El Tormento de la Luz

El monitor cardiaco emitía un pitido monótono, acompasado con la quietud de la habitación. El aire olía a desinfectante, un aroma frío y aséptico que se mezclaba con el peso invisible de la tragedia. En la cama, Manny Noceda yacía inmóvil, su piel pálida contrastaba con la luz tenue de la noche que se filtraba a través de la ventana.

Camila, Luz y Luis estaban junto a él, en un silencio denso, atrapados en el instante que se les escurría de las manos. Camila le acariciaba la frente con ternura, con los ojos enrojecidos, aferrándose a los últimos vestigios de su esposo. Luz, de pie junto a la cama, sostenía su mano fría, buscando algún vestigio de vida que ya se escapaba. Luis estaba sentado, con la cabeza gacha, su cabello ocultaba su expresión, pero sus puños apretados delataban la tormenta dentro de él.

El pitido prolongado del monitor perforó el aire.

Camila se llevó una mano a la boca, ahogando un sollozo. Luz cayó de rodillas, apretando la sábana con fuerza, mientras un temblor la recorría entera. Luis apretó los dientes hasta hacerlos crujir, su cuerpo tenso, con el dolor apuñalándolo sin piedad.

—Papá... Papito... no...—susurró Luz con la voz quebrada.

El doctor entró con una expresión solemne, pero no necesitó decir nada. La confirmación estaba en el silencio. Camila abrazó a sus hijos con fuerza, sintiendo el vacío abismal que había dejado Manny.

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Luz salió al patio trasero con los ojos hinchados y la mente embotada por el dolor. La brisa matinal movía las ramas de los árboles con suavidad, el mundo seguía girando ajeno a su tragedia.

Pero algo no estaba bien.

Avanzó unos pasos y su estómago se hundió al ver una figura balanceándose levemente bajo una de las ramas del viejo árbol del patio. Su corazón se aceleró, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sus piernas tambalearon al acercarse.

—No...

Luis colgaba inmóvil, su rostro pálido reflejaba una serenidad perturbadora. Su sudadera tenía una nota adherida al pecho con un pedazo de cinta. Luz la arrancó con manos temblorosas, apenas pudiendo leer entre las lágrimas que nublaban su vista.

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No soy tan fuerte como pensé… como todos pensábamos. Esto es mi culpa. Tal vez así pueda enmendarlo. Lo siento, Nutria. Lo siento, Mamá.

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La nota resbaló de sus dedos.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH!

Un grito desgarrador se escapó de su garganta mientras caía de rodillas.

La lluvia comenzó a caer, pero no pudo disimular sus lágrimas.

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La tarde era gris, la lluvia empapaba la tierra recién removida del cementerio. Dos lápidas se alzaban una al lado de la otra, con nombres que no deberían estar juntos de aquella manera.

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Manuel "Manny" Noceda

"Tu risa sigue en el viento"

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Luciano "Luis" "Lucho" Noceda

"Un héroe que no pidió serlo"

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Camila y Luz permanecían de pie, inmóviles. La lluvia caía sobre sus ropas sin que ellas hicieran ademán de resguardarse. Camila colocó una flor sobre la tumba de su esposo, su mirada pérdida en el vacío. Luz, abrazándose a sí misma, temblaba, con el peso de la ausencia hundiéndola.

Miró la tumba de su hermano. Su otra mitad. Su gemelo.

—Eres un tonto... —susurrócon la voz apenas un hilo roto de sonido—. Se supone que debíamos estár juntos hasta el final...

Camila tomó su mano con suavidad, ofreciéndole el único consuelo que podía dar. Madre e hija se quedaron allí, bajo la lluvia, solas con su dolor.

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De repente, el paisaje, antes gris y sombrío, comenzó a retorcerse en sombras. Una figura esquelética equina apareció frente a Luz.

Era Long Horse.

—Lo siento…

Su aterradora voz, arrastrada por el viento, resonó en la quietud de la nada.

—No llegué a tiempo para salvarte.

Luz, en shock, vio cómo la figura de Long Horse comenzó a cambiar. Su forma se distorsionó hasta adoptar la imagen de su padre, Manny, vestido con una camisa de campo verde, unos shorts caqui, calcetines blancos y mocasines marrones.

—¿Papá...?

Manny la miró con una sonrisa suave.

—Sí, soy yo, mi pequeña nutria con un lado oscuro. O al menos, lo que queda de mí.

Luz parpadeó, desconcertada.

—¿Cómo...? ¿Por qué... tú?

Manny suspiró y se acercó a ella.

—Es complicado, mija —dijo con una sonrisa triste—. Cuando me quedé en coma... desperté de una forma... diferente... en un lugar oscuro, misterioso y con un "exquisito" aroma. No estoy muerto, pero tampoco vivo, y lo que soy ahora... es algo más allá de lo que podemos comprender.

Luz miró a su padre, sus ojos llenos de preguntas sin respuesta. El dolor de la pérdida comenzaba a transformarse en una sensación de desconcierto.

—Entonces... ¿tú eres Long Horse?

—¿La luna brilla por la luz del sol? —respondió Manny con el tono cargado de una ligera broma.

Luz se quedó en silencio un momento, recordando algo que King había mencionado una vez. Sus ojos se abrieron con una chispa de comprensión.

—¿"Renaciste" del estiércol, de la sangre y del abismo que habita en el vientre del titán?

Manny rió.

—Ahora ya sé que no era una caverna cualquiera.

—Y... ¿de casualidad no elegiste a Luis como tu avatar sabiendo que a él no le interesa la magia, para que pueda protegerme más fácilmente de todos los peligros de las islas hirvientes?

Manny sonrió con orgullo.

—Sabía que tu madre se equivocaba respecto a los libros de Azura.

Luz rió también, pero la tristeza en sus ojos no desapareció.

—Ella...

—Lo sé —la interrumpió Manny—. Pero tranquila, puedo entenderlo, las mentiras blancas nunca fueron tan malas.

Luz sonrió por un instante, pero...

—¿Luis... sabe de esto? —preguntó con cautela, sabiendo que la respuesta no sería fácil.

—Sí. Aunque, para ser honesto, él prefiere verme en mi forma espectral equina —respondió Manny con la mirada llena de comprensión y compasión—. Después del accidente de fútbol, no puede ver más allá de eso.

Luz asintió lentamente, preocupada.

—¿Y tú...? —preguntó con la voz tensa—. ¿Sabes si va a estar bien al seguir siendo... bueno... tu avatar?

Manny la miró con cariño, acariciando su cabeza en un gesto de consuelo.

—Luis es más fuerte de lo que piensas.

Luz apretó los labios, luchando contra las lágrimas que amenazaban con salir. Algo dentro de ella se revolvía al pensar en su hermano y en todo lo que había perdido.

—¿Papá, hay alguna forma mágica de curarte? —preguntó, con la esperanza brillando en su voz.

Manny suspiró y negó con la cabeza, su rostro reflejando la dureza de la verdad.

—No, hija. Mi enfermedad... es como la maldición de Eda. Anti-magia pura. No me hago ilusiones de que haya una cura, aunque siempre podemos seguir adelante de alguna manera. Solo quiero que sigas siendo fuerte.

Luz lo miró, sintiendo un nudo en la garganta.

La brisa comenzó a soplar con más fuerza, y la escena que los rodeaba empezó a desvanecerse.

—Es hora de despertar, hija —dijo Manny con la voz suave y cálida, pero firme.

Luz lo miró, algo dentro de ella comenzando a desmoronarse.

—¿Qué... qué está pasando? —preguntó, sintiendo que todo a su alrededor comenzaba a desvanecerse.

—Es hora de despertar. El sol ya está saliendo. Despierta, Luz.

Luz cerró los ojos, abrazando a su padre una última vez, aferrándose a la sensación de su calor, aunque fuera efímera. Con un último suspiro, su cuerpo comenzó a desvanecerse, dejando atrás la sombra del dolor.

Y despertó.

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La luz de la mañana se filtraba por la ventana de su habitación en la Casa Búho. Los sonidos del día a día comenzaban a infiltrarse en su conciencia, y la primera imagen que vio fue la de Luis, estirándose frente a ella, en ropa interior. Él la miró, y su rostro se suavizó al verla despertar.

—Buenos días, Nutria.

Luz se levantó de golpe y corrió hacia él, abrazándolo con fuerza.

—Buenos días, mi héroe.