Buenas aquí les dejo una adaptación de un libro que me gusto, los personajes de inuyasha no me pertenecen si no a "Rumiko" ni la historia ni los personajes del libro sino a "Shelby" espero que les guste

Asesino de brujas

Libro 1

La bruja blanca

(Eso es el amor: darlo todo, sacrificarlo todo, sin el menor deseo de obtener algo a cambio)

Cap.30

Secretos Revelados

Kag

Los gritos desgarraban el aire y la multitud se dispersaba presa del pánico y la confusión. Perdí a Inuyasha de vista. Perdí a todos de vista menos a mi madre. Ella estaba de pie quieta en medio de la multitud desquiciada: un faro blanco entre las sombras amenazantes. Sonriendo. Con las manos extendidas, suplicantes.

El arzobispo me empujó detrás de él mientras las brujas se reunían. Me aparté un poco, incapaz de procesar las emociones que latían en mi cuerpo: la incredulidad salvaje, el miedo debilitante, la furia violenta. La bruja de negro, Destino, nos alcanzó primero, pero el arzobispo extrajo su Balisarda de la túnica y atravesó profundamente el pecho de la mujer. Ella bajó los escalones tambaleándose hasta llegar a los brazos de una de sus hermanas. Otra gritó y atacó.

Vi un destello azul y un cuchillo atravesó el pecho de la bruja por la espalda. Ella dio un grito ahogado, aferrándose en vano a la herida, antes de que una mano la empujara. Ella desenterró despacio la daga de su cuerpo y se desplomó.

Allí estaba Inuyasha.

La sangre de la mujer cubría su Balisarda y sus ojos ardían con odio primitivo. Bankotsu y Hojo luchaban detrás. Con un movimiento veloz de su cabeza, me indicó que avanzara. No vacilé: abandoné al arzobispo y corrí hacia sus brazos abiertos.

Pero las brujas continuaban atacando. Más y más aparecían de la nada. Peor: había perdido de vista a mi madre.

Un hombre hechizado con ojos vacíos avanzó con pesadez hacia el arzobispo. Había una bruja de pie cerca a sus espaldas, moviendo los dedos con expresión feroz. La magia estallaba en el aire.

- ¡Llevadla dentro! -grito el arzobispo-. ¡Encerraos en la Torre!

- ¡No ¡-Me apartaré de Inuyasha-. ¡Dame un arma! ¡Puedo pelear!

Tres pares de manos me sujetaron y me arrastraron hasta el interior de la iglesia. Otros Chasseurs irrumpían en la multitud. Observé horrorizada cómo extraían jeringas plateadas de sus abrigos. Cuando inuyasha cerró las puertas de la iglesia hubo nuevos gritos.

Moviéndose con rapidez, alzó la inmensa el travesaño de madera que había sobre las puertas. Bankotsu se apresuró a ayudarlo mientras Hojo permanecía a mi lado, pálido.

- ¿Es cierto… lo que han dicho las brujas? El… arzobispo… ¿tiene una hija con Tsubaki le Blanc?

-Tal vez. -Los hombres de Bankotsu estaban tensos bajo el peso de la traba-. Pero tal vez ha sido… todo… una…distracción. -Con un último esfuerzo, colocaron el travesaño en su lugar. Él me miró de arriba abajo; respirando con dificultad-. Como las brujas en el castillo. Estaba a punto de atravesar los muros cuando llegamos. Luego, desaparecieron.

Los cristales se rompieron y alzamos la vista para ver una bruja atravesar el rosetón a cientos de metros por encima de nosotros.

-Dios mío -susurró Hojo, contorsionando el rostro, horrorizado. Bankotsu me empujó hacia adelante.

- ¡Llévala arriba! ¡Me encargaré de la bruja!

Inuyasha tomó mi mano y juntos corrimos hacia la escalera. Hojo nos siguió. Cuando llegamos a nuestra habitación, Inuyasha cerró la puerta de un golpe y clavó su Balisarda en el picaporte. Un segundo después, avanzó veloz hacia la ventana mientras introducía la mano en su chaqueta y extraía una bolsita. Sal. Colocó los cristales sobre el alféizar a toda velocidad.

-Eso no ayudará. -Mi voz salió baja y ferviente: culpable.

Inuyasha detuvo sus manos y se giró despacio hacía mí.

- ¿Por qué te persiguen las brujas, Kag?

Abrí la boca, buscando desesperadamente una explicación razonable, pero no encontré ninguna. Él sujetó mi mano y se acercó a mí, bajando la voz.

-Ahora dime la verdad. No puedo protegerte sin ella.

Respiré hondo, preparándome. Cada risa, cada mirada, cada roce… todo se reducía a ese instante.

Hojo emitió un sonido ahogado a nuestras espaldas.

- ¡Cuidado!

Giramos al unísono y vimos a una bruja flotando fuera de la ventana, su cabello pardo se sacudía a su alrededor con un viento agresivo. Mi corazón se detuvo. Se posó en el alfeizar y atravesó la línea de sal.

Inuyasha y yo nos pusimos delante del otro al mismo tiempo. Él aplasto mi pie y caí de rodillas. La bruja inclinó la cabeza mientras él saltaba hacia mí: hacia mí, no hacia su Balisarda.

Hojo no cometió el mismo error. Saltó hacia el cuchillo, pero la bruja fue más veloz. Con un movimiento breve de muñeca, el olor intenso a magia quemó mi nariz y Hojo salió disparado contra un muro. Antes de que pudiera detenerlo o hacer algo más que gritar una advertencia, Inuyasha se lanzó sobre la mujer. Con otro movimiento de muñeca, la bruja lo hizo volar por el aire y su cabeza golpeó el techo. La habitación tembló. Otro golpe y él cayó al suelo ante mis pies, alarmante quieto.

- ¡No! -Con el corazón en la garganta, le di la vuelta, frenética. Parpadeaba. Estaba vivo. Alcé la cabeza hacia la bruja de cabello pardo-. Zorra.

Contorsionó el rostro en una expresión feroz.

-Has quemado a mi hermana.

Un recuerdo apareció: una mujer de cabello pardo al fondo de la multitud, llorando mientras Yuka ardía. Lo aparté de la mente.

-Ella me habría matado. -Alzando las manos con cautela, me devané los sesos en busca de un patrón. Fragmentos dorados resplandecieron alrededor de ella. Les ordené solidificarse mientras la bruja flotaba y bajaba del alfeizar. Unas ojeras profundas rodeaban sus ojos inyectados en sangre y sus manos temblaban de furia.

-Has deshonrado a tu madre. Has deshonrado a las Dames blanches.

-Las Dames blanches podéis arder en el infierno.

-No eres digna del honor que Tsubaki te otorga. Nunca los has sido.

Las cuerdas doradas serpenteaban entre su cuerpo y el mío. Sujeté una al azar y seguí, pero se abrió en cientos de otros hilos que envolvían nuestros huesos. Me aparté. El coste, el riesgo, era demasiado alto.

Ella expuso los dientes y respondió alzando las manos. Sus ojos brillaban llenos de odio. Me preparé para el impacto, pero nunca llegó. Aunque lanzaba su mano hacia mí una y otra vez, cada golpe resbalaba en mi piel y se disipaba.

El anillo de Midoriko ardía en mi dedo… desmontando sus patrones.

Me miró con incredulidad. Alcé las manos más alto con una sonrisa y posé los ojos en un patrón prometedor. Retrocediendo, ella miró la Balisarda, pero cerré el puño antes de que pudiera alcanzar el cuchillo.

Se golpeó contra el techo igual que lo había hecho Inuyasha, y fragmentos de madera y yeso llovieron sobre mi cabeza. Mi corazón redujo la velocidad, mi visión daba vueltas cuando cayó al suelo. Alcé las manos buscando un segundo hilo, algo para dejarla inconsciente, cuando me embistió contra el escritorio sujetando mi cintura.

El escritorio.

Abrí el cajón, saqué mi cuchillo, pero ella sujetó mi muñeca y la retorció con fuerza. Con un grito feroz, me golpeó en la nariz con la cabeza. Me tambaleé hacia un lado, la sangre caía sobre mi mentón, mientras ella me arrancaba el cuchillo de la mano.

La Balisarda de Inuyasha brillaba junto a la puerta. Intenté alcanzarla, pero ella sacudió mi cuchillo delante de mi nariz, bloqueando mi camino. Vi un destello dorado breve, pero no podía concentrarme, no podía pensar. Le clavé el codo en las costillas. Cuando ella se apartó, jadeando con el torso hacia adelante, por fin vi mi oportunidad. Mi rodilla hizo contacto con su rostro y soltó mi cuchillo. Lo sujeté victoriosa.

-Adelante. -Ella sostenía el lateral de su cuerpo, la sangre caía al suelo desde su nariz-. Mátame como mataste a Yuka. Asesina de brujas.

Las palabras eran más afiladas que cualquier cuchillo.

-Hice… lo que debía hacer…

-Has asesinado a una de las tuyas. Eres la esposa de un cazador. Tú eres la única Dame blanche que arderá en el infierno, Kagome le Blanc. -Enderezó la espalda, escupió sangre al suelo y se limpió el mentón-. Ahora ven conmigo: acepta tu derecho de nacimiento y tal vez la Diosa aún perdone tu alma.

Las dudas serpentearon en mi corazón ante sus palabras. Quizás ardería en el infierno por lo que había hecho. Había mentido, robado y matado sin vacilar en mi cruzada incansable por sobrevivir. Pero ¿Cómo valía la pena una vida semejante? ¿Cuándo me había vuelto tan despiadada, acostumbrada a tener sangre en las manos? ¿Cuándo me había convertido en algo peor que ambos? Al menos las Dames blanches y los Chasseurs habían escogido un bando. Cada uno defendía algo, pero yo no defendía nada. Era una cobarde. Solo quería sentir el sol en mi rostro por última vez. No quería morir en ese altar. Si eso me convertía en una cobarde… que así fuera.

-Con tu sacrificio, recuperaremos nuestra tierra. -Avanzó hacia mí como si percibiera mi vacilación, retorciendo sus manos ensangrentadas-. ¿No lo entiendes? Gobernaremos Belterra otra vez…

-No -respondí-. Vosotras gobernaréis Belterra. Yo estaré muerta.

Su pecho subía y bajaba con pasión.

- ¡Piensa en las brujas que salvarás con tu sacrificio!

-No puedo permitir que asesinen inocentes. -Mi voz era calmada y decidida-. Debe de haber otra manera…

Mis palabras flaquearon cuando inuyasha se alzó sobre las rodillas en la periferia de mi visión. El rostro de la bruja no era completamente humano cuando se giró para verlo… cuando alzó la mano sentí la energía antinatural resplandeciendo entre ellos, percibí el golpe mortal antes de que lo diera.

Alcé desesperada una mano hacia él.

-¡No!

Inuyasha voló hacia un lado abriendo los ojos de par en par mientras mi magia lo alzaba, y la energía negra de la bruja atravesó la pared. Pero mi alivio fue breve. Antes de que pudiera llegar a él, ella había corrido a su lado y presionaba el cuchillo sobre su garganta, mientras hurgaba en su abrigo para extraer algo pequeño.

Algo plateado.

Miré horrorizada. Una sonrisa cruel apareció en su rostro mientras él se resistía.

-Ven aquí o le cortaré la garganta.

Moví los pies hacia ella sin dudar. Por instinto. Aunque parecían de plomo, sabían dónde ir. Donde siempre había estado destinada a ir.

Desde mi nacimiento. Desde mi concepción. Si eso significaba que Inuyasha viviría, moriría feliz.

Con el pecho subiendo y bajando, Inuyasha miraba al suelo mientras me acercaba. No huyó cuando la bruja lo soltó, no se movió para detenerla cuando ella clavó la jeringa en mi garganta, y atravesó mi piel como si estuviera en el cuerpo de otra persona: el dolor estaba desconectado, como el líquido espeso congelado en mis venas. Era frío. Los dedos gélidos recorrían mi columna, paralizando mi cuerpo, pero no era nada en comparación con el hielo en los ojos de Inuyasha cuando por fin me miró.

Ese hielo atravesó mi corazón.

Me desplomé sin apartar los ojos del rostro de Inuyasha. Por favor, supliqué en silencio. Entiéndelo.

Pero no había compresión en sus ojos mientras miraba mi cuerpo caer, mientras mis extremidades comenzaban a sacudirse y a retorcerse. Solo había perplejidad, furia y… repulsión. Ya no estaba el hombre que había estado de rodillas ante mí secando mis lágrimas con dulzura. Ya no estaba el hombre que me había abrazado en el tejado, que se había reído con mis bromas, que había defendido mi honor y me había besado bajo las estrellas.

Ya no estaba el hombre que había dicho que me quería.

Ahora, solo estaba el Chasseur. Y me odiaba.

Las lágrimas rodaron sobre la sangre en mi rostro. Era el único indicio externo de que mi corazón se había partido en dos. Inuyasha aún no se movía.

La bruja alzó mi mentón y clavó sus uñas en mi piel. Vi la negrura flotando en el límite de mi visión e hice un esfuerzo por permanecer consciente. La droga giraba en mi mente, amenazando con sumirme en el olvido. Ella se aproximó a mi oído.

-Creías que te protegería, pero te ataría a la hoguera. Míralo. Mira su odio.

Alcé la cabeza con esfuerzo, ella aflojo los dedos de mi rostro, sorprendida. Miré a Inuyasha directamente a los ojos.

-Te quiero.

Luego, perdí la conciencia.

Continuara…

Pd: gracias por sus comentarios x)

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