La Revolución de Mestionora

La Sala de Juegos y los Niños Nobles

Su adopción fue tal y cómo se esperaba, justo después de los bautizos de invierno, pero antes de los debuts, con Bonifatius y la abuela Hermelinda acompañándola por un lado en el escenario, Eckhart y Heidemarie del otro.

Los debuts, sin embargo, fueron… no lo que esperaba, en realidad.

Pasaron de los laynobles, que daban algo de pena a los mednobles, que, como esa pequeña llamada Liesseleta, ya eran escuchables; y luego a los archinobles que lo hacían bien, haciéndola preguntarse qué clase de programa espartano e insano la obligaron a tomar a ella.

Por lo menos no tendría que "competir" contra alguno de los hijos del archiduque. No estaba muy segura si no sería lo suficientemente buena o si dejaría en mal a los pobres niños si ese fuera el caso. Lo que nadie esperaba era que su maná comenzara a moverse con la canción, siendo absorbido por su anillo en la parte más álgida de la melodía para estallar en cientos de luces sobre los nobles ahí reunidos… o que el insufrible niño pelirrojo de su bautizo estuviera ahí, poniéndose en pie y gritando que ella era en definitiva la Santa de Ehrenfest, Amada por los Dioses y su futura señora mientras Ferdinand la sacaba de ahí en hombros.

'Ese niño es en serio muy intenso. Solo le faltó sacar barritas luminosas, un taiko y una enorme pancarta para gritar a todo pulmón.'

Por supuesto, el curioso despliegue provocó un par de problemas.

Por un lado, el mocoso la regañó luego de que ella siguiera sus indicaciones, lo que terminó en una pelea de insultos y mejillas jaladas. Por otro lado, la terrible Lady Verónica se había fijado en ella, lo que, luego de un afectuoso despliegue de apoyo por parte de los Linkberg dio lugar a una terrible noticia para ella, por parte de Ferdinand.

No podría ver a su verdadera familia lo que quedaba del invierno.

Podía sentir su corazón a punto de romperse, por fortuna, Ferdinand estaba ahí para apoyarla y cuidar de ella hasta que se sintió mejor. Incluso él parecía un poco aliviado luego de su pequeña interacción, bajándola de su regazo justo a tiempo. Un par de toques en la puerta los alertaron y en nada, Bonifatius estaba de nuevo dentro de la habitación caminando hacia ella.

–¿Myneira? ¿estás bien?

–Lo estoy ahora. Gracias por preguntar, abuelo. Yo… lamento mucho mi comportamiento. Creo que todavía soy muy mala para controlar mis emociones y…

–No hay nada por lo que debas avergonzarte, mi niña –explicó el enorme y bonachón abuelo tomándola en brazos de inmediato–. El arte de controlar nuestras emociones para evitar que nuestro maná se desborde lleva tiempo, por eso es que seguirás utilizando la herramienta para niños por un par de años más. Ahora, no te preocupes por nada, ¿si? Sylvester se está encargando de todo allá afuera, así que, solo sonríe y disfruta del día.

Santa Claus, el verdadero Santa Claus que vivía en algún lugar de la Europa del norte, debía haber tenido un carácter similar al de Bonifatius, o eso pensó Myneira, sintiendo cómo se iba calmando poco a poco, hasta que pudo relajarse del todo y mirar a Ferdinand de nuevo desde los brazos de Bonifatius.

–Gracias, Ferdinand.

El muchacho solo asintió a la genuina gratitud del viejo, todavía un poco conmocionado por lo que acababa de pasar, aun si era difícil de ver.

–No hay nada que agradecer –respondió el Sumo Obispo en un suspiro antes de mirarla a ella–. Anda, debes ir con Bonifatius afuera. Ya hemos gastado demasiado tiempo aquí.

–Ferdinand tiene razón –dijo su padre de adopción–. Vamos a comer algo, ¿sí? Hermelinda está ansiosa de sentarse contigo a la mesa para compartir las bendiciones de Coucoucaloura.

Ambos sonrieron y ella fue dejada en el suelo para poder caminar fuera de la sala.

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La comida tuvo lugar antes de la ceremonia del regalo en que se entregarían capas y broches de un tono amarillo muy oscuro a los nuevos alumnos de la Academia Real. Su bisabuela y ahora madre adoptiva le explicó con una enorme sonrisa que el ocre era el color heráldico de Ehrenfest, de modo que los nuevos estudiantes podrían ser reconocidos como parte del ducado con facilidad por los otros alumnos y profesores, en tanto los broches les garantizaban entrar al dormitorio.

'Al menos no tienen que decirle alguna contraseña extraña a una dama gorda y algo despistada en una pintura' pensó ella con diversión, preguntándose si la Academia Real sería como Howgarts. De ser así, esperaba que no tuviera un Bosque Prohibido o un director atolondrado enviando a los niños desobedientes a internarse en dicho Bosque Prohibido. Una sala de escaleras, con escaleras que se mueven sería divertido en realidad… o un Comedor con el techo encantado y largas mesas con los colores y emblemas de los ducados. Aunque lo mejor sería una enorme biblioteca con una sección prohibida. De haberla, idearía formas que enorgullecieran a los gemelos Weasly para colarse a leer tanto que la misma Hermione Granger sentiría envidia.

—Myneira, ¿qué estás tramando ahora? —le preguntó Hermelinda con una sonrisa sincera y controlada.

—Solo me preguntaba cómo es la Academia Real, abu… ¿madre?

Hermelinda soltó una ligera risilla divertida y Bonifatius no tardó en voltear a verlas con una sonrisa enorme y sincera, tan similar a la sonrisa de su padre Gunther, que la pequeña se sintió un poco más tranquila.

—Myneira, Bonifatius y yo estamos de acuerdo en que puedes seguir llamándonos "abuelos" o "madre" y "padre" si lo prefieres. No te forzaremos a nada, querida. Solo queremos protegerte tanto como sea posible.

—Hermelinda tiene razón, Myneira —interrumpió Bonifatius—. Hija o nieta, nada nos hace más felices que poder tenerte cerca, criarte y protegerte.

Myneira sonrió recordando la cálida alegría que le brindaban las visitas de sus nietos cuando eran muy pequeños, o cómo se había sentido más que extasiada las raras ocasiones en que alguno de sus hijos le pedía permiso para dejarle a sus nietos por más tiempo debido al trabajo o a alguna eventualidad que les impidiera estar ahí. En esas ocasiones Tetsuo solía quejarse de que el trabajo de un abuelo debería ser solo malcriar a sus nietos, no ocuparse de ellos, y aun así, el hombre disfrutó de cada una de esas visitas, yendo al extremo de bañarse y dormir con sus pequeños nietos, darles golosinas o supervisar sus tareas y corregirlos con mucha más paciencia que con sus propios hijos.

Tuvo que sonreír ante los recuerdos. Nada le gustaría más que volver a tener una gran familia unida y feliz con Tetsuo, solo debía encontrarlo… sobrevivir siendo noble y encontrarlo, si es que había renacido en ese lugar él también.

'¿Qué pasa si ese científico loco no tiene sus recuerdos, pero renació aquí también? ¿Seguiría siendo mi Tetsuo? ¿Sería capaz de encontrarlo? Quizás debería averiguar si hay un dios o diosa del matrimonio y rezarle para que me devuelva a Tetsuo. Con más de setenta dioses en el panteón de Yurgensmith...'

La pequeña se pellizcó un brazo por debajo de la mesa y volvió a sonreír, concentrándose en desenvolverse en su papel de adorable nieta recién adoptada y no en la preocupada novia que ha perdido a su contraparte.

—¿Entonces puedo seguir llamándolos abuelo Bon y abuela Linda?

La pareja le devolvió la sonrisa, con Bonifatius palmeando con cuidado su cabeza y Hermelinda apretando con afecto uno de sus hombros.

—Por supuesto, Myneira.

La dulce mujer estaba intercambiando sonrisas con ella cuando una sensación de lo más extraña la hizo tensarse, sintiendo como se ponían de punta los vellos de su nuca, llevándola a mirar primero a Bonifatius y luego a seguir la mirada del hombre hasta encontrarse con la mujer del velo.

Su rostro, al encontrarse más cerca debido a la posición de Bonifatius, era más fácil de mirar a través de la tela semitransparente, aunque no demasiado.

Decidió ignorarla y seguir comiendo, haciendo lo posible por no mostrar su desencanto ante la desabrida comida que les estaban dando a los nobles en ese enorme comedor.

El festín podía verse muy bonito y algunos de los platillos llevaban especias que hacían destacar sus colores todavía más y, de todos modos, a pesar de tener pescado a su disposición, todo tenía un sabor plano o desequilibrado al que le faltaba mucho trabajo.

–La comida de tu restaurante va a ser toda una revelación, querida –comentó Bonifatius luego de un rato, con una enorme sonrisa traviesa que pronto fue contagiada a Hermelinda.

–Ya estoy deseando que inauguren el restaurante en la zona noble –afirmó Hermelinda emocionada–. ¡La comida que nos trae nuestra hermosa nieta siempre es tan deliciosa!

La pequeña sonrió complacida, recordando cómo sus dos proyectos culinarios estaban tomando forma poco a poco y que, de hecho, debido a esto tenía cinco chefs en el Templo desde el verano. Hugo y Elah, los más avanzados, estarían trabajando en la zona de los nobles, en tanto Renge y Polo atenderían a los comerciantes en el restaurante de la ciudad baja junto con Liesse, la repostera de Frieda. Amelie se quedaría en el Templo como su chef personal por el momento en lo que entrenaba a Arabella, una de las grises que salvó del Obispo anterior y que en realidad tenía mucha facilidad para la cocina.

'Quizás debería rotar a mis chefs entre los restaurantes y el templo. Podría usar la cocina del Templo como una escuela para entrenar a algunos cuantos chefs. Si aprendieran de todos los que tengo ahora en diferentes momentos, podría haber una rivalidad tan sana como la de Hugo con Liesse, lo que podría terminar en más platillos únicos que no se me hayan ocurrido… incluso podría arreglar estos terribles platillos.'

Estaba pensando en futuros platos y la rotación del personal, considerando el valor nutricional de algunos de los platillos presentados en ese momento cuando se dio cuenta de algo. Mirando en derredor con muchísima atención antes de mirar a su abuelo y luego a su abuela, dejó que la pregunta saliera en voz baja.

—Por cierto, ¿dónde está Lord Ferdinand?

—Él…

—Ya no es necesario que le llames "Lord" Ferdinand, Myneira —interrumpió Bonifatius a Hermelinda—. Tu estatus se ha vuelto más elevado que el suyo fuera de ese… sucio templo. A menos que su hermano le permita regresar a la sociedad noble, tú eres una archinoble de la casa Linkberg, mientras que él… es SOLO un sacerdote.

Estaba a punto de decir algo, a punto de reclamar incluso. Ella también era parte del Templo y de verdad no podía comprender que tenía de malo. Más aún, físicamente era uno de los lugares más pulcros que hubiera visto jamás. En cuanto a la moral, se estaba enderezando poco a poco. Si bien, Myneira estaba al tanto del desvergonzado y poco respetuoso uso que los nobles le daban al templo, también era cierto que lo había estado reformando poco a poco con la ayuda de Ferdinand.

En la actualidad, solo aquellos sacerdotes y doncellas grises que desearan servir cómo flores podían dar dicho servicio, además de que se estaba planteando la posibilidad de abrir algún establecimiento cercano tanto en la zona noble, como en la zona plebeya, para que cualquier individuo solicitando servicios no aptos para menores de edad pudieran realizar sus actividades fuera de la casa de los dioses. De momento solo necesitaban conseguir la aprobación del Aub, cosa de la que Ferdinand aseguró que se encargaría, solo que… ¿cómo iba a encargarse si no estaba ahí?

—Ahora que hemos comulgado con las bendiciones de Coucoucaloura —sonó la voz fuerte y clara del archiduque, consiguiendo que todos guardaran silencio—, es hora de iniciar con la Ceremonia del Regalo, luego de lo cual, nuestros niños irán a la sala de juegos en tanto los adultos damos la bienvenida a la socialización del invierno y disfrutamos de las bendiciones de Vantolé.

Myneira tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para recordar a ese Dios. Memorizar tantos dioses, además de rituales y oraciones, no era una tarea sencilla, menos aún si además era la calculadora del Templo y del castillo, la encargada del orfanato y de varias empresas que debía supervisar cada semana, ya fuera por medio de reportes o con visitas, por no hablar de sus estudios cómo noble.

–Myneira, ¿me permitirías escoltarte a la sala de juegos?

La niña miró a sus abuelos, con Hermelinda asintiendo desde su silla de ruedas mánica y haciéndole señas de aceptar. Myneira le sonrió al abuelo y permitió que la ayudara a bajar del asiento, colocando su mano en el dorso de la mano del hombre que todavía tenía que agacharse para que ella no caminara de puntitas.

–Myneira, mientras estés en la sala de niños este año, serás la persona de mayor rango. Cómo una Linkberg y sin ningún candidato a archiduque por el momento tienes algunas tareas y responsabilidades específicas ahí –le instruyó Bonifatius sin dejar de caminar–. Sé que estarás a la altura, además, tengo una sorpresa para ti.

El camino a la sala de niños era largo y su estatura no ayudaba. Estaba agradecida de que trataran sus cúmulos de maná y que tanto el abuelo como Ferdinand estuvieran supervisando su régimen de ejercicio de manera constante, de modo que fuera capaz de hacer todo el camino por sus propios pies, aún si iban a un paso bastante lento que el abuelo parecía disfrutar al ser capaz de conversar con ella y darle toda clase de recomendaciones.

Cuando llegaron a la puerta, cuatro rostros familiares estaban ahí, esperándola en tanto varios niños de diversas edades entraban en la habitación.

–¡Hermana Heidemarie! ¡¿Y todos los hermanos Linkberg?!

La niña miró a su abuelo en busca de respuestas y el hombretón dejó escapar una sonora carcajada de inmediato, guiándola hasta dejar que Eckhart la escoltara usando su armadura de caballero mientras Heidemarie portaba una especie de vestido negro que parecía alguna especie de uniforme.

–Myneira –dijo su hermana mayor arrodillándose frente a ella para quedar a la misma altura con una sonrisa cargada de felicidad–, el señor Justus me ha estado preparando para que pueda servirte como asistente personal mientras estés en la sala de juegos, luego de lo cual estaré fungiendo cómo tu erudita, al menos, mientras Lord Ferdinand siga en el Templo.

–Pensé que la señora Otilie sería mi asistente, hermana.

–Solo en alguna de las fincas. Aquí en el castillo, seré yo quien me encargue de eso.

–Lord Ferdinand nos pidió cuidar de ti por el momento –explicó Eckhart agachándose apenas un poco–, así que en este momento somos parte de tu séquito. Recuerda que este arreglo es temporal. Una vez nuestro señor pueda volver a la nobleza, regresaremos a su lado.

–Se los agradezco mucho, Eckhart, Heidemarie. Aprovecharé que puedo tenerlos a mi lado hasta entonces.

Luego miró a los hermanos menores de Eckhart que la miraban sonriendo.

–Te ayudaré a que te adaptes pronto a la sala de juegos, Myneira. Al menos, hasta que deba irme a la Academia Real –ofreció Lamprecht–. Ya he pedido permiso a mis padres para servir cómo tu caballero de escolta, así que cuando cumplas los diez, me encargaré de mostrarte todo y escoltarte a tus clases. El abuelo desea que tengas un caballero adecuado a tu lado, así que Cornelius será quien se encargue del heredero del Aub.

–¡Yo también te ayudaré a adaptarte y te protegeré mientras esté en la sala de juegos! –ofreció Cornelius con toda seriedad–. Solo no me hagas llamarte "tía Myneira", sería muy incómodo. Y no le des mucha importancia a mi trabajo con… bueno, mi futuro señor. Mientras no sea bautizado, no importa.

Myneira se cubrió la boca antes de reír un poco, divertida ante el entusiasmo y la preocupación de Cornelius. Imaginaba que el niño que estuvo tan orgulloso de tener cosas que enseñarle a su nueva sobrina debía sentirse algo perdido ahora que ella era técnicamente su tía.

–Cornelius y Lamprecht siempre serán mis amados y confiables tíos en mi corazón. Estaré a su cuidado.

Los dos niños sonrieron con ganas, asintiendo antes de ofrecerle los brazos para escoltarla. Ella no tardó en aceptarlos antes de voltear a ver a su abuelo para despedirse con una enorme sonrisa. En realidad, quería abrazarlo, pero estaba segura de que alguien de cabello azul claro y mal genio le daría un sermón, aún si se enteraba por terceros de su "vergonzosa" actitud y "falta de decoro".

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'¡Cierto! El niño raro se llama Harmuth y es amigo del tío Cornelius.'

Myneira sonrió, tomando la manga de Cornelius para que dejara de regañar al pelirrojo que parecía ser su mejor amigo y ahora, además, un fanático de ella misma que no solo no había dejado de alabarla, sino que ya había expresado en más de cinco formas diferentes su deseo de servirla solo a ella.

Cornelius guardó silencio con el ceño fruncido sin dejar de ver a Harmuth con desdén.

–Temo que debo evitar aceptar por el momento, Hartmuth. Fuera de aquellos que vienen de mi propia familia, no voy a tener subordinados de nuestra edad este invierno. Debo conocerlos a todos para considerar con cuidado a quienes tomaré y a quienes no. El hijo del Archiduque estará aquí dentro de tres años y su hermana dentro de cuatro. Ambos van a necesitar los servicios de nobles adecuados, puede que yo misma termine en el séquito de alguno de ellos cómo el tío Cornelius. Aun así, agradezco tu entusiasmo, Harmuth. Espero que podamos conocernos mejor, así como interactuar con los otros chicos.

–¡Por supuesto! ¡No cabe duda de que la misma Anhaltaung debe haber murmurando a su oído, mi señora, porque tiene toda la razón! ¡Esperaré ansioso por su veredicto mientras Dregarnuhr tiene a bien permitir que nuestros hilos, y todos los de los aquí presentes, se entrecrucen para formar un tejido hermoso y adecuado para la pequeña Santa de Ehrenfest, quien merece tener su propio séquito solo por ser amada por los dioses!

De pronto sintió bastante agradecimiento por esas clases extra que le estaban dando en nobles eufemismos porque, de verdad, se habría perdido de inmediato en la larga perorata de ese friki sobre pasar el tiempo conviviendo con todos en la sala.

Poco a poco fue conociendo a todos los niños. Mientras los otros archinobles como Leonore la trataban como a una igual, los de menor rango fueron pasando a presentarse y ofrecerle sus largos saludos tanto a ella cómo a los otros archinobles, algunos con una cara de pocos amigos, otros con caras desconcertadas.

Los nobles saludos se reanudaron luego del descanso que se aprovechó para mover a los alumnos de sexto año a la sala de teletransporte y Myneira tuvo que mantener una sonrisa noble que no le supusiera un dolor de mejillas después.

Guiada por su hermana, Eckhart y los otros Linkberg, pronto se enteró de a qué facción pertenecía cada uno de los niños, notando que su familia no tenía en muy alta estima a los veronicanos.

Cuando los saludos al fin se terminaron, Myneira miró a sus guardianes, notando que Eckhart se posicionaba en la puerta mientras Heidemarie la seguía como una sombra, cosas que aprovechó para entregarle una herramienta antiescuchas.

–Querida hermana, ¿podrías explicarme de nuevo porque todos ustedes parecen tan ansiosos con ciertos niños recién bautizados y niños que aún no han entrado a la Academia Real?

–Son niños veronicanos, Myneira. Sus familias sirven a Chaocipher, por lo tanto, nada bueno puede salir de asociarse con ellos.

La pequeña suspiró. Muchos de los veronicanos más grandes le pusieron mala cara, era cierto, pero no todos.

–¿En verdad debo cuidarme de ellos aún si fueron sus padres quienes tomaron malas decisiones? Los niños no deberían cargar con los pecados de sus padres, querida hermana. No en tanto no se les haya dado la oportunidad de decidir su propio camino. O al menos, eso es lo que pienso. Imagino que estando en un séquito sin un solo veronicano no ayuda a que vean las cosas cómo yo.

El breve silencio entre ambas la hizo voltear. Heidemarie parecía estar considerando sus palabras, logrando que sus rasgos se suavizaran un poco antes de mirarla de nuevo.

–Te equivocas en algo, hermanita. Tenemos a alguien que provino de una familia veronicana en el séquito de Lord Ferdinand.

–¡Buwhu! ¡¿En serio?!

–Si –Sonrió Heidemarie un poco divertida–. Su nombre es Lasfam. Se graduó junto con nuestro señor. A pesar de ser un asistente laynobles de una casa veronicana, Lord Ferdinand confía tanto en él cómo en el resto de nosotros. Es el único que pudo seguir sirviendo a Lord Ferdinand a pesar de que lo enviaran al Templo…

Parecía que quería decir algo más sin llegar a hacerlo, boqueando un momento antes de cerrar la boca con fuerza y mirar a otro lado con disimulo, tomando aire despacio para dar paso, de nuevo, a una bella sonrisa social.

–¿Sabes qué? Creo que deberíamos eliminar la etiqueta de "veronicano peligroso" a los niños que no te pusieron mala cara hace un rato. Si Lasfam pudo rectificar su camino y renegar de su familia, alguno de estos pequeños podrá hacer lo mismo por ti.

–¿Qué hay de Eckhart? No lo veo dejando que los niños veronicanos se me acerquen demasiado este invierno.

–Déjame la domesticación de mi "querido" esposo a mí, Myneira. Estas dos temporadas como marido y mujer me han sido de lo más didácticas cuando se trata de poner quieto a Eckhart.

La risa salió contenida a medias en ambas hermanas, las cuales solo atinaron a mirar al peliverde en la puerta y notar el momento exacto en que ponía una cara rara, sin sospechar que era el blanco de la última broma.

La niña devolvió el aparato y se dedicó a deambular un poco y observar, al menos hasta que entró un noble que se presentó como profesor y ordenó a todos sentarse en unos pupitres para darles una clase de números que resultó tediosa… y aburrida. Mirando a su alrededor se dio cuenta de que su percepción no se debía a qué las ecuaciones que le pusieron fueran en exceso fáciles para su capacidad, sino que de verdad, el profesor parecía estarlo haciendo la sesión lo más aburrida posible para que nadie hablara.

–Profesor –llamó Myneira estirando la mano arriba–, ya he terminado. ¿Puedo leer un poco o hacer algunos ejercicios más desafiantes?

Todos se quedaron callados de inmediato, mirándola incrédulos. El profesor se acercó a ella con los ojos desmesurados y algo de nerviosismo sin dejar de sonreír, revisando sus cuentas y tratando de disimular con poco éxito su horror.

–Ya, ya veo. Las tiene todas correctas, Lady Myneira. Ahm, le, le pondré algo un poco más desafiante entonces.

Lamprecht y Cornelius levantaron las manos de inmediato y el profesor empalideció, mirándolos sorprendido y con la pizarra de Myneira todavía en las manos.

–¿Si, Lord Lamprecht, Lord Cornelius?

–Nuestra sobrina puede hacer cuentas de sexto año sin problemas, profesor –comentó Lamprecht con calma.

–Dado que tiene sus propias empresas y está acostumbrada a llevar la contabilidad del Templo, esto es un juego de niños para ella. Incluso nos estuvo enseñando algunos trucos durante el verano y el otoño –presumió Cornelius cómo si esos fueran sus propios méritos, haciéndola sonreír.

–Ya… ya veo –dijo el profesor

–¿Empresas? ¿Contabilidad? ¡Incluso Greifechan la ha llenado de sus bendiciones! –dijo Harmuth demasiado emocionado para contenerse–. ¡Alabada sea nuestra Santa!

Myneira quería taparse la cara y salir corriendo. Cornelius no tardó nada en pellizcar a su amigo en el brazo para que se callara en tanto Lamprecht soltaba una risilla divertida y Eckhart se paraba todavía más derecho, con la frente bien en alto como a punto de gritar "¡Esa es mi cuñada! Criada por el mismísimo Lord Ferdinand." Por suerte Heidemarie le lanzó una mirada de advertencia y el caballero ya no dijo nada. El profesor, sin embargo, volteó a verla.

–¿Es eso cierto, Milady?

–Lo es, profesor. Tengo un par de empresas a mi nombre y todavía estoy trabajando en la construcción y apertura de dos establecimientos para enaltecer a Van-tolé y Coucoucaloura.

Myneira se tragó un suspiro de alivio cuando Heidemarie le asintió con una sonrisa. Lo había dicho bien.

–Bueno… supongo que ponerle unos ejercicios más elevados y luego permitirle un descanso no son una mala idea.

El profesor borró su pizarra, comenzó a escribir algo y la puerta se abrió y volvió a cerrarse. Heidemarie ya no estaba.

Para cuando Myneira terminó de responder las ecuaciones, su hermana estaba de vuelta con un enorme libro en las manos… un libro envuelto en telas que resultó ser un libro sobre remedios hechos con plantas fey y los hallazgos y observaciones de Heidemarie sobre los blenryus que Myneira disfrutó leyendo más de lo que habría esperado.

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El día siguiente, Myneira llegó a la sala de juegos con material didáctico que le llevaron desde el templo, mostrando el karuta de los dioses, las tarjetas de lotería y unos pocos mazos de naipes al profesor, el cual se notaba sorprendido.

–Espero que no le moleste que me tomara la molestia de traer todo esto hoy, profesor. Es el material didáctico que se ha fabricado y utilizado durante el último año en el orfanato del Templo para instruir a los huérfanos. En este momento, todos los pequeños de más de cinco años saben leer, los de seis saben escribir y los de cuatro pueden hacer sumas sencillas de un dígito y menos de diez elementos.

El profesor verificó con cuidado el material antes de mirarla a ella y luego al resto.

–Es un material interesante, Lady Myneira, pero no estoy muy seguro de cómo pueda utilizarse.

Myneira sonrió con confianza, pidiendo a su hermana mayor que se acercara con la caja de madera en que guardaba un montón de galletas, ofreciéndole una al profesor.

–Si no es mucha molestia, ¿puedo repartir una de estas a cada estudiante en la sala antes de iniciar la clase, profesor? Cuando su primera clase termine, explicaré a los demás cómo se juega este juego, ofreciendo más galletas a quienes ganen un juego. Después de eso podemos tener otra clase y al terminar, explicaré el segundo juego con las mismas reglas.

El profesor asentía con una sonrisa enorme en el rostro y sus ojos clavados en la caja de galletas.

–Estas son las mejores golosinas que he probado, Milady. ¿No será demasiado obsequiar una a cada alumno y luego a cada ganador en cada uno de sus nuevos juegos?

Myneira sonrió, ofreciendo una segunda galleta al profesor.

–Admito que ha sido algo complicado tener tantas galletas listas, en especial con lo cara que está la miel con que las han endulzado mis chefs, sin embargo, creo que motivar a mis compañeros de forma adecuada valdrá la pena.

El profesor lo pensó un momento antes de asentir, tratando de comer poco a poco su segunda galleta para alargar el sabor lo más posible.

–Podemos hacer la prueba, Lady Myneira. Si funciona, quizás esté interesada en hablar conmigo y los otros profesores al final de la jornada.

Myneira asintió y volvió a lo suyo.

'Se llama sala de juegos, pero no tenían ni libros, ni juegos. ¡Ni uno solo, siquiera! Y que lo llamen sala de juegos de invierno es bastante perturbador si me guío por lo que el mocoso considera indecente. Bueno, cambiemos lo primero. Los chicos suelen aprender más cuando se divierten.'

La mañana pasó tal como la planteó y pronto los rostros serios y aburridos de los otros niños comenzaron a brillar, provocando que diversas conversaciones florecieron por toda la sala.

Las clases parecieron mucho más amenas y para la hora de la comida del día siguiente, el ambiente era agradable ahí dentro. Los niños no dejaban de comentar sobre las galletas y los juegos con más ánimo del que esperaba, haciéndola preguntarse qué otros materiales didácticos debería llevar al día siguiente y cuáles otros diseñar.

–Myneira, hermanita, ¿puedo preguntarte algo? –le dijo Heidemarie en cuanto ella aceptó el aparato antiescuchas, asintiendo sin dejar de comer–. ¿Cómo has hecho para derribar las facciones?

–¿Derribar? No entiendo, hermana Heidemarie. ¿Ha pasado algo extraordinario?

La erudita no tardó mucho en explicar su punto sobre cómo solía ser aquella sala. El ambiente. La férrea división entre niños de diferentes facciones. Algunos maltratos entre los niños, por no hablar del bajo rendimiento académico del ducado en sí.

–Bueno, es que los niños no deberían estar obligados a compartir la filiación de sus padres. Ellos no eligieron nacer en tan difícil situación. Si les damos una motivación distinta a la de ver caer a las facciones rivales, es seguro que trabajen como un frente unido. Pensé que todos querrían hacer brillar a nuestro ducado en la Academia Real luego de lo que me explicaste sobre los ratings ducales. Supongo que las viejas rencillas de sus padres no pudieron ser eclipsadas antes.

Para cuando terminó de comer, Myneira le pidió a Heidemarie que le ayudara a enviar un mensaje a Bonifatius. Juntas enviaron un bello pájaro de piedra blanca llamada ordonnaz y pronto otro volvió.

–Si mi linda y querida nieta quiere hacerlo, entonces tiene mi respaldo. Solo permite que Heidemarie te ayude a planear esos pagos tuyos, querida.

Sonriendo confiada, Myneira pidió ayuda para llamar la atención de todos. Los chicos de quinto año estaban por irse. Debía actuar de inmediato.

–Queridos compañeros. Luego de pasar estos dos días en compañía de todos y con el permiso de mi padre, Lord Bonifatius, he decidido ofrecer premios a los chicos que estén en la Academia Real.

Los susurros y conversaciones que comenzaron a desvanecerse despacio se cortaron de inmediato, en parte, debido a que la mayoría de los chicos deberían partir para la Academia Real durante la semana.

–Yo voy a seguir aquí, entregando premios a nuestros compañeros que, al igual que yo, no pueden ir todavía a la Academia Real, pero ¿no es algo triste dejar a todos nuestros compañeros que sí asisten sin un premio por su dedicación y constancia?

Hubo algunos murmullos. Muchos de los chicos grandes rieron en aprobación. Myneira se puso de pie en su asiento con ayuda de Heidemarie, ignorando el intento de llamarle la atención por hacer algo tan poco noble o femenino. Myneira se paró firme de todos modos, mirando a todos con una sonrisa triste antes de retomar la palabra.

–He decidido, entonces, que obsequiaré la receta de mis galletas al grupo de alumnos que obtenga las mejores calificaciones, ya sea todo primer año, todo segundo o todo el grupo de asistentes de sexto año. También obsequiaré la receta de los dulces que les he dado a probar hoy al grupo que termine sus clases más rápido con buenas calificaciones, así que, por favor, agradecería que nuestros amables compañeros de quinto año pasen esta información a los de sexto y se aseguren de repasar y estudiar de manera adecuada.

Hubo un murmullo general que Myneira permitió, contando despacio hasta diez en su mente antes de tomar aire y juntar sus manos en un aplauso para llamar la atención de los de hasta adelante y volver a hablar, provocando que la sala entera guardara silencio.

–Además de esto, estoy interesada en comprar relatos, ya sean cuentos, leyendas o historias de nuestro ducado o de otros para hacer libros. Dependiendo la extensión, rareza y utilidad de tales transcripciones, estaré pagando un precio justo, además de dar insumos adecuados de tinta y papel a quienes estén interesados en conseguir algunas monedas extra para el final del ciclo escolar, mismos que pueden solicitar a mi muy apreciado tío Lamprecht.

Los dejó hablar de nuevo, notando al instante cómo todos los niños portando capas comenzaban a hablar entre ellos de forma animada, algunos sorprendidos, otros más entusiasmados.

'Bueno, supongo que las tareas de invierno del orfanato van a volverse rentables muy pronto. Si podemos vender todos los juegos que mis protegidos están haciendo en este momento, podré recuperar mi inversión antes de lo esperado.'

Mirando en derredor, aprovechando que los ánimos estaban un poco exaltados, tomó aire de nuevo, dando otro fuerte aplauso para llamar la atención con el sonido generado. Era hora de dar el golpe final.

–¡Somos los nobles de Ehrenfest, el ducado de Schutzaria, la diosa del viento! ¡Demostremos a todo el país lo que podemos hacer cuando trabajamos juntos! ¡Traigamos honor y orgullo a TODAS las casas de nuestro ducado!

Hubo algunos gritos de "Hurra" y la actitud de muchos de los chicos cambió de inmediato. Myneira se sentó entonces con una sonrisa confiada, terminando de comer y disfrutando de su pequeña victoria antes de que Heidemarie regresara de su error de procesamiento.

'Tendría que agradecerle a mi linda y hermosa nieta que me hablara tan bien del poder de las animadoras que tanto idolatraba… o a mi hijo por pedirme que revisara los discursos y presentaciones que daba en la escuela, o sus discursos cómo presidente del consejo estudiantil desde la secundaria. Esto ha salido bastante bien, o eso parece.'

–Myneira… ¿qué fue eso?

–Oh, nada especial, solo un poco de dulce motivación para centrarse en lo que de verdad importa. Nuestro ducado no puede sobrevivir si nos estamos atacando unos a otros cuando tenemos rivales más grandes que superar. ¿No estás de acuerdo, querida hermana?

–Si, pero… Lady Verónica…

–Si esto no le gusta… bueno, veamos que hace. La gente suele cometer errores cada vez más grandes cuánto más enfadada y ansiosa la pones. ¿No te gustaría tenderle una trampa, hermana?

Cuando miró a Heidemarie, la cara de sorpresa era imposible de suprimir.

Más tarde, cuando estaba por partir a la finca de los Linkberg para dormir, sentada entre los brazos de su hermana para no caer del bonito animal de piedra con forma de pegaso, Heidemarie le entregó un aparato anti escuchas sin perder de vista la nevada de la que la joven intentaba protegerla con su capa.

–Myneira, hoy me has provocado una sensación muy extraña.

–¿De verdad?

La joven debió asentir, porque Myneira podía sentir un movimiento similar sobre su cabeza.

–Cuando me propusiste lo de la trampa… estabas sonriendo de la misma exacta manera que Lord Ferdinand cuando está furioso y a punto de tender una trampa temible en ditter.

No supo si eso era un halago o no, lo cierto es que estaba segura de que su amigo no sería libre mientras su torturadora siguiera caminando y dando órdenes cómo si nada, sin olvidar que toda su amada familia estaría en peligro… y eso, eso era algo que no iba a tolerar por mucho tiempo.