Capítulo 46:
Confusión
El mundo se reducía al frío del concreto bajo sus manos y al martilleo frenético de su corazón. Yuto seguía oculto, acurrucado en el borde del techo, intentando recuperar el control de su cuerpo y mente.
El viento le cortaba la cara, pero no lo sentía.
Todo lo que podía escuchar era el eco de su respiración entrecortada y el latido irregular de su corazón.
El aire parecía más denso, como si estuviera atrapado en un sueño que no podía controlar.
Había pasado tanto tiempo.
Demasiado.
Tanto, que casi había perdido la esperanza.
Había comenzado a pensar que Shun nunca lo encontraría, que tal vez era mejor así. Que si seguía escondido, no tendría que enfrentarse al dolor que sabía que vendría con ese reencuentro.
Pero justo cuando soltó el aire contenido en sus pulmones, una fuerza inesperada lo arrancó bruscamente de su escondite.
Un jadeo se escapó de sus labios mientras giraba instintivamente, listo para defenderse.
Pero entonces lo vio.
Shun.
El mundo pareció detenerse.
Todo, absolutamente todo, se desvaneció a su alrededor.
No había ciudad, no había viento, no había peligro.
Solo estaban ellos dos.
Y esos ojos.
Esos ojos profundamente verde oliva que siempre lo habían mirado con una intensidad que lo desarmaba.
Ahora estaban llenos de algo más.
Algo que Yuto no podía descifrar del todo: una mezcla de furia, alivio y una desesperación que lo atravesó como una daga.
Por un instante, Yuto no supo qué hacer.
La sorpresa en el rostro de Shun era tan poderosa que lo dejó inmóvil. Pero antes de que pudiera decir algo, Shun habló.
Su voz temblaba, quebrada por emociones que rara vez dejaba ver.
—¿Yuto...? ¿Eres tú...? —
La pregunta quedó en el aire, como si Shun necesitara reafirmarlo, como si temiera que fuera un espejismo.
Pero no hubo tiempo para responder.
Shun cerró la distancia entre ellos con un movimiento rápido, casi salvaje.
Sus manos lo tomaron con una fuerza que lo dejó sin aliento, y antes de que pudiera reaccionar, lo atrajo hacia sí en un abrazo tan fuerte que casi lo derribó.
—¡Estás aquí! Por fin... ¡Estás aquí! —
La voz de Shun se rompió, y Yuto sintió algo que nunca había visto en él: vulnerabilidad.
Shun lo sostenía como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento, como si el solo hecho de soltarlo pudiera arrancárselo del mundo.
El calor de su cuerpo, la fuerza de su agarre, el temblor en sus brazos... Todo golpeó a Yuto como una ola.
Por un momento, no supo cómo reaccionar. Estaba abrumado.
La intensidad de Shun lo envolvía por completo, como si lo estuviera devorando, como si quisiera fundirse con él para asegurarse de que nunca más se separaran.
—Te busqué... —
La voz de Shun era un susurro rasgado, lleno de un dolor que parecía haber estado acumulando durante todo ese tiempo.
—Te busqué en todas partes. Ni un solo día dejé de pensar en ti. ¡Maldita sea, Yuto! —
Lo apartó ligeramente, solo lo suficiente para mirarlo a los ojos. Sus manos, fuertes pero temblorosas, se aferraron a sus hombros con desesperación.
—¿Dónde estabas? ¿Sabes cuánto tiempo llevé buscándote? ¿Cuántas veces pensé que no volvería a verte? —
Yuto sintió un nudo en la garganta.
Las palabras de Shun lo atravesaban como una flecha, cada una cargada de un amor y un dolor que eran imposibles de ignorar.
Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, amenazando con desbordarse.
Intentó hablar, buscar una respuesta, una disculpa, algo que pudiera aliviar el sufrimiento de Shun. Pero las palabras se le atoraron en la garganta.
—Shun, yo... —Intentó decir algo, pero su voz se quebró.
Shun no lo dejó terminar.
—¡Dime dónde estabas! —Gritó, su voz llena de angustia. Sus ojos, normalmente tan controlados, eran ahora un torbellino de emociones: rabia, alivio, desesperación, amor. —¿Sabes lo que fue perderte? ¿Sabes lo que sentí cada maldito día sin saber si estabas vivo o muerto? —
Yuto no pudo contenerlo más. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro mientras su cuerpo temblaba.
Todo el peso de la culpa, la soledad y el miedo lo golpeó de golpe.
Sin pensarlo, se lanzó hacia Shun, rodeándolo con sus brazos y enterrando el rostro en su pecho. Allí, por primera vez en lo que parecía una eternidad, dejó escapar un sollozo.
—Lo siento... —Susurró Yuto, su voz apenas audible. —Lo siento tanto, Shun... —
Shun lo sostuvo con más fuerza, como si sus palabras pudieran borrar todo el dolor. Inclinó la cabeza, rozando el cabello de Yuto con la mejilla, sus respiraciones entrecortadas mezclándose en el aire.
—No importa. —Shun cerró los ojos, aferrándose a Yuto como si fuera lo único que lo mantenía entero. —Estás aquí. Eso es lo único que importa ahora. —
Pero incluso mientras lo decía, Yuto sintió algo diferente en él.
Algo salvaje, casi peligroso.
La intensidad en su agarre, la forma en que lo miraba, como si estuviera dispuesto a destruir el mundo entero por él.
Y esa maldita insignia del LDS brillando en su traje. Era un recordatorio de que las cosas habían cambiado.
Que ellos habían cambiado.
Yuto levantó la cabeza, encontrándose con esos ojos que tanto amaba y temía al mismo tiempo.
—Shun... —Susurró, su voz temblando. —¿Qué te ha pasado? —
Por un momento, Shun no respondió. Su mirada se suavizó, pero no perdió esa intensidad abrasadora.
Era como si intentara decidir qué decir, como si las palabras fueran insuficientes para explicar lo que había vivido.
No obstante, volvió a repetir.
—No importa ahora —Su tono firme, casi autoritario. Luego volvió a abrazarlo, presionándolo contra su pecho como si quisiera protegerlo de todo. —Lo único que importa es que estás conmigo. —
Yuto quiso creerle.
Quiso perderse en ese momento, en el calor de sus brazos, en la seguridad de su voz.
Pero no podía ignorar esa sombra que se cernía sobre ellos.
Esa sensación de que algo estaba profundamente roto, y que el abismo entre ellos era más grande de lo que ambos querían admitir.
El viento seguía soplando con fuerza en la azotea, pero ni Yuto ni Shun lo sentían.
El mundo entero parecía haberse reducido al calor de sus cuerpos, al roce de sus brazos, al latido de dos corazones que habían pasado tanto tiempo separados.
Estaban juntos, finalmente, pero el peso de los meses, del sufrimiento y de las decisiones que los habían llevado hasta allí, todavía colgaba sobre ellos como una sombra, apenas contenida por el abrazo que compartían.
Y entonces, cómo si un dique se hubiese roto en sus adentros.
El abrazo se convirtió en algo más.
Shun, incapaz de contenerse, inclinó el rostro hasta que sus labios encontraron los de Yuto.
Fue un beso cargado de necesidad, de emoción cruda, como si intentara recuperar cada segundo que les había sido arrebatado.
Era voraz, intenso, y dejó a Yuto sin aliento.
Pero él no se quedó atrás.
Sus manos se aferraron con fuerza al traje de Shun, como si temiera que pudiera desaparecer si lo soltaba.
Lo necesitaba, lo había necesitado durante tanto tiempo que el deseo de aferrarse a él era casi abrumador.
Cada caricia, cada beso, era como un torrente de emociones contenidas durante meses.
Dolor, amor, alivio, desesperación.
Ninguno necesitaba hablar para entender lo que el otro sentía.
En ese instante, no había pasado, ni alianzas, ni enemigos. Solo ellos dos.
Shun dejó escapar un suspiro grave mientras sus manos se deslizaban por la espalda de Yuto, presionándolo contra él con una fuerza que era casi salvaje.
Yuto jadeó al sentir la calidez y la firmeza del cuerpo de Shun contra el suyo. Había algo en ese contacto que lo hacía sentir seguro, completo, como si todo lo que necesitara estuviera justo allí, en ese momento.
Pero incluso en medio de la pasión, no podían evitar las cicatrices que habían acumulado.
Las manos de Shun, ansiosas y firmes, se detuvieron por un instante, temblando ligeramente mientras recorrían la espalda de Yuto.
Allí, bajo la tela, podía sentir la delgadez de su cuerpo, las marcas de las luchas que había enfrentado sin él. Un leve gruñido escapó de sus labios, mezcla de frustración y tristeza.
—Déjame verte bien —Susurró Shun, su voz ronca, cargada de emociones que apenas podía contener.
Yuto levantó la mirada, sus ojos grises húmedos por las lágrimas que aún no habían caído.
Asintió débilmente, el corazón latiéndole con fuerza mientras Shun apartaba con cuidado unos mechones rebeldes de su rostro.
Sus manos, que habían sido tan intensas y demandantes un momento antes, ahora se movían con una suavidad que dejó a Yuto temblando.
Shun lo miraba como si intentara memorizar cada detalle, como si temiera que pudiera desaparecer de nuevo.
Pero entonces, fue Yuto quien se tensó.
Sus ojos bajaron instintivamente hacia el abdomen de Shun, y el recuerdo de la herida que casi lo había matado volvió a él como un golpe.
—Tu herida... —Murmuró, su voz cargada de preocupación.
Shun negó con la cabeza, colocando una mano firme pero reconfortante sobre la de Yuto. —Estoy bien. —Sus palabras eran firmes, pero su tono tenía un matiz tranquilizador. —Mucho mejor de lo que estaba antes. —
Yuto no parecía del todo convencido, pero antes de que pudiera insistir, Shun lo detuvo con una caricia en la mejilla.
Sus ojos, profundamente verdes, recorrieron cada centímetro de su rostro, luego descendieron por su torso y sus brazos, como si estuviera buscando algo.
—¿Qué haces? —Preguntó Yuto, sintiendo cómo su respiración se aceleraba bajo la intensidad de la mirada de Shun.
—Quiero asegurarme de algo —Respondió Shun, su voz más baja, casi un murmullo.
Sus manos siguieron su mirada, palpando suavemente el torso de Yuto, buscando cualquier signo de daño. Finalmente, levantó la mirada, y una chispa de alivio cruzó sus ojos.
—No estás tan frágil como antes. —
Las palabras eran simples, pero el significado detrás de ellas golpeó a Yuto como un torrente.
Shun se refería a aquella época, antes de que todo se desmoronara, cuando su cuerpo había comenzado a ceder al desgaste y la desesperación.
Las lágrimas volvieron a arder en los ojos de Yuto, pero antes de que pudiera decir algo, el momento se rompió.
Ambos miraron hacia abajo, y sus ojos cayeron simultáneamente en los bordados de sus trajes.
El logotipo del LDS brillaba en la solapa de Shun, tan nítido como una cicatriz fresca.
Y en el pecho de Yuto, el emblema de las Industrias Arckumo parecía gritar en silenciosa protesta, un recordatorio cruel de las diferencias que ahora los separaban.
El aire entre ellos se tensó de repente, como si el peso de sus respectivas alianzas hubiera caído sobre ellos al mismo tiempo.
La conexión que compartían, tan fuerte e íntima un momento antes, ahora parecía frágil, amenazada por las fuerzas que los rodeaban.
Shun fue el primero en romper el silencio. Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos no se apartaron del logo en el pecho de Yuto.
Cuando finalmente habló, su voz era baja, casi un gruñido.
—Parece que ahora llevamos nuestras alianzas encima. —
Yuto apartó la mirada, su garganta seca mientras intentaba procesar lo que eso significaba. —Es extraño, ¿no? —Murmuró, su voz apenas un susurro. —Estar aquí, contigo, y al mismo tiempo... —
No terminó la frase.
No tenía que hacerlo.
Ambos sabían lo que quería decir.
El momento que había sido tan íntimo, tan profundamente suyo, ahora estaba marcado por un recordatorio incómodo de todo lo que los separaba.
El amor y la pasión estaban allí, ardiendo con intensidad, pero el peso de sus lealtades era imposible de ignorar.
Shun, siempre más decidido, alzó la mano y tocó el borde del logotipo de LDS en su traje con una expresión de disgusto antes de mirarlo directamente a los ojos.
—No voy a dejar que esto nos separe, Yuto. No ahora. No después de todo lo que hemos pasado. —
Yuto quiso responder.
Quiso decirle que sentía lo mismo, que nada importaba más que él.
Pero las palabras se le atoraron en la garganta.
En lugar de eso, sus dedos temblorosos se posaron sobre el logo de Arckumo en su pecho, como si al tocarlo pudiera comprender mejor el peso de lo que significaba.
Ambos permanecieron en silencio por un momento, atrapados entre el amor que compartían y las fuerzas que amenazaban con destruirlo.
Y en el fondo de sus corazones, ambos sabían que el verdadero desafío no era encontrarse.
Era decidir si podían permanecer juntos a pesar de lo que el destino había puesto en su camino.
El aire entre ellos seguía siendo denso, cargado de emociones que ninguno de los dos podía controlar.
El abrazo, los besos, la conexión que habían compartido hacía apenas unos minutos, ahora parecían un recuerdo distante, como si el peso de la realidad hubiera caído sobre ellos con una fuerza aplastante.
Yuto aún podía sentir el calor de las manos de Shun en su piel, pero ahora ese calor se mezclaba con el frío de la incertidumbre.
Shun fue el primero en romper el silencio, su voz baja, pero cargada de una tensión apenas contenida.
—Dime, Yuto... —Sus palabras eran lentas, como si le costara pronunciarlas—. ¿Ahora eres mi enemigo? —
La pregunta golpeó a Yuto como un mazazo.
Su corazón se detuvo por un instante, y cuando volvió a latir, lo hizo con un dolor que lo atravesó como una daga.
Levantó la vista, sus ojos grises encontrándose con los de Shun, que ardían con una mezcla de confusión, desafío y algo más profundo: miedo. Miedo a la respuesta.
Yuto negó con la cabeza, pero las palabras no salieron de inmediato. Su garganta estaba seca, y el peso de la pregunta lo aplastaba.
—No lo sé —Susurró finalmente, su voz temblando con una honestidad brutal.
Shun lo miró fijamente, como si intentara encontrar algo en sus ojos, algo que pudiera darle esperanza.
Pero la respuesta de Yuto, aunque sincera, no era lo que quería escuchar.
La decepción se mezcló con la esperanza en su mirada, creando un torbellino de emociones que lo desarmaba.
—¿Cómo llegaste aquí, Shun? —Preguntó Yuto de repente, su voz apenas un murmullo. —¿Cómo terminaste trabajando para el LDS? —
Shun desvió la mirada, sus labios apretándose en una fina línea.
Por un momento, pareció debatirse entre responder o no, pero finalmente habló. Su tono era bajo, pero firme, como si estuviera declarando algo inquebrantable.
—Lo hice por venganza. Por Ruri. —
El nombre de su hermana era un susurro afilado, cargado de dolor y determinación.
Yuto sintió un nudo formarse en su garganta.
Entendía demasiado bien esas emociones, porque él mismo había sido consumido por ellas.
—Yo... hice lo mismo —Admitió Yuto, mirando hacia el suelo. —Me uní a Arckumo por promesas similares. Prometieron vengar nuestro mundo. A mis camaradas. A ti. Y lo hicieron con garantías... —
Shun bufó con amargura, interrumpiéndolo. —¿Garantías? No existen garantías, Yuto. Solo armas y peones. —
Las palabras de Shun eran como un golpe directo al pecho. Yuto levantó la vista, encontrándose con la dureza en los ojos de Shun. Sabía que tenía razón.
En el fondo, siempre lo había sabido.
—Tú eres el arma... —Murmuró Yuto, con una amarga sonrisa en los labios. —Y yo... yo soy solo un peón. —
Shun apretó los puños, su expresión endureciéndose. —No importa cómo nos vean. Lo que importa es lo que hagamos con lo que tenemos. Por eso estoy aquí, Yuto. Porque voy a seguir hasta el final. —
La convicción en las palabras de Shun era tan poderosa que dolía. Yuto sintió cómo algo en su interior se quebraba, una grieta que se expandía con cada segundo que pasaba.
Fue entonces cuando recordó las palabras de Astral, susurradas con una sabiduría que ahora lo atormentaba: "Si deseas venganza, tendrás que renunciar a lo que más valoras."
Yuto dudó.
Miró a Shun, quien ahora representaba todo lo que le quedaba. Su mundo, sus camaradas, sus sueños... todos ellos se habían desvanecido.
Solo Shun permanecía, un faro en medio de la oscuridad.
Pero ese faro ahora estaba teñido por las sombras de sus respectivas alianzas.
—Shun... —Comenzó, con la voz quebrada.
Pero Shun no lo dejó terminar. Dio un paso adelante, su tono suplicante ahora mezclado con una desesperación que rara vez dejaba ver.
—Ven conmigo, Yuto. Por favor. Podemos hacer esto juntos. Podemos terminar lo que empezamos. —
Yuto tragó saliva, su mente dividida entre el amor y la lealtad. Quería decir que sí, que lo seguiría hasta el fin del mundo, como siempre había hecho.
Pero esta vez... no podía.
—No puedo —Susurró, y aunque las palabras eran apenas audibles, se sintieron como un grito en el aire entre ellos.
Shun retrocedió, como si hubiera recibido un golpe.
—¿Qué dices? —Preguntó, su voz temblando con incredulidad.
—No puedo hacerlo, Shun. No puedo dejar atrás a quienes me ayudaron. A quienes... me dieron una razón para seguir adelante. —
Shun apretó los dientes, su rostro ahora una mezcla de rabia y dolor. —¡¿Razón?! Yo fui tu razón, Yuto. ¡Yo soy tu razón! ¿Cómo puedes decirme esto ahora? —
Yuto cerró los ojos, incapaz de sostener la mirada de Shun.
—Lo siento —Murmuró, con una voz cargada de tristeza.
—No. —Shun negó con la cabeza, sus ojos ardiendo de furia y desesperación. —No me hagas esto, Yuto. No después de todo lo que hemos pasado. ¡No después de todo lo que hemos perdido! ¡Por favor!, te lo ruego. —
El silencio seguía siendo sofocante, hasta que una voz se alzó, serena pero con un peso que no permitía ignorarla.
—Yuto. —
Ambos hombres se sobresaltaron, como si hubieran sido sorprendidos en un acto prohibido.
Yuto, con el corazón acelerado, alzó la mirada hacia el borde del techo. Allí estaba Astral, de pie, su figura recortada contra el cielo raso.
Su cabello blanco caía como una cortina perfectamente ordenada, y sus ojos dorados brillaban con una intensidad que parecía atravesar el alma.
El aire entonces se volvió irrespirable.
Denso, como si la misma atmósfera se negara a permitirles moverse, hablar, respirar.
La presencia de Astral, inmóvil en el borde del techo, lo llenaba todo.
No necesitaba palabras ni gestos grandilocuentes. Era su mera existencia la que transformaba el espacio, como si su sola figura pudiera doblegar el mundo.
El viento pareció inclinarse a su favor, arrastrando suavemente sus ropas hacia un costado, mientras la luz del sol arrancaba destellos dorados del símbolo de Arckumo en su pecho.
Shun sintió cómo su cuerpo reaccionaba antes que su mente.
El latido frenético de su corazón resonaba en sus oídos, pero no lo dejó flaquear: se movió instintivamente, interponiéndose entre Yuto y aquella figura.
Su postura era tensa, el brazo que extendía hacia atrás temblaba apenas, como si con ese simple gesto pudiera resguardar a Yuto de algo que, en el fondo, sabía que era inevitable.
—¿Quién eres? —Gruñó entre dientes, su voz cargada de desafío, pero quebrada por la incertidumbre.
Astral no respondió.
Sus ojos dorados, fríos y etéreos, se posaron primero en Yuto, y algo cambió.
Por un instante que pareció eterno, la dureza de su rostro se desvaneció, dejando entrever una fragilidad oculta.
Pero entonces la mirada de Astral se desvió hacia Shun, y el momento se rompió. Su rostro volvió a endurecerse, pero no antes de que algo-un destello casi imperceptible-cruzara por sus pupilas: asombro, reconocimiento.
Y luego, como una tormenta que irrumpe sin previo aviso, los recuerdos lo golpearon.
Un grito.
Desgarrador, desesperado.
Una sala oscura.
El brillo azul de una consola parpadeando en la penumbra.
Astral, más adulto, más importante, inclinado sobre los controles.
Su rostro estaba bañado en lágrimas mientras extendía su mirada hacia un Shun diferente. Un Shun más joven, más roto.
—¡Cuídalo! —Rogaba, con un grito que partía el alma. Su voz se quebraba con cada palabra, como si el dolor lo estuviera desangrando desde dentro. —¡Te lo suplico, cuídalo! ¡Prométemelo! —
El Shun del recuerdo no dudó.
Sus ojos estaban llenos de una determinación feroz, la misma que ahora brillaba en el presente.
Pero antes de que pudiera responder, el recuerdo se desvaneció, dejando tras de sí un vacío insoportable.
La respiración de Astral se volvió más pesada al regresar al presente.
Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero su rostro permanecía inmutable, como una máscara de mármol.
Miró a Shun de nuevo, y esta vez, sus ojos no contenían solo frialdad. Había algo más.
Una sombra oscura de ira, una chispa de dolor, un atisbo de una verdad que no podía ser dicha.
—Yuto, ven conmigo. —Su voz, aunque serena, era una orden que temblaba con el peso de algo mucho más profundo. Algo irrefutable.
Yuto dio un paso atrás, confundido.
Sus ojos grises se movían frenéticamente entre Shun y Astral, buscando respuestas, pero solo encontraban un abismo que no podía comprender.
Antes de que pudiera pronunciar una palabra, Shun se adelantó, su cuerpo entero vibrando con una furia protectora.
—No irás a ningún lado con él, Yuto. —El tono de Shun era bajo, pero cada palabra sonaba como un rugido contenido, cargado de amenaza.
Por primera vez, Astral sonrió.
Fue una sonrisa triste, rota, como si conociera el resultado de un juego al que Shun apenas estaba entrando.
—Te equivocas, Shun. No tienes elección —Susurró. Pero sus palabras resonaron como un trueno.
La tensión explotó en un instante.
Astral se movió con una velocidad que parecía imposible, un borrón dorado y blanco que desdibujó la distancia entre ellos. Antes de que Shun pudiera reaccionar, Yuto ya estaba en sus brazos.
El chico no opuso resistencia.
Había algo en la fuerza de Astral, en la seguridad casi sobrenatural de su agarre, que le impedía moverse. Era como si, aun sin saberlo, hubiera estado esperando ese momento.
—¡Déjalo! —Gritó Shun, lanzándose hacia ellos.
Pero Astral lo esquivó con una fluidez que desafiaba las leyes de la gravedad, como si el mundo mismo se inclinara a su voluntad.
En un abrir y cerrar de ojos, estaba en el borde del techo.
Antes de saltar, Astral se giró. Sus ojos, dorados como el sol y oscuros como el abismo, se clavaron en Shun.
—Prepárate. —Su voz era un filo helado, pero bajo la amenaza había algo más: una promesa. —Has elegido tu bando, y yo protegeré el mío. —
Y entonces desapareció.
Shun corrió hacia el borde, su respiración desbocada y su corazón martilleando con una furia que no podía contener.
Miró cómo Astral se desvanecía entre las sombras de los edificios, llevándose a Yuto consigo.
Sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos, y un hilo de sangre trazó su camino hacia el suelo.
Pero no le importó.
Todo lo que sentía era un vacío abrasador, un odio que no podía explicar, y algo más... algo que lo carcomía desde dentro.
Una pregunta imposible.
Una verdad que no se atrevía a enfrentar.
¿Quién era realmente Astral? ¿Un enemigo... o alguien con muchos secretos que podría cambiar todo?
—¿Cómo sabe mi nombre? —
El día brillaba con una intensidad casi cruel, como si el sol estuviera decidido a iluminar todo, incluso las partes que Yuto deseaba mantener en la penumbra de su mente.
En los brazos de Astral, el viento era un zumbido constante, interrumpido solo por el leve impacto de cada salto impecable sobre los tejados.
Astral lo sostenía con una firmeza casi sobrehumana, su mirada fija en el horizonte, donde el refugio de Yuto aún parecía una posibilidad lejana.
Yuto bajó la vista, incapaz de soportar la claridad de la luz del día, que hacía que cada detalle del caos en su mente pareciera más real.
Su pecho estaba pesado, como si cada respiración fuera un esfuerzo monumental. Intentó enfocar sus pensamientos en lo que acababa de pasar, en las piezas rotas que tenía que juntar para darle sentido.
Pero el recuerdo de Shun, la desesperación en sus ojos, lo atormentaba.
—¿Cómo supiste que estaba ahí? —Preguntó Yuto, rompiendo el silencio con una voz que temblaba, no solo por el frío, sino por la confusión que se agolpaba en su mente.
Astral no respondió de inmediato.
Sus ojos dorados, tan antiguos como sabios, permanecían fijos en el horizonte, calculando el próximo salto.
Solo cuando aterrizó con una precisión impecable en un tejado más bajo, su voz resonó, calma pero con un peso inconfundible.
—Siempre sé dónde estás. —
La respuesta era simple, pero en su simplicidad, había algo profundamente inquietante.
Yuto lo miró, tratando de encontrar algún rastro de lógica en esas palabras.
¿Lo rastreaba? ¿Tenía un dispositivo escondido en su ropa?
Su mente se llenó de suposiciones mientras intentaba comprender lo incomprensible.
—Eso es... perturbador —Murmuró Yuto, desviando la mirada hacia el vacío que se extendía a su alrededor. Aun así, no pudo evitar que una chispa de alivio recorriera su cuerpo. —Gracias por venir... y por sacarme de allí. —
Astral giró ligeramente la cabeza, observándolo con una expresión que no lograba descifrar.
No era completamente ternura, ni estrictamente preocupación.
Era algo más profundo, algo que parecía bordear lo insondable.
—No agradezcas todavía —Respondió Astral con frialdad, aunque sus brazos seguían sujetándolo con cuidado. —Aún no estás a salvo. —
Yuto tragó saliva, sintiendo el peso de las palabras.
Miró hacia atrás, en dirección al edificio donde había dejado a Shun.
Los últimos instantes volvían a él como un torbellino: la desesperación en la voz de Shun, la intensidad en sus ojos... y luego, el instante en que Astral apareció, llevándoselo sin darle oportunidad de decidir.
—¿Qué pasó allí? —Preguntó, su voz baja pero cargada de urgencia. —¿Por qué apareció Shun? ¿Cómo terminó todo tan...? —
—Eso... —Lo interrumpió Astral, con una dureza que sorprendió a Yuto— es algo que investigaremos más tarde. Ahora, lo único que importa es ponerte a salvo. —
Yuto asintió, aunque su corazón seguía luchando contra el peso de las preguntas sin respuesta.
Apretó los labios, intentando calmar el temblor que amenazaba con escaparse de su cuerpo.
El sol, con toda su intensidad, hacía que su piel ardiera, pero dentro de él había un frío que no lograba disiparse.
Un frío que crecía con cada paso que lo alejaba de Shun.
Astral avanzaba con la misma gracia y precisión, pero Yuto apenas se daba cuenta de los movimientos.
Estaba atrapado en sus propios pensamientos, en el dolor sordo que parecía expandirse en su pecho.
Era absurdo sentirse así, lo sabía.
Pero no podía evitarlo.
Cerró los ojos, buscando un escape en la oscuridad detrás de sus párpados.
Shun...
El nombre se formó en su mente, y con él, la imagen de los ojos de su amante.
Esa mezcla de emociones que había visto allí, tan intensa que casi lo había detenido, incluso cuando sabía que tenía que irse. ¿Por qué había arriesgado todo por él? ¿Por qué seguía siendo leal a alguien que, al final, siempre parecía elegir el camino equivocado?
Yuto tragó saliva, pero el nudo en su garganta no desapareció. Quería gritar, exigir respuestas, pero el sol, la altura, el peso de Astral sobre él, lo mantenían en silencio.
En su lugar, apretó los dientes y dejó que las lágrimas resbalaran, invisibles bajo la luz.
No era el lugar para llorar, pero tampoco podía evitarlo.
Astral no dijo nada, aunque su postura parecía ligeramente más tensa. Quizá lo había notado, quizá no.
Pero si lo había hecho, no dijo nada, manteniendo ese mismo aire impenetrable que siempre lo envolvía.
El sol siguió brillando, indiferente a todo.
Yuto abrió los ojos y miró hacia el horizonte, pero su mente seguía atada a lo que había dejado atrás.
Shun.
El amor que nunca había podido salvar. El amante que siempre había estado dispuesto a sacrificarse por lo que creía, sin importar el costo.
Yuto respiró hondo, dejando que el aire quemara su pecho.
Tal vez algún día entendería.
O tal vez no.
Pero por ahora, no podía detenerse.
No debía detenerse.
Horas antes.
La oficina de Hoshiyomi estaba bañada por una luz tenue que entraba a través de las enormes ventanas.
El día afuera era claro, pero en ese lugar parecía como si la atmósfera estuviera atrapada en un crepúsculo perpetuo.
Tokiyomi se inclinaba sobre el escritorio de madera oscura, hojeando papeles con un leve ceño fruncido, mientras Astral, con su usual calma, revisaba algunos documentos.
—¿Por qué demonios tiene tanto papeleo? —Se quejó Tokiyomi, dejando caer los hombros exageradamente—. No me sorprendería que esté enterrado bajo todo esto en algún lugar del edificio. —
Astral levantó la mirada, una chispa de diversión cruzando sus ojos antes de que regresara a su seriedad habitual.
—Siempre ha sido así. Incluso cuando era niño, Hoshiyomi era de los que hacían listas para recordar hacer más listas. —Astral se detuvo, con una sonrisa apenas perceptible mientras tomaba un nuevo documento y lo revisaba. —Claro que entonces no las dejaba acumularse de esta manera. —
Tokiyomi soltó una risa corta.
—¿Quieres decir que el pequeño Hoshiyomi ya era un perfeccionista maniático? No lo puedo imaginar. Siempre pensé que era un príncipe seguro, sereno y... bueno, más estoico que ahora. —
Astral lo miró, como si estuviera considerando cómo responder.
Luego dejó los papeles a un lado y se cruzó de brazos, apoyándose contra el escritorio.
—En realidad, no era así. —Su voz bajó un tono, casi como si estuviera compartiendo un secreto—. Cuando Hoshiyomi empezó con sus deberes, era un joven lleno de energía, casi como si quisiera cambiar el mundo de una vez por todas. Pero, al mismo tiempo, tenía miedo. Cada decisión que debía tomar le parecía demasiado grande, demasiado definitiva. Antes de firmar algo importante, siempre venía corriendo hacia mí, preguntándome si estaba tomando la decisión correcta. —
Tokiyomi arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Hoshiyomi? ¿El mismo Hoshiyomi que hace temblar a sus enemigos con solo una mirada? ¿El que no muestra ni un atisbo de duda? —Dejó escapar una carcajada amarga—. No lo veo. —
Astral sonrió ligeramente, pero su expresión tenía un tinte melancólico.
—Era inseguro, sí, pero solo a medias. —Hizo una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Hoshiyomi siempre quiso que todo funcionara a la perfección. Es un perfeccionista en el fondo, y eso lo hacía cuestionarse constantemente. Temía decepcionar a quienes confiaban en él, temía tomar una decisión que pudiera arruinarlo todo. Pero esa misma presión... —Astral desvió la mirada hacia la ventana, donde la luz jugaba con las sombras—, esa necesidad de no fallar, de ser impecable... fue lo que lo quebró. Cuando sintió que no pudo cumplir con esas expectativas, cayó en una culpa que lo consumió. —
El ambiente en la oficina cambió.
Las bromas y comentarios ligeros quedaron atrás, reemplazados por un silencio pesado que incluso Tokiyomi no pudo ignorar.
Bajó la mirada hacia el escritorio, donde los papeles estaban esparcidos, y pensó en su amigo.
En el Hoshiyomi que había conocido antes, lleno de vida y sueños, y en el hombre que era ahora.
Una sombra, rota y desgastada.
—Yo... —Tokiyomi tragó saliva, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Recuerdo cuando solía sonreír todo el tiempo. Era como un maldito algodón de azúcar con vida. Alegre, ridículamente optimista, siempre creyendo que las cosas podían mejorar. Como mi tía. —
Astral asintió lentamente, sus ojos reflejando el mismo dolor agridulce que resonaba en las palabras de Tokiyomi.
—Sí. Era como Yuma. Una luz de esperanza. Pero la vida tiene una forma cruel de apagar esas luces cuando brillan demasiado. —
Tokiyomi dejó escapar un suspiro y se dejó caer en la silla frente al escritorio.
Pasó una mano por su cabello y cerró los ojos por un momento.
—Es difícil verlo ahora. Saber cómo era antes... y ver en lo que se ha convertido. —Su voz se quebró apenas, pero logró recomponerse antes de que se notara demasiado—. Quiero ayudarlo. Quiero que vuelva a ser, aunque sea un poco, ese Hoshiyomi de antes. —
Astral lo miró con una intensidad que parecía atravesarlo, como si estuviera evaluando cada palabra.
—Entonces debemos hacerlo juntos. —La voz de Astral era firme, pero con un matiz cálido que rara vez mostraba—. Hoshiyomi siempre quiso hacer el bien, aunque su forma de verlo ahora esté distorsionada. Si hay una forma de devolverle esa estabilidad, esa sonrisa, debemos intentarlo. —
El silencio volvió a llenar la oficina, pero esta vez no era pesado ni incómodo.
Era un silencio de resolución, de promesas hechas sin necesidad de más palabras.
Ambos miraron hacia la ventana, donde el sol seguía brillando, indiferente al peso de sus pensamientos.
Astral retomó uno de los documentos del escritorio, rompiendo el momento con un suspiro.
—Por ahora, más vale que terminemos con este papeleo antes de que Hoshiyomi vuelva. No quiero que diga que ni siquiera podemos con su trabajo. —
Tokiyomi soltó una risa seca y volvió a enfocarse en los papeles frente a él.
—Sí, porque lo último que necesitamos es otro sermón suyo sobre la eficiencia. —
Y aunque las bromas regresaron, ambos sabían que llevaban una promesa compartida en el corazón.
Una promesa de devolver la luz a alguien que tanto la merecía, pero que la vida se había empeñado en apagar.
Luego.
La pluma de Astral se detuvo en el aire justo cuando terminaba de revisar el último documento. Tokiyomi, a su lado, estaba apoyado contra el respaldo de la silla, con los brazos cruzados y los ojos cerrados, como si estuviera meditando o simplemente esperando la siguiente tarea.
La tranquilidad que había invadido la oficina tras su conversación era rara, casi demasiado delicada para ser interrumpida.
Pero, como siempre, la paz no duró mucho.
La puerta de la oficina se abrió de golpe, sacándolos a ambos de sus pensamientos.
Michael entró corriendo, su rostro una mezcla de alarma y urgencia.
—¡Algo está pasando! —Dijo, sin molestarse en saludar—. El jefe de seguridad me acaba de avisar que hay un problema en el vestíbulo... y que Hoshiyomi está involucrado. —
Astral y Tokiyomi intercambiaron miradas fugaces, y lo que compartieron en ese breve instante fue más que suficiente para ponerlos en movimiento.
Ambos se levantaron casi al mismo tiempo, mientras Michael hacía un gesto para que lo siguieran.
—Por favor, díganme que no ha matado a nadie —Murmuró Tokiyomi mientras avanzaban rápidamente por el pasillo, su tono cargado con una mezcla de sarcasmo y preocupación.
—O al menos que no haya causado un desastre irreparable —Añadió Astral, aunque su tono era más frío y metódico, ocultando la inquietud que comenzaba a instalarse en su pecho.
—No lo sé, no tengo todos los detalles —Respondió Michael mientras los guiaba por los corredores hacia el elevador—, pero lo describieron como algo... raro. Muy raro. —
La tensión creció con cada paso, con cada segundo que pasaba en el ascensor mientras descendían.
La mente de Astral trabajaba frenéticamente, repasando todas las posibilidades, mientras Tokiyomi miraba el suelo, tamborileando los dedos contra su muslo como un tic nervioso.
Ninguno habló; no había nada que decir hasta que supieran qué estaban enfrentando.
Cuando las puertas del elevador se abrieron al vestíbulo, la escena que los recibió fue completamente inesperada.
El aire estaba cargado de murmullos, el zumbido de los teléfonos grabando y el sonido de pasos apresurados mientras los empleados y visitantes se agolpaban alrededor de una figura en el centro de la sala.
Los susurros eran apenas inteligibles, pero las palabras "extraño", "el CEO" y "¿qué está haciendo?" se repetían con demasiada frecuencia.
Hoshiyomi estaba de pie en medio del vestíbulo, pero no estaba solo.
En sus brazos, acunado con un cuidado casi reverencial, estaba Yuya. Hoshiyomi lo sostenía con una delicadeza sorprendente, como si el joven fuera algo frágil y precioso, algo que necesitaba proteger a toda costa.
Su postura, rígida y tensa, contrastaba con la suavidad de sus manos al rodear el cuerpo de Yuya.
Sus ojos, usualmente afilados y llenos de control, estaban perdidos, carentes de esa chispa de autoconciencia que tanto lo caracterizaba.
—Oh, no... —Susurró Tokiyomi, su voz apenas un hilo mientras daba un paso al frente.
Astral, a su lado, permaneció en silencio, pero la leve tensión en su mandíbula traicionó su preocupación.
Fue entonces cuando un silencio absoluto pareció llenar la habitación. Astral, con su poder, detuvo el tiempo con un suave ademan.
Un segundo, una fracción de segundo que se alargó infinitamente, suspendiendo a todos en el vestíbulo.
Los murmullos se apagaron, las cámaras dejaron de moverse, las personas quedaron congeladas en sus posiciones. Solo Hoshiyomi, junto a sus acompañantes y él permanecían en movimiento.
Michael fue el primero en reaccionar.
Se adelantó con pasos firmes.
Cuando llegó junto a Hoshiyomi, Michael extendió una mano, manteniendo su tono firme pero no agresivo.
—Hoshiyomi, dame a Yuya. Déjame ayudarte. —
El CEO no reaccionó de inmediato.
Sus ojos seguían fijos en algún punto distante, como si estuviera atrapado en una realidad completamente diferente.
Michael dio un paso más cerca, hablando con más suavidad.
—Yo me encargaré. Prometo que estará bien. —
Finalmente, algo en las palabras de Michael pareció alcanzarlo.
Hoshiyomi parpadeó lentamente, como si estuviera despertando de un trance.
Bajó la mirada hacia Yuya en sus brazos, y por un instante, una chispa de emoción cruzó su rostro: confusión, duda, quizás incluso miedo.
Pero no dijo nada.
Simplemente permitió que Michael tomara a Yuya de sus brazos, aunque sus manos tardaron unos segundos más en soltarse por completo.
—Voy a cuidar de él, Hoshiyomi —Repitió Michael con una firmeza tranquila, como si intentara anclarlo a la realidad.
Astral y Tokiyomi se acercaron con cautela mientras Michael se alejaba con Yuya, sus pasos resonando en el vestíbulo que ahora estaba suspendido.
Hoshiyomi no se movió.
Seguía de pie en el mismo lugar, sus manos ahora vacías, pero aún temblando ligeramente.
Parecía más pequeño, más vulnerable, como si todo el peso de su perfección y culpa lo hubiera aplastado en ese instante.
Tokiyomi rompió el silencio primero, su voz baja pero cargada de preocupación.
—¿Qué demonios pasó aquí...? —
Astral no respondió de inmediato. Sus ojos permanecieron fijos en Hoshiyomi, estudiándolo, intentando encontrar alguna señal de su estado.
Finalmente, dio un paso al frente y colocó una mano en el hombro de su hijo, firme pero gentil.
—Hoshiyomi... ¿qué hiciste? —Su voz no era una acusación, sino una pregunta suave, casi un ruego.
Pero Hoshiyomi no respondió.
No podía.
