El amor después del amor tal vez se parezca a este rayo de sol.

(Fito Páez)

La pluma pesa más de lo que debería.

Es un objeto pequeño, insignificante, y sin embargo, en mis manos se siente como si estuviera sosteniendo algo más grande. Algo que podría cambiarlo todo.

He enfrentado batallas donde mi vida ha estado en juego. He mirado a la muerte a los ojos y he seguido adelante sin dudar. Pero ahora… ahora estoy aquí, frente a un simple pedazo de papel, y siento que mis manos no pueden mantenerse firmes.

Las palabras nunca han sido mi mejor arma.

No sé cómo expresarlo. No sé cómo traducir todo lo que llevo dentro en unas pocas líneas. Pero sí sé que no quiero dejarlo pasar. Me pregunto si Saga sintió lo mismo cuando escribió su carta. Si también dudó antes de que la tinta tocara el papel. Si se preguntó una y otra vez si debía hacerlo, si era correcto, si valía la pena.

Si tuvo miedo.

Porque yo sí tengo miedo.

Miedo de que todo esto no sea más que una ilusión. De que haya leído demasiado en cada gesto, en cada mirada. De que, al final, la carta no haya sido suya y todo esto no sea más que una historia que solo existe en mi cabeza. Pero también tengo miedo de lo contrario. Miedo de que sí sea suya. De que él también haya sentido esto todo este tiempo. De que mis palabras tengan el poder de cambiar no solo mi vida, sino la suya.

¿Qué significará para nosotros después de esto? ¿Podremos seguir siendo los mismos?

No lo sé.

Solo sé que hay algo que no puedo permitir. No puedo permitir que esta carta se quede en mi mente, escrita solo en pensamientos que nunca se dicen en voz alta. No puedo permitir que este sentimiento muera en el silencio.

Respiro hondo y me obligo a dejar de pensar tanto. Y entonces, finalmente, escribo.

Las palabras fluyen como si hubieran estado esperando este momento. No son perfectas, pero son mías. Son sinceras. Son lo único que puedo ofrecerle. Y cuando termino, cuando la tinta se ha secado y mi carta está completa, la sostengo entre mis dedos y la observo en silencio.

Por un instante, me permito imaginar el momento en que la lea. Imagino su reacción. ¿Sonreirá? ¿Se sorprenderá? ¿Habrá esperado esto tanto como yo?

No lo sé.

Pero ya no hay vuelta atrás. Mi nombre: Marin de Aguila, brilla con intensidad, me esfuerzo, porque sepa sin lugar a duda, que soy yo quien escribió esta misiva. Me pongo de pie, sintiendo cómo mi corazón late con más fuerza.

Ahora solo queda entregarla.

Y esperar.

Esperar a ver si el destino, esta vez, está de nuestro lado.

Continuará…