants convenciera a Verónica de darle caza?!

–¡Si, maldita sea! ¡Si! Habría preferido mil veces que tuviéramos que urdir un plan para acabar con esa vieja Chaocipher y su corrupto hermano menor a… ¡Dioses!

Era la primera vez que veía a Heidemarie luchando contra las lágrimas, agitada, frustrada y furiosa… contra él.

Recordaba a la perfección cuando la madre de la joven murió envenenada. Lo impotente y dolída que parecía, la furia que casi no podía contener; la sed de sangre dirigida a su madrastra, la frustración y la traición; el resentimiento dirigido a su propio padre… y ahora todo ello parecía dirigido a él.

Si hubiera aceptado el nombre de Heidemarie cuando se lo ofreció, en este momento ella estaría retorciéndose de dolor debido al vínculo entre amo y juramentado, pero él se negó a aceptar el nombre de una mujer debido al teñido y luego la convenció de fingir que era la hermana mayor de Myneira… perdiendo su lealtad en el proceso.

–Esa fue la única solución que pude encontrar en ese momento –se justificó él tratando de ocultar su fastidio, su desencanto y lo traicionado que se sentía ahora.

–Si, bueno. Pues espero que piense en una solución a ESTE escandaloso problema, milord, o voy a ser yo quien se lo plantee.

–Heidemarie, por favor –intentó calmarla Eckhart de nuevo, recibiendo por toda respuesta una mirada tan mortal de su esposa, que por el rostro sorprendido y luego de concentración de Eckhart, junto al destello de colores en los ojos de ambos, Ferdinand supo que Heidemarie estaba tratando de aplastar al caballero al que estaba atada.

–¡Basta!

Intervino él, logrando que Eckhart cayera al suelo sobre una rodilla antes de que el mismo Ferdinand se parara en medio de ambos, recibiendo el aplastamiento y constatando que, por una razón, era incapaz de percibir el maná de Heidemarie.

–Esto no se va a quedar así, milord. Espero que se haga responsable.

–¿Y sí ella no quiere?

Hubo un silencio incómodo. Heidemarie trató de aplastarlo con su maná una última vez antes de soltar un suspiro, mirar al suelo cómo una niña regañada que se niega a admitir su culpa y luego de mirarlo con una pizca de desprecio de los pies a la cabeza, la vió sonreír con la misma sonrisa brillante y falsa con que estuvo sonriendo la semana de la muerte de su madre en la sala de juegos de invierno siete años atrás.

–Ya veremos. ¡Eckhart! Creo que el Sumo Obispo y mi hermana tienen mucho trabajo que hacer. No me gustaría seguirlos importunando.

El mal sabor de boca al perder a su valiosa erudita frente al gremlin del que era responsable no disminuyó en todo el día, ni en toda la semana.

Que Heidemarie lo tratara como si fuera uno de los veronicanos que solían hacerlo menos en la Academia el día que fue a recoger a la pequeña para llevarla a la finca Linkberg no hizo más que estresarlo lo suficiente para que no pudiera conciliar el sueño esos dos días.

–Lord Ferdinand, ¿está bien? –preguntó Myneira cuando regresó al Templo.

Por supuesto, él no respondió. Se limitó a desviar el tema, preguntándole por sus estudios y optando por darle de manera verbal los informes que llegaron esa semana de sus industrias.

Dos días después, la niña decidió pasarle su artefacto antiescuchas mientras hacían el trabajo de oficina del Templo.

–¿Cuánto tiempo van a seguir molestos usted y mi hermana?

–Ella no es tu hermana y no creo que "molestos" sea el adjetivo adecuado.

–... solo espero que puedan dejar de estar resentidos el uno con el otro. Usted solo intentaba ayudarme y Heidemarie solo está preocupada de que se sepa que… bueno. No veo cómo alguien podría averiguarlo o descubrirlo.

Prefirió no instruirla acerca de cómo podría darse a conocer la extraña situación. La niña debió notarlo porque solo soltó un fuerte suspiro antes de volver a su trabajo sin soltar o jalar todavía su herramienta.

–Dregarnhur puede ser como Heilschmerz en ocasiones cómo esta. Ambos son un par de chiquillos, después de todo.

Ferdinand se mordió la lengua y le devolvió el aparato mágico de inmediato, haciendo lo imposible por suprimir la diminuta sonrisa burlona que intentaba asomar.

¿Sabría Heidemarie que la dulce y frágil hermanita menor falsa a la que tanto protegía la veía como una niña pequeña y berrinchuda?

No lo sabía, pero disfrutaría mucho viendo la reacción de la erudita cuando se enterara de ese pequeño detalle.