Notas: Hoy hay doble actualización ;) asegúrense de leer el capítulo anterior.


...~...


Después de conversar con Helga sobre la no-cita y la apuesta, Arnold pensaba que sería más fácil seguirle el juego, de nuevo, y pretender que nada pasó entre ellos, otra vez. Pero cuando estaban en el bus y notó que se había dormido, volteó para cubrirla con su chaqueta y en ese momento Joshua dejó las celebraciones y se sentó junto a ella. Charló un poco con él, pero a Arnold le incomodó que el mayor le preguntara por qué no se unía a los demás. El rubio no quería dejarla a solas al fondo del autobús con un chico de último año.

Sabía que ella se enfadaría por haber estado pendiente, en especial después de lo que había dicho sobre no ser una damisela, así que, aunque le pidió a al él que la despertara, no bajó hasta que la vio reaccionar y se alejó del bus solo cuando ella se puso de pie.

Se decía que solo hacía lo correcto, que se hubiera preocupado por cualquier otra chica, en especial si se dormía en un bus lleno de chicos.

Pero una parte de él también se preguntaba si Joshua se interesaba por ella y si acaso Helga le correspondería. Y aunque sabía que no tenía derecho a que eso le importara, no dejaba de incomodarle.

Debía aclarar las cosas con ella, al menos una maldita vez.

Comenzaba a frustrarse por la falta de oportunidades de hablar a solas y no es que Helga se lo estuviera haciendo fácil, pero la diosa Fortuna le sonrió el viernes. Después del almuerzo, Phoebe y Helga iban delante de él y Gerald. Mientras su amigo se quejaba de la comida de ese día, las chicas comentaban sus planes para ese fin de semana. La asiática de pronto se congeló, y volteó a verlos con horror.

–¡Olvidé mi tarea en la cafetería!–dijo antes de correr de regreso.

–Bebé, espera–dijo Gerald, siguiéndola.

Arnold no perdió la oportunidad y sujetó a Helga por un brazo, impidiéndole seguirlos.

La mirada asesina de la chica lo obligó a soltarla en el momento en que notó que ella no pensaba seguir a sus amigos.

–¿Qué pasa, cabeza de balón?–dijo con frialdad.

–¿Podemos hablar un minuto?

Helga miró alrededor. Al final de ese pasillo estaba el salón de música. Perfecto para conversar. Le hizo un gesto con el rostro, él asintió y se dirigieron allí. Arnold entró después, cerrando la puerta tras de sí. La chica fue al mesón del profesor apoyándose de espaldas al costado de éste, con las manos sobre la cubierta, sin llegar a sentarse. El chico se quedó de pie frente al espacio libre del muro donde colgaba el pizarrón, cerca de ella, cruzando los brazos.

–Escupe–dijo la chica, molesta.

–Helga yo... –Comenzó a decir, sin saber cómo continuar.

–Vamos a llegar tarde a clases

–Sobre lo que pasó en Halloween...

–Escuché lo que le dijiste a Gerald–Interrumpió.

–¡Tienes que dejar de escuchar conversaciones a medias!–Reclamó, frunciendo el ceño.

–No escuché a medias esta vez–Continuó, segura.–. Sé que hablaban de Edith. ¿Cómo era? Algo de que fue solo un beso y no tiene por qué ser importante


Sólo un beso sin importancia


«¿Por eso lo dijo así?»

«¿Helga está... herida? ¿O celosa?»

–Si escuchaste todo, sabrías que ni siquiera lo recuerdo

–¡Qué lástima! A ella pareció gustarle

–Helga, basta, estás desviando el tema

–¿En verdad no lo recuerdas?–Insistió.– ¿O es otro de esos casos donde finges no recordar?

–¿Qué quieres decir?

–Nosotros hemos ignorado cosas de mutuo acuerdo

–Estaba muy ebrio cuando Edith me besó

–Excusas

–¡No es una excusa!–La miró con molestia, ella seguía tranquila.–. No recuerdo mucho desde de que empecé a bailar con ella, de pronto estaba en mi habitación y sé que "soñé"–Hizo las comillas con sus dedos, pero tuvo que hacer una pausa antes de continuar.–contigo

–Debió ser una pesadilla–dijo en broma, con una sonrisa despectiva.

–No lo fue, al menos no para mí

Helga lo miró. El chico rascaba su nuca y evadía su mirada.

–Quería disculparme por eso

–¿Disculparte? ¿De qué hablas?

–No dejo de pensar que me aproveché de ti

–¿Qué?

–No estabas bien, necesitabas ayuda. Tenías razón, estuvo mal

El chico bajó la mirada. Ella pestañeó perpleja.

–Arnold, habías bebido, no te sentías bien esa noche–dijo Helga, cambiando a un tono más comprensivo.

–Si es que pasó algo más antes que Gerald se fuera... sí, seguía ebrio. Tengo recuerdos vagos de estar contigo... y no sé si eso pasó o lo soñé


Estaba pensando en ti

¿Por qué?

Porque no puedo evitarlo


–Para tu tranquilidad solo hablamos–Confirmó ella.


Así te pareces a Cecile


–Bueno–Rectificó luego de un segundo.–, tú dijiste un montón de tonterías sin sentido, como cualquier borracho, pero eso fue todo

Arnold asintió, un poco más tranquilo.

–Recuerdo mejor lo que pasó–Continuó, nervioso.– desde que le dije a Gerald que no fuiste tú. Sé que me quedé dormido un momento. Sé que cuando desperté intenté acompañarte a casa y no me dejaste y que luego me dormí otra vez. También recuerdo... que desperté mal y me ayudaste. Y estoy agradecido por eso...

–No fue nada, cabeza de balón–Helga evadió su mirada.

–Y cuando regresé a la habitación y te vi llorando, no me escuchabas. Nunca te había visto así, solo pensaba en que no sabía cómo ayudarte y sólo pensaba que tal vez necesitabas un abrazo

Helga cerró el puño. Pero Arnold estaba abstraído con sus recuerdos y no pudo notarlo.

–Y las cosas que dijimos–Continuó.


¿Todavía me odias?

Nunca te he odiado. Me asusta... lo que me haces sentir


–No debí hacerlo–Repitió Arnold.–. Ya habías dicho que no querías irte a casa ¿Qué más ibas a hacer si te besaba?

–Golpearte, por ejemplo

–¿Realmente lo hubieras hecho?

–Claro

–¡Helga!

–No puedo culparte del todo–Miró en otra dirección con un ligero rubor en su rostro.–. Tú me viste, quiero decir... no suelo enseñar tanto

–¿Por qué...?–Trago saliva y se sonrojó al recordarlo.– ¿Por qué estabas... así?

No era eso lo que quería decir, pero la duda lo carcomía y sabía que no tendría oportunidad de tocar el tema.

–No fue intencional –dijo ella, abrazándose a sí misma– ¿De acuerdo? Mi pantalón estaba pegajoso por la sangre falsa... y en tu habitación no hacía frío. No esperaba que me fueras a ver. Pensaba salir temprano... así que supongo que lo siento

–No, Helga–Arnold cerró los ojos y respiró sonoramente un par de veces.–. Lo que hice estuvo mal. Y sé que fue impulsivo de mi parte. Mereces más que eso

–¿Eso? ¿A qué te refieres?

«Es solo algo físico, ella es atractiva ¿y qué? Sigue siendo Helga, ella no... me...»

«Me... gusta... »

Latidos.

«Me gusta Helga»

Arnold se reclinó contra el muro y echó su cabeza hacia atrás, mirando el techo. Cerró los ojos tratando de regular su respiración y su pulso antes de volver a mirarla.

–Lo... siento...–Intentó decir algo más, pero no pudo, había un nudo en su pecho y una punzada en su estómago.

–¿Por qué exactamente? ¿Por lo que pasó en ese "sueño"?–dijo, haciendo las comillas con sus dedos.

El chico asintió.

–Escúchame, Arnoldo. Dijiste que me veía linda–Helga hablaba un poco ahogada.–y los dos somos unos idiotas–Continuó con tristeza.–. Y aunque nos hagamos los tontos, sabes que SOLÍA SENTIR algo por ti...

«¿Por qué le miento?»

«¡Por supuesto que todavía lo amo!»

«¿Acaso no puede verlo?»

«¡Claro que no!»

–¿Qué esperabas que hiciera si el chico que me interesó por años me besaba? ¿Ignorarlo? ¡Por supuesto que quería besarte, tonto! Pero no soy estúpida, sé que no te agrado tanto... apenas lo suficiente para que podamos ser amigos. Solo... mantengamos el acuerdo, cabeza de balón, fue un sueño y ya. Haz conmigo lo mismo que con Edith, déjalo pasar como algo sin importancia, ¿por qué iba a ser distinto? Fue solo un beso, cabeza de balón, nos hemos besado antes y jamás te importó

–No fue solo un beso, lo sabes. Y me importa

«Siempre fue extraño... ¡pero claro que me importaba! ¡Tú me importas!»

–¿Por qué ahora?–Insistió ella, sujetando su brazo, incómoda.–. Han pasado años desde la primera vez que te lo dije...

–Porque tenía miedo... y todavía me asusta lo que me haces sentir

–Sí, sí, ya me quedó claro ¿Serías tan amable de explicar que eso que te hago sentir?

–No logro descifrarlo–Respondió agitado.– ¡Eres un enigma! ¡A ratos...!–Se obligó a bajar el tono y calmarse.–. A ratos eres fría y a ratos cálida, me confundes, no logro predecir cómo vas a reaccionar y al mismo tiempo quiero ver qué pasa contigo. No soporto cuando te distancias, me preocupo cada vez que faltas a la escuela o cuando no sé de ti por algunos días. No logro dejar de pensar en ti hace meses. Y si soy sincero, disfruté besarte, no tienes idea de cuánto...

–¿Qué...?

–Helga...–La miró a los ojos.–. C-creo que me gustas

–No, no te gusto–dijo con seguridad–. Tú lo dijiste, soy molesta, grosera y manipuladora, juego con la gente, la lastimo, ¡soy todo lo contrario a ti! No puedo gustarte

Helga se dirigió a la puerta, dispuesta a irse.

Los latidos de Arnold iban a mil. Acababa de decirle que le gustaba y ella dijo que no podía ser así. La había herido al punto que ella no era capaz de aceptar que él finalmente la veía de la forma que alguna vez quiso. Se sintió como un imbécil.

–Estúpido cabeza de balón, ¿Cómo podría gustarte?–Al pasar junto a él añadió muy despacio.–Te odio

–¿Qué dijiste?–dijo él, sorprendido.

–Dije que te odio ¿Necesitas un aviso por escrito?–Respondió ella.

«Te odio»

–Y no puedo gustarte–Continuó la chica, a punto de abrir la puerta.

–No puedes decidir eso–dijo Arnold, con una seguridad tal que congeló a Helga–. No puedes decidir lo que siento por ti. Ni siquiera YO puedo decidirlo. Helga, acabo de decir que me gustas

La chica volteó a mirarlo.

–Dijiste que CREES que te gusto–Rectificó.

Siendo justos, si le añadía "creo que" antes de "me gustas" ya no sonaba como una confesión.

–Escucha, cabeza de balón, no quieres esto, en serio–Continuó Helga con seguridad.

–¿Por qué no?

–Por qué no me soportas

–Lo que no soporto es cuando intentas alejarme–Arnold juntó valor y se acercó a ella.

Helga lo miró, podía leer la duda en cada uno de sus gestos y casi podía sentir cuánto le costaba juntar el valor, porque ella misma estuvo tantas veces ahí, a punto de confesar sus sentimientos. ¿Era eso lo que él quería hacer?

«No»

«Por supuesto que no... »

«¿Cómo podría?»

–Llevo un tiempo intentando entender–dijo sin mirarla–. Y sé que no he sido claro. Siento celos de quienes se te acercan. Odié verte con Brainy en el cine, odié no ser yo quien te acompañaba y quién te besaba. Y en los arcades mientras intentaba decirte sobre la apuesta, no dejaba de pensar si Stinky y tú se gustaban. No, no es cierto–La miró con una mezcla de enojo y vergüenza.–. No me importa lo que él sienta por ti, quería saber si a ti te gusta

Helga dejó escapar una carcajada.

–Esto es hilarante

–¡Claro que no!

–Es que no lo entiendes

Helga no podía dejar de reír.

–Una vez–Explicó entre risas.–contraté a Stinky para que fingiera ser mi novio y darte celos

–¿Qué hiciste qué?–La miró, pestañeando varias veces.

–Ya lo oíste–Logró calmarse un poco.–. Supongo que tendré que pagarle en barras de chocolate por esto

En ese momento sonó el timbre.

–Debemos irnos–dijo Helga.

Entonces en un impulso Arnold se acercó, la sujetó por un hombro, obligándola a voltear y la besó.

Y aunque ella no lo apartó, tampoco le correspondió.

Eso dolía.

–Helga… ¿Podemos intentarlo?–dijo casi rogando.

–¿Qué cosa?

–Sabes de lo que hablo

–No, nunca sé de lo que hablas, dices cosas ambiguas cómo si esperaras que leyera tu mente

Arnold la miró por un segundo. Siempre esperó que ella comprendiera, porque, Cristo, era una de las personas más listas que conocía, pero si algo tenía que admitir era que ya no se permitía vivir en la esperanza, por ínfima que fuera. Entendió de pronto que ella necesitaba certeza.

–Helga Pataki

Otra vez los malditos latidos.

–Va a llegar un maestro y nos van a descubrir aquí–dijo ella.

–Entonces deja de interrumpir

–Habla

–Sé que no fui claro, porque no estoy seguro de QUÉ es esto, pero no dejo de pensar en ti, hace meses que solo pienso en ti y sé que dijiste que SOLÍAS sentir algo por mí, pero... si eso todavía existe, ¿podemos intentarlo?

«Te odio»

–Estúpido cabeza de balón

Helga salió sin añadir nada y regresó al salón molesta. Phoebe y Gerald ya estaban ahí y la miraron extrañados, pero notaron de inmediato que no estaba de humor.

Arnold llegó unos minutos más tarde, con un rostro abatido. Cuando su amigo iba a preguntar, negó de inmediato, tomando asiento junto a su amigo, mirando a Helga de reojo. La chica lo ignoraba, concentrada en hacer líneas al azar en su cuaderno.

Ella no dejaba de pensar en la forma horrible en que se comportó, pero también en lo molesto que era que Arnold hiciera tantas tonterías por nada.

«Como si no hubieras hecho cosas más locas.»

«Tenía nueve años y estaba obsesionada.»

«¿No te emocionó ni un poco que dijera que le gustas?»

«No, porque no le gusto YO, le gusta lo que cree que escondo, ni siquiera lo que realmente escondo»

Dolía. La certeza dolía. Las circunstancias dolían. Si él lo hubiera dicho antes de ese paseo a las montañas, habría estado toda la tarde dando saltos de camino a casa. Pero las palabras que escuchó seguían ahí y Helga estaba segura de que a Arnold Shortman no le gustaba ella, le gustaba una idea que tenía de ella, una Helga que no existía.

Rayos, sería una tarde eterna.


...~...


Tras la práctica de baseball, Arnold regresó a la escuela y esperó que terminaran la reunión del periódico.

Helga lo vio de pie al final del pasillo, camino a la salida. Pasó toda la tarde evitándolo y ahora no tenía más opción que pasar junto a él. Bueno, podía salir por la ventana, pero mientras evaluaba el riesgo de saltar desde un segundo piso, Gracia cerró con llave y se fue. Respiró lento, cuadró los hombros y caminó.

–¿Qué haces, cabeza de balón?–le dijo en cuanto se acercó.

–¿Puedo acompañarte a casa?–Respondió él.

Helga notó que le tomó bastante valor preguntar eso. La sola idea acunó su adolorido corazón, pero no se lo iba a hacer fácil.

–¿Te parece que estoy perdida?–Comentó arqueando su ceja.

–No, pero me gustaría hablar contigo–Se arriesgó el chico.

–Puedes parlotear todo lo que quieras–Concedió, dirigiéndose fuera de la escuela. Luego añadió.–. No significa que vaya a responder o que siquiera me vaya a importar

Arnold la siguió. Ahora no sabía cómo continuar, ¿por dónde empezar? ¿Qué decir?

Ya se habían alejado un par de cuadras, cuando Helga decidió matar el incómodo silencio y volverlo una incómoda conversación.

–Le gustas a Edith–dijo.

–¿Qué?

–Lo que escuchaste–dijo ella.

–Ella no me gusta

–Sus piernas te encantaron, por lo que recuerdo

–No tanto...–dijo con timidez, bajando más y más el tono–como... las tuyas .

–Que atrevido, cabeza de balón, especialmente porque solo las viste en un sueño–dijo arqueando su ceja.

–Me gustaría que fuera real

–Imposible, Arnoldo

–¿Por qué?

–Porque si fuera real, significa que estuve semidesnuda en tu habitación y no quiero pensar en las implicaciones de eso–Cerró los ojos. Respiró lento. Volvió a mirarlo, enfadada.–. Ya hablamos de esto. Entiendo que estés confundido. No debí quedarme, ni mucho menos así... ni debió pasar nada que te diera locas ideas equivocadas sobre nosotros

El chico se quedó en silencio un momento y cerró los ojos.

–Todavía no respondes lo que te dije al almuerzo ¿Podemos intentarlo?

–¿Intentar qué?–dijo ella.

La chica dio un par de pasos extra antes de notar que Arnold dejó de caminar. Helga miró alrededor. Ya había oscurecido. Volteó para regresar sobre sus pasos, decidida.

–¿Averiguar lo que sea que te pasa conmigo?–dijo ella.

Arnold la contempló, sin poder descifrar la expresión en el rostro de la chica, sin saber exactamente qué le provocaba su cercanía, su atención, su mirada y sus labios.

Helga volvía a besarlo, sujetándolo agresivamente por los hombros. No había ternura, solo violencia, pero poco a poco se volvía más apasionado, y, dios, cosquilleaba, quemaba, ardía. La química entre ellos resultaba tan... ¿Era eso? ¿Solo había sido eso? No podía ser, tenía que haber algo más. Intentó abrazarla.

–Ni te atrevas–dijo ella, apartándose– ¿Cómo te hago sentir, genio?

–¡No lo sé!–dijo Arnold– ¿Puedes dejar de pretender y darme tiempo de procesarlo? Porque en verdad quiero saber

–Eso ya no es mi problema

–Lo haces a propósito

–¿Qué?

–¡Confundirme! Creo que estamos bien, me dejas ver un poco más de lo que escondes y luego te vuelves a distanciar sin explicación. Pareciera que juegas alrededor de una fogata que a ratos te ilumina, pero en cuanto notas que te veo te escondes otra vez. Y me agota, porque siempre que intento alcanzarte... de alguna forma termino entre las llamas

–Estúpido cabeza de balón. No tienes idea... –Cerró los ojos, frustrada.

Arnold le tomó la mano. Ella no reaccionó.

«Demonios»

«¿Qué hacía?»

–Quiero que intentemos tener algo... distinto... –dijo apartándose, pero sin soltarla. Cerró los ojos por un momento demasiado largo, luego la miró.–. Helga, ¿podemos dejar este juego y empezar a salir?

Helga cerró los ojos.

«¿Estoy soñando?»

–Buena broma, cabeza de balón, solo que no me causa gracia

–¡Helga! Lo digo en serio

Ella estaba molesta, pero la mirada del chico era seria, así que respiró lento.

–¿Qué hay de todo lo que dijiste en las montañas?

Arnold la observó, mientras ella rascaba su brazo.

–Sé lo que piensas de mí–Continuó Helga.–. Y duele saber que la persona que siempre ve el lado positivo de todo... me vea como alguien que sólo lastima a los demás

–Lamento haber dicho todas esas cosas. No es... no es lo que realmente pienso de ti. Sé que no eres así, sé que puedes ser dulce y preocupada, como esa noche...

–No esperes que sea así todo el tiempo

–No es lo que quiero–Cerró los ojos.–. Sé que fuiste mala conmigo, me molestabas constantemente y creía que en serio me odiabas, pero ahora entiendo que estabas asustada, porque yo también lo estoy... esto... es confuso...

–¿Qué es esto?

–Tenerte en mi mente todo el tiempo, llegar a la escuela y poder encontrarte de inmediato entre la gente, aunque el pasillo esté atestado; sonreír cada vez que escucho tu voz y buscar tu atención de cualquier forma. Fantasear con la idea de abrazarte... y besarte. Volverme loco cada vez que sueño contigo...

Helga lo miraba con sorpresa.

–¿Cada... vez?

Arnold asintió, avergonzado.

Ella sabía que no se refería a esa noche y la idea la hizo sonrojar.

–¿Estás seguro de que quieres intentar salir conmigo?

–Sí

La chica dio un largo suspiro, cerrando los ojos, luego lo miró, con las manos en su cintura.

–Podemos salir, cabeza de balón–dijo–, pero no esperes demasiado, no tengo los mejores antecedentes en lo que respecta a lidiar contigo

–Lo sé–Le sonrió, tomando sus manos para acariciarlas. Ella se soltó de inmediato.

–No te pongas tan meloso conmigo. Recuerda que te odio

–Lo que digas, Helga–Respondió con una sonrisa enorme.

–Estúpido cabeza de balón–Masculló ella.

Caminaron hacia la casa de la chica. Ninguno de los dos sabía qué más decir o cómo comportarse.

–¿Quieres ir al cine conmigo mañana?–dijo el chico cuando se acercaban a la cuadra donde ella vivía.

–A las siete–dijo ella–. Tú compra las entradas y yo las palomitas y refrescos–Añadió.

–Déjame invitarte–dijo él.

–No–Al ver sus ojos tristes suspiró y añadió.–. No hasta que estés seguro de que te gusto

–Pero...

–Dijiste que lo crees... no me digas que cambiaste de opinión durante la tarde

–Entiendo

–Hasta que lo sepas, esto es solo un experimento y es secreto

–¿Incluso para nuestros amigos?

–¿Quiénes? ¿Los tortolitos?

Arnold asintió.

–Si la cita de mañana va bien, podemos decirles el martes, en el descanso, al mismo tiempo y por separado–Concedió.

–Gracias, Helga

La abrazó en un impulso y ella sintió que se derretía otra vez.

–Y Arnold

–Lo siento, lo siento–El chico se apartó, con una sonrisa nerviosa.

Helga disfrutó su expresión. Era extraño verlo así y que tuviera que ver con ella. La llenaba de calidez.

–Lo que pasó esa noche fue un sueño... y no quiero que volvamos a hablar de eso–dijo– ¿De acuerdo?

–De acuerdo

–Mañana a las siete en el cine Avon–Confirmó ella.

–Está bien–dijo Arnold.

–Hasta mañana, cabeza de balón

–Hasta mañana, Helga