Arnold llegó contento a la Casa de Huéspedes. Tanto, que a todos les extrañó, pero no le dio tiempo a nadie de preguntar. Se robó un emparedado de la cocina y escapó directo a su habitación.
«¿Estaba saliendo con Helga Pataki?»
«¿Le había pedido salir a Helga Pataki?»
«¿Ella había dicho que sí?»
«¡Estaba saliendo con Helga Pataki!»
«¡Iban a tener una cita! ¡En el cine!»
«Mañana, después de...»
Tenía que comer y dormir, porque el entrenamiento del día siguiente sería pesado. Pero ¿Cómo iba a dormir si solo podía pensar en qué usaría? ¿Cómo se vería? ¿Helga se vestiría para la ocasión? Era solo una salida al cine, nada elegante, nada formal. Tenía que calmarse. Era un experimento.
Todo ese tiempo pensando en ella para que al final incluso declararse fuera un problema. ¿Por qué con Helga todo era complicado? ¿Por qué no podía solo agradecer un cumplido o aceptar que estaba enamorado de ella?
«Enamorado»
Arnold se sentó en la cama, abriendo mucho los ojos.
Dijo que creía que le gustaba. Tenía que mantenerse ahí. Helga le podía gustar. Era alta, atlética, divertida, inteligente... era una persona atractiva, pero estar enamorado era diferente, era demasiado. Se dejó caer en la cama cubriendo su rostro.
–¿Helga me gusta-gusta o solo me gusta?
Bueno, a partir de ese día intentaría averiguar qué era exactamente lo que le hacía sentir.
...~...
Cuando Helga entró a su casa sus padres no estaban, así que subió a su habitación. Una hora más tarde su madre la llamó para comer y ella bajó, forzándose a fingir apatía.
Escuchó que Bob le contaba a Miriam que le encantaba su nuevo trabajo. Eso la tranquilizó.
–Espero que esto sea lo que tanto buscas, papá–dijo la chica, suprimiendo el sarcasmo con el que solía tratarlo.
–Siéntate a comer con nosotros–La invitó Miriam.
–N-no tengo hambre
–¿Saliste a comer con tus amigos?
–S-sí, así es, fuimos a comer después de la escuela
–¿Y qué comieron?
–M-mantecado
«¿Mantecado? ¿En serio, Helga? ¿Esa es tu mejor respuesta?»
«Bueno... no es del todo falso... ¿no?»
«¡¿MANTECADO?!»
–Está bien, cariño, pero no puedes alimentarte siempre de comida chatarra
–Lo sé, Miriam–Rodó los ojos.–. Estoy cansada. Buenas noches
Regresó a su cuarto lo más rápido posible. Era un manojo de nervios y sentía su estómago cerrado. Apenas podía respirar.
Tendría una cita con Arnold.
Siendo justos, no era su primera cita. Aunque él jamás la había invitado a una cita real.
Pero, por más que lo adorara, no iba a dejárselo fácil. No porque quisiera torturarlo -«Bueno, un poco no haría daño»-, sino porque ella estaba consciente de lo difícil que era su carácter y no pensaba cambiar, ni siquiera por él. Y sí, Bliss le dijo que poner límites y construir murallas eran cosas distintas, pero su carácter era más como una ventana. Podía verla a través de los cristales y tal vez ella podría dejarlo acercarse un poco más.
Necesitaba mantenerlo en límites que pudiera manejar, porque la ponía nerviosa, en especial con sus impulsivas demostraciones de afecto. No que no le gustaran, le encantaban, pero la volvían loca, la desarmaban y si una cosa no iba a permitirse Helga era perder el control.
Antes de acostarse escribió hojas y hojas de poemas.
Ya iba por la mitad de ese cuaderno. Le daba miedo, pánico, que alguien lo llegara a ver. Porque a pesar de la tristeza que la embargó durante esos días, desde que se besaron tuvo varios sueños con Arnold y sabía que incluso en las metáforas se notaba que sus pensamientos distaban bastante de la inocencia.
–Estúpido cabeza de balón... cómo te odio...
Guardó su cuaderno en un cajón con llave. Luego se metió bajo su cama y sacó aquella caja. La miró con inseguridad y luego la abrió. Ahí estaba todavía todo lo que en su vida había asociado a Arnold. Todas las cosas de su altar que decidió conservar cuando su terapeuta la ayudó a hacer una lista y definieron lo que era aceptable y lo que no. El estúpido vestuario que usó cuando fingió ser Cecile, los volúmenes de poesía, algunas cartas que jamás se atrevió a enviar, el listón rosa que él le regaló por su cumpleaños y sus relicarios. Arriba el último.
Lo sacó con cuidado y buscó en uno de sus cuadernos. Ahí tenía escondida una foto que envió a imprimir desde la sala de prensa, entre varias fotos de los jugadores. Se robó esa en especial, porque la sonrisa ingenua de Arnold le había gustado.
–Oh, mi amado dios de cabellos dorados, tus esmeraldas al fin fijaron en mí su atención... pero mi corazón tiembla herido, temiendo por lo que esperas encontrar tras la dura coraza en la que he escondido mi ser... oh, Arnold... ¿Qué pasará cuando vislumbres los tormentos de mi alma? ¿Contemplarán tus ojos con compasión a la Helga que otros ignoran? ¿Te gustará? ¿La odiarás? ¿Temerás? Solo me queda esperar por la respuesta y disfrutar este tortuoso camino que has elegido para ambos...
...~...
Cuando terminó la práctica, Arnold fue directo a casa en lugar de ir a ducharse al centro comunitario como siempre hacía. Tenía que evitar hablar con Gerald, porque su amigo iba a notar que algo pasaba y no quería mentirle, pero tampoco quería faltar a la promesa que le hizo a Helga.
Apenas pudo comer de la emoción, aunque el ejercicio siempre lo dejaba hambriento. Tomó un baño y pasó un buen rato decidiendo qué ponerse. No quería nada formal, pero tampoco quería que fuera tan casual como su ropa de día a día. Quería mostrarle a Helga que le importaba como lo veía. ¿Cómo lo veía Helga? Quería preguntar tantas cosas, hablar tantas cosas, pero sabía que ella se volvería hermética si la agobiaba. Tenía que contenerse.
Llegó quince minutos antes de la hora acordada. Le hubiera gustado pasar por ella a su casa, pero Helga dijo en el cine. Miraba nervioso la hora en su reloj, revisaba sus zapatillas, ajustaba su chaqueta y su bufanda. Ese día hizo un poco más de frío que el resto de la semana, pero ¿estaría bien? ¿sería exagerado?
–Hola, cabeza de balón–dijo de pronto la chica tras él.
...~...
Helga sintió tanta ansiedad, que llegó al lugar una hora antes. Dio varias vueltas mirando la cartelera, preguntándose qué película le podría gustar a él. Habló con algunos encargados para saber qué recomendaban, pero la mayoría eran adolescentes apáticos que estaban ahí por trabajos de medio tiempo y que poco les interesaba el séptimo arte, aunque, siendo justos, ninguna de las películas que estaba en cartelera en ese momento calificaba como arte.
Se apoyó en un muro cerca de la entrada y se quedó esperando que fueran las siete. Pero vio llegar a Arnold quince minutos antes. El chico se paró cerca de la puerta, en la acera. Volteó mirando hacia los lados, esperándola. Parecía nervioso.
Helga sonrió.
Arnoldo le pareció un poco más peinado de lo habitual, pero algunos mechones seguían desordenados. Usaba una bufanda anaranjada, un cortaviento rojo sobre una camisa a cuadros, pantalones de mezclilla rasgados y las mismas zapatillas que ella.
Decidió no hacerlo esperar.
Arnold volteó para encontrarse con una chica usando converse rojas, pantalones de mezclilla, un suéter rosa a rayas y una campera lavanda. Llevaba un pequeño bolso cruzado. Su largo cabello caía suelto por su espalda y lo apartaba de su rostro con un listón rosa que iba por sobre su cabeza hasta su nuca.
–Guau, Helga–La miró.
–No actúes impresionado–dijo ella–. No es muy distinto a lo que uso siempre
–Me agrada al fin verte usando ese lazo
–Yo... pensé que combinaba, ¿ok?
–Lo que digas, Helga
–Y también te ves bien... –dijo con esfuerzo, mirando en otra dirección, completamente sonrojada.
–Gracias
Arnold no podía ocultar su sonrisa y adoraba verla un poco nerviosa.
–¿Vamos a ver una película o vamos seguir charlando?–dijo ella, fingiendo molestia.
Entraron al cine y luego de un breve intercambio eligieron qué película verían. Mientras Arnold hacía la fila de las entradas, Helga compró las palomitas y los refrescos. Lo esperó en la fila de las salas. El chico la alcanzó ahí. Entraron, buscaron un asiento y mientras se acomodaban, las luces se apagaron. Esperaron compartiendo las palomitas entre risas, hasta que la película empezó.
Ella se preguntaba si Arnold intentaría alguno de esos tontos movimientos que siempre veía hacer a los chicos y que delataban una primera cita. No es que mirara a todo el mundo, pero iba al cine con frecuencia y a veces era tan obvio y repetitivo, que no podía evitar mirar si el pobre infeliz de turno tenía el valor de pasar los brazos por sobre los hombros de su cita.
Mientras tuvieron palomitas, sus manos se encontraron de vez en cuando en el balde. Las primeras veces se miraron, pero luego dejaron de hacerlo. Y hacia la mitad de la película Arnold pareció dejar de prestarle atención.
Pasada la mitad del filme, el estómago del chico decidió que las palomitas no eran suficientes y comenzó a emitir primero ruidos suaves y hacia el final lo que parecía un rugido bestial. Sabía que cuando se apagar el proyector y la sala quedara en silencio Helga iba a saberlo y se burlaría de él.
Ella se preguntó si acaso lo había molestado. Pero luego comprendió que simplemente debía estar reconsiderando sus opciones y seguramente ya había notado que ella no era material de novia. Claro. Otras chicas hubieran hecho un enorme esfuerzo para llegar despampanantes a la primera cita, pero ella no. ¿Siquiera se había maquillado bien? Se puso un labial suave y para los ojos algo de delineador y máscara, pero nada le aseguraba que fuera mucho o muy poco, pero definitivamente debía estar mal. Pasada la primera impresión debía estar arrepentido de haberla invitado. Era ella después de todo.
Cuando la película terminó, se levantaron en silencio y salieron del cine. Apenas eran las nueve, pero ya estaba completamente oscuro.
–Bueno–dijo ella–, creo que... debo irme...–Intentaba contenerse, porque una parte quería gritarle que lo sabía, que no le podía gustar, pero otra parte de ella quería preguntarle qué había hecho mal.
–¿Puedo... acompañarte... a casa?–Arnold se esforzó en cada palabra.
–No hace falta, cabeza de balón
–Quiero hacerlo
–No tienes que fingir conmigo. Yo... entiendo que te hayas arrepentido
–¿De dónde sacaste esa idea?
–Bueno... tú...
Jugaba con sus manos frente a ella ¿Cómo explicarle que, aunque no le gustaban las cursilerías había esperado que él se comportara como los otros tontos enamorados que había visto? Pero, por supuesto, Arnold no estaba enamorado de ella. Era una idiota. ¿Por qué había imaginado que si a él creía que le gustaba la iba a amar como ella lo amaba? Solo una tonta pensaría algo así...
Un rugido del estómago de Arnold interrumpió la lista de insultos que Helga comenzaba a dirigir hacia ella misma en su mente. Notó que él se sonrojaba.
–¿Tienes hambre?–Preguntó, preocupada, mientras todo el caos de su mente se esfumaba.
Arnold le sonrió incómodo y luego de un segundo decidió decir la verdad.
–Estaba tan ansioso que no comí nada después de entrenar... y creo que las palomitas solo abrieron mi apetito. Lo lamento, me puse nervioso y no dejaba de pensar que esto sería vergonzoso... y lo es... por favor dime que me calle
Helga dejó escapar una risa que ahogó de inmediato cuando notó que el rubor en el rostro de Arnold empeoraba y su semblante parecía enojado.
–¿Hamburguesas o pizza?
–¿Qué?
–¿Quieres ir por hamburguesas o pizza?
–Pizza
Helga lo tomó de la mano y lo arrastró hacia un local. Pidió una pizza familiar con dos refrescos y solo al pagar se dio cuenta que había sostenido la mano del chico todo ese tiempo. Decidió concentrarse en las matemáticas del cambio que tenía que recibir y luego de guardarlo en su bolsillo, le indicó a Arnold que fueran a sentarse.
–¿Cuánto te debo?–dijo el chico, sacando su billetera.
–Esta va por mi cuenta, cabeza de balón–dijo Helga, mirando en otra dirección.
–Pero dijiste que dividiríamos los gastos–dijo.
–No, dije que TÚ no podías invitarme–Respondió ella con una sonrisa triunfal.–. Nunca dije que yo no podía hacerlo
–Eso no es justo
–La vida no es justa, cabeza de balón
Entonces Arnold recordó exactamente lo que Helga dijo: "No hasta que lo averigües". ¿Entonces ella sabía cómo se sentía con él? ¿Estaba admitiendo que sentía algo por él? ¿Era lo mismo que antes? ¿Era distinto? ¿O intentaba compensarlo por haberse reído?
–Gracias–dijo, con una sonrisa, obligándose a dejar de pensar demasiado– ¿Qué te pareció la película?
Escuchó a Helga criticar con su humor habitual todos los defectos, evidentes y exagerados, de la película que acaban de ver, mientras analizaba con sarcasmo las actuaciones y la historia. Pero en cada palabra podía notar que ella realmente la disfrutó y solo bromeaba para disminuir la tensión.
De pronto la llamaron para que fuera por su pedido. Ella se puso de pie para regresar en un momento. Puso la caja en la mesa y un refresco a cada lado.
Arnold la observó mientras se sentaba, reunió valor, tomó su refresco y fue a sentarse junto a ella.
–¡Ey! ¿Qué haces?–dijo ella.
–Es por la ciencia–Respondió con una sonrisa.–. Si voy a averiguar qué es esto, tengo que hacer algunas pruebas... ¿no crees?
–¿Q-qué clase de pruebas?–dijo ella, intentando controlar sus nervios.
–Oh, nada complicado, solo pequeñas pruebas. Como... acercarme un poco a ti... y...
–¿Y?–Repitió ella, exasperada.
–¿Me dejas cortar un trozo de pizza para ti?
–Ok... no, basta...–Helga se levantó.–. Frena eso...
–¿Qué? ¿Hice algo malo?
La mirada de tristeza del cabeza de balón la obligó a calmarse.
–No, es solo que esto es... demasiado ¿sí?
Arnold iba a regresar a su puesto, pero ella le puso una mano en el hombro antes de volver a sentarse.
–Puedes quedarte aquí–dijo–. Y puedes cortar la pizza. Pero no puedes dármela... ¿está bien?
Arnold asintió. Podía notar que ella también estaba nerviosa.
Siguieron charlando de la película y luego él le contó sobre la práctica de ese día. Ella lo escuchó encantada.
«Esto es maravilloso, al fin... oh, Arnold... »
«Pronto se dará cuenta de que no soy lo que espera.»
Luchaba por contener esos pensamientos, porque, demonios, podía permitirse disfrutarlo mientras durara, ¿no?
Después de comer parecían más tranquilos, pero se había hecho bastante tarde.
–¿Tomamos un taxi?–dijo el chico, cuando salían de la pizzería.
–No me alcanza–Admitió
–Podemos ir en tren subterráneo
Helga respiró profundo
–Odio las ratas–Murmuró.
–No habrá ratas
–Eso espero
–Vamos
Caminaron hacia la estación.
–Gracias por hoy, Arnoldo
–Gracias a ti, Helga–El chico le sonrió.
–¿Y lograste averiguar algo?–Quiso saber.
–Sé que disfruto pasar tiempo contigo–La miró.– ¿Puedo tomar tu mano?
Ella dudó y luego asintió evadiendo su mirada. Entonces el chico la sujetó con cuidado.
–¿Puedo preguntarte algo?–dijo él, en un murmullo.
–No prometo responder, pero puedes intentarlo, Arnoldo
–No aceptaste salir conmigo por el bien de un experimento–dijo con una risita– ¿Significa... que sientes algo por mí?
–Puedes apostar tu trasero a que sí, cabeza de balón–Medio le sonrió y lo hizo sonrojar.– ¿Qué? No preguntes si no estás preparado para manejar la verdad
–Me encanta cuando eres honesta, aunque sea así
Subieron al vagón y buscaron donde sentarse. Había poca gente a esa hora, nadie que les llamara la atención.
Helga lo miró un momento. No lograba convencerse de que ese día fuera real.
–Por cierto–Se soltó de él para buscar algo en su bolso.–. Traje tu camisa. No pude inventar una buena excusa para dártela en la escuela si es que alguien nos descubría
El chico observó la tela que asomaba del bolso de la chica, luego la miró y tuvo que cerrar los ojos. Podía sentir la sangre calentando su rostro.
–Quédatela, se te ve mejor a ti–dijo cubriendo sus ojos con su antebrazo.
Ella volvió a apretar la ropa dentro de su bolso, lo cerró y evitó mirarlo. También estaba sonrojada.
–Tonto cabeza de balón–dijo. Después de pensarlo un instante lo obligó a apartar el brazo para darle un beso en la mejilla.–. La cuidaré por si un día la quieres de vuelta–dijo con una sonrisa.
El chico asintió y le tomó la mano, acariciándola.
–¿Usarás más ese listón?–dijo él de pronto.
–Supongo que puedo incorporarlo en mi vestuario habitual–Comentó ella.
–Te queda bien–Agregó con una sonrisa.–Y también me gusta... como peinaste tu cabello
Helga tuvo una idea.
–Cuando estabas ebrio jugaste con mi cabello. Dijiste que te recordaba a una tal... Cecile
–¿Qué?
Arnold miró el suelo, avergonzado. Helga lo miró de reojo.
–¿Qué pasa, cabeza de balón? ¿Qué pasó con esa chica?
–No sé quién es Cecile, ni siquiera era su nombre. Hay una Cecile real, era mi amiga por correspondencia, pero no era ella... olvídalo, no importa
–¿Quieres volver a verla?
–No
–No me engañas, Arnoldo
–No lo sé. Quise encontrarla, pero me dejó sin pistas
–¿Y qué harías si ella aparece?
–¿Qué?
–¿Qué harías... si ella aparece y quiere salir contigo? ¿Saldrías con ella también?
–Helga, estoy saliendo contigo, jamás haría algo así
«¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué lo estoy torturando? Ah, esto es divertido... »
–¿Si esa chica aparece y quisieras salir con ella me lo dirías?–dijo Helga.
–¿Qué?
–Lo que oíste
–Helga, fue una cita en cuarto grado... no la conozco, no sé nada de ella...
–¿Fue una buena cita?
Arnold cerró los ojos y asintió.
–Aunque lo arruiné–Añadió.
–¿Por qué?
–No importa... ella... era muy dulce... y por un segundo creí que conectamos... pero si no pudo ser honesta respecto a quien era... tal vez todo eso fue una mentira
–¿Y no hay alguien en tu vida... que tenga tanto miedo de mostrarle a los demás como es en realidad... que siempre se esconde?
Arnold abrió mucho los ojos y notó que Helga acomodaba su cabello y se quitaba la campera. Con el cabello suelto y ese suéter rosa a líneas claro que se parecía. ¿Cómo no se dio cuenta antes?
–¿T-todavía piensas en esa cita?–Añadió Helga, mirando en otra dirección.–. Y-yo la recuerdo con frecuencia...
–¿Eras tú?
Arnold pestañeó varias veces.
–¡Por supuesto que era yo, cabeza de balón! Doi
–Helga... ¿por qué?
–Porque... no sabía... cómo acercarme a ti... así que robé la carta de tu amiga por correspondencia e improvisé todo ese plan
–¿Entonces esta no es nuestra primera cita?
–Supongo que no
–Estás loca, Helga Pataki
–¡Guarda silencio!
Arnold la besó.
–Y me encantas–Añadió él.
Ella se sorprendió. Luego miró alrededor, preocupada. Nadie que los conociera.
–Estúpido, cabeza de balón
–Lo que digas, Helga
Pasaron una estación más.
–Ey...–Murmuró Arnold.
–Dime
–¿Puedo volver a besarte?
Ella asintió, se acercó a él y le dio un beso lento, dejando que poco a poco sus labios se acariciaran.
Arnold dudó un segundo, luego la abrazó, sujetándola por la cintura y la nuca. Volver a sentirla era agradable.
Se apartaron compartiendo una sonrisa. Luego Helga ocultó un bostezo.
–¿Estás cansada?
Ella asintió.
–Día largo–Añadió.
–Puedes dormir, aún quedan quince minutos
Arnold la abrazó, dejando que se acurruque contra él. Ella subió las piernas la asiento y las dobló para estar más cómoda, mientras él la cubría con la campera.
–No hagas nada raro, ¿me oíste?–Advirtió ella, en un tono que era más bien una broma.
–Claro que no, Helga–Arnold le sonrió y luego de darle un beso en la frente añadió.–. Descansa
Con los ojos cerrados podía concentrarse en los latidos de Arnold ¿Eran así de rápidos por ella? El sonido parecía calmarla. El ruido de las ruedas del tren y las luces parpadeantes solo la llevaron a un estado de trance. Estaba agotada y podía dormir en el pecho de Arnold. ¿Qué clase de fantasía era esa?
El chico le acarició el cabello mientras la observaba dormir. De los nervios que tuvo al inicio quedaba cada vez menos. Esa tarde había resultado particularmente agradable y ella en ese momento se veía linda.
El camino se le hizo corto.
–Helga, estamos por llegar–dijo en un susurro, acariciándole el rostro.
–No, mi amor, todavía no–Murmuró ella.
El chico se apartó, sonrojado. Ella no despertó. Ahora quería saber qué estaba soñando.
Acercó su rostro y le susurró al oído.
–Helga, tenemos que bajar del tren
Ella gruñó todavía en sueños, pero ya estaban entrando en la estación, así que la sacudió con cuidado.
–Es nuestra parada–dijo.
–¿A-Arnold?
Ella lo miró confundida y un segundo después se ubicó en la realidad. Cerró los ojos con fuerza y luego se apartó de él, avergonzada. Se puso de pie y salió del tren en cuanto las puertas se abrieron. Arnold la siguió hasta la salida. Allí ella se quedó quieta, mirando el suelo, apretando los puños.
–Dime que no hablé en sueños–dijo ella.
El chico la miró un minuto. Quería decirle que sí, pero luego notó el temblor en sus manos.
–Murmuraste algo que no entendí–Decidió mentir.– ¿Tuviste un mal sueño?
Ella negó y dejó de apretar los puños. Pareció aliviada.
Caminaron a casa de la chica. Esta vez él tomó su mano sin preguntar, pero con cuidado. Ella por un segundo se paralizó y luego siguió caminando como si nada, cerrando sus dedos en torno a los de Arnold.
–Puedes dejarme aquí, cabeza de balón–dijo en la esquina desde la cual podía ver la entrada de su casa.
Arnold sonrió y se acercó para besarla. Ella lo abrazó con cierta ternura.
–Nos vemos el martes–dijo ella.
–Nos vemos, Helga–dijo él, con una sonrisa.
