La Revolución de Mestionora
Obispo y Sacerdotisa.
–¿Por qué los dioses insisten en fastidiarme juntando a un par de idiotas cómo ustedes?
Ferdinand estaba furioso, eso era evidente. Si seguía pellizcando el puente de su nariz iba a arrancarlo, pero Myneira tenía miedo de señalarlo justo ahora, luego de recibir tremenda reprimenda por los reportes recién recibidos sobre su desempeño en la fiesta de té.
'Al menos parece menos frustrado por mi actuación y más contrariado porque su hermano quiere casarlo conmigo.' pensó la niña, incómoda y dolida por la reacción.
'Supongo que me sentiría igual de desgraciada si trataran de comprometerme con un mocoso diez años menor que yo físicamente. Sería casi como llamarme pedófila.'
–Lamento que quieran tenerte de niñero para siempre. Quiero pensar que tú hermano no estaría preocupado por tu situación si tuvieras alguna linda chica con la cual hacer cosas desvergonzadas.
'¡Si las miradas mataran, ya estaría renaciendo en mi siguiente vida!' pensó Myneira sin mucho entusiasmo al notar a Ferdinand actuando como un animal herido y arrinconado.
–No tengo ningún interés en hacer cosas desvergonzadas con nadie, así que ese idiota hermano mayor debería dejar de preocuparse por estupideces y poner más atención al ducado.
–Quizás necesita clases de contabilidad forense. Así notaría cómo le están robando en su cara y podría hacer algo al respecto.
Si Ferdinand no fuera tan bien educado y controlado, seguro ya la habría abofeteado o insultado por ese comentario. La verdad le daba igual. El Archiduque era todo fachada y nada seriedad y trabajo duro, haciéndola preguntarse si de verdad eran hermanos porque no les encontraba parecido alguno.
Igual no preguntó. No quería enfadar más a su guardián.
–Sé que estás preocupado por mí, pero deberías hablar con ese mocoso que está casado con Heidemarie.
Una especie de risa nasal se escapó de Ferdinand y lo observó luchar contra las comisuras de sus labios para no sonreír y mantener esa mueca de enfado dándole un aire menos aterradora que un segundo atrás. Myneira solo se recargó en el respaldo del sillón, poniéndose más cómoda.
–¡Es en serio! Estuvo a punto de brincar a la yugular de la madre de tu hermano al menos unas tres o cuatro veces durante toda la fiesta de té. Si tu hermano no la hubiera mandado de vuelta a su habitación bajo la excusa de que debía estar muy cansada por ser una anciana, Eckhart la habría degollado sin miramientos.
–Hablaré con él después –suspiró Ferdinand luciendo cansado y algo… complacido por un segundo o algo así.
–Deberías hacerlo a primera hora de la mañana o Heidemarie no dejará nada vivo a lo que llamarle la atención.
De nuevo ese sonido nasal y extraño acompañado por un leve temblor en la espalda del hombre. Reprimir emociones no debía ser tan fácil como él lo hacía ver, pero bueno. El muchacho no había llegado todavía a la veintena, así que era de esperar.
–¡No estoy bromeando! No sé qué le hizo la noche entre mi segundo y tercer día en la sala de juegos, pero Eckhart parecía a punto de morir, cómo si su… hilo… hubiera dejado solo una cáscara vacía imitando a un caballero de escolta. ¡El poder de esposa que tiene mi hermana está a otro nivel!
Esta vez no hubo ninguna risa contenida, solo una media sonrisa microscópica antes de un suspiro igual de pequeño y dedos que al fin estaban liberando el puente de la nariz de Ferdinand, dejando tras de sí piel tan roja cómo el cabello de Hartmuth.
Myneira suspiró, bajó de su lugar y se subió al regazo de Ferdinand de un salto, aprovechando la sorpresa del hombre para poner una mano pequeña sobre los ojos de él y darle una bendición de curación. Ferdinand le había lastimado tanto las mejillas con sus pellizcos que para este momento la oración la tenía grabada a fuego en su memoria. Podría recitarla incluso dormida.
–Listo. Si no lo curaba ahora, mañana ibas a tener una enorme mancha violeta con bordes verdes justo en medio de los ojos… no quiero que los pobres grises y azules del despacho sufran por ello.
Él soltó un fuerte y ruidoso suspiro y ella se sentó, acurrucándose y soltando un bostezo. Estaba exhausta luego de esa bendición y sabía que no podría ver a sus padres o a Lutz, menos aún contarles lo que estaba sucediendo en el castillo.
–¿Podrías bajarte de encima de mí? ¡No soy una cama!
–¡Oh, por favor! Mi cuerpo tiene ocho, fingiendo siete y con la estatura de un niño de cinco o seis. Sólo dame un abrazo y déjame descansar. ¡Me esforcé mucho ahí para tratar de abrirle los ojos al Archiduque y protegerte!
–¡Nadie te pidió que me protegieras!
–Nadie te pidió tampoco que me protegieras a mí o asegurarte que llegara a mi siguiente cumpleaños… así que gracias. Ahora, sé un buen chico y… llévame a mi cuarto, por favor. No tengo fuerzas para seguir discutiendo contigo.
–¡¿Crees que todo esto es un juego?! ¿Sabes lo que pasará si Lady Verónica decide que eres un peligro?
–Si, sí, me drogará, o venderá, o asesinará. Eckhart me lo dijo de camino aquí. No va a hacerlo hoy. ¿Puedes llevarme a dormir ahora? No quiero llenar tus ropas de saliva.
–Eso… ¿qué?
–Papá dijo… que dejo charcos de saliva… cuando duermo sentada… ¡Por favor, Ferdinand! Me estoy cayendo de sueño.
–¡Por todos los dioses! En verdad deben odiarme. Entre tú y esas cartas…
No pudo poner atención o preguntar, solo sentir cómo sus ojos se cerraban en tanto era envuelta y reconfortada por los brazos de su guardián. No supo si el chico decidió quedarse ahí un poco más y tratarla cómo un gato gordo, mimado y dormilón o si se puso de pie de inmediato para llevarla a su habitación, lo único de lo que estaba segura era de que gozó de un sueño reparador, con Tetsuo conversando con ella de forma animada, riendo a pierna suelta y bebiendo sake sin dejar de preguntarle por sus pequeños complots que parecían salidos de alguna novela de época para adolescentes.
"–¿En serio, Urano? ¿Qué fue de mi linda e ingenua bibliotecaria evitando enfrentamientos hasta con las madres de los compañeritos de nuestros hijos y nietos? Ni siquiera con los infractores de tu amada biblioteca eras así. ¡Casi no te reconozco, mujer!
"–Debe ser la cultura de aquí, o quizás todo lo que me han estado metiendo en la cabeza.
"–O todas esas novelas de misterio e intriga política al fin te afectaron. Te dije que leyeras más ciencia y menos literatura.
"–También me dijiste que fuera más estricta con los niños y luego los consentías a mis espaldas.
"Tetsuo se rio un poco más, bebiendo otra copa de sake y mirándola contento, sentado junto a ella en el suelo de su viejo jardín, tomando su mano con esas manos heladas, pero haciéndola sentir cálida al fin.
"–¿Y tú también estás ahí, Tetsuo? No sé si podré encontrarte. No sé si estás en Yurgensmith o fuera de él… ¿Y si renaciste en otro mundo? Yo, no quiero pasar la vida entera sin ti.
"–¡No seas tonta! ¿Crees que yo quiero estar lejos de tí? Eres la única a mi medida, Urano. Confía más en ti. Aún si no puedo recordarte, no te dejaré. Eres mía y yo soy tuyo, así que no te preocupes. Disfruta de tu pequeña aventura porque no hay Dios o fatalidad que pueda mantenernos lejos mucho tiempo. ¿De acuerdo?
"–... ¿Tenías que esperar ocho años para venir a verme en esta vida? Te extraño.
"–¿Quién dijo que es la primera vez que sueñas conmigo en esta vida? En serio, mujer. Que no puedas recordar las otras veces no significa que no lo hayas hecho. Ahora, ¿por qué no descansamos un poco? El cerezo que plantamos con los niños casi está en flor, ¿no lo ves?
"Urano sonrió, abrazando a su esposo y refugiándose entre sus brazos, aspirando ese aroma familiar que emanaba de Tetsuo y de su laboratorio, sonriendo y pasando el resto del sueño en silencio."
Myneira aprendió a hacer su bestia alta, a la que Ferdinand llamó "aberración nada hermosa" cuando la niña se inspiró en el gatobus, dándole a la cabeza la forma de un lobo tierno y esponjoso llamado Moro en honor a los Linkberg y a un personaje de los estudios Ghibli poco antes del Ritual de Dedicación debido a su incapacidad para volver a salir.
El invierno y las constantes nevadas le hicieron imposible asomarse siquiera fuera de los terrenos del Templo, incluso cuando algunos grises invertían tiempo en limpiar las entradas y salidas poco antes de la segunda campanada. Myneira hubiera querido recompensarlos con raciones extra de carne por tan duro trabajo, pero era imposible.
Según sus últimas cuentas, apenas terminara el invierno tendrían que reabastecerse del todo porque no quedaría comida suficiente para el orfanato y los grises que no tenían ningún azul al cual servir. Que ella y Ferdinand tomaran dos grises más cada uno tampoco ayudaba demasiado a sortear aquel problema… y se aseguró de que el invitado al que ella y Fran escoltaban lo entendiera.
–¡No pueden tener tantos problemas de dinero! Solo mira este lugar. Está caliente y confortable, los pequeños se ven delgados, pero saludables y no dejan de hacer cosas. ¿No deberían vender todo eso que están produciendo para subsistir?
–"Hermano Syl" –suspiró Myneira–, todo lo relacionado con papel y juegos de mesa lo producen para mí. Si bien un porcentaje es para ellos, eso fue antes de que sacaran más azules y, por tanto, dejáramos de recibir el apoyo de algunas familias. Encima de todo, me gustaría poder variar un poco la alimentación de estos pequeños para que tengan todo lo necesario para desarrollarse, pero algunos artículos como pescado y especias están demasiado caros, ya sea porque no hay suficiente maná para ellos en las provincias lacustres* o porque son importados. Incluso si están pensados cómo artículos para consumo por parte de los nobles, me parece excesivo.
–¿En serio? Imagino que el Archiduque podría negociar con Ahrsenbach, apoyado por su madre, en la siguiente conferencia de archiduques.
–Hermano Syl, dada mi poca experiencia en la comunidad noble, ¿podría explicarme porque la madre del Aub debería ayudarle a negociar con los otros ducados? ¿No debería ser ese el trabajo de su esposa?
El "hermano Syl" soltó una risa nerviosa, despeinándose un poco con la mano antes de detenerse en su camino a la salida del orfanato, agachándose para verla mejor.
–No lo sé, hermana Myneira. Tengo entendido que será su tercera conferencia oficial, además, una persona tan joven siempre requiere de la guía de alguien más experimentado.
Myneira asintió, picando un poco su mejilla y hundiendo un dedo en ella de forma pensativa.
–Supongo que tiene razón –afirmó la niña sonriendo, retomando el camino a la salida y hablando una vez más en cuanto pudieron refugiarse del todo en el Templo, dejando el orfanato y el patio atrás–. ¿Sabe una cosa, hermano Syl? Creo que mi abuelo estaría muy feliz de servir cómo un guía al Archiduque. Conmigo siempre es muy paciente y asertivo en sus observaciones, también es menos exigente que el Sumo Obispo. La madre del Archiduque podría concentrarse entonces en guiar a la esposa del Aub actual así como la abuela Hermelinda, la abuela Elvira y mi hermana Heidemarie se concentran en guiarme a mí en las cuestiones de la sociedad femenina. Imagino que, si el Archiduque requiere apoyo, su esposa también.
Otra risa nerviosa y pronto los dos llegaron a un pequeño salón donde Fran y Hanna les sirvieron el té en tanto Rossina tomaba asiento para tocar un par de piezas en el piano.
La conversación sobre el Aub y su familia se detuvo entonces, dando paso a una pequeña discusión sobre música y el enorme instrumento. El hermano Syl parecía encantado con la idea de aprender a tocarlo él mismo, además de todo lo que deseaba comprar, dejándole en claro a Myneira que este hombre era curioso cómo un niño pequeño y amaba las novedades, claro que luego de encargarse tanto tiempo de su contabilidad, dudaba de que él contara con la disciplina para aprender a tocar un instrumento musical… o fondos excedentes.
La interpretación terminó y Syl sacó un aparato antiescuchas de rango específico. Myneira lo observó con curiosidad.
Ferdinand tuvo que salir más temprano, así que no estuvo para acompañarlos cuando el visitante llegó, dejándola sola con el Archiduque disfrazado de sacerdote azul.
–Myneira, debo disculparme por el exabrupto de mi madre. Ella sufrió mucho en su infancia, ¿sabes? A manos de los Leisegang. Su hermano mayor y su madre murieron. Su hermano menor no pudo recibir maná suficiente para volverse archinoble y fue abandonado en el Templo. Por si fuera poco, mi padre, quien juró no tomar otras esposas para protegerla… bueno, trajo a Ferdinand. De alguna manera, creo que mi madre ve en Ferdinand algún tipo de traición, así que, suele perder un poco la compostura cuando se trata de él.
–¿Un poco? Milord, temo que ese tipo de rabietas solo las he visto con los más pequeños del orfanato y con algunos de los niños con los que crecí en la ciudad baja. Yo misma solía hacer rabietas terribles antes de cumplir los cinco años debido a la frustración de estar siempre en cama, sin poder salir o jugar como lo hacía mi hermana mayor. Si hiciera algo un poco cómo lo que ha hecho su venerable madre, Ferdinand me dejaría sin orejas y sin mejillas.
Lady Verónica es una mujer adulta y además la madre del Archiduque. ¿Qué pasaría si se comportara de ese modo frente a los Aubs de los otros ducados?
–¡Oh, vamos! Ella nunca…
–Si yo fuera una laynoble y me comportara de ese modo con un candidato a Archiduque… bueno, Eckhart no habría dudado en enviarme a saludar a la pareja suprema y mis abuelos tampoco. Por otro lado, es la primera vez que veo a una noble adulta portándose de modo tan deshonroso.
Sylvester no dijo nada y Myneira decidió tomar un poco de té. Debía ser difícil escuchar a una niña pequeña hacer ese tipo de comentarios sobre la madre de uno.
La pequeña terminó su bebida, miró su taza y recordó las lecciones que las mujeres de su familia y el propio Ferdinand le dieran sobre etiqueta. Un gesto y tanto Hanna como Fran entraron de inmediato a cambiar el té y el servicio, incluso colocaron un postre distinto en la mesa y lo sirvieron conforme ella explicaba y demostraba que estaba libre de veneno a pesar de notar que la atención del hombre estaba tan aferrada al nuevo alimento cómo los ojos de sus hijos y nietos ante los novedosos dulces en las vitrinas de los distritos que visitaban ciertos fines de semana por diversión.
–¿Entonces, estaría interesado en comprar algunos juguetes didácticos para sus hijos? Ya ha visto todo lo que los huérfanos han aprendido con ellos.
–¡Por supuesto que voy a comprar! Espero que me vendas los primeros que salgan.
–Tiene mi palabra. Incluso jugaré cada uno de ellos con usted para mostrarle cómo usarlos con sus hijos y responder a todas sus dudas. En cuanto a Ferdinand… si no lo envió aquí para limpiar el Templo y encontrar el problema con el severo desabasto de maná en las tierras de los Leisegang y de algunas facciones neutrales, ¿por qué lo hizo?
–Eso… solo intento ganar tiempo para ver el modo de que mi madre deje de molestarlo tanto.
–Ella ha hecho más que molestarlo. Y no solo a él. Tengo entendido que la diosa del agua que envenenó a mi madre y por poco acaba conmigo, se casó con mi padre por órdenes de Lady Verónica.
–¡Esos son solo…!
–Lord Karstedt también tiene una diosa del agua impuesta por Lady Verónica. Abuela Elvira cree que esa mujer tuvo algo que ver con la muerte de la tercera esposa de Lord Karstedt y de su hijo no nato. Por no hablar del señor Justus, quien tuvo que divorciarse de la esposa que Lady Verónicas le impuso sin siquiera saber si tuvo un hijo, una hija o si la criatura tenía suficiente maná para sobrevivir. Al parecer la mujer intentó adulterar el equipo de detección de limpieza del hombre.
Hubo un silencio algo incómodo. Myneira subió la mirada y observó el desasosiego en el Archiduque. Un ligero parecido entre él y Ferdinand apareció ante sus ojos, así que decidió bajar un poco el tono de su regaño.
–Quiero pensar que aprecia mucho a Ferdinand…
–¡Lo hago!
–Por supuesto. Cómo hermano mayor, debe sentirse responsable de él hasta cierto punto… pero también está su madre. Pareciera cómo si usted tuviera que elegir entre uno y otro, ¿o me equivoco?
–No, no te equivocas. En cierto modo, me reconforta que lo entiendas. Yo siempre he querido a Ferdinand, desde que llegó. Incluso deseaba que me tratara de modo informal cómo mi hermana Constance, pero… bueno, a mi madre nunca le gustó, ya he explicado la razón. En verdad quiero proteger a mi hermano y mantener a mi madre cómo haría un buen hijo…
–Y usted confía en Ferdinand, ¿cierto? No enviaría papelería tan importante al templo si no confiara en él.
–Bueno, cuando lo hice venir aquí, dijo que se estaba aburriendo mucho. Ya debes saber cuánto disfruta trabajar y…
–Lo lamento, pero Ferdinand no disfruta trabajando en ese tipo de documentación. Ferdinand adora investigar y hacer experimentos. Disfruta mucho tocando música y, por lo que he visto, es un caballero diligente y responsable. ¿Sabe que aún entrena un par de veces por semana antes de la tercera campanada?
Sylvester sonrió, enderezándose con tanto orgullo que la hizo sonreír.
–Sin embargo, Ferdinand de verdad parece dispuesto a todo para protegerlo a usted. Si lo trajo al Templo para ganar tiempo, ¿cuándo piensa devolverlo a la nobleza? Estoy segura de que me quedaría con una carga inmensa de trabajo aquí en el Templo, sin embargo, él debería estar entre los demás nobles sintiéndose útil para con usted y Ehrenfest. Si ese fuera el caso, estoy dispuesta a afrontar toda la carga de trabajo que él tenía en lo que preparamos a un nuevo Sumo Obispo para cubrirlo o a un nuevo Sumo Sacerdote para cubrirme a mí.
–No es tan sencillo, pequeña. Entre las facciones, mi madre y todos esos giebes codiciosos… bueno, hay demasiadas cosas que considerar.
–Puede empezar por pedir a mi abuelo que lo acompañe cómo guía a la Conferencia de Archiduques y dejar a Ferdinand cómo su suplente aquí. Ayudaría a que él y los demás no les sepan que usted confía en él y que va a regresar. Usted ES el Aub. Su madre tiene que acostumbrarse a que es usted quien manda, no ella.
Sylvester suspiró y asintió, ella ya no dijo nada más, dejando que aquel niño grande comiera algunas golosinas y tomara el té, sonriéndole sin más.
–Tengo una duda. ¿Ha visto algo más que la capital del ducado? ¿Conoce la ciudad baja?
Todavía con un pastelillos en la boca, Sylvester negó despacio, tomando un poco de té para despejar su garganta sin dejar de mirarla en ningún momento.
–No, en realidad no. Fui un niño enfermizo, igual que mi padre, así que nunca he visto nada más que el castillo, el barrio noble y el Templo dentro de Ehrenfest.
–Ya veo. ¿Le gustaría ver su ducado, de verdad?
Estaba segura de que estaba poniendo una mueca traviesa porque el joven Archiduque sonrió divertido, acercándose en medio de un aire conspirativo que la hizo sonreír más todavía.
–He invertido junto a una vieja amiga mía algo de dinero en un local donde sirven comida tan sabrosa cómo ésta en la ciudad baja. Mi abuelo me está ayudando a abrir uno de mayor nivel en la zona noble, así pues, ¿qué le parece si consigue avanzar lo suficiente en su trabajo en el castillo para hacerse con una campanada dos días después de que termine el Ritual de Dedicación y hayan cazado al Señor del Invierno para acompañarnos a Ferdinand y a mí disfrazado de comerciante? Podrá ver el estado de la ciudad baja con sus propios ojos y degustar una buena comida. Si funciona, lo ayudaré a planear cómo escabullirse de su oficina para recorrer el ducado disfrazado de sacerdote después de la Fiesta para Recibir a la Primavera y antes de la Conferencia de Archiduques.
La sonrisa en el hombre de cabello azul índigo no hizo más que ensancharse conforme la propuesta avanzaba. Myneira notó que la idea de esforzarse en el trabajo no le había hecho gracia, pero sí la recompensa, de modo que pronto estaban cerrando el trato.
La comida se terminó al igual que el té. Myneira estaba por solicitar a Syl que desactivara la herramienta antiescuchas cuando el hombre adelantó una mano para evitarlo, mirándola con algo de seriedad y lo que parecía una enorme sonrisa a punto de florecer. Ella solo volvió a sentarse derechita, a la espera de lo que el hombre tuviera que decir.
–¿De verdad no te gustaría casarte con mi hermano? La diferencia de edad es grande pero no tanto como para que sea mal visto por los otros nobles. Podrías ser también una ministra para el Aub, ya sea para mí o para Wilfried y mantener a mi hermano contento, interesado y en buen estado.
–¿En serio le ha pedido su opinión a Ferdinand? Considerando que tan seguido me jala de las mejillas y me grita, dudo que esté muy conforme con semejante arreglo.
Sylvester soltó una enorme carcajada sincera, dejándose caer sobre el respaldo de su asiento antes de mirarla de nuevo, complacido y demasiado relajado a pesar de todo lo que acababan de hablar.
–Se casará contigo si se lo ordeno. Incluso tendrá hijos gruñones si se lo exijo. Tienes la última palabra aquí.
Myneira se tomó las mejillas con ambas manos, abriendo mucho los ojos y tomando aire por la boca, tratando de verse por completo adorable e inocente en ese momento.
–¿En verdad? Pero Ferdinand no estaría muy feliz con esas órdenes, ¡soy solo una niña pequeña! Y no veo que muestre interés en ninguna de las jóvenes de mi edad, de la suya o de la de usted. En realidad, no me gustaría mucho casarme con alguien solo por obligación, sería muy triste, ¿no lo cree?
Sylvester sonrió divertido, agachándose lo suficiente para estirar su mano y despeinarla un poco antes de retirar su mano.
–¡Eres tan adorable y pequeña! Si no fueras la hija adoptiva del tío Bonifatius te pediría que dijeras "puhi". ¡Pareces un pequeño shumil! Bueno, debo marcharme, y tienes razón. Yo mismo no pude tolerar la idea de un matrimonio por obligación. Ya te enterarás, supongo. Solo debes preguntarle a mi querido hermano menor y no dejará de quejarse al respecto.
Ella asintió, sonriendo al tiempo que la herramienta era retirada y la despedida entonada en voz alta por ambos.
El Archiduque se fue y tanto Fran como Hanna la detuvieron.
–¿Qué sucede?
–Lady Myneira, ahm –titubeó Hanna mirando al suelo y juntando sus manos cómo si tratara de evitar arrugar el bajo de su túnica o juguetear con sus dedos–, llegó otra de esas cartas.
La pequeña soltó un suspiro y extendió la mano. Fran le entregó una carta bastante similar a las que estuvieran recibiendo cada dos meses sin falta desde que el Sumo Obispo anterior fuera arrestado y destituido.
No tenía remitente alguno; ni nombre ni dirección a la cual enviar una respuesta, y teniendo en cuenta las cartas y documentos incriminatorios que usaron para destituirlo, nadie se había atrevido a responder una sola de las cartas que llegaban. Por lo general le entregaban las cartas a Ferdinand. La mayor parte, las que contaban con remitente, hacía meses que dejaron de llegar, pero éstas…
–Fran, por favor asegúrate de dársela en la mano al Sumo Obispo cuando vuelva del gremio de comerciantes. Dile que, si llega una sola carta más, voy a abrirla y a resolver el asunto por mi cuenta.
–Por supuesto, Suma Sacerdotisa.
El Ritual de Dedicación llegó pronto, poco después de la caza del Señor del Invierno.
Por preocupación de Myneira ante el terrible clima que casi derriba un par de árboles según observó desde su ventana, y el vendaval envolviendo a Ferdinand cuando acudió al llamado, los caballeros recibieron una bendición de parte de ella. Por supuesto, apenas Ferdinand volvió de aquella cacería, se encargó de reprenderla porque "¿Quién más tendría la ridícula idea de gastar su maná en el rezo?" A lo que, por supuesto, Myneira se defendió con un muy sincero y fastidiado "¡Estaba MUY preocupada por Eckhart, el abuelo Karstedt y por ti!" A lo que siguió un "¡¿Tienes idea de la ridícula cantidad de maná que nos enviaste?!" seguido por un enorme puchero, al menos cuatro jalones de mejillas, tanto infantiles cómo adolescentes y en el entremedio un intercambio de insultos tan bobo y ridículo cómo largo, dejándolos a ambos exhaustos y renuentes a intercambiar más palabras de las absolutamente necesarias por al menos una semana entera, en parte porque no hubo ningún noble que los distrajera o separara en esa ocasión, solo dos personas ansiosas y molestas en una habitación oculta por más tiempo del socialmente aceptable.
Para cuándo el Ritual de Dedicación terminó y Myneira pudo escapar de noche para ir a pasar el fin de semana con sus verdaderos padres, Effa no tardó nada en notar que algo andaba mal con su pequeña.
–Ara, ara. Myne, ¿te peleaste con el Sumo Obispo?
–No.
Su madre soltó una risilla sin dejar de abrazarla conforme caminaba con ella en las cobijas de Kamil hasta la puerta Norte.
–¿En verdad? Siempre pones una cara característica cuando discutes con él.
–Porque no es más que un mocoso arrogante y terco.
Su madre soltó una enorme carcajada y eso terminó de desarmarla, llevándola a prestar atención a su acompañante.
–Mamá, ¿dónde está Kamil? No lo habrás dejado solo en casa, ¿cierto? ¿Por qué me estás llevando en sus cobijas?
–Ralph y Tuuri se están encargando de cuidarlo hoy. Ambos tuvieron su día libre. Además, el Sumo Obispo nos advirtió de que no podríamos verte todo el invierno y quizás tampoco en la primavera porque sería peligroso. Que enviaras a uno de tus sacerdotes grises a pedir que alguien viniera por ti me dejó pensando sobre ello.
–Ya veo –contestó la pequeña algo incómoda por ser descubierta en su escapada, buscando el modo de cambiar el tema y agradeciendo por una vez la estatura que tenía–. ¿Iremos por papá?
–Sabes que sí. Te ha extrañado mucho, así que será él quien te cargue hasta la casa. Estaba muy emocionado ayer por la mañana, ¿sabes? Se encargó de conseguir tres parues bastante grandes para enviártelos mañana que tuviera su día libre.
Su sonrisa se ensanchó, sus manos se juntaron y su corazón comenzó a latir con rapidez mientras trataba de no moverse demasiado por la emoción, olvidando de pronto todos los problemas de nobles.
Ésta escapada sería su fin de semana libre de problemas. Mejor disfrutarlo con su familia en lugar de amargarse por esa última discusión. Ya la arreglaría en cuanto volviera al Templo, justo antes de ser lanzada de vuelta a la Sala de Juegos de Invierno en el Castillo y después de despedirse de sus mejillas.
–Y Myne.
–¿Sí mamá?
–Aunque adoro tenerte en casa y te extraño cómo no tienes una idea… no vuelvas a escapar del templo. El Sumo Obispo estaba tan preocupado por ti cuando nos dijo que no podrías venir a casa, que todos pudimos notarlo en su expresión. Tu padre le reclamó, por supuesto, pero cuando se fue… me dejó muy preocupada por ambos. Trata de no pelear con él. Sé que es mucho pedir para una niña tan pequeña, pero trata de ponerte en su lugar, ¿de acuerdo?
–Si, mamá –respondió avergonzada.
–Bien. Tu padre te devolverá al templo mañana en la noche.
–¡¿Qué?! ¡Pero, mamá…!
–Nada de peros. Si el Sumo Obispo dijo que era muy peligroso que anduvieras merodeando por la ciudad baja, entonces tendremos que devolverte cuanto antes… después de dormir con nosotros, por supuesto. No imagino lo duro que debe ser para ti dormir sola en ese enorme edificio.
Todavía avergonzada, Myne se acurrucó contra su madre, sosteniendo sus rodillas todavía y sonrió.
Ella habría hecho lo mismo con sus hijos.
'Bien, me disculparé con ese mocoso imberbe después de que me haya jalado las mejillas hasta el hartazgo. Aunque seguro que sabe dónde estoy. Ese chiquillo tiene más ojos y oídos que un dios hindú.'
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Notas de la Correctora:
*Lacustre se refiere a cosas pertenecientes o relativas a las zonas de lagos.
Notas de la Autora:
Pues la semillita del cambio ha sido plantada, ¿germinará o la abuela tendrá que darle otro jalón de orejas a Sylvester? ¿Y dónde estaba Ferdinand durante la conversación? ¿Tendrá consecuencias la pequeña escapada a la Ciudad Baja? SUpongo que lo averiguaremos la próxima semana.
