-Este fic es una adaptación de la obra original de Masami Kurumada, pero basándome en una historia alternativa que yo cree desde mi infancia—y que por ende he ido puliendo con el paso de los años—, por lo que no sigue al pie de la letra el canon o lineamientos originales, mas si la esencia de Saint Seiya, destinando protagonismo a otros personajes para darle un sentido diferente a la historia. Les sugiero oír "Dreamers" de Jungkook para Shiryu, "I'll Make You Love Me" de Kat Leon para Saori, "Seven Devils" de Florence & The Machine para Hilda, "Home" de Nick Jonas para Seiya, "Trainwreck" de James Arthur para Hyoga, "Blue Forever" de Mauren Mendo para el contexto del capitulo, y "Pegasus Seiya" de The Struts para el fic.


Otro nuevo día tenía lugar en la mansión Kido, con ya gran parte de los Caballeros que habrían de enfrentarse en el torneo reunidos y perfectamente aclimatados en la mansión que era ahora su nuevo hogar debido a sus grandes dimensiones y tanto por la generosa voluntad del fallecido señor Mitsumasa Kido como por deseo de ambas herederas que en ese momento se encontraban en el balcón de la sala que daba vista del jardín durante la hora del té. Siempre con ese aire de misticismo que la caracterizaba, Hilda vestía una holgada blusa de gasa dorada de escote redondo y mangas abiertas como lienzos exponiendo sus brazos, con el derecho adornado por un brazalete de oro y la muñeca izquierda por una pulsera, bajo la blusa una corta falda de gasa amarillo mantequilla y holgados pantalones blancos de lino, con su largo cabello celeste nevado recogido en un complejo peinado de tipo coleta que dejaba sus rizos caer a la altura de la nuca y destacando unos largos pendientes de hilo de oro y una guirnalda de oro a juego alrededor de su cuello. Con un estilo propio y opuesto al de su hermana, Saori portaba un femenino vestido de seda y gasa blanca, de escote en V, sin mangas y que formaba un elegante recogido en el corpiño como alas, con una falda larga por encima de los tobillos, y su largo cabello violeta estaba recogido en un moño tras su nuca salvo por dos mechones que enmarcaban su rostro, y alrededor de su cuello reposaba un collar de oro con un dije en forma de concha marina.

—Espero que no tengamos que esperar mucho más por él— reflexionó Saori dejando la taza de té sobre la mesa entre ambas y aludiendo la tardanza de Seiya.

—Lo mismo deseo yo— secundó Hilda limpiándose los labios con la servilleta tras dar una mordida a su porción de pastel, incondicionalmente del lado de su hermana.

—Adelante— consintió la pelivioleta al escuchar que alguien llamaba a la puerta del balcón y que se abrió revelando a Tatsumi. —¿Qué sucede, Tatsumi?— consultó enfocando la mirada en su mano derecha.

—Señoras, Seiya ha llegado— anunció el Tokumaru con su siempre estoico tono de voz.

—Por fin…— sonrió la peliceleste entre feliz y mucho más tranquila, al igual que su hermana.

Era de vital importancia para ambas hermanas, y debido a lo que estaba planeado para el Torneo Galáctico, que todos los Caballeros que habían sido enviados a entrenar para obtener sus respectivas armaduras estuvieran presentes para todos los combates que tendrían lugar, no solo por la apariencia que ello daba al público sino porque todos formaban parte de un plan mucho más grande, pero eso no tenía por qué salir a la luz en ese momento todavía, por lo que ambas hermanas se levantaron velozmente de sus respectivos lugares y olvidándose totalmente de la hora del té, procediendo a dirigirse hacia la sala principal donde habrían de recibir a Seiya, y Aioros también querría verlo naturalmente como su padre. Seiya acababa de llegar hace un momento, había cruzado la entrada en compañía de su hermana Marín con quien intercambió una mirada, percibiendo todas las dudas y cuestionamientos que ella tenía a través de sus ojos, pero haciéndole saber sin necesidad de palabras que todo estaría bien, él se encargaría de que así fuera, mas primero debían ver a su padre y fue una suerte que él fuera el primero en aparecer en lo alto de la escalera, bajando por esta desde el segundo piso y apresurando inmediatamente sus pasos para acercarse a los dos recién llegados, sus hijos, concentrando de inmediato su mirada en Seiya y no pudiendo evitar sentir que estaba contemplando a una versión más joven y enérgica de él mismo, lo que lo hizo sonreír mientras atraía a su hijo en un inmediato abrazo al que Seiya no dudo en corresponder, cerrando los ojos en tanto esto duro.

—Seiya— susurró el Caballero de Sagitario, siendo el primero en romper lentamente con el abrazo.

—Papá— correspondió el Caballero de Pegaso, observando el semblante de su padre y feliz al ver que las cosas básicamente no habían cambiado.

La atención de Aioros no pudo evitar dirigirse entonces a su hija Seika y que era tanto el centro de su atención como la Seiya que llevaba ya varios días—tan pronto como habían dejado el Santuario—viéndola sin mascara y debía reconocer que no dejaba de parecerle fascinante, pues no había visto su verdadero rostro desde poco antes de comenzar su entrenamiento, al momento de su despedida antes de que ella viajara a Grecia y se convirtiera en un Caballero de Plata; Si Seiya era una copia casi exacta de su padre, con mayor energía y los mismos ojos café que había tenido su fallecida madre, Seika o Marín como prefería que la llamaran ahora era una copia más joven y temperamental de su madre Ariadna, con rasgos extremadamente delicados y cincelados, verdaderamente femeninos, una nariz pequeña, grandes ojos aguamarina—un rasgo heredado de su padre—y expresión sería muy solemne en alguien tan joven. La Amazona de Plata del Águila había reemplazado sus ropas de entrenamiento por un top deportivo blanco sin mangas, encima una holgada blusa naranja que permanecía abierta y de mangas por sobre las muñecas, pantalones holgado beige pálido, abrochados por una hebilla dorada, zapatillas blancas, y su corto cabello pelirrojo caía sobre sus hombros enmarcando su rostro y casi ocultando unos aretes dorados en forma de argolla. Decirse sorprendido era un eufemismo para Aioros, había querido volver a ver a su hija desde hace muchos años, pero tenerla delante ahora y convertida en una mujer superaba todo lo que había imaginado.

—Seika…— reconoció Aioros, entre sorprendido y admirando lo mucho que su hija se parecía a su fallecida esposa.

—Marín— corrigió la Amazona de Águila sin poder evitarlo, —ese es mi nombre ahora, padre— lo había abrazado hace tiempo y dejado en el pasado el nombre Seika.

—Tu madre estaría orgullosa— sonrió el Caballero de Sagitario, estando de acuerdo con todo lo que ella creyera correcto.

Aioros sabía que sería enormemente tonto de su parte pretender que todo volviera a ser exactamente igual que antes tras los nueve años transcurridos, es decir, ya nada podría ser igual nunca partiendo por el hecho de que eso los había separado, él ni siquiera le había dado a su hija la labor de convertirse en Caballero Femenino sino que había sido deseo de Seika…Marín, aceptar las raíces de sus antepasados y seguir los pasos de su madre, y no parecía arrepentida por ello, además, ¿Qué era un nombre? Si, era el nombre que él le había dado a su hija al momento de nacer, pero si ella había decidido adoptar el nombre Marín para llevar la vida que ahora nuevamente la había llevado a él, Aioros no tenía problema con ello y lo demostró atrayendo a su hija en un abrazo, y aunque Marín inicialmente no supo cómo reaccionar, pronto esbozó una ligera sonrisa y se dejó abrazar por su padre, admitiendo en su fuero interno que mucho había extrañado un gesto afectuoso como ese y más de su parte. La escena era preciosa, tanto que Hilda tuvo que apartar la mirada y limpiarse distraídamente una lagrima, sintiéndose profundamente conmovida, y Saori no tuvo una reacción muy diferente, aunque sí que se esforzó por disimularlo, cerrando los ojos y llamando a su propia calma e indiferencia, ambas flanqueadas por Tatsumi que se mantuvo tan serio e imperturbable como siempre detrás de sus gafas oscuras, ninguno atreviéndose a hacer tan siquiera aun sonido que rompiera con el momento, pero Seiya si y quien enfocó su mirada en ambas mujeres; evidentemente había un tema que tratar.

—Espero que lo que dijo Tatsumi de un torneo sea solo una broma— comentó Seiya finalmente y habiendo sido recibido por el Tokumaru.

—No lo es, es un asunto muy serio y esperamos contar contigo— contestó Hilda encontrando su mirada con la del pelicastaño.

—Lo hare, por una sola razón— aceptó el Caballero de Pegaso sin necesidad de pensarlo en demasía. —El señor Mitsumasa me permitió permanecer junto a mi familia, primero al llegar aquí y luego al enviarme a Grecia; peleare por agradecimiento y no porque sea mi intención— declaró, teniendo una deuda personal que deseaba saldar, —pero antes quisiera hablar con él— agregó sin ánimo de ofenderlas.

—Me temo que no podrás, nuestro abuelo murió hace seis años— negó Saori, temiendo no poder cumplir con su petición.

—¿Cómo?— escuchar aquello fue toda una sorpresa para Seiya que, como todos los huérfanos, tenía en muy alta estima al señor Mitsumasa.

—Fue una enfermedad sorpresiva para todos— respondió la pelivioleta, habiéndose visto superada por ello hace años, igual que su hermana. —Nos pidió a ambas que cumpliéramos una promesa; garantizar la seguridad de cada uno de los huérfanos que acogió en vida, y planeamos cumplir esa promesa— como siempre el tono de voz serio de Saori hacia parecer aquello como una orden cuando era más una gentil oferta.

—Esta casa es tanto suya como nuestra, esa fue su voluntad— secundó la peliceleste esbozando una amable sonrisa y esperando que el Caballero de Pegaso aceptara.

—Me quedare entonces— aceptó Seiya con aire pensativo, pero sabiendo que era lo mejor.

No es como si tuviera otro lugar a donde ir, probablemente podría conseguir alojamiento en algún lugar de la ciudad si comenzase a buscar, ¿Pero para qué hacerlo si tenía un techo y una cama caliente justo ahí? Conocía a todo el personal de la mansión y que ya habían estado ahí años antes de que él se fuera a entrenar, y su padre también estaba ahí como guardián tanto de la señorita Saori como de la señorita Hilda, además todo lo que él y su hermana necesitaban en ese momento era estabilidad todo ya había sido muy acelerado desde su huida del santuario—porque eso habían hecho, los Caballeros no tenían permitido abandonar el Santuario a menos que tuvieran el permiso del Patriarca y ellos evidentemente no lo habían hecho—, y Seiya deseaba que su hermana tuviera mejores recuerdos de la vida de los que ya tenía hasta ese momento, ella se había desvivido por prepararlo para convertirse en un Caballero de Bronce y protegerlo, y ahora él quería que ella tuviera cuando menos una alegría. Aunque se mantuvo en silencio y fingiéndose estoico todo el tiempo, Aioros no pudo evitar bajar la cabeza para disimular una sonrisa tan pronto como escuchó la respuesta de su hijo, volviendo entonces la mirada hacia Marín y quien simplemente lo observó en silencio y como su pudiera leerle la mente, igual que Ariadna. Observándose, Saori se mantuvo perfectamente seria, pero Hilda le sonrió a su hermana y luego a Seiya, agradeciendo que él sintiera que ese era su hogar, de todos…


Aunque había llegado el día anterior a la mansión Kido junto a su hermana, Seiya se pasó todo ese día junto a su padre y hermana, recuperando todos los años perdidos y hablando hasta altas horas de la madrugada precisamente en ello, hablando de todo y de nada, de lo que habían vivido durante aquellos largos nueve años separados y de lo más trivial que se les pudiera ocurrir sin aburrirse o considerar hacerlo siquiera. Y ya que finalmente se fue a dormir más tarde de lo que pretendía, también se levantó más tarde y ello evito que viera a cualquiera de sus amigos de la infancia y compañeros Caballeros de Bronce, de hecho se había levantado para la hora del almuerzo y había disfrutado de este en la entera compañía de su padre y hermana, por lo que no había visto los rostros de sus amigos y ello solo le generó una enorme ansiedad a medida que se acercaba la noche y con ello el combate de esa noche en el Coliseo como parte del Torneo Galáctico. Al final y pese a todo este panorama, Seiya estuvo perfectamente preparado y vistiendo su armadura al momento de ingresar en el área previa al cuadrilátero, no fueron las ansias por el combate lo que lo hicieron sonreír y casi brincar de alegría al momento sino el ver a los demás Caballeros de Bronce, aunque los rostros de ninguno de ellos le provocó tanta nostalgia como la inconfundible templanza de Shiryu quien se hallaba de brazos cruzados junto a una chica muy menuda y de inocente mirada jade a quien Seiya de inmediato reconoció como Shun, lo que lo hizo correr velozmente hacia ellos.

—¡Amigos!— reconoció el Caballero de Pegaso cargado de emoción y haciendo que ambos voltearan a verlo. —Shiryu, Shun…no lo creo— la amazona de Andrómeda le sonrió dulcemente y Shiryu solo lo observó en silencio con lo que parecía ser una sonrisa. —Un abrazo, un gran abrazo, ¿Quién quiere un abrazo?, ¿Quién dijo yo?— sugirió abriendo los brazos y eufórico de alegría.

—No es momento de abrazos por ahora, Seiya, es tu turno— difirió Shun absteniéndose de reír y señalando con la mirada en cuadrilátero.

—¿Qué?— aquella respuesta tomó desprevenido al pelicastaño y quien solo entonces recordó porque estaba ahí.

—¡El combate entre Seiya, Caballero de Pegaso; y Geki, Caballero del Oso, va a comenzar!— anunció el narrador del combate como una nota discordante.

—¿Sabes?— una ronca voz a su espalda lo hizo volverse hacia Geki, quien era imponente en altura en contraste con él. —No es muy tarde para que te rindas y te vayas, nos ahorrarías algo de tiempo y te podrías ahorrar la humillación— declaró al pasar junto a él en dirección al cuadrilátero para comenzar su combate.

—Cuenten treinta segundos, es lo que me tomara derrotarlo— advirtió con una sonrisa socarrona antes de seguir al Caballero del Oso hacia el cuadrilátero.

—Creí que cambiaría un poco con los años, que maduraría— admitió Shun con una ligera sonrisa y negando en silencio.

—Con Seiya eso es imposible— diferenció Shiryu, conociendo lo suficiente al Pegaso como para poder afirmarlo.

No pudiendo rechazar una buena pelea y estando ahí por ello, habiendo prometido cumplir con su parte, Seiya se apresuró en subir al cuadrilátero y situándose a una prudente distancia de Geki quien resultaba imponente con su físico corpulento y gran altura en relación para con él, mas ello no intimido a Seiya quien recordaba su enfrentamiento con Cassios y como siempre se negaba a rendirse; tan pronto como ambos estuvieron en sus posiciones, Seiya fue el primero en arrojarse temerariamente contra el Caballero del Oso a quien consiguió desestabilizar con una seca pateada en el mentón, aunque esto por sí solo no consiguió derribarlo, alentando a Geki quien correspondió al actuar del Caballero de Pegaso contra quien se arrojó directamente y de cabeza, como si fuera un oso en pleno ataque, envolviendo al pelicastaño con sus brazos y amenazando con partirle la mitad de los huesos del cuerpo sin pronunciar una palabra. Aunque las pantallas gigantes resaltaran el hecho de que la fuerza de los brazos Caballero del Oso alrededor del Caballero de Pegaso era de 190 kilovatios—suficiente para matar a un hombre—, Geki se negó a declararse vencedor, quería que Seiya—terco como era—aceptara que había vencido y renunciara, mas debería haber recordado interiormente que el Pegaso no sabía renunciar y de hecho ello era precisamente no que se repetía Seiya una y otra vez, intentando forcejear en vano y liberarse del agarre de Geki, porque se negaba a creer que había escapado del Santuario solo para ello, mucho menos delante de su padre y su hermana...

Pensar en su hermana le hizo recordar una ocasión en que Marín le había enseñado que debía atacar a un oponente en su punto débil para vencer, y que en ocasiones el punto débil era precisamente el punto fuerte, incluso si no lo parecía, por lo que usando sus manos y haciendo un gran esfuerzo, Seiya concentró su cosmoenergía para zafarse ligeramente del agarre de Geki y sujetarle ambos brazos que lo envolvían, concentrando su fuerza y consiguiendo lastimarle los brazos que lo envolvían, obligando a Geki a soltarlo del dolor, permitiéndole liberarse. La armadura del Oso no había roto, no tenía porque al ser enormemente resistente, pero la distracción de Geki por el dolor le permitió a Seiya golpearlo con la suficiente fuerza y contundencia de forma repetida—como meteoritos—para hacerlo quedar inconsciente y caer desplomado en una victoria aplastante, literalmente. No fueron treinta segundos, sonrió Seiya nerviosamente y volviendo la mirada hacia Shiryu y Shun que lo observaban, aun sintiéndose bastante adolorido por el fantasmagórico agarre de Geki…de la que se había salvado, por poco. Observando todo desde su privilegiado palco como anfitrionas del evento, Hilda y Saori aplaudieron en señal de aprobación y complacencia ante el desempeño por parte de ambos contendientes y por la victoria de Seiya, aunque no eran las únicas personas felices por ello, los aplausos tanto de Aioros como de Marín—de pie flanqueándolas—eran la prueba, pero ninguna de las hermanas se atrevió a voltear a verlos y contemplar sus expresiones.

—¿Tú le enseñaste eso?— preguntó Aioros a su hija, genuinamente sorprendido.

—La mejor defensa es la ofensiva— justificó Marín sencillamente y permitiéndose sonreír.

—¡El combate ha terminado, el vencedor es Pegaso!— anunció finalmente el narrador, detonando los gritos de jubilo de todos los espectadores.

De pie junto a los escaños en que se encontraban las señoritas Saori e Hilda, flanqueándolas como su padre Aioros quien para la ocasión vestía un traje gris claro, y no queriendo desentonar, Marín portaba un vestido de seda y gasa blanca de notoria inspiración griega; de escote en V, ceñido bajo el busto y formando una transparencia de encaje que abarcaba el vientre, continuando en una holgada falda y con mangas abiertas como lienzos desde los hombros, con su corto cabello pelirrojo recogido en un moño tras su nuca salvo por dos ligeros mechones que enmarcaban su rostro. Siempre visto muy practica y hoy me veo como niña, consideró la amazona de Águila absteniéndose de entornar los ojos y habiendo oído de su padre que se veía muy hermosa, mas nada de ello le importaba realmente, solo la victoria de su hermano y por quien se permitió esbozar una sonrisa de orgullo inconfundible al ya no llevar su mascara y Aioros tenía la misma sonrisa, de hecho podría haber tenido el pecho inflado de orgullo, pero se esforzó por contenerse y se recordó que este era solo el primer combate de su hijo, mas ya presenciarlo era todo un honor. Aunque no gozaba de la atención y era más bien reservado, aparentando todo lo contrario, Seiya se permitió disfrutar de ese momento, abriendo los brazos a los espectadores y sonriendo, no había disfrutado de vencer a Cassios en el Coliseo en Grecia pues ello había sido solo un obstáculo que superar para obtener la armadura, mas ahora…se permitió disfrutar de haber ganado una batalla por el placer de hacerlo.

Y ganaría muchas más, era una promesa.


Siberia, Rusia

Todo Caballero tenía un objetivo en el mundo y Hyoga no era muy diferente, nadando en lo profundo del agua helada del mar de Siberia para visitar la tumba de su madre a quien había perdido a la edad de seis años en un fatídico naufragio en que ella había sido la única persona en no encontrar lugar en un bote salvavidas, habiendo elegido abrazar la muerte y sabiendo que de esa forma salvaba la vida de su hijo, pero por otro lado había sido muy difícil para Hyoga continuar con su vida aun cuando hubiera gozado de la protección de la fundación Graad del señor Mitsumasa Kido tras esa tragedia. Por supuesto que había tenido techo, comida y una vida segura como todos los demás huérfanos, y había sido destinado a un lugar de entrenamiento bajo la tutela de un Caballero Dorado…mas, para su fortuna el lugar había sido Siberia donde yacía el lugar de reposo final de su madre, donde había crecido y tenía tan buenos recuerdos…y el Maestro que le habían destinado había sido su propio padre, el Caballero Dorado Camus de Acuario, aunque el Santuario desconocía el vínculo entre ambos y era una suerte que así fuera. Ya que su padre era un Caballero Dorado, Hyoga había crecido siendo educado y entrenado bajo la más estricta de las disciplinas, por un lado, como si estuviera en el Santuario mismo—y había estado allí un par de veces acompañando a su padre a lo largo de los años—y porque los Caballeros que manejaban el elemento hielo eran conocidos por tener una personalidad y emociones tan controladas, congeladas y solidas como el muro de los hielos eternos de Siberia.

Alejando su mente de esos pensamientos, Hyoga finalmente llegó hasta donde estaba el barco hundido donde reposaba el cuerpo de su madre, inicialmente el lugar le había sido imposible de alcanzar, pero el entrenamiento como Caballero le había dado grandes capacidades de resistencia, una de ellas era la de respirar largos minutos bajo el agua y soportar la presión de esta, abriendo perfectamente la puerta del que había sido el camarote de su madre y nadar hacia la cama donde reposaba su cuerpo. Mamá, Hyoga dejo una rosa junto a su cuerpo, pudiendo verla tan hermosa y perfecta como al momento de su despedida, aunque no sabía si era obra de su subconsciente o ello era realidad, y no importaba; mamá, voy a participar del torneo como me pidió mi padre, he de irme cuanto antes, por favor, no te pongas triste, he de cumplir con mi deber, es necesario que lo comprendas, el destino me ha obligado a dejarte para unirme al combate, no te enfades conmigo, por favor, explicó a su progenitora en su habitual oración, lamentando tener que ausentarse por lo que sabia sería un largo tiempo, mas era necesario y quería creer que ella lo entendería. He de partir, prometo que seré el vencedor del combate, adiós, nada más dedicar esas palabras a su madre, Hyoga la observó una última vez y procedió a abandonar el barco y salir del agua helada, trepando el hielo hacia un lugar seguro y envolviéndose en la manta que había dejado fuera para secarse, pero encontrando a un pequeño amigo esperando por él:

—Buenos días, Hyoga— saludó el pequeño Jacob vistiendo un mullido abrigo de piel.

—Hola, Jacob— correspondió el Cisne con una ligera sonrisa ladina mientras se secaba con la manta y dirigía sus pasos hacia la cabaña en que vivía, a varios kilómetros de ahí.

—Yo cuidare de tu madre y velare su sueño mientras tú estés lejos, tu solo concéntrate en el torneo— se comprometió Jacob tirando de su trineo y siguiendo amigablemente los pasos del Caballero del Cisne.

—Qué bueno eres— apreció Hyoga revolviéndole el cabello al pequeño niño con una de sus manos y quien rió divertido.

El entrenamiento formal de Hyoga como Caballero de Bronce del Cisne había terminado hacía ya un mes aproximadamente, el resto había sido terminar de preparar su cuerpo mediante las adversas condiciones climáticas que tenía Siberia, y serenar su mente mediante el proceso de la meditación y que el Cisne debía admitir no era precisamente su fuerte, mas había hecho su mejor esfuerzo, pero el verdadero motivo de su demora y permanencia en Siberia yacía sobre la mesa de su cabaña y a la cual finalmente llegó, abriendo la puerta, haciendo que Jacob ingresase primero, y prometiendo preparar algo caliente para ambos antes de reunir sus pertenencias y emprender su viaje a Oriente. Sobre la mesa baja de la sala se hallaba un sobre abierto y en su interior, perfectamente doblada, una carta enviada por su padre en el Santuario y donde debía permanecer como Caballero Dorado; en la carta se especificaba por orden del Patriarca del Santuario que se le brindaba la misión de poner fin al llamado Torneo Galáctico que estaba teniendo lugar en Oriente y en donde los amigos que había tenido en la infancia, como huérfanos acogidos por la Fundación Graad, estaban combatiendo, haciendo gala de las técnicas que sus Maestros les habían enseñado y portando las armaduras que no tendrían por qué conocer el resto de los humanos, Hyoga entendía el peligro y la compleja situación que todo ello representaba y no tenía problema en llevar a cabo la misión que el Santuario le había encomendado, solo esperaba que sus sentimientos no se inmiscuyeran…


Mansión Kido/Japón

Todo estaba sucediendo maravillosamente, de acuerdo con los planes que las herederas de Mitsumasa Kido habían tenido en mente mientras desayunaban en el balcón de la sala, aunque el Santuario seguía sin hacerse presente y ello las tenía bastante nerviosas, pero querían creer que ello sucedería pronto. Sentada sobre su asiento a la mesa y con ese aire entre informar y elegante que la caracterizaba, Hilda tenía las piernas atraída hacia si, vistiendo una holgada blusa viridian de escote en V, con mangas que se ceñian a la altura de las muñecas, falda de velo entre café y verde musgo anudada al costado de la cadera y que llegaba hasta la altura de las rodillas, y debajo holgados pantalones de lino color blanco, con su largo cabello celeste nevado cayendo tras su espalda y distraídamente sobre los hombros, casi ocultando unos largos pendientes de plata y esmeralda en forma de sarcillos. Con un aspecto mucho más informal que el que tenía siempre tras haber regresado de sus clases de defensa personal—y que había comenzado a tomar a los quince años por insistencia de su hermana, tomándole pronto el gusto—Saori vestía una blusa deportiva azul pastel de escote redondo, jeans de mezclilla celeste pálido con bolsillos en los costados de las piernas y ceñidos a su cadera por un cinturón gris claro como sus zapatillas y la chaqueta de cuero sobre la blusa y que permanecía abierta, por su largo cabello violeta cayendo sobre su hombro derecho en una coleta ladina, y alrededor de su cuello se encontraba su collar de oro con un dije en forma de concha marina.

—Señoritas— Tatsumi ingresó respetuosamente en el balcón y cargando una generosa cantidad de periódicos en sus brazos.

—¿Si, Tatsumi?— consultó Saori alzando la mirada y dejando su taza de té sobre la mesa.

—Les he traído los periódicos más importantes con las noticias de los países del mundo— expuso el Tokumaru dejando los documentos sobre la mesa de desayuno de las jóvenes mujeres. —Todos hablan del torneo, el mundo tiene los ojos puestos en ustedes— apreció permitiéndose una sonrisa ladina.

—Gracias, Tatsumi— sonrió Hilda como siempre, apreciando enormemente su leal asistencia.

—¿Se sabe algo de los Caballeros del Fénix y el Cisne?— inquirió la pelivioleta, sintiéndose presionada de tiempo al igual que su hermana, aunque ella no lo manifestaba.

—Aún no hemos podido localizar a Ikki, e Hyoga avisó que se retrasara— contestó Tatsumi con un suspiro cansino, pues mucho habían esperado.

—Entiendo— asintió Saori sin otro remedio, despidiendo a Tatsumi quien procedió a retirarse—Es necesario que todos estén listos para el combate lo antes posible, deben estar los diez presentes o el público no se interesara por el torneo— bufó levantándose de su asiento y acercándose al balcón donde apoyó sus manos.

—Llegaran, estoy segura— sosegó la peliceleste con mayor serenidad que la que parecía tener su hermana.

—Eso espero— asintió la pelivioleta e intentando no desesperarse por ello.

Aunque seria y exteriormente imperturbable, lo cierto es que interiormente Saori estaba mortalmente nerviosa, temía que todo saliera mal y que muchas personas inocentes tuvieran que pagar el precio, y no quería tener que llegar a tanto, mas Hilda siempre le decía que su proceder era la única forma que tenían de evitar una guerra mayor y no pudiendo olvidar que su enfrentamiento era nada más y nada menos que contra Ares, el dios de la guerra sangrienta; en contrapunto Athena—quien Saori era por reencarnación—era la diosa de la justicia, la sabiduría y la guerra justa, pero Saori no se sentía así y no pudo evitar recordárselo a su hermana al intercambiar una mirada con ella, mas Hilda la sosegó en silencio como siempre. La guerra o conflicto con Ares ni siquiera había comenzado solo para empezar, todo se trataba de Ares intrigando constantemente para tener la última palabra de lo que ocurriría, pero Hilda al menos se negaba a consentirlo, estaba dispuesta a darlo todo y ella al menos ya lo había hecho, teniendo como única posesión personal su pequeña protegida de nombre Samira y que dormía profundamente en su habitación a esa hora, y su herencia como reina legitima de Asgard, que no había podido reclamar debido a la Guerra Fría presente entre Athena y Ares, y que deseaba estuviera clara o finalizada antes de reclamar su derecho de nacimiento como heredera del trono Asgardiano. El conflicto estaba en ciernes y todos estaban involucrados en ello, pero librar o no este conflicto seria su entera responsabilidad, nadie los obligaría a hacerlo.

Mas, pronto habrían de elegir.


Por su parte y ocupando mejor su tiempo, los caballeros de Bronce se encontraban preparándose para sus enfrentamientos ese día y por lo que Shiryu, Seiya, Jabu y Shun se hallaban en el gimnasio de la mansión ejercitando sus músculos o más bien calentando energías y mentalizándose para los enfrentamientos ya que todos los elementos que ahí habían no podían equiparar ni por asomo la fuerzas de sus respectivos cosmos, mas agradecían enormemente tener un lugar donde prepararse y que poder llamar hogar, porque esa mansión realmente se sentía como un hogar para todos ellos; los que brillaban por su ausencia eran Nachi, Ban, Geki e Ichi quien por cierto habría de pelear con Hyoga ese día si es que el Caballero del Cisne llegaba a tiempo, pero el Caballero de Bronce de Hidra aseguraba no tener necesidad de prepararse, muy seguro de que tendría la victoria y nadie se atrevía a decir nada al respecto. De entre el grupo de varones, vestidos en sus ropas deportivas para mayor comodidad, sin duda alguna brillaba Shun, quien golpeó duramente el saco de boxeo delante de ella antes de decidir tomar un descanso, apartando su largo cabello verde que caía en ondas sobre sus hombros y procediendo a quitarse los guantes que protegían sus manos, vistiendo unos holgados pantalones deportivos gris oscuro, zapatillas blancas y un top deportivo color mantequilla sin mangas y que acentuaba sus curvas, aunque sus compañeros Caballeros de Bronce no repararon en nada de so sino que la vieron como su igual en todo momento y sin necesidad de una máscara.

—Hyoga aún no vuelve, se retrasó como Ikki— suspiró Shiryu apoyado sobre la pared a su espalda y bebiendo de su botella de agua. —¿Has tenido alguna noticia de él, Shun?— preguntó a Andrómeda como hermana del Caballero del Fénix

—Me escribió antes de que yo ganara la armadura, para decirme que había obtenido la suya, pero me extraña que no haya aparecido aún— contestó la peliverde, meditándolo en voz alta. —Tendrá sus razones— conjeturó, confiando en sus razones.

—La señorita Saori ha de estar disgustada, esperar por él no tiene sentido— negó Jabu por su parte, tanto con lealtad como porque ello era una pérdida de tiempo.

—Desde que tengo memoria, Hyoga siempre ha sido un idiota, como algunas personas que conozco— comentó Seiya despreocupadamente y ante lo que Shiryu lo golpeó en la nuca con la rodilla al estar tras él. —Oye, yo no rotule a nadie— se quejó ante aquel gesto y no habiendo sido explicito en nada.

Seiya siempre tenía aquella personalidad tan informal y despreocupada, hablando de todo y de nada al mismo tiempo, y todos debían reconocer al menos parcialmente que su sentido del humor resultaba contagioso, hasta Shiryu sonrió distraídamente desde su lugar y manteniendo ambos brazos cruzados sobre su pecho, mas teniendo siempre esa expresión seria y reflexiva con la mirada perdida en algún punto de la nada, Jabu por otro lado estaba sentado en el suelo y con la espalda apoyada contra la pared, igualmente teniendo la mente llena de sus propios pensamientos e ideas para los próximos combates en caso de que estos se modificaran debido a los retrasos de Hyoga e Ikki, pues sería bueno tener un plan de respaldo. Seiya por su parte estaba sentado al final de la caminadora ya apagada y bebiendo de su botella de agua, con Shun muy cerca suyo y perfectamente de pie, sin necesidad de apoyarse en nada mientras se quitaba el segundo guante y dejaba ambos colgados sobre la parte superior del saco de boxeo antes de tomar su botella de agua del suelo, reflexionando interiormente en la ducha que deseaba tomar. A todos los llenaban de ansiedad y nerviosismo los combates, Shun ni siquiera quería comenzar a pensar en los amigos a los que debería enfrentar y el cielo sabía que no quería hacerlo, no quería golpear o dañar a nadie, mas, ¿Cómo evitarlo? Sus pensamientos iban por derroteros muy distintos, ya que las mentes de Shiryu, Jabu y Seiya estaban concentradas en las señoritas Hilda y Saori, en especial en la menor de las herederas Kido.

—¿Saben algo? Disgustada o no, Saori es un bombón— comentó Seiya y ante lo que Shiryu entornó los ojos y negó en silencio, mientras que Jabu carraspeó para aclararse la garganta únicamente. —Por favor, no me digan que no la han visto— agregó en su defensa y sin recibir respuesta. —¿Shiryu?, ¿Jabu?— preguntó a sus dos amigos y sin obtener respuesta de parte de ellos.

—Esa es mi señal, adiós— se excusó Shun procediendo a abandonar el gimnasio.

—¿Qué?, ¿Qué dije?— cuestionó el Pegaso, confundido por la tensión en el ambiente.

—Dijiste demasiado, ese es el problema— contestó Shiryu únicamente, usar demasiadas palabras con Seiya no tendría caso.

El tema a debatir no se trataba de si Saori o Hilda eran bellas o no, y sí que lo eran, tanto como para que cualquiera que las viera se sintiera totalmente superado y como si estuviera en el mejor de los sueños…pero verlas de ese modo no era correcto, por mucho que fueran adolescentes y controlar sus hormonas fuera un reto, eso sería lo mismo como hablar de la evidente belleza física de Shun y quien era una compañera de armas a quien respetaban profundamente; Jabu también procedió a retirarse entonces, no siendo correcto emitir una opinión al respecto y el actuar de Shiryu no fue muy diferente, dirigiendo una reprobatoria mirada a Seiya antes de abandonar también el gimnasio rumbo a su habitación y sin detenerse. Él ya se había hecho una opinión general de Saori al momento de su llegada, de Hilda no podía decir nada pese a considerarla muy bella porque la veía como si fuera su hermana mayor, pero Saori por otro lado…era muy bella, debía admitirlo y ello generaba una enorme contradicción en su interior, porque quería despreciar toda la arrogancia y soberbia o sensación de superioridad que ella generaba y que no le parecía correcta, pero tampoco podía negar en su interior—y sí que lo había hecho—que ella le resultaba fascinante, mas nada de ello era correcto y se lo repitió mentalmente una y otra vez en su camino por la escalera. Lo mejor era concentrarse únicamente en los combates que sucederían a partir de esa noche y en que tendrían que enfrentarse con sus amigos y quizás hacer frente las consecuencias que ello traería…


—¡Su atención por favor!, ¡Nuestro tercer combate, en que se enfrentaran Hidra y el Cisne, sufrirá un ligero retraso, les rogamos que disculpen las molestias!— anunció el narrador de los enfrentamientos.

Todo había sonado demasiado prometedor en la mente de los espectadores que asistían al Torneo Galáctico y ese sentimiento se mantenía, con la diferencia de la tensión imperante en el ambiente aunque nadie lo diera y tras ello se encontraba la tardanza o ausencia por parte de los Caballeros de Bronce del Fénix y del Cisne; Hyoga había anunciado que se retrasaría, pero nadie tenía noticias de Ikki y ello ponía en peligro la credibilidad del torneo, por lo que tras iniciar la noche las señoritas Hilda de Polaris y Saori Kido pidieron un poco de paciencia a los espectadores en tanto se reorganizaban los combates ante la demora en la llegada por parte de los dos Caballeros de Bronce faltantes, obteniendo la total y completa compresión de parte de los espectadores que estaban enormemente complacidos por el desarrollo de los enfrentamientos hasta ese momento. Bajo el cuadrilátero en que tendría lugar el enfrentamiento que se sorteara en ese momento en base a las habilidades de todos los Caballeros de Bronce que participaban en el torneo, todos los participantes se encontraban reunidos y portando las armaduras de sus constelaciones guardianas, meditando silenciosamente entre si mientras esperaban y reflexionando como todos en el posible motivo tras la ausencia de los Caballeros del Fénix y del Cisne a quienes no habían visto en muchos años, desde que cada uno había sido asignado a los determinados campos de entrenamiento donde se habían preparado exhaustivamente para su propósito hasta hace poco, ¿Y para qué? Solo desteñir irremediablemente.

—Si Hyoga no ha llegado aún es porque tiene miedo— conjeturó Jabu y siendo el único en emitir una opinión propia que fue escuchada con claridad en ese momento.

—En eso te equivocas— contrarió Hyoga estoicamente al cruzar el umbral hacia el cuadrilátero y sorprendiendo a sus compañeros. —He venido desde el país de los hielos para aplastarlos a todos— declaró sosteniéndole la mirada a todos a su paso.

—¿Crees que me das miedo? Ya nos veremos en el combate— gruño el unicornio, siendo sujetado del brazo por Seiya y que le evitó abalanzarse contra el ruso.

—Encantado, lo que lamento es no poder enfrentarme contigo en primer lugar— correspondió el Cisne desafiante y siguiendo con su camino tranquilamente.

—No puedo creer que sea el mismo Hyoga— suspiró Seiya desde su lugar, sorprendido de volver a verlo y del notorio cambio que había tenido lugar.

—Las personas cambian, y parece que en este caso fue para mal— consideró Shiryu de brazos cruzados, no demostrándolo mas teniendo la misma opinión.

El Hyoga que todos recordaban y en especial Shiryu, aunque no lo demostró, había sido un niño callado, reservado y distante como él por lo que les había resultado fácil trabar amistad...mas el ruso parecía haberse convertido en una persona totalmente diferente. Mientras se anunciaba la llegada del Caballero del Cisne, el Caballero de Hidra no tardo en acercarse y subir al cuadrilátero, observando a su rival con ojos muy críticos y ante lo que el rubio se mantuvo perfectamente imperturbable, teniendo solo un deber ahí y que planeaba cumplir a como diera lugar, y así el Combate no tardó en desarrollarse, con Ichi atacando y Hyoga evadiendo inicialmente para estudiar a su oponente, sin inmutarse cuando las garras de la armadura de Hidra se clavaron contra su armadura de Cisne. Lo que Hyoga pudo inferir fue que aparentemente la armadura de Ichi seguía el mito de la hidra de los pantanos, por lo que Hyoga se concentró rápidamente en elevar su cosmos y congelar el ambiente a su alrededor para impedir los movimientos de Ichi y evitar que las garras de su armadura se desplegaran, y tan pronto como supo la victoria a su alcance, ejecutó la técnica del Polvo de Diamantes y dejo fuera de combate al Caballero de Hidra que se desplomó inconsciente sobre el cuadrilátero en frente suyo para sorpresa de los espectadores que no esperaban tan veloz victoria, mas estallaron en vítores de igual forma mientras el narrador lo anunciaba: ¡Dado que Hidra ha quedado fuera de combate, el caballero de Cisne es declarado vencedor! Mas el Cisne no se inmutó al bajar los escalones.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos— reconoció Hyoga nada más bajar del cuadrilátero. —¿A quién voy a enviar al infierno en el próximo combate?, ¿Sera a ti, Seiya?— preguntó observando al Caballero de Pegaso y que frunció el ceño nada más oírlo. —¿O será a ti que me vuelves la espalda, Shiryu?— inquirió volviendo la mirada hacia el Caballero de Dragón.

No era su intención provocar en falso a sus antiguos amigos—había pasado largos años con ellos como parte de la Fundación Graad y por ende habían entablado amistad, mas eso era cosa del pasado—y más ahora que acababa de llegar, pero no iba a mentir y pretender que todo estaba bien entre ellos como grupo cuando obviamente no era así; su misión en aquel lugar e involucrando a los demás Caballeros de Bronce era poner fin al Torneo Galáctico a la par que apagar cualquier elemento subversivo y, de ser preciso, tomar las vidas que fuesen necesarias para mantener el orden de las cosas, ¿Por qué habría de temblarle el pulso para llevar a cabo aquellas ordenes? Fue así qué, sosteniendo la mirada a los Caballeros de Bronce a su paso, Hyoga continuó serenamente con su camino para abandonar el área de enfrentamientos y despojarse de su armadura en privado. El silencio cundió entre los Caballeros de Bronce tras la partida de Hyoga, mas quien demostró más abiertamente su disgusto ante la actitud de este fue Seiya y quien apretó los dientes entre sorprendido por el tono de voz y forma de expresarse de su antiguo amigo, y no supo bien que lo había hecho cambiar así y llegar a olvidar lo unidos que habían sido en el pasado; Shiryu por otro lado se mantuvo serio e imperturbable como de costumbre y hasta esbozó una confiada sonrisa ladina ante la arrogancia de Hyoga y que a él le resultaría interesante desbaratar o desarmar, porque de dientes para afuera cualquiera podía sonar como vencedor, pero la realidad demostraba una verdad completamente diferente.

La tensión no dejaba de sentirse en el ambiente.


Mansión Kido

Aun tras tan decepcionante noche, todos pudieron despertar amigablemente a la mañana siguiente o lo suficientemente amigables para compartir la mesa del desayuno y reunidos, con Hilda ocupando el lugar principal en la cabecera de mesa en ausencia de su hermana Saori para quien parecía ser demasiado temprano para acompañarlos; la asgardiana vestía una blusa blanca de velo en pliegues, de escote redondo, sin mangas, debajo una falda de velo beige dorado anudada al costado derecho de su cintura y pantalones de lino blancos, con sus largos rizos celeste nevado cayendo tras su espalda y casi ocultando unos largos pendientes de oro en forma de sarcillo. Sentada frente a Hyoga en la mesa, Shun no podía evitar notar la forma en que el ruso básicamente devoraba el desayuno que las sirvientas acababan de servir sobre la mesa, siendo incapaz de contener su apetito y que casi la hizo ruborizar pues en contraste ella apenas y había sostenido cuidadosamente sus cubiertos; vestía una blusa blanca sin mangas y de cuello redondo con la cintura bajo unos pantalones verde esmeralda ligeramente anchos, zapatillas deportivas blancas y sus largas hondas verdes caían sobre sus hombros y tras su espalda, enmarcando su rostro. Mas, nada de los toscos modales de Hyoga le impidieron notar el llamativo brillo en sus ojos azules, sus rasgos armoniosos y sedoso cabello rubio que hizo que su corazón latiera más rápido y se reprochase estar en esa edad en que se sentía irremediablemente atraída por el sexo opuesto, y este interés no pasó inadvertido para el ruso.

—¿Pasa algo?— cuestionó Hyoga limpiándose los labios con la servilleta y sintiendo los ojos de Andrómeda sobre su persona.

—No, es solo que no sé cómo respiras mientras comes así— contestó Shun volviendo a concentrarse en su desayuno.

—Entrenar en Etiopia no es igual que en Siberia; comes cuando hay tiempo, y no sé sabe cuándo volverás a hacerlo— refutó el ruso, asumiendo que ella comparaba sus modales en la mesa. —No lo entenderías— obvió sosteniéndole la mirada.

—Es posible, pero lamento que tuvieras que pasar por eso— diferenció la peliverde con sus llamativos ojos jade cargados de compasión.

—Todos lo hacemos— respaldó Hilda desde su lugar con una amable sonrisa, —pero aún no terminan de servir la mesa, por lo que moderen su apetito— aclaró esbozando una sonrisa divertida al tener que mencionar aquello.

—Pues yo no sé por dónde empezar— declaró Seiya con la voz cargada de emoción y devorando todo sobre la mesa con la mirada. —¿Puedo?— consultó a Hilda, recibiendo un asentimiento pues no podría refrenar su apetito de cualquier forma.

—Los codos, Seiya— increpó Marín y solo necesitando observarlo por el rabillo del ojo, haciendo que este corrigiera de inmediato su postura.

—¿Y Saori?— preguntó Shun ante el puesto vacío de esta junto a la asgardiana.

—No desayuna a menudo— contestó la peliceleste con una distraída sonrisa y cubriéndose los labios con una mano al comer.

Nadie hizo ningún comentario al respecto, concentrándose en su desayuno como fue el caso de Seiya a quien Marín volvió a corregirle la postura, y quien vestía un top de encaje blanco, encima un chal beige dorado con mangas abiertas desde los hombros, a juego con el cinturón que cerraba sus pantalones bombachos color naranja, con su corto cabello pelirrojo cayendo sobre sus hombros, siempre serena en contraste con su hermano…Sin decir nada, Shiryu también procedió a concentrarse en su desayuno, dirigiendo de vez en vez sus ojos hacia el lugar vacío de Saori en la mesa, no sabiendo porque pero echándola terriblemente en falta y por lo que se decidió a buscarla tan pronto como el desayuno terminara. Prefiriendo el aire de la mañana a desayunar en días de tan buen clima como ese, Saori se encontraba sentada en una de las bancas del jardín y envuelta en un abrigo azul pastel; vestía un top negro de cuello alto que dejaba expuesto su vientre y de cortas mangas hasta los codos, falda azul con estampado escoses color blanco por sobre las rodillas, largas botas negras con tacón y el abrigo azul que permanecía abierto, con su largo cabello violeta recogido en una trenza que caía sobre su hombro derecho y alrededor de su cuello se hallaba una cadena de oro con un dije en forma de concha marina. Habiendo terminado su desayuno hace unos momentos y habiendo sido el primero en excusarse para levantarse, Shiryu encontró a Saori en uno de los claros del jardín, distinguiéndola desde lejos y sintiéndose atraído hacia ella, aunque desconociera por qué.

—No nos acompañaste en el desayuno— mencionó Shiryu al estar lo suficientemente cerca de ella.

—No soy fanática de comer tan temprano— contestó Saori acomodándose el abrigo ante la fría brisa de la mañana. —¿Estás nervioso?— preguntó tan pronto como el Dragón se sentó a su lado, y quien la observó con extrañeza. —En una semana será el gran día— agregó aludiendo su enfrentamiento con Seiya la próxima semana.

—No sé si sea un gran día— puntualizó el pelinegro con un ligero suspiro y que demostraba sus nervios, aunque solo él lo sabía, —pero daré lo mejor de mi si eso es lo que te inquieta— señaló observándola retadoramente y sabiendo bien lo que ella esperaba de todos los Caballeros de Bronce.

—Sé que lo harás, e Hilda también lo sabe— asintió la pelivioleta sin aceptar del todo sus palabras. —¿A quién dejaste atrás? Para venir me refiero— no pudo evitar interesarse, siempre queriendo preguntarle tanto, mas no atreviéndose.

—A mi hermana Shunrei y a mi padre— contestó Shiryu observando al horizonte, extrañando las Cinco Antiguas Montañas, su hogar. —Planeo regresar luego de mi combate con Seiya, ya sea que gane o no— expuso, no teniendo porque ocultarlo.

—Los Caballeros deben pelear por causas mucho más poderosas, ¿cierto?— repitió Saori, recordando sus palabras y conociendo las críticas que albergaba hacia ella.

—Ya lo sabes— aceptó el Dragón, no teniendo problema con ello. —Todo esto me da mala espina, algo asecha en las sombras, lo siento— confesó pudiendo y debiendo ser honesto con ella, quizás eso los prepararía para lo que ocurriría.

—En ocasiones la mejor forma de hacer salir al enemigo es ofreciéndole lo que quiere— espetó la pelivioleta con gran sabiduría antes de levantarse de su lugar. —Me voy, quizás si debería comer algo— mentó permitiéndose esbozar una sonrisa amable.

Aun sentado en la banca y observando a Saori de pie, Shiryu no supo si era la diferencia de altura, la forma en que la luz del sol le rodeaba la espalda como un halo o bien esta curiosa amabilidad de su parte y la sonrisa en sus labios—siempre tan arrogante y petulante, por lo que este cambio de personalidad chocaba bastante con su habitual forma de ser—, pero Shiryu no pudo decir nada en respuesta a las palabras de la Kido y este silencio solo favoreció a que sintiera como su corazón latía más rápidamente por solo estar observándola, ¿Siempre había sido tan bella y tenido esa sonrisa tan dulce? El Dragón se reprochó inmediatamente por pensar así, mas ya sea que lo hubiera demostrado exteriormente o no, sus pensamientos parecieron ser fáciles de leer para Saori quien solo lo observó en silencio y procedió a retirarse del jardín rumbo a la casa con las manos dentro de los bolsillos de su abrigo, permitiéndose sonreír con ese aire presumido que tanto la caracterizaba, pero no por su orgullo habitual sino porque sabía el efecto que tenía sobre el sexo opuesto, ser la nieta de un millonario tenía sus ventajas y desventajas, y aunque Saori solo había tenido citas nada serias y de las que se aburria en solo unos minutos, sabía que su belleza llamaba la atención y podía jactarse por ello tanto como su hermana Hilda, mas interiormente tuvo que admitir que le gustaba saber que por muy moralista y terco que pudiera ser Shiryu, ella no le era del todo indiferente. Aunque las cosas entre ambos eran muy complicadas como para pedir que ello mejorara tan rápido…


Una Semana Después

Tras el enfrentamiento entre Hyoga e Ichi, la multitud de espectadores que asistía a cada combate estaba simplemente enardecida, cada nuevo enfrentamiento era aún o tan prometedor que el anterior y diferente también, por lo que todos los espectadores recibieron extasiados el anuncio del combate de esa noche; ¡El siguiente combate enfrentara al caballero de Pegaso contra el caballero Dragón! El primero en presentarse en el cuadrilátero fue Shiryu, quien se mantuvo sereno y templado, con los ojos cerrados e imperturbable a todo lo que lo rodeaba tal y como su Maestro le había enseñado, portando la Armadura del Dragón y concentrando involuntariamente todas las miradas sobre si, ya que muchos de los espectadores habían deseado verlo pelear y vencer desde que habían oído de él; Seiya subió pronto al cuadrilátero, con sus ojos café brillando de emoción por enfrentar a un amigo tan querido y con quien tenía mucho en común, pero siendo también alguien a quien admiraba profundamente, ambos de pie a una prudente distancia el uno del otro y sin iniciar nada, tanteando las cosas. El primer golpe provino de Seiya naturalmente, quien usó un impulso de su fuerza para arrojarse con una veloz patada contra el Caballero del Dragón que abrió los ojos en ese momento al percibir sus movimientos, pudiendo evadirlo sin demasiado esfuerzo con una ágil voltereta y luego evadiendo intentó tras intentó de golpe por parte del Pegaso a quien desorientó ligeramente con un durísimo golpe en el estómago que lo hizo desplomarse de rodillas ante la fuerza de este.

—Estoy sorprendida, no creí que Shiryu vencería con un solo golpe— admitió Saori permitiéndose esbozar una sonrisa ante el evidente triunfo del Dragón.

—No estés tan segura— advirtió Hilda únicamente y con su atención centrada en Seiya.

Puede que no fuese una amazona de Bronce para ponerse al nivel de los jóvenes y valientes guerreros, pero Hilda conocía a Seiya desde que este había sido un pequeño niño que ni siquiera había podido hablar al momento de llegar al hogar de su fallecido abuelo el señor Mitsumasa Kido, y si algo había caracterizado a Seiya mientras crecía—y esperaba que continuase siendo así a día de hoy—, ese algo era su incapacidad de darlo todo por perdido, caer y renunciar sin haberlo dado todo y más, y eso le hizo saber en su interior que el Caballero de Pegaso se levantaría. Ya sea que recordase esto o no, Shiryu se permitió sonreír ladinamente y con los ojos cerrados...mas un ruido a lo lejos lo regreso al momento presente e hizo volver la mirada hacia su espalda, pudiendo jurar haber oído la voz de su hermana Shunrei a lo lejos, y así fue. Austera y sencilla como su hermano, Shunrei portaba un vestido negro de inspiración china con cuello alto y en V, cortas mangas por encima de los codos y falda por encima de las rodillas, perfectamente acentuado a su figura, y largas botas negras hasta las rodillas para estar cómoda al caminar, con su largo cabello entre ébano y azul oscuro—como el de su fallecida madre—recogido en una coleta alta que despejaba su rostro y exponía sus brillantes ojos azules, enmarcando sus rasgos inocentes, con un nariz pequeña y respingada, labios finos y mejillas sonrosadas, aunque quizás esto se debía a haber corrido para llegar al lugar y encontrar a su hermano que se apoyó en las cadenas que rodeaban el cuadrilátero para estar más cerca de ella.

—Shunrei— reconoció el Dragón a su hermana, quien se detuvo de pie bajo el cuadrilátero para recuperar el aliento, —¿Ha ocurrido algo malo, hermana?— solo ello explicaba su presencia en el lugar.

—Se trata de nuestro padre, cayó repentinamente enfermo, puede que incluso esté a punto de morir— reveló la pelinegra con la voz jadeante por el esfuerzo.

—¿Qué?— aquella noticia descolocó a Shiryu enormemente, quien no podía creerlo.

—Me envió para hacerte saber que pase lo que pase, siempre estará contigo— completó Shunrei, comenzando a recuperar el aliento.

Aunque pudiera imaginar a su Maestro...y padre pronunciar esas palabras, Shiryu solo pudo escuchar su corazón latiendo vertiginosamente dentro de su pecho una y otra vez, quitándole toda la calma que tanto necesitaba en ese momento; su madre, la Amazona de Plata Liliana de Lince, había muerto cuando no había tenido más de cinco años, ejecutada por un Caballero de Plata enviado por orden del Santuario, en ese momento él y Shunrei—una niña de solo dos años—habían estado acompañando a su padre en su meditación ante la Cascada de Rozan, que no podía abandonar por orden de Athena como Caballero Dorado de Libra, y se habían enterado de lo ocurrido solo por sus expresiones al momento, ese acontecimiento había sido lo que había hecho que Shiryu viajara a Japón por orden de su padre y formara parte de la Fundación Graad en tanto él cuidaba y criaba a Shunrei. Shiryu siempre había querido ser un Caballero, la sangre guerrera fluía por sus venas como hijo de un Caballero de Oro y una Amazona de Plata, pero no había sido hasta comenzar a entrenar con su padre—quien le había enseñado lo básico del Cosmos desde que había aprendido a caminar—que había entendido que ello era el propósito de su vida, que deseaba seguir sus pasos y que eso estaba escrito en su destino. Mi hermana y mi padre son todo lo que tengo en el mundo, y ahora él está a punto de morir, solo imaginar eso hizo que Shiryu temblara de los pies a la cabeza, mas cerró los ojos y buscó serenarse lo mejor posible, eso era lo que su padre le había enseñado y debía saber honrar eso.

—Iremos a su lado en seguida— aseguró Shiryu, volviendo la mirada por sobre su hombro para ver al Caballero de Pegaso levantarse finalmente del suelo. —Espérame, antes tengo que terminar este combate, no tardare mucho— pidió a su hermana, volteando a ver al pelicastaño.

—No me subestimes, Shiryu— advirtió Seiya, no siendo en absoluto un oponente fácil.

—Solo necesito un golpe y no volverás a levantarte jamás— menospreció el Dragón, muy seguro de su fuerza.

—No va a ser tan fácil— insistió el Pegaso, negándose a rendirse y terco como era.

—¿Seguro?— desafió el pelinegro con una sonrisa ladina antes de arrojarse contra el Caballero de Pegaso. —¡El Dragón Naciente!— nada más ejecutar esta técnica, que envió a Seiya de golpe al suelo, pareció que este no iba a levantarse nuevamente. —Ya podemos irnos— aseguró Shiryu volviéndose hacia su hermana cuanto antes.

—Shiryu…— jadeó Shunrei observando al Caballero de Pegaso ponerse de pie nuevamente y como no tardó en hacer su hermano.

—Es imposible— decirse sorprendido era un eufemismo para el Dragón, que había golpeado al Pegaso con uno de sus ataques más fuertes.

—No puedo perder este combate— se recordó Seiya en voz alta tras ponerse exitosamente de pie, —ahora es mi turno, ¡Dame tu fuerza, Pegaso!— atacó enfocando los meteoros de su cosmoenergia en el Caballero del Dragón.

Preparado para cualquier ataque, Shiryu siguió cada movimiento que Seiya ejecutaba con la mirada, llevando un registro mental de todo lo que había visto en su combate contra Geki—al igual que había hecho con todos los demás Caballeros de Bronce, por obvias razones—, fue fácil para el Caballero de Dragón suponer que es lo que Seiya haría, y en consecuencia evadir los ataques que clasificó con su agudo sentido de la vista, evadiendo los más contundentes y que lo afectarían de acertar cuando menos una vez, pero los demás y que clasifico como débiles o no preocupantes, los bloqueó con el sólido escudo de su armadura, no despeinándose siquiera y aparentando no haberse movido de su lugar cuando Seiya finalizó su ataque e intentó propinarle un golpe que el Dragón evadió sin esfuerzo. Desvió todos los meteoros, su escudo recibió mis mejores golpes y ni siquiera tiene un rasguño, solo presenciar aquello hizo que Seiya sintiera que se le estancaba la respiración en el centro del pecho y sin poder voltear siquiera y ver a Shiryu a la cara, verdaderamente el Caballero del Dragón parecía ser el hombre más fuerte del mundo o lo suficientemente infranqueable para que encontrarlo con la guardia baja pareciera imposible, produciéndole un susurró frio que le recorrió la espaldaSeiya no se había creído invencible, eso jamás, pero saber que existía alguien con una habilidad tan grande lo hizo sentir humilde, volviéndose muy lentamente hacia el Caballero de Dragón quien lo observó estoicamente en contraste con el anonadado Pegaso quien lentamente superó su impresión inicial.

—De nada servirán tus ataques, la armadura del Dragón no está hecha del metal ordinario, los dioses la enviaron a las montañas donde reina la leyenda del Dragón y el torrente sobre el que reposaba a lo largo de las eras fue formado por las estrellas que cayeron sobre la tierra, convirtiendo a esta armadura en el mejor diamante— explicó Shiryu entendiendo el desconcierto y extrema sorpresa del Pegaso. —Es inútil combatir, no hay fuerza en la tierra que pueda conmigo, y no quiero lastimarte sin motivo; abandona— pidió no deseando llegar hasta el final de poder evitarlo.

—Jamás— protestó Seiya, no aceptando en absoluto la idea de rendirse.

—Tanto peor para ti— bufó el Dragón por lo bajo y habiéndolo advertido.

No se trataba de arrogancia pura o presunción por parte de Shiryu, ni siquiera era confianza ciega en su armadura y resistencia, sino que certeza pura, por un lado, sí que había crecido escuchando historias de su padre Dohko sobre el origen de la Armadura del Dragón y ello había creado cierto orgullo innato en él, porque era la armadura que sabia estaba destinado a portar y se había dedicado en cuerpo y alma a lograr ser digno de vestirla tras largos años de entrenamiento; y además, este mismo entrenamiento bajo la tutela de su padre el Caballero Dorado de Libra, no había sido precisamente fácil, sí que invertir el curso de la Cascada de Rozan había sido su prueba más difícil desde el punto de vista natural, pero no desde el punto de vista físico y por lo que había convertido a la dureza de sus puños en la mejor arma, tan resistentes y solidos como el escudo de su armadura. Seiya entendía toda la confianza que Shiryu tenía sobre sí mismo y su armadura, el mismo le había tomado un profundo afecto a su armadura, mas las palabras del Dragón y su explicación en torno a su armadura y habilidades solo le confirmaron que el combate entre ambos era desigual, pero el Pegaso no era conocido por ser alguien que se rindiera ante las adversidades, sino que perseveraba y era capaz de encontrar una solución, y en ese momento Seiya se negó a claudicar, se negó a renunciar o rendirse. Su honor como caballeros que eran los empujaba a combatir hasta las últimas consecuencias, incluso hasta llegar a morir, y ya que ninguno iba a rendirse, lo mejor era proseguir sin demora:

El mejor sería el que venciera.


PD: Saludos mis amores, prometí que actualizaría esta semana y lo cumplo, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 las próximas actualizaciones serán "El Clan Uchiha" , luego "Kóraka: El Desafío de Eros" y por último "El Rey de Konoha" :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (por apoyarme y ser mi editora personal, no sé que seria de mi sin ella y por lo que le dedico esta historia como todas aquellas desde que somos amigas), a princesse Sarah 94 (agradeciendo que brindara su aprobación a esta historia y dedicándole esta historia por lo mismo), así como a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos y hasta la próxima.

Personajes:

-Saori Kido/Athena (18 años) -Hilda de Polaris/Selene (28 años) -Shiryu de Dragón (18 años)

-Jabu de Unicornio (18 años) -Ban de León Menor (20 años) -Shun de Andrómeda (17 años)

-Seiya de Pegaso (18 años) -Hyoga de Cisne (18 años) -Ichi de Hidra (19 años) -Geki de Oso (20 años)

-Marín de Águila/Seika (21 años) -Aioros de Sagitario (40 años) -Shunrei (15 años) -Dohko de Libra (aparenta 40 años/261 años)

Acontecimientos, Escenas Nuevas & Vestuario: Reitero los cambios en este capítulo, teniendo a Shiryu como protagonista de la historia en lugar de Seiya, mas no será el único; en esta versión, la madre de Shiryu fue una amazona de plata llamada Liliana de Lince y su padre es el Caballero Dorado Dohko de Libra quien lo entrenó; algo parecido ocurre con Camus quien en esta versión es el padre de Hyoga, y quien sigue las órdenes del Santuario de acabar con los demás Caballeros de Bronce y por ende con el Torneo Galáctico. A diferencia de como sucedió en la historia original, en este caso los Caballeros de Bronce no son hermanos entre si—solo Shun e Ikki—, por lo que como notaran lo que los une es el vínculo que se creó al crecer juntos en la Fundación Graad, y esto si bien lo une, al mismo tiempo hace que afloren fácilmente las tensiones entre ellos, y por otro lado están las conversaciones típicas de los individuos de su edad y que van desde los 17 y 18 a los 21 y 28 años en el caso de los más mayores. Como mencione en el prólogo y si bien puede ser poco importante, el vestuario de los personajes está adaptado y casi copiado en el caso de los Caballeros para respetar lo mostrado por el anime y manga, pero como habrán notado hay variaciones, en el caso de Marín usando colores anaranjados, Shun blanco y verde, Saori para quien adapte el vestuario de Sienna en "Knights of the Zodiac" e Hilda con sus oufits inspirados en oriente, Marruecos y Egipto.

También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer), "El Siglo Magnifico; Indra & El Imperio Uchiha" (narrando la formación del Imperio a manos de Indra Otsutsuki en una adaptación de la serie "Diriliş Ertuğrul") :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva saga llamada "El Imperio de Cristal"-por muy infantil que suene-basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, como adaptación :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3