Capítulo 45:

Desesperación


Yuya abrió los ojos, pero no estaba en el vestíbulo de Arckumo.

Lo supo al instante, porque el mundo que lo rodeaba no era uno que pudiera existir fuera de su mente.

Flores de todos los colores cubrían el suelo hasta donde alcanzaba la vista, sus pétalos resplandeciendo como si cada uno estuviera tejido con luz de estrellas.

Sobre él, el cielo no era azul ni gris, sino un lienzo infinito de galaxias giratorias y nebulosas brillantes que pulsaban al ritmo de un corazón celestial.

El aire era cálido y suave, como un abrazo que lo envolvía por completo.

Había un aroma dulce, indefinible, como si todas las fragancias del universo se hubieran mezclado para crear algo único.

A lo lejos, pequeñas cascadas de agua cristalina descendían en silencio, su murmullo formando una melodía que parecía estar hecha para él.

Yuya respiró hondo, su pecho llenándose de algo que no podía explicar: maravilla, confusión y una pizca de miedo.

—Estoy… dentro de mi mente otra vez, ¿no es así? —Murmuró, más para sí mismo que para obtener una respuesta.

El lugar era hermoso, casi divino, pero también inquietante.

Sabía que no debía estar allí, no por elección.

El paisaje surrealista de flores y galaxias seguía envolviéndolo en su irrealidad, pero Yuya no tenía tiempo para maravillarse.

El aire estaba cargado, pesado, como si el lugar mismo estuviera vivo y vigilándolo.

Sus propios pensamientos eran un caos; el destello de la pulsera de Yuzu y su repentino traslado aquí lo habían dejado en una confusión que solo crecía con cada segundo.

—¿Por qué estoy aquí? —Susurró para sí mismo, frotándose las sienes mientras intentaba calmar el latido frenético de su corazón—. ¿Qué significa esto? —

Antes de que pudiera encontrar respuestas, una figura emergió de entre las galaxias, como si el mismo espacio se desgarrara para darle paso.

Era él… pero no él.

Su otro yo.

Su mirada era un torbellino de furia y desesperación, y su presencia era tan abrumadora que Yuya sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

¡Muévete!

Rugió su otro yo, su voz resonando como un trueno en el extraño paisaje.

En un instante, lo alcanzó y lo agarró por el cuello de la camisa, zarandeándolo con una fuerza que hizo que Yuya tropezara hacia atrás.

—¡Haz algo, Yuya! ¡No puedes quedarte ahí parado como un idiota! —

—¿Qué…? —Balbuceó Yuya, sus manos temblorosas intentando apartar las del otro yo—. ¿Qué estás haciendo? ¡Déjame! —

—¡No! —Gritó el otro Yuya, apretando los dientes mientras lo empujaba contra el suelo con un golpe seco.

Yuya jadeó al sentir el impacto en su espalda, pero el otro no lo soltó.

—¡No voy a dejarte! ¡No hasta que entiendas que no podemos seguir así! —

Yuya intentó levantarse, pero el otro Yuya lo empujó de nuevo, esta vez con más fuerza.

Su rostro estaba a centímetros del suyo, y sus ojos brillaban con lágrimas que no caían.

¡Haz algo! —Le gritó, su voz quebrándose por la desesperación—. ¡Levántate, pelea, haz lo que sea! ¡Pero no te quedes ahí como si nada importara!

—¡No entiendo! —Gritó Yuya de vuelta, su voz temblorosa y llena de miedo—. ¡No sé qué quieres de mí!

El otro Yuya lo soltó de golpe, como si el contacto con él le quemara.

Dio un paso atrás, respirando con dificultad, y se llevó las manos al cabello, tirando de él con frustración. Su cuerpo temblaba, y su rostro era una mezcla de furia y dolor.

—¡Claro que no entiendes! —Espetó, su voz cargada de amargura—. ¡Siempre eres así, Yuya! ¡Siempre tan ciego, tan débil, tan… inútil! —

Las palabras golpearon a Yuya como un puñetazo.

Se levantó lentamente, tambaleándose, mientras intentaba procesar lo que estaba escuchando.

—¿Débil? —Repitió, su voz apenas un susurro—. ¿De qué estás hablando? ¿Qué tiene que ver esto con… con nosotros? —

El otro Yuya soltó una risa amarga, una risa que parecía arrancada de lo más profundo de su ser.

—¿De verdad no lo entiendes? —Preguntó, con los dientes apretados y la voz cargada de exasperación—. ¡Te lo dije, Yuya! ¡Te lo dije muchas veces! Te dije que recuperaras el poder que nos pertenece. ¡Te lo advertí! ¡Te lo grité!

Su voz se alzó aún más, resonando como un trueno en el extraño paisaje.

¡Pero lo olvidaste! ¡Tú, idiota, lo olvidaste!

Yuya dio un paso atrás, su cuerpo temblando.

Algo en las palabras del otro comenzó a abrirse paso entre la niebla de su mente.

Imágenes borrosas, recuerdos desordenados, fragmentos de una conversación perdida… algo que su otro yo le había dicho antes, algo importante.

Su corazón se hundió al darse cuenta de que era cierto.

—Yo… —Balbuceó, su voz casi inaudible—. Es verdad. Lo dijiste. Pero… pero había tanto caos, no lo entendía… no podía recordarlo. —

El otro Yuya lo miró con furia renovada, como si las palabras de Yuya fueran una confesión insoportable.

—¿¡No podías recordarlo!? —Gritó, con una mezcla de incredulidad y rabia—. ¡¿Cómo pudiste olvidarlo?! ¡Era lo único que importaba! ¡Lo único, Yuya!

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, cayendo por su rostro en torrentes mientras apretaba los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas.

—¡No tenemos tiempo para esto! —Gritó, su voz quebrándose mientras sus emociones lo consumían—. ¡Si no haces algo ahora, todo se perderá! ¡Todo, Yuya!

El eco de sus palabras resonó en el aire, pero Yuya seguía sin saber qué hacer.

Su mente era un torbellino de confusión, miedo y culpa.

—Yo… no sé cómo —Susurró, su voz temblorosa y débil—. No sé qué hacer. No entiendo que... —

El otro Yuya lo miró fijamente, y algo en él pareció romperse.

Su expresión cambió, endureciéndose, y su voz se volvió fría como el hielo.

Eres patético —Dijo, cada palabra como un cuchillo que se clavaba en el corazón de Yuya—. Si tú no vas a hacer nada… entonces yo lo haré. —

Antes de que Yuya pudiera reaccionar, el otro Yuya se lanzó hacia él con una velocidad y una fuerza que no parecían humanas.

Sus ojos brillaban con un resplandor peligroso, y su cuerpo estaba rodeado de una energía que Yuya no podía comprender.

Sintió un dolor agudo atravesarlo, como si algo dentro de él se rompiera y, al mismo tiempo, despertara.

El paisaje de flores y galaxias comenzó a desmoronarse a su alrededor, desintegrándose en un torbellino de luz y oscuridad.

Yuya intentó aferrarse a algo, pero no había nada.

Todo se desvanecía.

Y entonces, todo se detuvo.

Cuando los ojos de Yuya se abrieron, ya no eran los suyos.

De pie en el vestíbulo de Arckumo, con Hoshiyomi, Yuzu y los demás observándolo, estaba su cuerpo… pero la mirada era diferente.

Sus iris brillaban con un resplandor que no pertenecía a este mundo, y su expresión era una mezcla de calma absoluta y un poder latente.

Hoshiyomi dio un paso adelante, su rostro pálido como la luna.

Yuzu, todavía conmocionada por lo ocurrido, dio un paso atrás.

—Yuya… —Murmuró, con la voz cargada de miedo.

Pero el Yuya que conocían ya no estaba allí.

El vestíbulo de Arckumo estaba sumido en un silencio tenso, roto solo por el eco de los pasos de Yuya al avanzar lentamente hacia ellos.

Pero algo estaba mal.

Muy mal.

Hoshiyomi lo sintió de inmediato, como una punzada en el pecho.

Los ojos de Yuya brillaban de forma antinatural, como si hubieran atrapado un fragmento del mismo cosmos que se extendía en el cielo de su mente.

Ese no era el Yuya que conocía.

Algo había cambiado, algo que no podía explicar, pero que lo llenaba de un miedo que no recordaba haber sentido jamás.

Yuzu fue la primera en reaccionar, aunque su voz temblaba al llamarlo.

—Yuya… ¿estás bien? —Preguntó.

Pero Yuya no respondió.

Su mirada estaba fija en el brazalete que Yuzu llevaba en la muñeca, y antes de que ella pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, él se lanzó hacia ella con una velocidad y agresividad que jamás hubiera imaginado.

¡Eso es mío! —Gritó Yuya con una voz que resonaba como un eco extraño, cargada de furia y una obsesión casi primitiva.

Sus manos se dirigieron directamente al brazalete, y Yuzu soltó un grito ahogado mientras retrocedía instintivamente.

El impacto los hizo caer al suelo.

Yuzu luchaba por apartarlo, pero Yuya tenía una fuerza inesperada, casi inhumana.

Sus movimientos eran precisos, controlados, como si algo ajeno lo guiara.

—¡Suéltame! ¡Yuya, ¿qué te pasa?! —Gritó Yuzu, intentando apartarlo mientras el brillo del brazalete parecía intensificarse por momentos.

Hoshiyomi, quien hasta ese instante había estado procesando el extraño brillo en los ojos de Yuya, sintió cómo el suelo bajo sus pies parecía desmoronarse.

Él, que siempre había sido el pilar de calma y control, se encontró paralizado por un instante.

No entendía lo que estaba viendo.

No entendía cómo Yuya, el chico que siempre había conocido, podía estar actuando de esa manera.

Pero cuando vio a Yuzu caer al suelo, algo dentro de él se activó.

—¡Yuya, detente! —Gritó, abalanzándose sobre ellos y sujetando a Yuya por los hombros.

Usó toda su fuerza para apartarlo de Yuzu, pero lo que ocurrió después lo dejó helado.

Al intentar tirar de Yuya, sintió una resistencia imposible.

La fuerza que Yuya ejercía era descomunal, mucho mayor de lo que su cuerpo debería permitir.

Hoshiyomi apretó los dientes, luchando por mantenerlo bajo control, pero sus brazos temblaban por el esfuerzo.

—¿Cómo…? —Murmuró Hoshiyomi, incapaz de comprender de dónde venía esa fuerza.

Y entonces, las palabras de Yuya lo golpearon como un mazazo.

¡Es mío! ¡Siempre ha sido mío! ¡Me lo gané por derecho de matrimonio! —Rugió Yuya, su voz quebrándose por momentos, como si estuviera a punto de desbordarse.

El tono no era el de Yuya, sino algo más oscuro, más desesperado.

Hoshiyomi sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

La frase resonó en su cabeza con una intensidad que lo descolocaba por completo.

¿Derecho de matrimonio? ¿Qué significaba eso? ¿Cómo podía Yuya estar diciendo algo así?

Su mente, siempre tan rápida y analítica, se quedó en blanco por un instante.

Todo lo que sabía, todo lo que creía entender, parecía desmoronarse frente a él.

El brazalete… el brillo… Yuya.

Todo parecía conectado, pero no entendía cómo.

Su mirada se clavó en el anillo que Yuya aún llevaba puesto, un objeto que había permanecido inactivo desde el último colapso.

¿Podría ser eso? ¿Podría estar relacionado?

Pero no tenía tiempo para pensar.

No ahora.

—¡Yuya, cálmate! —Gritó, apretando con más fuerza, recurriendo a todo lo que tenía.

Y fue entonces cuando lo notó.

Había tenido que usar su verdadera fuerza, una que ocultaba cuidadosamente del mundo.

Hoshiyomi no era completamente humano, y el hecho de necesitar esa fuerza para contener a Yuya lo llenó de desconcierto.

Incluso con todo su poder, Yuya no cedía.

Era como si algo más estuviera dentro de él, algo que desafiaba toda lógica y que lo convertía en una fuerza incontrolable.

¡Ese brazalete es mío! ¡Es mi derecho por matrimonio! ¡Devuélvemelo! —Gritó nuevamente Yuya, mientras Hoshiyomi sentía que la situación escapaba completamente de su control.

Por un instante, el vestíbulo quedó en completo silencio, roto solo por los jadeos de los tres.

El brazalete de Yuzu brillaba débilmente, como si estuviera reaccionando a la tensión que llenaba el aire.

Hoshiyomi miró a Yuya con una mezcla de desconcierto, preocupación y un miedo que jamás había sentido.

Ese no era el Yuya que conocía, y lo que sea que estuviera ocurriendo, estaba lejos de ser normal.

Por primera vez en mucho tiempo, Hoshiyomi se sintió completamente fuera de lugar, como si el suelo bajo sus pies se hubiera desmoronado.

Él, que siempre había sido el ancla, el que mantenía todo bajo control, ahora estaba perdido.

Y lo peor de todo era que no sabía qué hacer.

—¿Qué demonios está pasando? —Murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro.

Pero no había respuestas.

Solo el brillo antinatural en los ojos de Yuya, el eco de sus palabras desesperadas y cargadas de furia, y esa opresiva certeza de que todo, absolutamente todo, se estaba saliendo de control.

La impotencia lo golpeó con una fuerza que no recordaba haber sentido antes.

—Maldición... —Murmuró, como si esa palabra fuera la única forma de liberar la tensión que lo ahogaba.

El aire se sentía pesado, y su pecho subía y bajaba con dificultad.

Su mente estaba atrapada en un torbellino de emociones y pensamientos que lo devoraban lentamente.

No era tonto; nunca lo había sido.

Pero incluso alguien como él, acostumbrado a observar cada detalle con precisión quirúrgica, podía ser cegado por un deseo que rozaba la desesperación.

Hambriento.

Sediento.

Esa era la verdad que se negaba a admitir incluso en sus momentos más solitarios.

Había estado hambriento de Yuya desde el primer instante en que sus caminos se cruzaron una vez más.

Hambriento de su mirada, de su toque, de su voz.

Sediento de un cariño que siempre parecía escaparse entre sus dedos, como si estuviera condenado a anhelarlo sin obtenerlo jamás.

Recordaba cada mirada de Yuya.

Cada una de ellas, una y otra, y otra vez.

Miradas llenas de miedo, desconfianza, incluso rechazo.

Aunque él intentaba con todas sus fuerzas mostrarle lo mejor de sí mismo. Aunque se esforzaba en demostrarle que no era alguien de quien debía huir.

Pero nada cambiaba.

Esa barrera invisible siempre estaba ahí, separándolos como un muro insuperable. Y sin embargo, él nunca se cansó.

Nunca dejó de intentarlo.

Porque su corazón no le permitía rendirse, porque cada intento, cada sonrisa rechazada, cada palabra que caía en el vacío, eran un recordatorio de cuánto lo amaba.

Entonces, aquel día sucedió algo que cambió todo.

Cuando Yuya, tímidamente, lo miró y le propuso aquel juego sencillo: "Dos verdades, una mentira."

La naturalidad de la invitación, el leve destello de interés en los ojos de Yuya, habían sido suficientes para que Hoshiyomi se sintiera como si el mundo entero hubiera cambiado.

"Me miró… me miró sin miedo."

No solo eso.

Había algo más en esa mirada: cariño, quizás incluso anhelo.

Era la mirada con la que había soñado durante noches interminables, una mirada que no creía que Yuya pudiera darle.

En ese momento, sintió como si estuviera flotando en el cielo, como si todo su sufrimiento hubiera valido la pena solo por esa chispa de esperanza.

Pero ahora… ahora tenía que enfrentar la verdad.

"No puedo dejar que eso me nuble," se dijo con severidad, su voz mental cargada de dolor.

Esa mirada, ese instante, no podía ser una excusa para ignorar lo que estaba sucediendo frente a sus ojos.

Esta vez, se obligó a ver con claridad.

Yuya no era fuerte, al menos no físicamente.

Su cuerpo siempre había sido frágil, marcado por las heridas del pasado. Hoshiyomi lo sabía mejor que nadie.

Había sido testigo de cómo cada batalla dejaba cicatrices en él, tanto visibles como invisibles. Pero lo que acababa de suceder no tenía sentido.

La fuerza con la que Yuya se resistía era casi aterradora. No era natural.

Apenas logró contenerlo antes, y lo que sintió al hacerlo le heló la sangre.

No era humano, no podía serlo.

Era algo más.

Algo que escapaba a toda lógica.

"Eso no era fuerza humana. Era…"

El recuerdo de su madre, Yuma, cruzó por su mente como un rayo.

La fuerza de Yuya, esa energía inquietante, le recordó a esa fuerza, una fuerza que solo aquellos ligados profundamente a las energías del cosmos podían poseer.

"¿Cómo…? ¿Cómo puede ser esto?"

Hoshiyomi apretó los dientes.

No tenía tiempo para seguir pensando.

La hostilidad en Yuya crecía con cada segundo que pasaba, y cada palabra que gritaba era como un cuchillo que cortaba a través de la confusión, dejando solo miedo y desesperación en quienes lo escuchaban.

Reuniendo todo su poder, esta vez decidió no contenerse.

Aplicó más fuerza, dejando que la energía dentro de él fluyera libremente.

—¡Basta, Yuya! —Gruñó, su voz cargada de autoridad y determinación.

Con un esfuerzo titánico, finalmente logró apartarlo.

Yuya cayó hacia atrás, aunque no con la debilidad que Hoshiyomi esperaba. Incluso ahora, mientras jadeaba, su cuerpo parecía lleno de esa misma energía inquietante.

Pero lo que realmente hizo que el estómago de Hoshiyomi se hundiera fue la mirada en los ojos de Yuya.

—¡Devuélveme lo que me robaste, Yuzu! —Rugió, su voz cargada de una rabia que parecía consumirlo por completo.

Sus ojos brillaban con una intensidad casi sobrenatural, como si dentro de ellos ardiera un fuego imparable.

Yuzu retrocedió instintivamente arrastrándose de espaldas, temblando.

—Yuya… yo no… —Balbuceó, su voz casi inaudible.

Pero Yuya no la escuchaba. Estaba demasiado atrapado en su propia tormenta, demasiado cegado por el odio que llenaba cada fibra de su ser.

—¡Ese brazalete es mío! ¡Siempre lo ha sido! ¿Crees que puedes arrebatármelo y esperar que me quede de brazos cruzados? —Continuó, su tono afilado como una cuchilla.

Cada palabra era una amenaza, un recordatorio de que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar lo que consideraba suyo.

Sus palabras cortaban el aire, helando la sangre de quienes lo escuchaban.

—¡Lo conseguiré, Yuzu, cueste lo que cueste! ¡No importa a quién deba enfrentar, no importa el precio que deba pagar! ¡Ese brazalete me pertenece, y nadie, NADIE, me lo quitará! —

La fuerza de sus palabras, cargadas de una rabia casi inhumana, resonó como un trueno en el silencio que lo rodeaba.

Hoshiyomi lo miraba, todavía jadeando por el esfuerzo de contenerlo.

"Esto no es normal. Esto no puede ser normal."

Pero más que las palabras, más que la fuerza, lo que realmente lo perturbaba era lo que implicaban.

Hoshiyomi apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Yuzu, con el rostro pálido y los ojos llenos de terror, se levantó de un salto, tambaleándose mientras sujetaba sus brazos rasguñados.

Su respiración era irregular, como si cada aliento fuera una batalla perdida contra el miedo.

Sin mirar atrás, salió corriendo, perdiéndose rápidamente entre la multitud que ahora rodeaba la escena.

Había tantas personas.

Una masa de curiosos que, atraídos por la conmoción, se había detenido a observar.

Los murmullos crecían, y los guardias luchaban por mantener a todos a raya, alejando a los espectadores del caos que se desarrollaba en el centro.

Pero para Hoshiyomi, el ruido, las miradas, los rumores… nada de eso existía.

Solo existía Yuya.

—¡No huyas! —Rugió Yuya, su voz desgarradora partiendo el aire como un trueno.

Su cuerpo vibraba con una intensidad casi monstruosa, y su mirada, encendida por una rabia abrasadora, estaba fija en el camino por el que Yuzu había desaparecido.

Sin dudarlo, se levantó de un salto y dio un paso hacia adelante, decidido a seguirla.

La ira ardía en él como si fuera una llama viva, consumiéndolo desde dentro.

Pero Hoshiyomi no lo permitió.

Con un movimiento rápido y decidido, lo tomó por la cintura, atrapándolo con más fuerza de la que había usado antes.

Un pilar firme frente a la tormenta que era Yuya.

Sintió cómo el cuerpo de Yuya se tensaba bajo su agarre, cómo la energía que lo rodeaba parecía electrificar el aire mismo.

Pero no lo soltó.

—¡Déjame ir! —Gritó Yuya, su voz cargada de una furia tan visceral que por un momento parecía desbordarse del espacio que ocupaba.

Sus manos temblaban mientras luchaba por liberarse, como si estar contenido fuera lo único que lo hacía arder aún más.

Hoshiyomi lo sostuvo con más firmeza.

No era solo fuerza física; era su determinación, su amor, lo que lo mantenía firme.

Sabía que si lo dejaba ir, Yuya se perdería más en esa oscuridad que lo consumía.

—¡Voy a buscarla! —Vociferó Yuya, sus palabras salpicadas de hostilidad, su mirada ardiente como el filo de una espada—. ¡Voy a tomar lo que es mío! ¡Por las buenas o por las malas! —

Ese no era Yuya.

No el Yuya que Hoshiyomi conocía, no el Yuya que había amado a lo largo de vidas enteras.

Era alguien más.

Algo más.

Una sombra deformada por emociones que no parecían suyas.

Pero incluso ahora, con esa furia desbordada, Hoshiyomi no podía abandonarlo.

No podía dejar que se destruyera.

—Yuya, por favor. Mírame. —Pidió, su voz baja pero firme, cargada de una fortaleza que solo podía nacer de un amor eterno.

Al principio, Yuya no lo escuchó.

Seguía luchando, su cuerpo temblando con una fuerza que no parecía humana.

Esa energía antinatural que lo rodeaba pulsaba como un corazón oscuro.

—¡Déjame! ¡No me detengas! ¡No entiendes nada, Hoshiyomi! —Gritó, su tono afilado como un cuchillo.

Pero Hoshiyomi no cedió.

Se mantuvo firme, apretando sus brazos alrededor de su cuerpo, como si pudiera contener no solo su fuerza, sino también el caos que lo consumía.

—Yuya… mírame. —Repitió, esta vez con más intensidad, con una urgencia que se filtraba en cada sílaba.

Sus ojos buscaron desesperadamente a los de Yuya, tratando de atravesar esa barrera de ira y confusión, tratando de llegar al verdadero Yuya que sabía que todavía estaba ahí.

Y entonces ocurrió.

Por un instante, como si sus palabras hubieran alcanzado un rincón olvidado de su alma, Yuya giró la cabeza hacia él.

Sus ojos seguían brillando con ese destello sobrenatural, pero por debajo de esa rabia, Hoshiyomi vio algo más.

Una chispa de reconocimiento.

Una herida abierta.

Un dolor que lo había estado consumiendo desde dentro.

—Hoshiyomi… —Murmuró Yuya, su voz quebrada, rota.

Esa chispa, aunque tenue, fue suficiente.

Hoshiyomi la sostuvo, con cuidado pero con fuerza, como quien sostiene una llama que amenaza con apagarse.

Era un rayo de esperanza en medio de la tormenta.

Estoy aquí —Susurró Hoshiyomi, su voz suave pero firme, como una promesa inquebrantable—. Estás conmigo. No estás solo.

Yuya dejó de luchar.

Sus hombros se relajaron, y la tensión que lo había mantenido rígido comenzó a desvanecerse.

Pero con esa rendición llegó otra verdad: la fragilidad detrás de toda esa furia.

Su cuerpo comenzó a temblar, y las lágrimas brotaron de sus ojos, rodando por sus mejillas como ríos desbordados.

—Hoshiyomi… —Repitió, esta vez en un susurro tan débil que apenas era audible.

Y entonces, como si la energía que lo había impulsado hasta ese punto se consumiera por completo, Yuya se derrumbó.

Hoshiyomi lo sostuvo con cuidado mientras caía, sus brazos envolviéndolo con una mezcla de fuerza y delicadeza.

Era un escudo para Yuya, una fortaleza que no flaquearía sin importar cuán oscura fuera la tormenta.

Lo sostuvo contra su pecho, sintiendo cómo su respiración se volvía pesada, como si toda esa furia hubiera drenado su vida misma.

Estoy aquí —Repitió Hoshiyomi, apoyando su frente contra la de Yuya por un instante, como si ese contacto pudiera sellar el momento, como si pudiera transmitirle toda la fuerza que aún le quedaba.

Yuya cerró los ojos, exhausto, y su cuerpo quedó completamente inerte en los brazos de Hoshiyomi.

La energía antinatural que lo rodeaba desapareció, desvaneciéndose en el aire como una llama consumida por su propio ardor, dejando tras de sí solo la quietud.

Un silencio inquietante.

Hoshiyomi lo sostuvo con fuerza, su propia respiración temblando mientras las lágrimas de Yuya, incluso inconsciente, seguían cayendo.

—Luchaste hasta que no pudiste más… —Murmuró Hoshiyomi, su voz rota por una mezcla de amor y desesperación.

Su corazón dolía, como si alguien lo hubiera atravesado con una daga.

El Yuya que tanto amaba estaba ahí, pero también era un abismo que no comprendía.

El ruido de la multitud y los murmullos de los curiosos regresaron a sus oídos, pero no levantó la mirada.

No le importaba.

Yuya era su prioridad.

Y mientras lo sostenía, con el corazón desgarrado por la intensidad del momento, solo una pregunta llenaba su mente:

—¿Qué te está pasando, Yuya? —Susurró, como si las palabras pudieran alcanzar a esa parte de él que todavía estaba perdida.


El primer aliento que tomó fue brusco, como si su cuerpo recordara de repente cómo funcionar.

Yuto abrió los ojos, encontrándose cara a cara con un cielo azul, brillante e increíblemente inmenso. Una burla para sus ojos.

El aire era pesado, con un extraño aroma metálico que le hizo arrugar la nariz.

No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que perdió el conocimiento, pero lo primero que sintió fue el frío del concreto debajo de él.

Con un esfuerzo que le costó más de lo esperado, se sentó, llevando una mano a su frente.

Todo le dolía: los músculos, la cabeza, incluso su garganta estaba seca, como si hubiera estado gritando o corriendo durante horas.

¿Dónde estoy?

El panorama que lo rodeaba era desconcertante.

Estaba en un techo, eso estaba claro, pero no era un lugar que reconociera.

A la distancia, la silueta de la ciudad seguía siendo visible, lo que significaba que no había ido muy lejos... al menos físicamente.

Pero, ¿cómo había llegado ahí?

Trató de recordar.

Sus pensamientos eran un caos, como si alguien hubiera revolcado sus recuerdos y dejado piezas sueltas esparcidas al azar.

Cerró los ojos con fuerza, obligándose a concentrarse.

Lo último que podía recordar con claridad era el destello.

Un destello rosa.

Sí... eso fue lo último.

Después de eso, todo se volvía borroso. Había una sensación de caída, un vacío en su estómago, y luego... nada.

Ahora estaba aquí, en este lugar desconocido, con más preguntas que respuestas.

"No puedo quedarme aquí. Necesito averiguar qué pasó."

Su mente lógica comenzó a tomar el control.

Respiró hondo, obligándose a calmarse. Si se dejaba arrastrar por el miedo o la confusión, no lograría nada.

Su entrenamiento le había enseñado a mantener la cabeza fría en momentos de crisis, y eso era justo lo que necesitaba ahora.

Rápidamente revisó sus bolsillos, buscando algo que pudiera ser útil, pero su esperanza se desmoronó al no encontrar ni dinero ni su comunicador habitual.

Solo tenía su disco de duelo, afortunadamente intacto.

—Esto servirá... —Murmuró, con una nota de alivio en su voz.

Colocó el disco en su brazo y activó la interfaz con movimientos precisos. Si no podía comunicarse directamente, al menos podría usar el satélite integrado para localizar su posición o contactar a Astral.

Astral siempre respondía.

Pero antes de que pudiera completar la llamada, algo lo detuvo.

Un sonido.

Era como un eco distante, algo que resonaba desde abajo, desde las calles.

Yuto se congeló, agudizando el oído.

Era difícil distinguirlo entre el ruido ambiente, pero había algo peculiar, algo que lo hacía fruncir el ceño.

Se levantó con cuidado, tambaleándose un poco por el mareo, y avanzó hacia el borde del techo, apoyándose contra la barandilla.

Desde su posición elevada, podía ver parcialmente lo que sucedía abajo, aunque las sombras de los edificios bloqueaban gran parte de la vista.

¿Qué demonios está pasando...?

Su confusión se profundizó.

Lo que sea que estaba ocurriendo ahí abajo, no era normal.

Había una energía en el aire, un tipo de vibración que hacía que la piel se le erizara.

Yuto apretó los dientes, obligándose a mantenerse quieto, a observar antes de actuar.

Su lógica seguía dominando, pero dentro de él había una sensación creciente de inquietud, un instinto que le gritaba que lo que estaba por presenciar no sería fácil de entender ni de enfrentar.

Se inclinó un poco más hacia el borde, tratando de enfocar su mirada hacia la fuente de ese ruido.

Su respiración se detuvo por un segundo, como si su propio cuerpo anticipara lo que venía.

Y entonces, lo vio.

Un hombre de porte imponente estaba de pie en medio del callejón.

Su cabello verde, dividido en dos tonos, brillaba bajo la tenue luz artificial, y sus ojos de un verde oliva profundo parecían perforar todo lo que miraban con una intensidad aterradora.

Sus ropas eran caras, un traje impecable que le daba un aire de autoridad y poder, aunque la frialdad de sus movimientos dejaba en claro que cualquier humanidad que pudiera haber en él estaba enterrada bajo una fachada glacial.

Frente a él, su oponente gritaba, suplicándole que se detuviera.

—¡Shun! ¡Basta! ¡No tienes que hacer esto! —El joven luchaba por respirar, aferrándose a su propio disco de duelo como si fuera la última línea de defensa entre él y un destino aterrador.

Pero el hombre, aquel con el cabello verde en dos tonos, no mostraba señales de piedad.

Solo lo miró con desdén, como si los gritos fueran un ruido molesto en medio de un proceso inevitable.

—Tu debilidad no merece consideración. —Su voz era fría, cortante como un cristal roto.

Con un movimiento decidido, levantó su brazo, y el campo holográfico de duelo se iluminó aún más.

Yuto sintió que su corazón se detenía cuando vio la carta en juego.

"Asaltorrapaz - Halcón Elevado".

Los ojos de Yuto se abrieron estupefactos. Su mente, lógica y entrenada, trató de negar lo que estaba viendo.

"No puede ser... no puede ser él."

Pero cada fibra de su ser sabía la verdad. Aquella carta, aquel monstruo, era inconfundible.

Una mezcla de emociones lo embargó: alivio al verlo con vida, confusión por su comportamiento, y un temor helado al ver lo que llevaba en su traje.

—Shun... —Susurró, su voz temblando entre incredulidad y desesperación.

Abajo, el duelo alcanzó su clímax.

Con un comando final, el monstruo de Shun lanzó su ataque, y un destello cegador marcó el fin del enfrentamiento.

Cuando la luz se desvaneció, lo único que quedó fue el hombre que había sido su oponente, convertido en una carta que ahora descansaba en la mano de Shun.

El eco del duelo se desvanecía, dejando el callejón sumido en un silencio sofocante.

Desde su posición en el techo, Yuto seguía observando, congelado por la confusión y el miedo.

Shun estaba ahí, de pie entre las sombras, imponente y distante, con ese emblema del LDS brillando en la solapa de su traje.

El alivio inicial de verlo con vida se mezclaba con un temor indescriptible.

No puede ser él... no así.

Pero el monstruo que había desaparecido, "Asaltorrapaz - Halcón Elevado", no dejaba lugar a dudas.

Ese era Shun, su Shun.

Yuto sintió como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido.

Mientras intentaba ordenar sus pensamientos, un movimiento imperceptible le heló la sangre: Shun levantó la cabeza.

Sus ojos verde oliva se dirigieron directamente hacia el techo, como si hubiera sentido su presencia.

Yuto contuvo la respiración, paralizado por la intensidad de esa mirada.

Por un momento, sus ojos grises se encontraron con los de Shun.

Fue como si el mundo se detuviera.

La conexión era inconfundible, pero estaba teñida de algo extraño, algo que no podía comprender.

"No puedo enfrentarlo."

La idea se apoderó de él con una fuerza abrumadora.

No estaba listo, no ahora.

Sentía el pecho oprimido, como si la sola posibilidad de que Shun pudiera reconocerlo lo desarmara por completo.

Con un movimiento torpe y desesperado, Yuto retrocedió, escondiéndose detrás de una de las estructuras del techo.

Sus manos temblaban mientras cubría su boca, como si temiera que su respiración pudiera delatarlo.

"¿Por qué? ¿Por qué está aquí? ¿Por qué está haciendo esto?"

Las preguntas llenaban su mente, pero ninguna respuesta llegaba. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de alivio, anhelo y un miedo insoportable.

Desde abajo, Shun permanecía inmóvil.

Aunque parecía mirar directamente al techo, no mostró señal de moverse o llamar.

Pero Yuto no podía arriesgarse.

Cerró los ojos con fuerza, intentando calmar su agitada mente lógica.

"Debo pensar. Debo mantenerme tranquilo."

Aún así, el dolor era ineludible.

El hombre al que había amado con toda su alma estaba justo ahí, pero algo en él había cambiado. Yuto no podía acercarse.

No podía enfrentarlo.

El pecho de Yuto dolía con cada respiración contenida, y su mente seguía repitiendo las mismas palabras: "Shun... ¿qué te han hecho?"

Entonces, como si el destino jugara con él, Shun dio un leve paso hacia atrás, desapareciendo aún más en las sombras del callejón.

Yuto, desde su escondite, apretó los dientes con fuerza.

"No puedo dejar que esto termine así. No ahora."

Pero mientras esas palabras resonaban en su mente, su cuerpo no respondía.

El miedo de verlo, de enfrentarlo, era más fuerte que cualquier otra cosa.