-Este fic es una adaptación de la obra original de Masami Kurumada, pero basándome en una historia alternativa que yo cree desde mi infancia—y que por ende he ido puliendo con el paso de los años—, por lo que no sigue al pie de la letra el canon o lineamientos originales, mas si la esencia de Saint Seiya, destinando protagonismo a otros personajes para darle un sentido diferente a la historia. Les sugiero oír "Coleccionista de Canciones" de Camila para Shiryu, "Training Season" de Dua Lipa para Saori, "Eyes On Me" de Celine Dion para Hilda, "Counting Stars" de Chrissy Costanza para Ikki & Esmeralda, "I Have a Dream" de ABBA para Shun, "The Man I Am" de Sam Smith para Hyoga, y "Pegasus Seiya" de The Struts para el contexto del capitulo.


Santuario de Athena/Grecia

Al margen de lo que sucedía en el resto del mundo, el Santuario de Athena era un lugar que se había mantenido prácticamente inalterable desde hace siglos, todos viviendo como se haría en la Antigua Grecia fuera de ciertos adelantos tecnológicos y costumbres propias de sus respectivos lugares de nacimiento en el caso de los Caballeros; estos eran elegidos por los dioses y las estrellas, convocados y tomados bajo la tutela de los distintos Caballeros, sometiéndose a años de entrenamiento para lograr la más alta excelencia, el rango de Caballero Dorado y que solo doce privilegiados candidatos podían lograr…u once, ya que el Caballero Dorado de Libra vivía en el exilio desde hace décadas y décadas. Reunido en el Gran Salón del Templo de Athena, el Patriarca pasó su vista—con su rostro cubierto por una máscara ceremoniosa de color lapislázuli a juego con la elegante túnica y casco dorado que definía su autoridad en aquel lugar—por las dos hileras en paralelo frente a él y que integraban ocho de los doce Caballeros Dorados al servicio de Athena, aquellos que custodiaban el camino hasta su Templo; el Caballero Dorado Mu de Aries estaba ausente temporalmente, luego estaban Aldebarán de Tauro, el Caballero Dorado de Géminis tampoco se hallaba pues había desaparecido hace años, Mascara de Muerte de Cáncer, Aioria de Leo, Shaka de Virgo, el retirado Dohko de Libra brillaba por su ausencia, Milo de Escorpio, también faltaba el traidor Aioros de Sagitario, Shura de Capricornio, Camus de Acuario y por último el Caballero Femenino Afrodita de Piscis.

—Han pasado dieciséis años y el pecado de Aioros no ha sido olvidado— recordó el Patriarca, informando a sus ilustres Caballeros de la presente situación. —Tras intentar matar a Athena, huyó y luego tomó bajo su protección a una bebé llamada Saori Kido, que hoy se autonombra Athena— todo ello significaba una inmensa amenaza contra el Santuario y su autoridad. —Ella reclutó Caballeros de Bronce y pretende perturbar la paz del Santuario— señaló, siendo muchos de estos hijos de algunos de los presentes. —Aquí está la verdadera Athena— proclamó volviendo la mirada hacia la joven a su espalda.

El Patriarca se volvió hacia la joven que ocupaba el trono presente en la habitación, en lo alto de la pequeña escalinata; tenia dieciocho años y una expresión solemne, con las manos cruzadas sobre su regazo y una expresión altiva que denotaba gran autoridad, lo que se esperaba fuera una diosa y a quien nadie se atrevía a cuestionar, solo admirar y respetar igual que hacían con el Patriarca cuyo liderazgo los había mantenido unidos e íntegros hasta ese momento. La joven portaba un vestido de seda y gasa blanca, de escote inclinado que dejaba completamente expuesto uno de sus brazos mientras que el otro era cubierto por una manga acampanadas que se abría desde el hombro, la falda era holgada y larga hasta el suelo—ocultando unos tacones de color dorado—, y el vestido se entallaba perfectamente a su estilizada figura por un cinturón de tipo fajín hecho de escamas de oro y que asemejaba a una armadura, como el collar alrededor de su cuello, el brazalete en su brazo derecho y la diadema de escamas y perlas que adornaba el costado derecho de su largo cabello purpura oscuro. De entre los Caballeros Dorados presentes, muchos eran familiares de los denominados traidores, los Caballeros de Bronce al servició de la "falsa Athena", Saori Kido; Aioria de Leo, era hermano del traidor Aioros y tío de Seiya y Marín que habían abandonado el Santuario; Dohko de Libra que era padre de Shiryu de Dragón; Milo de Escorpio era padre de Ikki y Shun; y Camus de Acuario era padre de Hyoga, quien no había dado reportes recientes de su misión.

—El Santuario no puede permitir tal blasfemia, es nuestro debe mantener el orden y el equilibrio entre el mundo de los dioses y los humanos— recordó el Patriarca, siendo aquel el ideal de los guerreros al servicio de Athena. —Hoy, como nunca antes, necesito de su lealtad— señaló, pasando su mirada por todos los presentes sin excepción. —¿Cuento con ustedes?— interrogó, siendo la lealtad de todos más necesaria que nunca.

—¡Por Athena!— contestaron de inmediato todos los Caballeros Dorados, con voz clara y fuerte, bajando respetuosamente la cabeza ante Athena y el Patriarca por igual.

Cada uno de los presentes tenía sus propias razones para pelear, mostrar lealtad o silente rebelión; Aioria de Leo intentaba en vano limpiar el nombre de su familia, que había servido desde hace siglos a Athena, pudiendo hacer muy poco ante la traición de su hermano mayor que había sido dado por muerto, y más ante la huida de Seiya recién nombrado Caballero de Pegaso…y de Marín, aunque nadie sabía que era su sobrina, solo él y se llevaría el secreto a la tumba de ser preciso, mas ¿Cómo ayudar a sus propios sobrinos cuando estos insistían en alzarse en oposición contra el Santuario? Luego estaba Milo de Escorpio, excepcional en demostrar lealtad en Santuario, mas quien se oponía a gobernar la vida de sus hijos, dejando que estos tomaran sus propias decisiones y respetándolas, albergando sus propias dudas sobre que la joven que decía ser Athena lo fuera realmente, y no hablaba de Saori Kido sino de aquella que era reconocida por todos como Athena; con aquellas dudas, Milo confiaba en sus hijos Ikki y Shun, descendientes de una estirpe de guerreros que siempre había protegido a Athena y el mundo, y seguirían haciéndolo. Por último, y teniendo las mismas dudas que su amigo Milo, a quien era unido desde la infancia, Camus oró porque Hyoga hubiera encontrado pruebas de que Saori Kido era una impostora o la verdadera Athena—por ello había sido enviado a Japón, aunque solo él lo sabía—, al hallarse respaldada por la reencarnación de Selene, de otro modo el Santuario caería en desgracia y no solo ellos, sino que el mundo también…


Mansión Kido/Japón

Haberse enfrentado a aquellos desconocidos Caballeros de armadura oscura había sido en extremo desconcertante para los jóvenes Caballeros de Bronce; todos habían vivido experiencias muy diferentes en sus diferentes años y campos de entrenamiento, experiencias que a su manera los habían curtido y preparado para las inclemencias de su vida, pero enfrentarse a estos desconocidos Caballeros Negros los había tomado completamente por sorpresa, no era algo con lo que supieran lidiar en absoluto. Al regresar al Coliseo, el grupo de Caballeros de Bronce encontró a Tatsumi, quien le informó de inmediato que Aioros y Marín había escoltado a las señoritas Saori e Hilda a la mansión, el jefe de seguridad conduciendo el otro auto y llevando a los cinco jóvenes a la mansión en tanto el resto de los Caballeros de Bronce—Jabu, Ban, Nachi, Geki e Ichi—viajaban en el auto contiguo, conducido por el Caballero de Bronce del Unicornio que había tomado el mando bajo sus órdenes a la par que por su indisoluble lealtad para con las señoritas Kido. Cuando los Caballeros de Bronce llegaron a la mansión, la gran mayoría de ellos se retiró inmediatamente a sus habitaciones, queriendo dormir y dejar todo lo ocurrido atrás, sin embargo, ese no fue el caso de Ikki quien fue el primero en interrogar a Aioros, quien dijo que las señoritas Kido se encontraban en la sala, a donde él acudió, con Shun siguiéndolo muy de cerca, Shiryu, Seiya, además de Hyoga, aunque este más por curiosidad por lo que lo rodeaba, barruntando sus propias decisiones y que se volvían cada vez más sólidas cuando los cinco se presentaron en la sala ante ambas.

—¿Cómo nos vimos involucrados en esto?— preguntó Ikki, deteniéndose frente ambas mujeres sentadas sobre el diván de la sala y aguardando por ellos.

—¿Quiénes son esos sujetos?— secundó Shiryu con un tono naturalmente calmado.

—¿Qué es lo que no nos están diciendo?— volvió a interrogar el Fénix, ante lo que ambas hermanas intercambiaron una mirada. —Respondan, es lo menos que pueden hacer, no arriesgare a mi hermana por un maldito juego, no hay contrato que nos obligue a estar aquí— impuso, no soportando que su hermana corriera peligro de poder evitarlo él.

—Mide tus palabras, torneo, juego o lo que sea, nada te da derecho de hablar así— protestó el Dragón enfrentándose al Fénix ante el tono de sus palabras. —Somos Caballeros, hay momentos para pelear y momentos para mantener la calma, no hay que perder nuestras energías en riñas— recordó pasando su mirada por sus demás amigos, regresándola a Ikki y sosteniéndole la mirada para que entendiera.

Ambos Caballeros de Bronce se sostuvieron la mirada el uno al otro por lo que parecieron largos segundos en una especie de lucha de voluntad, sí que todos tenían las mismas dudas y esperaban obtener respuestas, con la diferencia de que Shiryu inconscientemente había tomado el liderazgo del grupo y era quien hacia las preguntas importantes en nombre de todos, mientras que Ikki era el líder por decisión propia, siendo el mayor del grupo—tenia veinte años, siendo el mayor de los Caballeros de Bronce, pues Marín era una Amazona de Plata—, por lo que ambos a su manera disputaron dicha autoridad, prevaliendo el Caballero del Dragón cuando el Fénix apartó la mirada y se reservó a esperar la respuesta de parte de las señoritas Kido. Tener que enfrentarse a los Caballeros Negros había sido una gran prueba y Shiryu no alcanzaba a entender cómo es que se habían envuelto en esa situación ni porque, pero no iban a obtener respuestas de forma agresiva, su padre le había enseñado a mantener el decoro y los modales ante todos, por lo que no dudo en imponerse ante Ikki, luego manteniéndose silente e invitando a las señoritas Kido a hablar, encontrando su mirada con la de Saori quien gesticuló un silente "gracias" antes de sonreírle ligeramente, lo que provocó que se aceleraran descomunal y brevemente los latidos de su corazón, aunque fue bueno que nadie lo notase. Hilda y Saori se observaron otra vez y a Aioros de pie en el umbral de la sala junto a Marín, no sabiendo como comenzar a decirles la verdad a los Caballeros de Bronce en relación con el inminente peligro del Santuario, que evidentemente ya había comenzado a actuar.

—Esos sujetos son Caballeros Negros, fueron enviados por el Santuario—señaló Hyoga, para sorpresa de los demás Caballeros de Bronce, —lo sé, porque también me enviaron a mí— agregó, sintiendo que ellos merecían y debían saber la verdad.

—¿A ti, Hyoga?— decirse sorprendido era un eufemismo para Seiya, al igual que para Shun, Shiryu e Ikki.

—Yo no vine aquí a ganar un torneo, el Santuario me envió para asesinar a Saori y a todos ustedes— confesó el Cisne, pasando su mirada por su grupo de amigos. —Pero, decidí desertar de mi misión por lo que aprendí aquí, por lo que aprendí de ustedes— explicó, habiendo decidido aquello tras ser testigo de todo. —Sin embargo, deben saber que el Santuario no renunciara— advirtió a sus amigos y a las señoritas Kido por igual.

—No entiendo, ¿Por qué enviar asesinos para eliminarnos?— cuestionó Shun en voz alta, —¿Por qué nos ven como enemigos?— no habían hecho nada incorrecto o malvado.

—Debe ser porque el Santuario esta contra este tipo de conductas— contestó Aioros en nombre de las señoritas Kido, hablando por ellas, —los Caballeros deben pelear por el honor y la justicia, no por motivaciones personales— ese era el mayor credo de los Caballeros.

—¿Quiénes son los Caballeros Negros?— preguntó Shiryu directamente al Caballero Dorado, teniendo este más experiencia que cualquiera de ellos.

—Caballeros sin armadura legitima— resumió el Sagitario inicialmente, —desde tiempos inmemoriales los Caballeros han recibido sus armaduras al probar su poder y su amor por la justicia, pero estos Caballeros forjaron sus armaduras sin pensar en la lealtad a Athena, solo luchan por sí mismos— procedió a explicar, no habiéndose enfrentado nunca a ellos, pero si sabiendo en que consistían sus ideales.

—Si el Santuario esta contra ese comportamiento, ¿Por qué enviarlos?— preguntó Seiya confundido, habiendo entrenado en el Santuario y no entendiendo la relación.

—Me temo que todos desconocemos la razón— contestó Hilda, hablando tras haber dejado que Aioros se explayara en su nombre y en el de su hermana.

Era una mentira barata, Saori e Hilda sabían perfectamente que es lo que pensaba el Santuario, cuan al tanto estaba de ellas y lo que deseaban hacer contra ellas…pero Saori e Hilda sentían que no podían decirles toda la verdad a los Caballeros de Bronce y menos a tan inquisitivo grupo frente a ella, si lo supieran todo de golpe, se negarían a apoyarlas en su lucha y era un enfrentamiento que concernía a todos, sería fácil ver el enfrentamiento como algo imposible de realizar y la deserción seria el camino más fácil. No es que Saori e Hilda buscaran coerción, tampoco sobornar a los Caballeros de Bronce, pero enfrentarse a los Caballeros Negros—que representaban todo lo opuesto a los ideales de los Caballeros como credo—era un deber que no podía postergarse, era lo correcto; ser la diosa de la guerra era una cosa, Saori había crecido sabiendo que estaba destinada a asumir su destino como Athena…pero no sabía nada de la guerra, jamás había enfrentado a nadie, sabia defensa personal y había aprendido lucha greco-romana mientras crecía, por iniciativa propia, pero no era la diosa de la guerra aunque su destino pareciera escrito. Lo único que Saori podía hacer por ahora, intercambiando una última mirada con su hermana mayor—siempre más segura en sus decisiones, quizás porque fuera mayor o porque fuera la reina no coronada de Asgard—, era darles libre albedrió al grupo de Caballeros de Bronce, no queriendo que nadie muriera ni sufriera por ella, ese jamás seria su deseo, y por lo que se levantó de su lugar y pasó su mirada por los Caballeros de Bronce.

—El torneo se cancela— declaró Saori, sorprendiendo a los Caballeros de Bronce con sus palabras, —cada quien puede decidir qué hacer, no les pediré que se queden— ella no lo haría ni su hermana tampoco.

—Yo me quedare de todas formas— contestó Shiryu, sin dudarlo siquiera, —mi padre me envió aquí por una razón, no me iré hasta comprenderla— su lealtad estaba con la familia Kido, por lo que habían hecho por él en el pasado.

—También me quedo, mi hogar está aquí— obvió Seiya, ya habiéndolo dicho al llegar junto a su hermana y confirmándolo en ese momento.

—Mi lugar es donde está mi familia— aceptó Ikki tras intercambiar una mirada con Shun, que sonrió ante sus palabras.

—También puedes quedarte, Hyoga— señaló Hilda, sorprendiendo al ruso. —Rectificaste, eres un verdadero caballero— y era tan bienvenido en la Mansión Kido como todos.

—Gracias— apreció el Cisne sinceramente, no habiendo esperado eso en absoluto.

Todos tenían sus propias razones para estar ahí, nadie era precisamente mejor que el otro y ellas no iban a condenar a nadie, esa no era su forma de ser, además, Hyoga era un aliado muy valioso y necesitaban contar con él más que nunca, con todos más específicamente. Semejante aprobación y comprensión no había sido algo que Hyoga hubiera esperado al momento de confesar la verdadera razón por la que se encontraba ahí, de hecho, si Ikki o los demás hubieran deseado molerlo a golpes, Hyoga los habría entendido sobradamente, en cierto modo él había sido el enemigo indiscutible hasta antes de la llegada de los Caballeros Negros, pero el Cisne no pudo evitar sentir que un gran peso se desvanecía de sus hombros, un peso que sin darse cuenta se había ido acumulando desde el momento en que había sabido que debería enfrentarse a sus amigos de infancia. Decir que se enfrentaría a ellos era una cosa, pero concretarlo era otra muy distinta, y ahora se sintió libre por primera vez, volviendo la mirada hacia estos por sobre su hombro y solo encontrando miradas comprensivas de los demás Caballeros de Bronce, en particular de Shun que se sonrió amablemente—cuya amabilidad ahora si podía notar, no teniendo el mismo recelo que había tenido anteriormente—antes de concentrar su mirada en su hermano, ambos abandonando la sala tras las señoritas Saori e Hilda que sujetaron las faldas de sus largos vestidos, con Tatsumi escoltándolas como siempre, y tras ellas se retiraron Shiryu, Seiya junto a su padre y su hermana, y por último Hyoga.

Por ahora debían planear una nueva estrategia.


Tan pronto como Ikki y ella abandonaron la sala de la mansión, dirigiéndose hacia el pequeño jardín interior, Shun replegó su armadura para que regresara a su forma de dije alrededor de su cuello; la Andrómeda vestía un top blanco de escote redondo y finos tirantes que dejaba expuesto su vientre, encima una blusa superior color lavanda, de mangas holgadas que se ceñían a la altura de los codos y que permanecía abierta, larga hasta los muslos, short de mezclilla que resaltaban sus largas piernas, y zapatillas deportivas blancas, con su largo cabello verde cayendo sobre sus hombros. Deteniendo sus pasos al igual que hizo su hermana, volteando a verla, Ikki replegó su armadura, vistiendo debajo una camiseta azul oscuro de cuello redondo bajo una chaqueta de cuero negro que permanecía abierta, pantalones azul oscuro ligeramente anchos y cortas botas negras; si bien no lo demostraba, el asombro de Ikki al observar a su inocente hermanita era enorme, seguía recordando a la pequeña niña de ocho años que siempre se refugiaba en su presencia para sentirse segura, pero ahora se veía como una perfecta señorita de diecisiete años y que no pudo evitar recordarle a su fallecida madre. De igual forma, Shun se encontró analizando a Ikki atentamente; fuera de la longitud de su corto cabello azul oscuro, se veía casi idéntico a su padre, además de la cicatriz que le cruzaba el puente de la nariz y que provoco que la Andrómeda se preguntara cientos de cosas, queriendo saber que había pasado con él durante sus nueve años de entrenamiento.

—Cambiaste de opinión, decidiste quedarte— celebró Shun tras tan prolongado silencio.

—Solo por ti, eres mi única familia— aclaró Ikki con su característica seriedad y que la hizo sonreír. —Shun, si tú te quedas, también yo— obvió, situando sus manos sobre sus hombros, como solía hacer en su infancia. —Pero no confundas mis intenciones, no confió en la engreída de Saori, y aun tengo a Hilda en observación— él siempre había sido muy receloso con todas las personas que lo rodeaban a excepción de ella.

—Hermano— reprochó la Andrómeda, mas no queriendo decir nada más que arruinara su reencuentro. —Ikki, quisiera saber…por lo que me dijiste en tu carta, ya habías ganado tu armadura antes que yo ganara la mía— recordó, siendo algo que deseaba aclarar. —¿Qué te impidió volver antes?— inquirió resultándole en extremo desconcertante.

—No que, sino quien— se apresuró a aclarar el Fénix, desconcertando más a su hermana que frunció el ceño con extrañeza. —Sígueme— indicó únicamente.

Desconcertada ante las palabras de su hermano, mas no interrogándolo al respecto, Shun simplemente siguió los pasos de Ikki, quien continuó con su camino hacia al pequeño patio al interior de la mansión, abriendo las puertas a su paso, perfectamente familiarizado al haber llegado ahí primero horas atrás. Aguardando en el patio y observándolo todo con fascinación, se encontraba una joven mujer de dieciocho o diecinueve años, con largo cabello rubio plagado de ondas que caían sobre sus hombros, portaba un sencillo vestido blanco de escote en V y mangas por sobre las muñecas, holgado bajo el busto y adornado con bordados de plumas cobrizas a lo largo de la tela, pero en especial en el contorno del escote, además de sencillas ballerinas de igual color y con un bolso blanco colgando de su hombro izquierdo mientras se volvía al escuchar pasos; su rostro se iluminó de alegría al ver al Fénix aproximarse…mas también demostró sorpresa al ver a la chica que lo acompañaba y que guardaba un asombroso parecido con ella. Shun siempre había sido el centro de atención desde sus días de entrenamiento, no porque fuera particularmente hermosa, sino por su aspecto frágil y que la hacía parecer vulnerable, su amiga June por otro lado era mucho más aguerrida y digna como Amazona, y de igual modo la rubia ahora parecía asombrosamente delicada, sus rasgos en común eran evidentes y serian idénticas de no ser por la diferencia de centímetros de altura y el color de sus cabellos y ojos, siendo los de la rubia de un brillante zafiro.

—Ella es Esmeralda— presentó Ikki aproximándose a la bella rubia, —mi esposa— agregó, envolviendo su brazo alrededor de su cintura.

—Oh…— suspiró Shun, enormemente sorprendida a la par que, tratando de no parecer grosera. —Encantada, soy Shun— se presentó, extendiendo su mano a la angelical rubia.

—Lo sé, tu hermano me ha hablado mucho de ti— correspondió Esmeralda, estrechándole la mano. —Cosas buenas, cosas buenas— agregó ante la mirada preocupada que la Andrómeda le dirigió antes de esbozar una luminosa sonrisa.

Era una decisión precipitada por su parte, Ikki ya lo había sabido al dejar atrás la Isla de la Reina Muerte donde había vivido y entrenado durante largos nueve años, pero la presencia de Esmeralda había sido una constante en su vida, luego se había enamorado de ella y ambos solo se tenían el uno al otro, por lo que tras sobrevivir a su brutal entrenamiento y obtener la armadura, Ikki le había pedido que lo siguiera, algo que ella no había podido rechazar pero que al mismo tiempo la asustaba pues su vida no había tenido una sola alegría antes de conocerlo, por ello se habían casado, aunque ella apenas tuviera diecinueve y él veinte años. No era algo tan descabellado a ojos de Shun, ella no tenía todos los detalles pero sus padres apenas y habían tenido veinte años recién cumplidos al momento de casarse, había pasado toda su vida juntos y habían tenido claro lo que querían al momento de oficializar su relación, por lo que de hecho y pese a lo joven que era su hermano, Shun estuvo inmediatamente de acuerdo con su decisión, si eso es lo que hacía feliz a su hermano, esbozando una sonrisa y acercándose a Ikki para abrazarlo, sintiendo los brazos de él a su alrededor, y volviendo la mirada por sobre su hombro hacia Esmeralda, con una sonrisa. Su familia era pequeña; su madre había muerto en su nacimiento, su padre estaba en el Santuario, y estaban solo Ikki y ella, pero ahora había una nueva integrante, alguien a quien Shun se alegró de llamar hermana, alargando una de sus manos para entrelazarla con la de Esmeralda…


—Ya voy, un minuto— advirtió Shiryu desde el interior de la habitación.

Luego de abandonar la sala tras la discusión grupal con las señoritas Kido, Shiryu se había retirado a su habitación, replegando su armadura a la forma de dije y que se quitó del cuello, dirigiéndose al baño y tomando una ducha tras dejar la ropa que iba a ponerse para dormir y que procedió a colocarse tras abandonar el baño, faltándole la camiseta sin mangas cuando escuchó que llamaban a su puerta; tomando la camiseta de la cama y que se colocó por encima de la cabeza al avanzar hacia la puerta, Shiryu supuso que se trataba de su hermana Shunrei, que se estaba quedando en la mansión desde su llegada el día de su combate con Seiya y permanecería ahí hasta que él le dijera que volviera a Rozan…o en este caso, hasta que volviera con ella, según había decidido mientras se duchaba. Aguardando fuera de la habitación del Caballero del Dragón, acomodándose distraídamente el cabello y alisándose la ropa, Saori aguardó hasta que la puerta se abrió, revelando a Shiryu que terminó de colocarse la camiseta, congelándose al verla; la menor de las hermanas Kido estaba cambiada de ropa, abandonando completamente el elegante vestido blanco y portando ahora una especie de ligero suéter color mantequilla de escote en V que formaba un pliegue en el centro, dejando expuesto su vientre por un corte en A, y de mangas holgadas que se ceñían en las muñecas, jeans negros que resaltaban sus largas piernas y cortos botines a juego, con su largo cabello violeta cayendo sobre su hombro derecho y tras su espalda, enmarcando su largo cuello.

—Perdón, no quería molestar— se disculpó Saori, sintiéndose nerviosa al haberlo visto con el torso parcialmente desnudo mientras se acomodaba la camiseta.

—Adelante— negó Shiryu, haciéndose a un lado para permitirle pasar y cerrando la puerta tras ella.

—Shiryu, quería agradecerte por lo que hiciste, de no ser por tu intervención no podría haber encontrado valor para hablar— apreció la Kido, sintiendo que incluso las palabras no alcanzaban a expresar su agradecimiento, —me falto valor de todas formas en realidad— agregó con una seca carcajada, carente de humor pues se sabía débil.

—Eres más valiente de lo piensas— aseguró el Dragón, teniéndola en alta consideración. —Tenía que intervenir, la ira nos hace decir cosas que no pensamos, e Ikki habla mucho sin pensar— agregó, conociendo bien a todos sus compañeros Caballeros de Bronce.

Él hablaba desde la experiencia, había perdido a su madre siendo un niño pequeño y fuera de las escasas fotografías que aún tenía en casa y un par de recuerdos a los que se aferraba, ya la habría olvidado; luego, había tenido que dejar a su padre y su hermana para convertirse en un Caballero, viviendo por una causa mayor...Saori había vivido su propia versión de eso, no habiendo tenido nunca un padre y una madre que estuvieran presentes, el señor Mitsumasa había sido su abuelo e Hilda era su hermana, pero se trataba de un vínculo diferente, y había perdido a su abuelo desde hace ya varios años, lanzada a la vida pública que implicaba ser parte de la familia Kido, la más adinerada e importante de todo Japón; se necesitaba valor para enfrentar ese tipo de vida, y si bien desde su regreso a Japón, Shiryu había sido muy cortante en su trato, admiraba a Saori y su valor para enfrentarse a los problemas sin paralizarse por ello, e iba a apoyarla en lo que sea que necesitara, era una promesa. No habiendo esperado que nadie fuera de su hermana le dijera algo así, Saori se permitió sonreír, bajando la mirada al sentir que sus mejillas se ruborizaban ante el efecto de sus palabras, notando en el proceso que sobre la banca tras la cama se hallaba la valija que Shiryu había traído al llegar a la mansión y que se encontraba abierta, con ropa parcialmente guardada en su interior y otra ordenada fuera, como si su dueño se estuviera preparando para un viaje; Shiryu había dicho que se quedaría en la mansión porque su padre había querido que estuviera ahí por una razón y, sin embargo, se equipaje a medio preparar daba a entender lo contrario.

—Estás haciendo el equipaje— obvio Saori, esperando no molestarlo con su curiosidad.

—Me ausentare un tiempo— asintió Shiryu, siendo totalmente transparente con ella.

—¿Te iras, ahora?— más bien afirmo la Kido ante sus palabras, aunque no siendo literal.

—Si nos enfrentamos a una batalla real, mi armadura y la de Seiya necesitan ser reparadas— explicó el Dragón, habiéndolo considerado mientras se duchaba, —conozco a alguien que puede hacerlo, no tardare— no lo habría analizado de otro modo.

—Pareces tener todo planeado— celebró la pelivioleta con una inevitable sonrisa. —Por mi sigue adelante, pero regresa pronto, por favor— solicito, aceptando lo que él considerara apropiado en la situación en que se hallaban.

—Lo haré— contestó el pelinegro con una sonrisa ladina, queriendo que la separación durase lo mínimo, aunque no fuera a admitirlo en voz alta.

Era una tontería, pero pese a sus escasas interacciones desde que Shiryu había llegado, Saori se sentía muy cercana a él, le había tomado un afecto mayor que el que ya le había tenido en sus días de infancia y todo lo que Saori deseaba era que la ausencia de Shiryu no durase demasiado, sentía que no sabría ser nada fuerte si él no estaba cerca, pero al mismo tiempo deseaba probarle que podía ser fuerte y capaz, sonriendo al encontrar su mirada con la suya y excusándose para proceder a retirarse y permitirle dormir con tranquilidad, con el Dragón cerrando la puerta tras su partida. Cerrando la puerta de la habitación tras la partida de Saori, antes siguiéndola con la mirada al transitar por el pasillo, Shiryu dejo libre un suspiro y se revolvió el cabello con nerviosismo al dirigirse hacia la cama, preguntándose porque se cuestionaba tanto estando junto a ella; su lealtad estaba con los principios de los Caballeros, defender al débil, la justicia y la paz, y pese a ser una humana como cualquier otra Saori no era precisamente indefensa, pero Shiryu sentía que le debía su lealtad a ella en ese momento, claro que continuaba teniendo muchas preguntas, pero algo en sus instintos le gritaba a Shiryu que debía protegerla, y estar ahí para lo que ella necesitara, y al mismo tiempo se le aceleraba el corazón por la idea de estar cerca de ella—no habiendo estado nunca tan cerca de una mujer que lo pusiera tan nervioso—aunque no lo quisiera admitir, por lo que, quizás estar lejos tras tantas semanas en Japón y cerca de ella, le permitiría aclarar su mente.

Un poco de distancia les serviría a ambos.


Sintiendo que ambos hermanos necesitaban hablar luego de nueve años separados, y tras que ella hubiera monopolizado a Ikki lo suficiente, Esmeralda se excusó respetuosamente y se retiró a la habitación que compartía con Ikki desde su llegada a la mansión hacia un par de horas, despidiéndose de Shun con una sonrisa y de Ikki con un pequeño beso para no incomodar a la Andrómeda, y tras su partida Shun simplemente observó con su intensa y persuasiva mirada esmeralda a su hermano mayor, queriendo una explicación de lo que había ocurrido y que este procedió a hacer, invitándola a tomar asiento sobre una de las bancas del pequeño patio. El entrenamiento en la Isla de la Reina Muerte había sido bestial, su maestro Guilty había sido el mentor más brutal que Ikki hubiera podido imaginar, siempre buscando detonar el odio en su interior…lo que casi había conseguido luego de años de golpes y palizas; todo había llegado a su límite cuando Guilty había impuesto la prueba final; que lo matara para obtener la Armadura del Fénix, mas Ikki no había podido matar a su Maestro, quien en un arranque de ira había amenazado con matar a Esmeralda quien había aparecido para rogarle misericordia, e Ikki solo había tenido una opción; matar a su Maestro y salvar a Esmeralda, volviéndose así "digno" de portar la armadura en palabras de su Maestro. Pese a su brutalidad, Ikki le guardaba profundo respeto a su fallecido Maestro y lamentaba profundamente haber tenido que tomar su vida, mas volvería a hacerlo con tal de proteger la vida de Esmeralda.

—Esmeralda no ha tenido una vida tranquila, perdió a su madre cuando era pequeña, como nosotros, y su padre la vendió como esclava— prosiguió Ikki, habiendo conocido a su actual esposa al llegar a la Isla de la Reina Muerte. —Mi maestro la compró y protegió como a una hija, pero se convirtió en una persona completamente diferente después de una visita al Santuario, antes de que yo fuera enviado a entrenar, por lo que la vida no dejo de ser un calvario para ella hasta antes de conocerme— no era una mentira decir que Esmeralda había cambiado el infierno por el cielo gracias a él.

—Y…¿eso es todo?— preguntó Shun, conociendo bien a su hermano y no creyendo que él se hubiera casado con Esmeralda solo para alejarla de un pasado tan doloroso.

—¿Cómo que "eso es todo"?— repitió el Fénix con una disimulada carcajada ante la inquisidora mirada de su hermana. —No hagas eso— reprochó, su sonrisa creciendo ante la mirada en los ojos de su hermana.

—¿Hacer qué?— se extrañó la Andrómeda, no habiendo creído hacer nada particular.

—Parpadear así, tienes los ojos de nuestra madre— aclaró el peliazul con nostalgia.

Oír aquello hizo que la sonrisa de Shun, no recordando a su madre para nada—no siéndole posible—, pero siempre alegrándose por oír de ella de aquellos que la habían conocido y más si se trataba de su hermano, o de su padre a quien no veía desde hace tantos años y con quien solo mantenía correspondencia. Shun no la recordaba y era natural, su madre había muerto a los pocos minutos del parto, e Ikki tenía escasos recuerdos de su madre fuera de un par de fotografías—una suya y otra de Shun, además de una que su padre seguramente aún conservaba—, pero Michelle de Casiopea había sido un calco de su hija, con el mismo cabello verde e intensos ojos esmeralda de aspecto angelical, claro que había tenido un carácter más salvaje e indómito, como el de Ikki, pero solo bastaba mirar a Shun para recordarla en el acto, aunque ella había heredado mucho de la secreta veta misericordiosa y pacifista de su padre, de quien Ikki era un calco por su parte. Fuera de ello, la actitud inquisitiva de Shun no estaba fuera de lugar; Ikki había crecido con Esmeralda, se habían convertido en amigos, y naturalmente los sentimientos románticos había aflorado con el tiempo, mas al momento de salvarla de su Maestro Guilty, Ikki había comprendido cuanto la amaba realmente y que no soportaría perderla, por ello y para seguirlo le había pedido a Esmeralda que se casaran, algo que les había llevado un par de días para dar con la autoridad adecuada y luego emprender el regreso a Japón, pero Ikki estaba muy seguro de su vínculo con Esmeralda.

—Shun, tu sabes como soy, nunca doy rodeos— inició Ikki, mas sabiendo que ella quería escuchar más y comprobándolo al ver su mirada. —Sí, amo a Esmeralda, por eso me case con ella— admitió, no teniendo vergüenza en decirlo. —Ambos nacimos bajo las estrellas, Shun, hijos de Caballeros, cuando se nace con una vida como la nuestra el tiempo es nuestro enemigo. Si voy a vivir quiero hacerlo ahora— sabía que su padre estaría de acuerdo cuando lo supiera, porque él había hecho igual.

—No me malinterpretes, estoy feliz por ti, y Esmeralda es maravillosa— aseguró Shun en caso de que no se lo hubiera dejado claro a su hermano, —pero pensé que yo sería la primera en casarse— era un sueño para ella encontrar el amor y formar una familia como habían hecho sus padres, naciendo Ikki y ella fruto de ese amor.

—Ni pensarlo— discutió el Fénix, dejando que aflorara su protector autoritarismo de hermano mayor. —Volviendo a verte, realmente estoy completo— suspiró, inclinándose para besarla en la frente.

—Yo también te extrañe, hermano, muchísimo— correspondió la Andrómeda, envolviendo sus brazos alrededor de su torso en un abrazo. —No vuelvas a alejarte, por favor— rogó, no pudiendo imaginar que pasaran años separados otra vez.

—No sin decirte, lo prometo— aseguró el peliazul, teniendo el mismo deseo que ella.

Ya no era la misma niña débil y necesitada, aquella que no había podido imaginar la vida sin su hermano, su vínculo con Ikki había cambiado, podía pelear sus batallas sola y estaba dispuesta a hacerlo, pese a ser pacifista, pero quería que ambos continuaran compartiendo la vida; quería estar ahí para su hermano y que él estuviera ahí para ella, abrazándolo amorosamente. En la mente de Ikki era imposible imaginar que su inocente y perfecta hermanita—comparable con un ángel desde su infancia, por su buen corazón, sus ojos soñador o su aspecto apacible—estuviera al alcance de algún bruto, por supuesto que cuando llegara la hora de tener sentimientos por alguien, ella seria indiscutiblemente quien tendría todo el derecho de elegir a alguien como pareja, él poco tendría que decir, pero quería que ese alguien fuera digno de ella, lo cual sería muy difícil, partiendo por la banda de subnormales que eran sus demás amigos y compañeros Caballeros de Bronce. El pensamiento de su padre no era muy distinto; tras finalizar su entrenamiento y obtenido su armadura hace ya varias semana, Ikki había enviado una carta codificada a su padre—primero por costumbre, ya que su padre había inventado un código secreto para comunicarse en su infancia, y segundo, porque nunca se sabía quién podía interceptar la carta—, quien le había contestado pidiéndole que protegiera a su hermana de indeseables, deseando él poder encargarse, pero no pudiendo debido a que su rango como Caballero Dorado le implicase permanecer en el Santuario. La familia era la familia…


Todos se fueron a dormir temprano esa noche, sin excepción, había sido una tarde y noche muy intensa y todos necesitaban descansar antes de comenzar a planear una estrategia al día siguiente; Shun fue una de las primeras en despertar a la mañana siguiente, casi al mismo tiempo que la servidumbre que trabajaba en la casa, tomando ella una rápida ducha y vistiéndose para salir a dar un paseo por el amplio bosque colindante, teniendo una sonrisa en el rostro ahora que su hermano estaba de regreso junto a ella y más al tener una amorosa hermana en Esmeralda. La Andrómeda vestía un top rojo de escote recto y sin tirantes, que dejaba ligeramente expuesto su vientre, encima una blusa de gasa blanca estampada en pequeñas cerezas, de mangas holgadas que se ceñían en las muñecas y que ella había subido ligeramente, jeans acampanados azul oscuro y zapatillas deportivas blancas, con su largo cabello verde recogido en dos trenzas que la hacía ver más joven de lo que era, salvo por dos finos mechones que enmarcaba su rostro, y alrededor de su cuello se hallaba un largo collar cuentas doradas que ella había dispuesto en múltiples vueltas para caer sobre su escote. Pasando su mirada por los árboles en su camino, Shun se detuvo junto a uno en particular, tenía el tronco dañado por huellas de golpes y que ella recordaba habían sido hechas por Ikki y que trazó con sus dedos…pero al observarlos, vio otros golpes por encima, cinco golpes solidos que formaban una cruz y la silueta de estos golpes era ligeramente diferente; ¿La cruz del cisne? Hyoga dejo su marca también, infirió la Andrómeda, mas volviendo la mirada al sentir ruido a su espalda.

—¿Quién está ahí?— tras pronunciar aquella pregunta, Shun fue empujada fuertemente por un soplo de aire congelante contra el árbol. —El Cisne…No— alzando la mirada y analizando al hombre que se situó casi frente a ella, reconoció la armadura, mas no así el color. —Eres uno de los Caballeros Negros— comprendió, irguiéndose lentamente y apoyándose en el tronco del árbol a su espalda.

—Sí, soy el Cisne Negro— afirmó este, cruzando ambos brazos sobre su pecho con altanería.

Sabiendo que su padre la reprendería de hacerlo en voz alta, Shun maldijo mentalmente su mala suerte, al salir a pasear a esa hora había dejado su armadura en la mansión en su forma de dije, había tenido la inercia de tomarla tras vestirse, pero lo había desestimado como una aprensión de su parte, estando ahora acorralada, pudiendo ver al Cisne Negro preparándose para atacarla y ante lo que ella se movió rápidamente para evitar el golpe; el árbol que le había servido de apoyo fue destruido por la Nieve Negra del Cisne y la Andrómeda se apresuró en moverse por el suelo, temblando a causa del paisaje que se hubo congelado con la sola presencia del Caballero Negro, ella tambaleante mientras se erguía torpemente tanto a causa de la sorpresa como del frio. Aunque fue el inmediato impulso de Shun convocar su armadura, para que llegara hasta donde ella se encontraba, no tuvo la ocasión de hacerlo siquiera, siendo lanzada a varios metros de distancia por un nuevo ataque del Cisne Negro, que parecía rondarla como un depredador a su presa, apenas y permitiéndole erguirse, solo para enviarla al suelo otra vez o ese fue su plan, pues el golpe del Cisne Negro no llegó; Mi brazo está congelado, no puedo moverlo, el Caballero Negro observó con sorpresa como el brazo de su armadura se hallaba congelado, y al alzar la mirada hacia la Andrómeda, se encontraba alguien bloqueándole el paso, vistiendo una armadura idéntica a la suya pero de un impoluto blanco. Notando la sombra de alguien sobre ella, Shun alzó la mirada, reconociendo esta al instante:

—Hyoga…— nombró con alegría, pudiendo ponerse de pie con él sirviéndole de escudo.

—Me habían dicho que uno de los Caballeros Negros llevaba el emblema del Cisne como yo, pero me negaba a creerlo— habló Hyoga por fin, con la voz notoriamente tensa. —Lo vas a lamentar— nadie podía lastimar a sus compañeros y salir ileso de ello. —Defiéndete, cobarde; combatiremos y el ganador será el único que tenga derecho de llamarse Caballero del Cisne— impuso, ofendido en su honor.

—¡Shun!— la voz de Seiya hizo que la peliverde volviera la mirada por sobre su hombro, viendo al pelicastaño aparecer en una veloz carrera y situándose a su lado cuanto antes. —¿Estas bien?— inquirió, examinándola con la mirada.

—Sí, estoy bien— sosegó la Andrómeda, retrocediendo sus pasos para dar espacio a Hyoga en su pelea, sabiendo que nada lo disuadiría de aquel enfrentamiento.

—Hyoga, te ayudare, entre los dos acabaremos con él— sugirió el Pegaso, estando ahí con la espera de poder ser de ayuda.

—No te necesito, muchas gracias, pero me basto solo— desestimó el Cisne de inmediato, ni siquiera volteando a verlo.

—Es un enemigo muy poderoso, no pensaras que voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú combates con él...— obvió Seiya, mas hartó de palabrería, Hyoga volvió la mirada por sobre el hombro, fría como un tempano de hielo, haciéndolo callar. —Pensándolo mejor, no insisto— aceptó, temeroso de desatar una confrontación mayor.

Parecen gemelos, pero uno es un Caballero del Zodiaco y otro un Caballero con el corazón tan negro como su armadura, quizás era un juego de luz, pero además del mismo diseño en sus armaduras—una blanca como la nieve y la otra negra—,el Cisne Negro guardaba un asombroso parecido con Hyoga, pero su cabello no era rubio como el del ruso sino castaño y sus ojos de un verde oscuro en lugar del azul zafiro de los ojos de Caballero del Cisne. No es que Seiya desconfiara de Hyoga, pero era conocido por todos que su lealtad seguía estando puesta a prueba, era uno más de los Caballeros de Bronce, pero sus ideales no era precisamente los mismos y ello generaba duda—había sido el tema de discusión duramente el desayuno, aunque el Cisne no lo sabía por haberse ausentado de este—, mas Seiya respetó las razones de Hyoga para pelear, retrocediendo en su lugar y permaneciendo junto a Shun a lo que podía considerarse una distancia segura, ambos observando el combate que finalmente comenzó a tener lugar. El primer golpe vino por parte del Cisne Negro, pero Hyoga ni se inmuto por el manto frio que lo cubrió como una capa superficial, deshaciéndose de este sin despeinarse siquiera y contratacando con el polvo de diamante, la técnica que había aprendido de su padre el Caballero de Acuario, y si bien pareció que el Caballero Negro había evadido su golpe, solo hizo falta que este diera un paso para comprender que su pierna derecha estaba congelada; el resultado del combate era evidente y el Cisne lo terminaría honorablemente.

—La victoria es mía— declaró Hyoga, sosteniéndole la mirada a su rival, que se encontraba frustrado por haber sido derrotado. —Que la lluvia de diamantes caiga sobre ti y te congele para siempre— pronunció, preparándose para dar el golpe final.

Hyoga solo había crecido escuchando de los Caballeros Negros por los relatos de su padre, nunca habría imaginado que se enfrentaría a uno, mas sabiendo que estos representaban todo lo opuesto a los ideales que profesaban los Caballeros leales a la diosa Athena, el Cisne no dudo en dar el golpe final, mas no pudo concretar esto, forzado en su lugar a retroceder por un ataque, pero este no provenía del Cisne Negro, quien por otro lado tuvo ocasión de levantarse de su lugar. El ataque había provenido de una armadura que tenía cadenas, como las de Shun, quien se inmediato frunció el ceño y se tomó como algo personal—igual que había hecho Hyoga—que alguien usara la misma armadura, aunque esta fuera negra; la armadura efectivamente era un calco de la suya y para mayor frustración también quien la portaba, aunque el cabello era de un celeste oscuro y los ojos de azul grisáceo, junto a una mirada cargada de superioridad. Sin embargo, también la acompañaban dos Caballeros Negros más; el Fénix Negro brillaba por su ausencia, pero en su lugar estaba el Pegaso Negro cuyo asombroso parecido con Seiya era de dar miedo—salvo que su cabello era azabache en lugar de castaño y sus ojos negros en lugar de almendra; e imponiéndose de brazos cruzados y con una expresión arrogante estaba el Dragón Negro, que provocó que los Caballeros de Bronce se observaran entre sí solo para asegurarse de que no era Shiryu realmente, porque era su gemelo idéntico, solo que su cabello era azul oscuro en lugar de azabache y sus ojos ónix en vez de esmeralda, con la misma autoridad fuerte que caracterizaba tanto a su ausente amigo.

—¿Puedes explicarme que estás haciendo aquí, Cisne Negro?— interrogó el Dragón Negro observando a su compañero con severidad.

—Eso no te importa, es un asunto entre él y yo— contestó el Cisne Negro, no queriendo dar el combate por perdido.

—Silencio, no es el momento de pelear— impuso este con voz firme, instándolo a emprender la retirada tras que ellos hubieran cumplido con su motivo para estar ahí.

—Tienes suerte, alégrate porque esta vez has salvado la vida— dejo en claro el Cisne Negro, desvaneciéndose como si jamás hubiera estado ahí, al igual que los demás Caballeros Negros para frustración de los Caballeros de Bronce.

—¡Hyoga!— jadeó la Andrómeda, corriendo hacia el ruso que se quejó y sostuvo el brazo.

—Estaba convencido de ganarle sin ningún riesgo, pero logro herirme cuando evito mi polvo de diamante— explicó el Cisne, sintiendo la articulación congelada y herida.

Había sido muy tonto y arrogante de su parte, había bajado verdaderamente la guardia por la ira que había sentido; todos en la mansión, no solo las señoritas Kido sino que también los demás Caballeros de Bronce—a quienes debería de haber eliminado, según las órdenes del Santuario—le habían dado la bienvenida, habían sido muy generosos con él y lo mínimo que Hyoga sentía que podía y debía hacer era protegerlos, además, Shun era una persona en extremo inocente y que jamás confrontaba a nadie ni siquiera verbalmente, ¿Quién podía atreverse a lastimarla? Su cuerpo y mente habían actuado antes de que él pudiera pensar, por eso se había enfrentado al Cisne Negro, sin mediar una estrategia ni nada remotamente parecido, y ahora pagaba el precio, mas la expresión de preocupación de Shun y saberla a salvo le permitió olvidarse temporalmente de ello. Volviendo la mirada por sobre su hombro hacia Seiya, quien no dudo en acercarse, el Pegaso y la Andrómeda ayudaron a Hyoga a caminar de regreso a la mansión, con su armadura replegándose a su forma de dije, teniendo no solo que informar de lo ocurrido a las señoritas Kido y a Aioros, sino teniendo que replantearse o rearmar cualquier estrategia que hubieran podido considerar hasta el momento; el enemigo estaba aún más cerca de lo que hubieran considerado antes y los enfrentaba a todos por igual, eso significaba el ataque a Hyoga, que no debían olvidar había sido enviado por el Santuario, ¿Qué tan extendido estaba el peligro sin que ellos lo hubiera sabido?

Debían reconsiderar sus planes.


El clima emocional al interior de la mansión Kido era otro; mientras Shun había salido a tomar su paseo de rutina esa mañana, Shiryu se había despertado junto a su hermana Shunrei y se había despedido de las señoritas Kido así como su grupo de amigos presentes, prometiendo reunirse con todos ellos cuanto antes y tras su partida el grupo de Caballeros de Bronce y las dos herederas Kido se habían retirado al gran comedor para desayunar juntos, los demás Caballeros de Bronce—Jabu, Ban, Ichi, Nachi y Geki—enterándose de la amenaza que eran los Caballeros Negros en ese momento, desayuno que por cierto se vio interrumpido ante el Cosmo que percibieron a lo lejos, se trataba de Hyoga y de un individuo que ellos no conocían. Aunque el inmediato impulso de todos fue ir a ayudar de inmediato, Aioros los freno a todos, contando con el apoyo de su hija Marín como elemento disuasorio, recordándoles que Shun ya estaba ahí, solo consintiendo que Seiya fuera y quien no presto oídos a palabra alguna, todos aguardando en el salón y donde se encontraban cuando las puertas del patio de la casa se abrieron, permitiendo el ingreso de Seiya quien tranquilizó a todos con su mirada y un par de pasos tras él Hyoga que sostenía su brazo aun con esa expresión de incomodidad y a quien acompañaba Shun, sintiéndose directamente responsable por sus heridas, pues las había recibido al intervenir para protegerla. Aunque la premura y desesperación de todos por saber que había ocurrido era evidente, nadie se atrevió a hablar, mordiéndose la lengua.

—Oímos que hubo una pelea, ¿Están bien?— preguntó Aioros finalmente en nombre de todos y que parecían a punto de saltar a causa de la exaltación.

—Sí, Seiya y yo no tuvimos ocasión de pelear— sosegó Shun, pasando su mirada por los demás Caballeros de Bronce. —Hyoga…— mencionó mientras el Cisne tomaba siento sobre uno de los sofás, aun sosteniendo su adolorido brazo.

—Déjame ver— ofreció Hilda dando un paso al frente y sentándose junto al Cisne. —No se ve tan mal— juzgó con su tono siempre optimista.

Teniendo conocimientos de medicina al estar graduada en enfermería—entre otras carreras—, Hilda examinó minuciosamente la muñeca y antebrazo del cisne, que se subió la manga de la chaqueta, mas la asgardiana apenas y tuvo necesidad de sostener y examinar el brazo del Cisne por un par de segundos antes de proceder a cerrar los ojos y concentrar su Cosmo en la herida; si el Cosmo era lo suficientemente fuerte, un Caballero Dorado podía sanar heridas de menor importancia, y siendo Hilda la reencarnación de la diosa Selene, heridas así de pequeñas le eran una insignificancia. Siempre tan elegante, Hilda vestía una banca de aspecto agitanado, con pequeños y elegantes pliegues en todo el frente, de escote en V y mangas ceñidas a la par que ligeramente anchas, con holanes de encaje en las mangas, falda de velo de múltiples capas y con fragmentos más cortos, así como un delicado fajín de gasa dorada enmarcando su esbelta cintura, con su largo cabello celeste nevado cayendo sobre sus hombros y tras su espalda, resaltando unos pendientes de oro y zafiro en forma de sarcillos que casi le rozaban los hombros, a juego con el dije de colibrí del collar alrededor de su cuello. Hyoga cerró los ojos, esperando sentir mayor dolor pese al experto tacto de la asgardiana, mas para su sorpresa el dolor desapreció casi por completo, no había nada del molesto sentir congelante sobre su piel y nervios a comparación de antes, lo que lo hizo abrir los ojos con sorpresa mientras observaba el angelical a la par que cálido semblante en el rostro de la asgardiana.

—¿Cómo hiciste eso?— preguntó Hyoga, casi paralizado a causa de la sorpresa.

—Secreto— contestó Hilda con una sonrisa cómplice, volviéndose hacia Esmeralda que le tendió gasa y tela. —Gracias, Esmeralda— apreció, procediendo a ceñir está alrededor de la muñeca del Cisne para que la herida terminase de sanar la herida por su cuenta.

—Fueron los Caballeros Negros, cuatro de ellos; Dragón, Pegaso, Cisne y Andrómeda— comunicó Seiya por fin, más tranquilo al saber que la herida de Hyoga no era seria.

—No vinieron solo porque si, el Fénix Negro vino a entregar esto— correspondió Ikki, ausente de la sala hasta este momento.

Cumpliendo el papel de líder en ausencia de Shiryu, quien era el único capaz de hacerle sombra por su personalidad más que por su diferencia de edad, Ikki ingresó en la sala en ese momento, acompañando a Saori—a imagen de Jabu, quien se encargaba de escoltar a Hilda en tanto estuvieran en la mansión—quien sostenía en sus manos un sobre de color negro y que no se había atrevido a abrir hasta que todos se encontrasen reunidos. En un marcado contraste con su hermana mayor, Saori vestía una blusa color dorado de aspecto metálico con reflejos negros, de cuello alto y cerrado, sin mangas y que dejaba completamente expuesta su espalda así como sus brazos, un corto short negro que resaltaba sus largas piernas, cubiertas en su mayoría por largas botas negras, y su largo cabello violeta caía tras su espalda así como descuidadamente sobre sus hombro dependiendo de su postura, rebelando unos pequeños pendiente de oro en forma de paloma que brillaban contra la luz. Teniendo la completa atención e todos y ya que el peligro había pasado, al menos temporalmente, Saori se detuvo en el centro de la sala, abriendo el sobre y extrayendo la hoja en su interior y que contenía un sencillo mensaje; Nos veremos dentro de una semana en el Valle de la Muerte, el cual leyó en voz alta, con su hermana situándose a su lado, antes de tender el documento a los demás Caballeros de Bronce que merecían tener idéntica información, Ikki leyéndolo superficialmente antes de tendérselo a otro de su compañeros, teniendo una expresión pensativa.

—Esto es una trampa seguramente, pero debemos ir si queremos recuperar el báculo— obvió Ikki, volviendo la mirada hacia Aioros que asintió únicamente.

—Primero debemos avisar a Shiryu, tiene que regresar cuanto antes— sugirió Nachi, preocupado como todos.

—Esperemos que las armaduras estén listas para entonces, no es sensato pelear sin ellas— consideró Saori en voz alta, comprendiendo sus razones para irse.

—Eso no nos impresiona, estamos listos para lo que sea— desestimó Seiya, relajado como siempre, —¿verdad, muchachos?— preguntó solo para estar seguro.

—Si— contestaron todos casi en perfecta unión, salvo por sus diferencias de tono.

Pasando su mirada por todos los Caballeros de Bronce, como si buscara comprobar que todos estaban tan decididos a pelear, aunque ello implicase exponer sus vidas, Saori desvió su mirada hacia su hermana, que asintió únicamente, instándola a mantener la calma. Es curioso, antes Saori nos trataba a todos nosotros como si fuéramos sus criados, ahora incluso se dirige a nosotros como si fuéramos amigos, apreció Seiya, que hasta entonces se había callado mucho sus opiniones personales—incluso mentalmente—a causa de Shiryu y su fuerte autoridad, que como todos tenía sus discrepancias con la menor de las señoritas Kido, pero que siempre se dirigía a ella con gran respeto, pero en ese momento admiró y respetó la amabilidad que ambas hermanas les dirigían a todos los Caballeros de Bronce por igual, algunos mostrándose más sorprendidos que otros, pero todos apreciándolo por igual y teniendo por ello mayor convicción por el enfrentamiento que iban a efectuar dentro de una semana, contra los Caballeros Negros, en el Valle de la Muerte. Observando las interacciones de todos desde su lugar fuera del grupo, siendo no solo el mayor de todos sino el único con un rango superior—fuera de su hija Marín, que incluso en eso era su subordinada—, Aioros sonrió ladinamente, armando una estrategia sobre que Caballeros de Bronce deberían quedarse obligatoriamente para proteger a las señoritas Kido además de él, apreciando y admirando la fuerte determinación que crecía día a día en el grupo y que sería crucial cuando enfrentaran al Santuario…


Cinco Antiguas Montañas, Rozan

Saori había sido en extremo generosa, quizás porque el viaje a efectuar era tan importante, pero había puesto uno de los jets privados de la familia Kido a su disposición junto al piloto, que lo había llevado a China junto a su hermana, quedándose en la ciudad y aguardando cualquier orden suya para regresar a Japón o dirigirse a donde fuera preciso, el Dragón cruzando ahora el bosque de Rozan por el camino que conocía tan bien y en que no necesitaba transporte, era su hogar, tampoco necesitando voltearse para comprobar que su hermana lo seguía, escuchando sus pasos a su mismo ritmo. Uno o dos pasos tras él, Shunrei vestía una corta blusa roja estampada en bordados florales marrón claro, de cuello en V cerrada por tres botones, cortas mangas por sobre los codos y que dejaba expuesto su vientre, encima un abrigo rojo que permanecía abierto, jeans acampanados azul oscuro ceñidos a sus caderas por un cinturón negro y su largo cabello azabache azulado caía en ordenadas ondas por sobre sus hombros, mecidos por el viento y exponiendo unos pendientes en forma de argollas. Llegando a casa y dejando su equipaje en su habitación, Shiryu fue sorprendido por su hermana, que sostuvo sus manos entre las suyas y le indicó que lo siguiera, lo que él no supo entender porque hasta que ella lo llevo fuera de casa, a la imponente cascada donde se encontraba su padre, perfectamente vivo y bien, custodiando la cascada como siempre…Su hermana le había dicho que su padre estaba muriendo, al momento de su combate con Seiya.

—Padre, creí que…— Shiryu básicamente tartamudeo a causa de la sorpresa.

—No, hijo mío, como ves no me estoy muriendo— rio Dohko sin poder evitarlo, haciéndole bastante gracia. —Mentí— obvió, agradeciendo en silencio a su hija por su colaboración y quien asintió en respuesta.

—¿Por qué lo hiciste?— cuestionó el Dragón tras salir de la sorpresa, frunciendo el ceño al saberse engañado. —Me angustie mucho, me preocupo no llegar a tiempo a tu lado— alzó la voz ante cada palabra, exigiendo una explicación como hijo y Caballero.

Dohko no pudo evitar sonreír al escuchar la desesperación y frustración entremezcladas en la voz de su hijo, quien evidentemente se había sentido impotente por haber tenido que permanecer en Japón—habiendo sido orden suya al momento de finalizar oficialmente su entrenamiento y luego de que su hijo portase la Armadura del Dragón por primera vez—, y más al desviar la mirada hacia su Shunrei que sonrió disimuladamente, sabiendo cuanto le había costado a ella tener que mantener la mentira por petición suya. La regla más importante que Dohko había aprendido en su lejana juventud, en la Guerra Santa anterior, era que se debían separar las emociones del deber, involucrar ambas cosas en conjunto entorpecía el cumplimiento de las ordenes de Athena a quien servían los Caballeros, y como el ya retirado Caballero Dorado de Libra, el mayor de los 88 Caballeros que componían la Orden de Athena, Dohko había criado a su hijo en base a los ideales con los que había crecido, algo anticuados quizás, pero que eran todo cuanto le permitiría sobrevivir, y después de todo Shiryu había vencido en su batalla contra Seiya, el hijo de Aioros, igualmente el más sabio y fuerte de su generación. Dohko podía darse por satisfecho, acercándose lentamente a su hijo que lo observó exasperado y aguardando una respuesta en tanto su progenitor situaba ambas manos sobre sus hombros, a imagen de sus días de infancia, cuando quería explicarle algo que él no entendía o no podía ver de la misma forma en que él lo hacía, siempre queriendo emularlo.

—Shunrei solo hizo lo que le pedí, pero demostraste que puedes ganar a causa de tu voluntad, aun cuando tus sentimientos quisieran entorpecerte— reconoció Dohko, explicando de esa forma su punto. —Pero estuviste a poco de perder, aun te falta mucha experiencia, Shiryu— advirtió, para que fortaleciera su mente o no se sobrepondría ante las adversidades en su camino, recibiendo un inmediato asentimiento de su hijo.

Dohko había renunciado a una vida tradicional tras la última Guerra Santa, la orden de Athena para con él había sido vigilar la preciada posición de la Cascada de Rozan, para ser el primero en dar la alerta cuando comenzase la siguiente Guerra Santa, pero asombrosamente su viejo amigo Shion—fallecido Patriarca del Santuario, aunque él era uno de los pocos que estaba al tanto, no así el resto de la Orden de Athena—había enviado a una joven y prometedora Amazona de Plata para que le brindase apoyo en tal labor y fuera su comunicación directa con el Santuario…Dohko había sucumbido a sus encantos, se había enamorado de Liliana y formado una familia, y le había destrozado el corazón perderla, pero tenía a Shiryu y Shunrei para llenar el vacío. No había permitido que Shunrei siguiera el camino de Amazona como su madre, la había criado para ser una joven cualquiera, sin complicaciones, deberes ni batallas, quería que ella fuera libre de elegir su propio camino, pero Shiryu jamás se había permitido elegir, desde su más temprana infancia había decidido convertirse en un Caballero y Dohko respetaba las decisiones de su hijo, por ello le ponía obstáculos en el camino, porque quería que su hijo, su orgullo, las superase todas y pudiera un día erguirse como el gran guerrero que él sabía era. Pudiendo percibir las emociones que su padre sin necesidad de que él dijese nada, Shiryu sonrió ladinamente y bajo humildemente la cabeza ante su padre y Maestro, asimilando esta nueva enseñanza y sintiéndose pleno por volver a ver a su padre.

Ahora podía cumplir con su misión.


PD: Saludos queridos y queridas, prometí que actualizaría esta semana y lo cumplo, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 Las próximas actualizaciones serán "Avatar: Guerra de Bandos", luego "A Través de las Estrellas" y por último "El Rey de Konoha" :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (por apoyarme y ser mi editora personal, no sé que seria de mi sin ella y por lo que le dedico esta historia como todas aquellas desde que somos amigas), a princesse Sarah 94 (agradeciendo que brindara su aprobación a esta historia y dedicándole esta historia por lo mismo), a Yashahime-uchiha32 (apreciando enormemente su aprobación, dedicándole esta historia y esperando poder estar a la altura), a Yi-Jie-san (dedicándole esta historia por su apreciación de mi trabajo) a mi querida amiga DULCECITO311 (agradeciendo sus maravillosos comentarios sobre mi trabajo, dedicándole esta historia y deseándole siempre lo mejor) así como a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos, bendiciones y hasta la próxima.

Cambios Significativos & Elementos En Común: Los cambios más significativos y que dejo en claro desde el principio son que en esta versión los Caballeros de Bronce son hijos de miembros de la Orden Dorada de Athena; Shiryu es hijo de Dohko, Ikki y Shun son hijos de Milo, Seiya y Marín son hijos de Aioros y por ende sobrinos Aioria, y por último Hyoga es hijo de Camus. A ello sumo el hecho de que en esta versión Esmeralda no murió, ya que Ikki mató a su Maestro Guilty para salvarla, y dado que en esta historia los personajes son ligeramente mayores, Ikki decide casarse con ella y justifica su tardanza debido a la boda, por lo que en esta versión no encontró con Shaka de Virgo a comparación de en el manga. Siguiendo la trama, presento el Santuario y como el Patriarca engaña a todos con una Athena falsa, Shiryu parte de regreso a China para reencontrarse con su padre y pronto se dirigirá a Jamir para reparar tanto su armadura como la de Seiya; los Caballeros Negros entran en escena y aprovecho el conflicto no solo para profundizar en ello y lo que son realmente—lo que no se tocó en Saint Seiya apropiadamente—sino el conflicto con el Santuario y que queda cada vez más en evidencia.

También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer) :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva serie de historias; la primera y—por muy infantil que suenebasada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, así como inspirados en Diana Spencer & Carlos III, titulado "Cuento de Hadas", además de un fic inspirado en un What If de la Dinastía Romanov que aún no tiene títulos :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3