Cómo duele el amor, cuando no es de verdad.

(Caifanes)

He aprendido a vivir con el peso de mis decisiones.

Pero hay una que aún me persigue: Geist.

No solo por haberla dejado ir, sino porque nunca debí permitir que todo comenzara. Nunca debí corresponder a sus besos, a sus deseos, a la esperanza que vi en sus ojos cuando creyó que yo podía ser su hogar. No fui prudente. No fui fuerte. Me dejé arrastrar por un sentimiento que, desde el principio, supe que no podía sostener. Y por mi debilidad, ella resultó herida.

Tal vez, si hubiera sido más honesto, si hubiera sido más sabio, su corazón no habría conocido este dolor. Me pregunto si me odia, si al recordarme su pecho se llena de rabia o de indiferencia. Si el tiempo le permitió olvidarme o si, en lo más profundo, aún queda algo de lo que fuimos.

La veo en cada sombra del pasado. En la mirada desafiante con la que enfrentaba al mundo, en la sonrisa que parecía retar al destino. En la forma en que, con una sola palabra, lograba desarmarme. Ella nunca fue frágil, pero yo la hice vulnerable. Y eso es lo que más pesa.

No fui el hombre que necesitaba. Ni siquiera fui el hombre que merecía. Tal vez, si hubiera sido más valiente, más egoísta, habría tomado su mano y caminado a su lado sin mirar atrás. Pero no lo hice. Porque siempre supe que este camino no llevaba a ningún lugar.

Si alguna vez llega a leer esto, si mis pensamientos pudieran alcanzarla, solo quiero que sepa una cosa: Nunca fue su culpa. Nunca fue por falta de amor. Fue porque, en otro tiempo, en otra vida, tal vez hubiéramos tenido una oportunidad. Tal vez, bajo otro cielo, en un Santuario distinto, la habría amado sin restricciones, sin miedos, sin el peso de los años entre nosotros.

Pero en esta…

En esta, fui su herida.

Y eso, Geist, es lo único que nunca podré perdonarme.

Continuará…