-Este fic es una adaptación de la obra original de Masami Kurumada, pero basándome en una historia alternativa que yo cree desde mi infancia—y que por ende he ido puliendo con el paso de los años—, por lo que no sigue al pie de la letra el canon o lineamientos originales, mas si la esencia de Saint Seiya, destinando protagonismo a otros personajes para darle un sentido diferente a la historia. Les sugiero oír "Crawling In The Dark" de Hoobastank para Shiryu, "Kings & Queens" de Ava Max para Saori e Hilda, "I'm With You" de Avril Lavigne para Shun, "Antes Que No" de David Bisbal para Hyoga, "Hero" de Stirling Knight para Seiya, "Desolation" de Tommee Profitt para Ikki, y "Centuries" de Fall Out Boy para el contexto del capitulo.
Mansión Kido, Japón
Luego del ataque de los Caballeros Negros, todos habían discutido sobre cuál sería su curso de acción tras releer varias veces el mensaje dejado por estos, teniendo claro a donde debían dirigirse y enviando un mensaje a Shiryu sobre cuál sería su curso de acción. Según Shiryu había dicho, llevaría tanto su armadura como la de Seiya a Jamir, en las montañas del Himalaya, donde vivía un conocido sabio que era parte del Santuario y que llevaba varios años viviendo en el exilio; Saori en concreto le envió un mensaje a su teléfono, aguardando junto a Hilda por varias horas—un día—, observando su teléfono, esperando que el Dragón recibiera el mensaje, rogando que la altura de las montañas le brindaran señal, y dejando libre un suspiro al día siguiente, cuando esto quedó comprobado y Shiryu respondió con un mensaje de agradecimiento, prometiendo encontrarlos en el lugar, al que los Caballeros de Bronce acordaron dirigirse al día siguiente, tras comenzar a prepararse. La noche previa a su viaje a enfrentar a los Caballeros Negros, Shun e Hilda se encontraban reunidas en la sala de la mansión, jugando al ajedrez cuando escucharon un ligero golpeteo contra las puertas abiertas, a modo de llamada, por lo que la Andrómeda intercambió una mirada con la Asgardiana, levantándose de su lugar y se dirigió al umbral, sorprendiéndose al hallar a Hyoga. El ruso vestía una camiseta blanca de cuello redondo bajo una ligera sudadera de mezclilla que permanecía abierta, jeans oscuros y zapatillas negras, y sostenía un ramo de jazmines.
—Hola— habló Hyoga por fin, haciendo reaccionar a la peliverde de su sorpresa.
—Son muy hermosas— elogió Shun, mas carraspeando para aclararse la garganta, —y las odiara; Hilda no es una mujer fácil de conquistar, la puerta a su corazón está en su mente— advirtió, suponiendo que las flores eran para Hilda.
—En realidad, son para ti— aclaró el Cisne, interiormente sorprendido por haberle dado una idea errónea del interés que comenzaba a tener por ella.
—¿Para mí?— repitió la Andrómeda, nuevamente paralizada por la sorpresa, —¿Quieres disculparme un momento?— se excusó, necesitando apartarse un instante.
Inocente, amable, con un corazón comprensivo a la par que el rostro semejante al de un ángel, Shun debía ser la chica más bella que Hyoga había conocido e inevitablemente deseaba conocerla más, dominado por sentimientos que no podía entender tras haberse enfrentado al Cisne Negro luego de que este la hubiera lastimado; la Andrómeda vestía un ligero suéter blanco de cuello alto con cortas mangas hasta los codos, corta falda negra por encima de las rodillas, medias negras y largas botas de igual color, con su largas ondas verdes cayendo sobre sus hombros. No sabiendo si estaba actuando bien, porque jamás había recibido un obsequio o presente de ningún chico—durante su entrenamiento en la isla Andrómeda, las distancias entre ambos sexos estaban muy marcadas, salvo en los combates y donde peleaban en igualdad como guerreros que eran—, Shun no sabía si obraba bien, pero tras recibir un asentimiento de parte Hyoga, que permaneció en su lugar y tendiéndole las flores, la Andrómeda retrocedió para regresar al interior de la sala. No habría podido imaginar que Hyoga le obsequiaría flores, pues este tenía mucho más en común con Hilda pese a los ocho años de diferencia entre ambos, por lo que al regresar al interior de la sala, Shun intercambió una mirada con Hilda, quien había escuchado todo, chillando de forma muda para no delatarse y siendo imitada por la Asgardiana, que silenciosamente la animó a regresar junto al Cisne y escuchar lo que este tuviera que decir, lo que la Andrómeda no dudo en hacer, aparentando absoluta dignidad.
—Las aceptó, puedes continuar— contestó Shun, recibiendo los jazmines de manos del Cisne y sosteniéndolas contra su pecho.
—Me di cuenta de lo placentera que se ve la noche, y me preguntaba si te gustaría salir a dar un paseo— invitó Hyoga, no habiendo mucho que pudieran hacer dentro de la mansión, mas queriendo pasar tiempo con ella.
—¿Los dos solos?, ¿Sin compañía?— se preguntó la Andrómeda en voz alta, no habiendo hecho nunca algo así y no teniendo idea de que hacer o cómo actuar.
—Si— asintió el Cisne, disimulando una sonrisa ante la actitud tímida de la peliverde.
—Un segundo más y ya— se excusó ella, regresando velozmente al interior de la sala y arrojándole las flores a Hilda, que las recibió encantada y le indicó que aceptara la invitación de Hyoga, con quien regresó la peliverde. —Jamás he hecho algo como esto, ¿Qué hacemos?— delegó en el rubio, aceptando así su invitación.
Quizás no era el mejor momento para tener una "cita", por así decirlo, pero eran Caballeros, descendían de guerreros y eran plenamente conscientes de que la vida era escasa al igual que el tiempo, de ahí que Hyoga decidiera intentar resolver su conflicto emocional invitando a Shun a un paseó, quien—a imagen de lo que su hermano le había enseñado en la infancia—se sujetó del brazo del ruso para caminar por el pasillo. Interiormente, Shun se sentía como tonta, era ignorante de todo asunto relacionado con el romance, hija de un Caballero Dorado protector y hermana de un Caballero de Bronce posesivo, pero ni Ikki podría decirle nada, ya que Hyoga y ella eran compañeros de armas. Sonriendo para sí, a solas en la sala, Hilda movió el tablero de ajedrez para continuar jugando sola, girando el tablero para mover las piezas como oponente y protagonista al mismo tiempo; la Asgardiana portaba una holgada blusa rosa pastel de hombros caídos, con las mangas ceñidas a la altura de las muñecas, falda de gasa rosa más brillante, con un pareo superior aún más brillante y anudado al costado izquierdo de la cadera, con su largo cabello celeste nevado cayendo tras su espalda, resaltando la cadena de oro alrededor de su cuello y de la que pendía un medallón que permanecía cerrado. Acariciando distraídamente el dije del medallón, Hilda oró silenciosamente porque todo el sufrimiento que tanto Saori como ella habían experimentado, así como los huérfanos que ahora eran Caballeros, pudiera tener sentido, valor y propósito. Todos lo necesitaban…
Jamir, Himalaya
—¡Shiryu!
El Dragón llegó a Jamir por la noche, al hogar del individuo conocido como el reparador de Armaduras; perdido en el Himalaya, Jamir se encontraba a más de 8.000 metros sobre el nivel del mar, rodeado por una cadena de empinadas montañas y múltiples de obstáculos naturales que dificultaban su acceso, no era mentira decir que solo un Caballero podía llegar ahí, por lo que Shiryu sonrió para sí al ver la torre a lo lejos, cruzando el estrecho sendero que desembocaba en dos barrancos a cada lado, escuchando un grito entusiasta al final del camino, fuera de la gran torre que era su destino. Se trataba de Kiki, ayudante y aprendiz del Reparador de Armaduras, un niño de nueve años—la misma edad que Samira o Mira, la pequeña huérfana que Hilda tenía bajo su protección—, de baja estatura, despeinado cabello naranja y brillantes ojos color morado, vistiendo ropas aptas para el frío clima del Himalaya y entre lo que destacaba un brazalete de oro en su brazo izquierdo, con un símbolo de su pueblo, los "muvianos". Tan pronto como Shiryu llegó al pie de la torre, fue abrasado por el afectuoso infante, que lo veía como un hermano mayor, siendo ambos observados por el sabio que emergió del interior de la Torre; igual de adaptado al clima que su alumno, el Maestro Mu, Caballero Dorado de Aries, era un hombre de 26 años, alto, largo cabello lavanda y liso, recogido en una coleta casi al final, con dos finos mechones enmarcando su rostro, de rasgos finos y estilizados, ojos violeta y con dos puntos en la frente en lugar de cejas, una característica de su pueblo.
—Siempre me alegra verte, Kiki— sonrió Shiryu, revolviéndole distraídamente el cabello tan pronto como el pelinaranja lo liberó del abrazo. —También es bueno verlo de nuevo, maestro Mu— saludó, concentrando su atención en el Caballero Dorado.
—Ha pasado tiempo, Shiryu— correspondió el Aries con una discreta sonrisa. —¿En qué puedo ayudarte?— siempre era un placer ayudar al hijo del Maestro de Maestros.
—Necesito que repare la armadura de Pegaso y la armadura del Dragón— inició el Dragón, quitándose el dije de la armadura del Dragón y tendiéndoselo al Caballero Dorado, junto al dije de Seiya, —estamos a punto de librar una importante batalla y no conseguiremos ganar sin ellas— agregó mientras, con su telequinesis y cosmo, el Aries hacía que ambas armaduras se desplegarán frente a él. —Daré toda mi sangre de ser preciso— las armaduras se reparaban con sangre de un Caballero después de todo.
—Eso no es necesario, te ayudare— sosegó el pelilila, conociendo bien la nobleza del Dragón. —Tu salud aún es delicada, Shiryu, te recomiendo que tengas cuidado— advirtió, sondándolo con su analítica mirada violeta.
—Pero, ¿Por qué, maestro?— se sorprendió el pelinegro, no habiendo recibido aquel comentario ni siquiera de su padre en Rozan.
—Peleaste recientemente, ¿verdad?— interrogó Mu únicamente, viendo asentir al Dragón. —Kiki, busca mis herramientas— delegó a su aprendiz, que asintió antes de correr al interior de la torre. —No puedes volver a poner tu vida en peligro, Caballero o no, tu cuerpo aún no se ha recuperado de tu último combate. Si peleas en ese estado y sin hacer una reflexión, tu vida volverá a estar en peligro y entonces nadie podría salvarte— hasta un Caballero tenía límites como ser humano que era.
—Entiendo, Maestro— asintió Shiryu, sorprendido por ello y creyendo haberse recuperado sin repercusiones de su pelea con Seiya…por lo visto, estaba equivocado.
—Tu vida es demasiado importante para desperdiciarse, Dragón— recordó el Aries, situando una mano sobre el hombro del pelinegro. —Vamos adentro— indicó, guiándolo hacia el interior de la torre, con las armaduras flotando tras ellos ante su telequinesis.
El Maestro Mu—Caballero Dorado de Aries y que vivía exiliado del Santuario desde hace dieciséis años—era uno de los escasos "muvianos" que continuaban existiendo en la región del Tibet, descendiente del pueblo que, en la mitología, había forjado las primeras armaduras doradas durante la llamada Primera Guerra Santa; los "muvianos" habían sido el pueblo que había integrado a la primera generación de Caballeros de Athena en la era del Mito y creado el Santuario mismo durante la sexta y séptima generación, antes de la Guerra Santa contra Ares. Habiendo sido solo un muchacho de trece años cuando había dejado al Santuario, aduciendo razones de fuerza mayor—obteniendo el permiso del "Patriarca" y quien parecía haber respetado sus razones, no convocándolo a regresar hasta ahora—, Mu se había sentido muy desorientado, el contexto al interior del Santuario había hecho que cuestionara su propia lealtad, por lo que había buscado la guía del Maestro Dohko de Libra, quien se hallaba en Rozan y con quien mantenía una activa correspondencia. Como Caballero Dorado de mayor edad, Dohko era la mayor autoridad, tras el Patriarca, y ya que Shiryu era hijo de Dohko—aunque no muchos lo sabían—, era natural que Mu lo respetara, le tuviera mucho afecto y buscará protegerlo, además y en vista de las batallas que los dioses y las Moiras habían determinado tuvieran lugar en el futuro, Shiryu y los jóvenes Caballeros de Bronce serían imprescindibles.
El futuro estaría en manos de la siguiente generación.
Valle de la Muerte, Monte Ontake
Esa mañana, al abordar el avión pilotado por Tatsumi y que los llevaría al lugar acordado por los Caballeros Negros en su mensaje, el grupo de Caballeros de Bronce fue dividido por decisión de Aioros, quien delegó que apenas la mitad de ellos debería ir y el resto quedarse en caso de emergencia, por lo que Seiya, Shun, Hyoga e Ikki abordaron el avión, contabilizando además a Shiryu que se les uniría en el camino, y las señoritas Kido así como Esmeralda y Marín que los acompañarían; por razones que los Caballeros de Bronce aún no podían entender, Aioros no podía acompañarlos y ninguno eligió cuestionarlo. Siempre digna, en su posición como Caballero de Plata, la Águila vestía una blusa marrón oscuro de escote redondo bajo una chaqueta de piel beige con aves estampadas y que permanecía abierta, forrada en piel en las mangas y los lados del cuello, jeans acampanados azul claro, botines marrón y su ondulado cabello pelirrojo cayendo sobre sus hombros, enmarcando el dije de águila de su armadura alrededor de su cuello, volviendo el rostro hacia Seiya y dándole instrucciones durante casi todo el trayecto, no queriendo que su hermanito hiciera que lo mataran en un descuido. Sentada junto a Ikki, quien vestía su armadura como sus demás compañeros, Esmeralda portaba una holgada blusa morada que dejaba expuesto su hombro izquierdo, con mangas ceñidas a la altura de los codos, pantalones blancos y zapatillas deportivas, con su ondulado cabello rubio cayendo tras su espalda, sosteniendo en todo momento la mano de su esposo y viceversa.
—Ya estamos llegando— comunicó Tatsumi mientras pilotaba el avión, haciendo que todos observaran el agreste paisaje desde sus respectivos asientos.
—Es el Valle de la Muerte— reconoció Ikki, sosteniendo el mensaje de los Caballeros Negros y corroborando que fuera el lugar nombrado.
—Dicen que ningún ser ha logrado salir vivo de aquí— comentó Marín, habiendo escuchado del lugar por relatos transcritos durante su entrenamiento en el Santuario.
—Pero siempre hay excepciones— desestimó Hyoga con su arrogancia característica.
—Tenemos mucho miedo por ustedes— admitió Hilda, sentada junto a su hermana, —¿Y si no recuperamos el báculo?— perder tan preciada posesión no era opción.
—¿Qué les inquieta más?, ¿Nuestra muerte o perder el báculo?— interrogó Seiya con tono bromista, aunque genuinamente curioso sobre la respuesta.
—Que pregunta, sus vidas, por supuesto—obvió Saori de inmediato, no queriendo que ninguno de ellos saliera lastimado.
De brazos cruzados y siempre estoica, Saori destacada por vestir una abrigadora chaqueta marrón oscuro forrada en piel en el cuello y que ocultaba gran parte de su vestuario, del cual eran visibles los pantalones acampanados y botines marrón de tacón, con su largo cabello violeta cayendo en ondas sobre sus hombros y enmarcando unos pendientes de oro en forma de argolla; distante de su estilo oriental, Hilda vestía una blusa azul oscuro de cuello en V, ceñida por un cinturón negro que resaltaba su estrecha cintura, mangas abullonadas que se ceñían por sobre las muñecas, pantalones negros y botas de cuero, con su largo cabello celeste nevado cayendo sobre sus hombros y tras su espalda, enmarcando unos pendientes de sarcillo en forma de copos de nieve y un medallón alrededor de su cuello. Quizás fuese lo humano de la respuesta, pero los Caballeros de Bronce no pudieron evitar observar con aprecio a las señoritas Kido por igual—en especial a Saori, ya que Hilda siempre había sido muy dulce—, procediendo a levantarse de sus lugares tan pronto como Tatsumi aterrizó el avión en un lugar seguro, despidiéndose y procediendo a aventurarse en el agreste terreno. Llamar a los desfiladeros del Monte Ontake, "el Valle de la Muerte", era una descripción muy apropiada a interpretación de los Caballeros de Bronce, que llegaron al lugar tras una larga caminata, teniendo que cubrirse distraídamente la nariz ante el penetrante olor tóxico que les rozaba la nariz, y al que lentamente se fueron acostumbrando, no pudiendo regresar por sobre sus pasos.
—Que olor…— se quejó Shun con voz sonando gangosa, ya que se apretaba la nariz.
—Es el sulfuro— sosegó Ikki dirigiéndole una mirada preocupada a su hermana, que negó, haciéndole saber que estaba bien.
—Justo que tenía frio— comentó Seiya frotándose las manos. —Ah, es por Hyoga— bromeó ya que el ruso se encontraba casi a su lado.
—Gracioso— Hyoga sonrió secamente ante la broma. —Parece que no hay nadie aquí— obvió por todos los minutos que llevaban caminando, sin sentir nada.
—Es mejor así, estarás indefenso sin tu armadura— señaló la Andrómeda volviendo la mirada hacia Seiya, deteniendo sus pasos al mismo tiempo que sus compañeros.
—La nota decía que debíamos acudir a la cima del monte— consideró el Fénix en voz alta, haciendo memoria. —Mi padre me habló de este lugar cuando era niño, al pie del monte hay una roca con la cabeza de un león, debemos buscar eso— instruyó a sus compañeros.
—Vamos entonces— decidió el Pegaso, entusiasta y deseando enfrentar a sus enemigos.
—Esperen— frenó la peliverde, antes que sus compañeros y hermano dieran siquiera un paso. —Imaginé que sería fácil perdernos en un lugar como este, por lo que traje cascabeles— presentó, extrayendo estos del interior del cuello de su armadura. —Así podremos reencontrarnos fácilmente si necesitamos ayuda— explicó, anudando uno de los cascabeles a su muñeca y que resonó ante el movimiento.
—Y romperán un poco el silencio que hay aquí— asintió el rubio, recibiendo uno de los cascabeles a imagen de sus compañeros y anudándolo a su muñeca derecha.
—Gran idea, Shun— felicitó el peliazul, intercambiando una mirada con su hermana. —Y esa es la roca— señaló a una estructura que se alzaba a lo lejos, dividiendo el camino.
—Separémonos— asintió Hyoga, todos intercambiando una mirada antes de elegir un camino a seguir.
—Ten cuidado, Seiya— deseó Shun, esperando que su amigo no saliera lastimado.
Eran Caballeros, habían entrenado largamente para poder enfrentarse a todos los obstáculos y/o peligros que la vida pusiera ante ellos, y a su vez ellos cuatro—no todos sus demás compañeros Caballeros de Bronce, tenían las mismas experiencias y antecedentes—eran descendientes de Caballeros, en especial Ikki y Shun; hijos, nietos y bisnietos de Caballeros al servicio de Athena, por ende, no caminaban a ciegas hacia el peligro y creían en que el destino sabía lo que hacía con ellos. Asintiendo ante las palabras de Shun, que fue quien más atención le dirigió, preocupada por su seguridad, en tanto que Hyoga e Ikki tomaban su propio camino por el monte; Seiya no pudo evitar suspirar y apretar los labios mientras observaba el entorno que lo rodeaba, tener que moverse de forma incierta no era en absoluto una opción para el Pegaso con su actitud temeraria y segura de si—su hermana siempre le decía que había heredado eso de su tío Aioria, Caballero Dorado de Leo, a quien recordaba de su entrenamiento en el Santuario—, pero quedarse quieto tampoco, no podía simplemente quedarse atrás y esperando a que Shiryu los alcanzara, trayendo consigo su armadura. Sosteniendo en la palma de su mano el cascabel que Shun le había dado, Seiya finalmente lo ató a su muñeca derecha, escuchando el tintineo ante el movimiento de su brazo y luego ante sus primeros pasos, dirigiéndose hacia una dirección opuesta a Ikki, Hyoga y Shun, orando porque Shiryu los alcanzará pronto, prometiendo dar todo de sí por vencer a sus enemigos…
Cubriéndose distraídamente la nariz ante el olor a sulfuro cada vez más presente en el aire, Seiya observó con atención su ambiente para no cometer un error y pisar donde no debía, tensándose de vez en vez ante el inquietante silencio presente y que solo era roto por el cascabel en su muñeca derecha, agradeciendo infinitamente que Shun se lo hubiera dado, con tenues pilares de humo elevándose del suelo ante el terreno volcánico y que barrió con sus manos cuando estos le bloquearon el paso. De pronto y tras lo que parecieron largos minutos caminando, vio una figura elevarse a la distancia y que se tornó clara cuanto más se acercaba; era su armadura, desplegada como el mitológico Pegaso que representaba, reluciendo como la más hermosa de las gemas y que se desensambló tan pronto como él se detuvo ante esta, cubriéndolo en el acto. La armadura de Pegaso se ve más bella que nunca, sabía que Shiryu cumpliría con su promesa, apreció Seiya con una irrefrenable sonrisa, mas congelándose de preocupación tan pronto como tuvo ese pensamiento, observando lo que lo rodeaba en busca de Shiryu, mas no había rastro de que nadie hubiera caminado por el lugar, ¿Por qué no estaba aquí?, ¿Acaso le había pasado algo malo? Pasando perfectamente desapercibido hasta ese momento, Kiki carraspeó para aclararse la garganta, provocando que el Caballero de Pegaso retrocediera un paso y lo observara con receló, ante lo que el pequeño pelinaranja esbozó una sonrisa ladina; el Caballero de Pegaso era todo lo que Shiryu había dicho que sería.
—¿Quién eres?— interrogó Seiya, no sabiendo si confiar o no en el niño aparentemente inofensivo, ¿Cómo confiarse en ese lugar?
—Vine a traerte tu armadura, me llamo Kiki— se presentó el muviano, sentado con las piernas cruzadas y flotando a un par de centímetros del suelo. —Tu armadura fue la primera en ser reparada, por insistencia de Shiryu. Él se les unirá pronto— explicó, habiéndose despedido de él antes de teletransportarse a ese lugar.
—Gracias— apreció el Pegaso sinceramente, recordando el cascabel que aún tenía consigo y que le tendió al niño. —Toma esto, entrégaselo a Shiryu tan pronto llegue— delegó, no queriendo que su querido amigo se retrasase o sintiera desorientado.
—Lo haré— aseguró Kiki, sintiéndose importante por tener una labor que cumplir. —Buena suerte— deseó, esperando que su armadura reparada le facilitará los combates.
Gracias, Shiryu, siento como estas a mi lado, era solo un presentimiento emocional y quizás nada importante para otros, pero si para Seiya, no podía olvidar que casi había matado a Shiryu en su combate hacía semanas y,, sin embargo el Dragón ahora hacía hasta el último esfuerzo como amigo para que todos estuvieran en óptimas condiciones, por lo que el Pegaso se prometió a honrar ello, alargando una de sus manos y revolviéndole el cabello al niño llamado Kiki a modo de despedida, continuando velozmente con su camino, analizando lo que lo rodeaba y buscando alcanzar a sus demás compañeros. Atentó a cada sonido del ambiente y cada obstáculo en su camino, Seiya tuvo cuidado de donde pisaba al correr velozmente, solo escuchando el eco del cascabel en su muñeca, mas al avanzar entre la niebla distinguió una figura aguardando en el camino, de brazos cruzados, reconociéndolo al ralentizar y detener sus pasos ante este. Ya había visto al Caballero Negro de Pegaso días atrás, cuando este y sus demás camaradas habían acudido tras los pasos del Cisne Negro, mas a Seiya continuaba resultándole interiormente inquietante el gran parecido físico entre ambos—lo que solo se acentuaba al hecho de portar la misma armadura, solo que una era de Bronce y la otra Negra—, casi como si fueran gemelos, con la diferencia de que el Caballero Negro tenía el cabello de color azabache en lugar de castaño como él y sus ojos negros en lugar de almendra, sosteniéndole la mirada a modo de reconocimiento y desafío al mismo tiempo.
—Al fin apareces— celebró el Pegaso Negro, observándolo con ineludible superioridad.
—¿Lo dudabas?— preguntó Seiya con un deje de altanería, poniéndose a su nivel.
Seiya ni siquiera pudo decir que esperaba que su contraparte peleara con el honor de un Caballero, pues el Pegaso Negro no dudo en arrojarse velozmente contra él, casi haciéndolo entornar los ojos pues Seiya pensó en su hermana y en como ella siempre le reprochaba lo impetuoso que era, evadiendo la veloz serie de golpes de su oponente y contratacando con sus Meteoros de Pegaso; incluso el Pegaso Negro, con todo lo arrogante que era, debía reconocer que el Caballero de Bronce estaba a su nivel y sabia como usar su velocidad, tomándolo por sorpresa en más de una oportunidad, pero ello no le bastaría para ganar. Aprovechando la cercanía que había brindado el último ataque del Caballero de Pegaso, el Caballero Negro lo sujeto del brazo y arrojó fuertemente al otro lado del estrecho valle, haciendo que el Pegaso tuviera que aferrarse al muro de roca al costado para no caer, distracción o tropiezo que el Caballero Negro no dudó en desaprovechar, lanzando un nuevo ataque contra él y desestabilizándolo, provocando que el Pegaso cayera de espaldas ante la fuerza de sus golpes y que lo impactaron, teniendo que sujetarse del borde del barranco para no caer. No fue el traspiés del Caballero de Bronce lo que hizo sonreír al Pegaso Negro, aunque ello solo elevo su orgullo; no, saber que sus golpes habían impactado en el Pegaso le hacía saber que la victoria ya era suya, aunque el Caballero de Bronce apenas y pudiera darse cuenta de lo que ello implicaba, logrando subir del costado del barranco, recuperando el aliento y volviendo a erguirse.
—Me has decepcionado, no esperaba ganarte tan fácilmente— juzgó despectivamente el Pegaso Negro, —aunque lo único que importa es la victoria— y eso último ya lo tenía por los golpes que le había asestado a su enemigo, aunque este no tuviera idea de ello.
—Ya está bien de plática— gruñó Seiya con la paciencia colmada. —¡Dame tu fuerza, Pegaso!— volvió a atacar a su oponente con sus Meteoros de Pegaso.
No queriendo perder la oportunidad, y aunque ello implicara bajar la guardia lo suficiente como para ser herido mortalmente, el Pegaso Negro volvió a arrojar sus poderosos golpes de Meteoros Negros contra el Caballero de Bronce, esbozando una sonrisa ladina al ver como los golpes daban en su objetivo, mas siendo el mismo impactado por los ataques del Pegaso, desplomándose sobre el suelo a los pies del Caballero de Bronce, mortalmente herido, pero ello no le importo. Que Seiya fuera reprendido casi todo el tiempo como alguien muy impulsivo e impetuoso—que era como lo condenaba su hermana Marín, mucho más parecida a su templado y sereno padre Aioros, quien por cierto era el mentor ideal, siendo Seiya mucho más temerario y arrojado, como su tío Aioria—, no quería decir que el Caballero de Pegaso disfrutara lastimando a los demás, porque no era así y jamás lo sería; si, en sus años de infancia había tenido su rivalidad con Jabu y de hecho ambos la mantenían, desahogando tensiones en sus entrenamientos, pero solo porque ello caracterizaba a su amistad. De ahí que el Caballero de Pegaso dirigiera una preocupada mirada a su caído rival, el Pegaso Negro, no sabiendo si acercarse a ver en qué estado se encontraba este o no, eran enemigos, pero ¿No debería haber cordialidad incluso entre enemigos? Ese era uno de los primeros valores que Seiya aprendido como Caballero bajo las enseñanzas de su padre en su infancia y luego de su hermana, ¿Qué debería hacer? Observó inquieto al Caballero Negro, no sabiendo que decisión tomar.
—Las apariencias engañan— habló por fin el Pegaso Negro, aún vivo, pero mortalmente herido. —Crees que has ganado, pero pronto descubrirás tu error— sonrió, observando a su enemigo por el rabillo del ojo y sin lamentar haber perdido la batalla, pues la victoria definitiva en realidad si era suya, —el Meteoro Negro te ha tocado, pronto te darás cuenta que significa el Fuego de la Muerte— agregó, permitiéndose presumir de ello.
—¿Qué quieres decir? Responde— interrogó el Pegaso con extrañeza, no entendiendo a qué venían aquellas palabras, mas no obteniendo respuesta de su enemigo.
Aunque de ello hubiera dependido sobrevivir, el Pegaso Negro se negó a pronunciar una sola palabra más, bajando la mirada y entregándose a la muerte, porque lo único importante para él y sus camaradas Caballeros Negros era la victoria, y la tenía tras acertar en sus ataques, aunque el Caballero de Bronce desconocía completamente lo que le sucedería por haber recibido el Fuego de la Muerte, su más poderoso ataque; sonriendo ladinamente antes de morir, el Pegaso Negro se lamentó de no poder vivir lo suficiente para ver lo que sucedería al Caballero de Pegaso al ser víctima de su ataque, mas, al menos había conseguido obtener la victoria, y ello lo hizo morir en paz consigo mismo. Seiya estaba impresionado de muchas cosas mientras observaba el cadáver del Caballero Negro, por un lado estaba asombrado de que este fuera tan débil, pues en su fuero interno y de alguna forma había barruntado un combate más reñido; pero, también estaba sorprendió y totalmente superado por la resistencia y fortaleza que le brindaba su armadura ahora reparada, provocando que esbozara una sonrisa al pensar en su querido amigo Shiryu, teniendo mucho que agradecerle cuando este regresara y todos se reencontraran. Dirigiendo una última mirada al Caballero Negro, acercándose a su cuerpo y tomándole el pulso, asegurándose de que este había muerto, Seiya soltó un suspiro y negó con extrañeza, continuando con su camino y diciendo mentalmente que el Caballero Negro había dicho algo intrascendente; él tenía que reunirse con sus amigos.
Tenían que recuperar el báculo, eso era lo único importante.
Acelerando igualmente sus pasos, no queriendo perder tiempo, necesitando recuperar ese báculo a la par que deseando entender cómo es que las señoritas Kido había podido tener algo tan valioso—si era lo que era—en su poder, Hyoga corrió por el empinado camino, ascendiendo por el monte, cubriéndose de vez en vez la boca y nariz con el dorso de la mano ante el molesto olor a sulfuro, diciéndose que cada penalidad valdría la pena al final, que era casi el mantra bajo el que lo había entrenado su padre, el Caballero Dorado Camus de Acuario, soportando largos años entrenando en Siberia. Sin embargo, el Caballero del Cisne fue tomado por sorpresa y tuvo que retroceder sus veloces pasos cuando algo emergió de entre la niebla para atacarlo; se trataba de unas cadenas, idénticas a las que pertenecían a la armadura de Andrómeda, solo que eran de color negro, haciéndole saber que no se trataba de Shun y mentalizándolo para el conflicto al alzar la mirada hacia la niebla tan pronto como las caderas se replegaron hacia su portadora. Como días atrás, Hyoga no supo si sorprenderse o inquietarse con el asombroso parecido entre la Andrómeda Negra y Shun, físicamente eran idénticas, pero el cabello de la Amazona Negra era de un celeste oscuro, semejante al aguamarina en lugar del verde característico de Shun, y sus ojos de azul grisáceo en lugar del sereno esmeralda de la incomparable Andrómeda, además, Shun siempre tenía una expresión dulce y angelical en su rostro, era su sello, pero esta mujer le sostenía la mirada con bravuconería.
—¿Te tomé por sorpresa?— preguntó la Andrómeda Negra con falsa lamentación. —Esa es mi primera victoria, Cisne— presumió, estando ahí para acabar con él.
—Llévame a donde está el báculo, ahora— ordenó el Cisne sosteniéndole la mirada, deseando evitar toda confrontación innecesaria.
—¿Y qué harás si no te obedezco?— cuestionó la peliceleste, impaciente por vencerlo.
—Matarte— contestó Hyoga sin titubeos, aunque no quisiera llegar a tanto.
—Eso quiero verlo— desafío la Andrómeda Negra, queriendo ver derramada su sangre.
En contraste con su contraparte, la Amazona de Andrómeda, la Andrómeda Negra no tuvo problema en alzar su brazo derecho al frente; en la Armadura de Andrómeda, la cadena del brazo izquierdo era para defensa y la del brazo derecho para el ataque, pero Shun jamás recurría a esta última, no estaba en su naturaleza el agredir a otros…mas no así en el caso de la Andrómeda Negra. Alzando su brazo derecho frente a ella, la cadena que envolvía su brazo se movió directamente hacia el Caballero del Cisne, para atacarlo, pero a mitad de camino y para asombro de Hyoga, está pareció en convertirse en múltiples serpientes negras con sus amenazadoras fauces abiertas, y que se abalanzaron contra él para atacarlo; el primer e inmediato pensamiento de Hyoga fue que aquello se trataba de una ilusión, pero no podía serlo, literalmente podía percibir cada mordida de parte de aquellas criaturas en sus brazos, piernas y cuello, hasta podía sentir el doloroso del veneno en su organismo, ¿Cómo podía ser aquello una ilusión? Riendo ante lo que presenciaba, la Andrómeda Negra se deleitó ante el sufrimiento de su enemigo, no necesitando usar en lo absoluto su brazo izquierdo y la cadena de defensa, prefiriendo en todo momento la de ataque, concentrando además su cosmo en esta mientras atacaba, observando el daño que recibía el Cisne al mismo tiempo que creando la ilusión para este de que era atacado por serpientes mientras sus cadenas absorbían su sangre, una victoria doble para ella cuando lo vio caer de rodillas, mas negándose a ser derrotado.
—Son serpientes sedientas de sangre que solo pueden vivir de la sangre de sus víctimas— confirmó la Andrómeda Negra, desvaneciendo momentáneamente la ilusión. —Ríndete, estúpido— sugirió con voz firme, siendo más una orden que una opción.
—Eso jamás— protestó Hyoga de inmediato, irguiéndose lentamente y observando a su enemiga. —Aún si nosotros no vencemos, no sobrevivirás a los demás Caballeros de Bronce. Si nosotros morimos, nuestros amigos ocuparan nuestro lugar— ahora entendía la sensatez de Aioros para impedir que todos acudieran a combatir.
—Amigos, que palabras más estúpidas— desestimó la peliceleste de forma despectiva, mas retrocediendo ante un sorpresivo ataque.
—¡Cadena Nebular!— como si se tratara de un ángel, Shun apareció para interferir en la batalla, confrontando a su enemiga y creando un remolino protector con su cadena alrededor suyo y del Cisne. —Hyoga, sigue adelante, yo pelearé con ella— instruyó, volviendo la mirada hacia el Cisne por sobre su hombro y viendo la duda en sus ojos. —¡Ve!— insistió alzando la voz, no siendo momento para titubeos.
Pelear y combatir no eran algo que le placiera a Shun en absoluto, pero hasta una pacifista entregada como ella entendía que en ocasiones era necesario combatir, por lo que mantuvo la defensa rodante de la cadena de Andrómeda a su alrededor, abriendo una brecha para que Hyoga se marchara y lo cual él le dirigió únicamente una mirada antes de continuar velozmente con su camino, permitiendo a la Andrómeda concentrar su atención en su contraparte, bajando lentamente la defensa para que esta ahora solamente la protegiera a ella, desestimando el Ataque de las Cadenas Colmillo de la Andrómeda Negra, repeliéndolas con la defensa de su propia cadena y más tras haber visto el ataque contra Hyoga. Si bien a Shun no le agradaba combatir, no permitiría que nada ni nadie lastimara a sus amigos y tenían una misión que cumplir en aquel lugar, debían recuperar al báculo, por lo que aunque fuera a sentir pesar y remordimiento, regresó el ataque de su enemiga con medida fuerza, empleando la cadena cuadrada esta vez, la de ataque, cerrando los ojos y deseando cubrirse los oídos ante el grito de su rival, abriéndolos un instante después y comprobando que la Andrómeda Negra se hallaba derrotada, acercándose a comprobar su pulso para dar por terminada la pelea. No pudiendo perder más tiempo, Shun se apresuró en continuar con su camino en la dirección opuesta a la partida Hyoga, entrecerrando los ojos al ver una figura entre la espesa niebla al llegar a lo que parecía la cima del monte, a menos que tuvieran que llegar a lo alto del cráter.
—Dragón Negro— reconoció la Andrómeda, manteniéndose en guardia pese a no querer atacar, mas sabiendo que el Caballero Negro no era un enemigo menor.
—Felicidades, Andrómeda, eres una oponente admirable, con solo proponértelo podrías recuperar el báculo tu sola— elogió el Dragón Negro, genuinamente impresionado tras haber recibido un mensaje por cosmo de la Andrómeda Negra antes de morir, con el reporte de su combate, —pero, para lograrlo deberás vencerme primero— aclaró, manteniendo su sonrisa ladina y ya anticipando un buen combate que terminaría con su victoria sobre la Andrómeda, y disfrutaría matándola.
Algo que le había quedado claro a Shun desde el principio, pese a estar más bien implícito, es que de alguna forma el Dragón Negro parecía ser el líder de los Caballeros Negros, nadie lo había dicho, pero la Andrómeda lo había intuido al ver juntos a estos días atrás; todos obedecían sus órdenes, cuestionarlo parecía imposible; era una especie de siniestro símil más para con Shiryu, como si el parecido físico ya no fuera lo suficiente obvio, ya que el Dragón Negro tenía el cabello azul y los ojos ónix, mientras que Shiryu tenía el cabello negro y los ojos verde grisáceo, además de que el Caballero Negro se imponía en demasía con aquella postura arrogante, de brazos cruzados y transmitiendo mucha superioridad, más que sus camaradas. La mayor diferencia eran no solo sus valores, pues los de Shiryu causaban admiración en quien lo conociera, sino el hecho de que Shiryu jamás imponía su liderazgo, sino que de forma silente todos, como amigos y camaradas—incluyendo Ikki y Marín—se lo habían dado, siendo el único que daba órdenes o instrucciones, después de Aioros por supuesto. Aunque no le gustara pelear, Shun alzó su brazo izquierdo frente a ella, sosteniendo la cadena redonda en caso de que el Caballero Negro decidiera atacarla, prefiriendo protegerse a sí misma en lugar de usar su brazo dominante, el derecho, que tenía la cadena cuadrada para atacar; arqueando una ceja ante la decisión de la Andrómeda, a quien respetaba como Caballero en lugar de Amazona, el Dragón se preparó para atacarla con rectitud por su gran poder...
Pobre Shiryu, tenía que darle esta campanilla, pero aún no vuelve, que aburrido; rompiendo con el silencio y la monotonía de lo que lo rodeaba, Kiki balanceaba ligeramente el cascabel que Seiya le había indicado debía dar a Shiryu, mas no sabiendo qué hacer, siendo solo un niño y aún no un Caballero para intentar seguir los pasos de los Caballeros de Bronce y ayudarlos en sus combates, aunque sí que su Maestro Mu le había dado libertad de acción, en tanto tuviera el debido cuidado...¡Eso es! Voy a ver los combates, así me distraeré un poco, además, aprenderé a pelear para cuando me convierta en un verdadero Caballero, decidió, dejando de flotar y aterrizando en el suelo, guardando el cascabel dado por Seiya en uno de los bolsillos de su pantalón, observando el ambiente que lo rodeaba en busca de un camino en concreto que elegir para seguir. Justo cuando Kiki había elegido un camino y se disponía a avanzar, escuchó el eco de pasos aproximándose a su espalda, por lo que el niño se detuvo y volvió la mirada, viendo como entre la ligera niebla que se había elevado aparecía una figura alta cuya armadura distintiva lo hizo sorprenderse, pues no había creído que regresaría tan pronto. Es Shiryu, reconoció con sorpresa, apenas y pudiendo creerlo, lo que provocó que el Dragón riera nada más notar la evidente impresión del pequeño muviano, ¿Es qué lo había dado por muerto?, ¿Y por qué razón si él se había encontrado perfectamente bien al despedirse? Como siempre, Kiki parecía tener demasiada imaginación para su propio bien.
—Tranquilo, si soy yo— habló Shiryu, en caso de que su presencia no bastara, —tarde más, pero soy yo— agregó, fingiendo ufanarse de ello.
—¡Shiryu!— saliendo de su sorpresa, Kiki corrió hacia el Caballero del Dragón, abrazándolo inmensamente feliz de saberlo a salvo. —Arreglaste tu armadura— celebró, rompiendo el abrazo y contemplando el deslumbrante brillo de la armadura.
—Gracias al Maestro Mu— asintió el Dragón, valorando enormemente el trabajo del Caballero Dorado de Aries. —Nunca me he sentido mejor— agregó, aun no entendiendo cómo podía seguir necesitando recuperarse de secuelas que ni siquiera sentía.
—¿Y combatirás de todas formas?— inquirió el pequeño muviano, preocupado. —Mi maestro dijo que sería peligroso en tu condición— recordó, no queriendo que el Dragón se tomara aquello a la ligera.
—Lo sé, pero ya me ausenté bastante, tengo que hacer mi parte— puntualizó el pelinegro, dispuesto a arriesgar su vida y perderla de ser preciso.
—Shiryu— nombró el pelinaranja antes de que el Dragón pretendiera marcharse. —Seiya me pidió que entregara esto— tendió, haciéndole entrega del cascabel que el Pegaso le había dado durante su encuentro anteriormente.
Seiya, mi querido amigo, recibiendo el cascabel de Kiki, a quien revolvió distraídamente el cabello con afecto, Shiryu no tardó en anudar el cascabel a su muñeca derecha, prometiendo honrar la preocupación de Seiya y el resto de sus amigos, y compensar su demora; despidiéndose de Kiki con una sola mirada, haciéndole saber de esa forma que permaneciera al margen de los combates para no correr peligro o bien que regresar a Jamir, Shiryu finalmente dio la espalda al pequeño muviano y tomó uno de los caminos del valle, con intención de alcanzar a sus amigos o colaborar en derrotar al enemigo. La incredulidad de Kiki estaba justificada, tras llegar a Jamir y comenzar a reparar la armadura de Pegaso, el Maestro Mu se había desanudado las vendas que llevaba en las muñecas y abierto cortés gemelos para bañar con su sangre la primera armadura, que era como se reparaban las armaduras primordialmente, trabajando luego esta con las herramientas celestiales, oricalco, gamanio, y polvo estelar. Ya que la primera armadura en ser reparada había sido la de Seiya, Kiki había recibido la orden de su Maestro de ponerse en camino al Valle de la Muerte, donde Shiryu lo alcanzaría después, por ello el pequeño no había visto a su Maestro verter más sangre sobre la armadura del Dragón, sino que había temido que hubiera sido Shiryu quien hubiera tenido que derramar su sangre y poner en riesgo su vida, mas esto no había sido preciso aparentemente y ello lo dejaba más tranquilo, pues esperaba que eso le diera al Dragón la ventaja para ganar.
Porque no podía salir gravemente lastimado o moriría.
Pensando en Shun, Hyoga se reprochó su debilidad emocional y deseo de regresar, Shun no era solo una chica sino su compañera de armas, una Amazona o Caballero Femenino en toda regla, negando en silencio para sí y continuando velozmente con su camino, ascendiendo por el escarpado valle en busca de la cima, esperando que—según lo acordado—el báculo se hallase cerca de la cima. La niebla no hacía sino tornarse cada vez más espesa cuanto más subía, dificultándosele respirar en el proceso, y ni siquiera se vio tentado en volver la mirada por sobre su hombro solo para confirmar la gran altura, y el olor a sulfuro parecía haberse vuelto más penetrante, señal inequívoca de que estaba cerca de la cima; los escasos lagos que parecían haberse formado a su paso, por nieve derretida y que fluían desde la cima, parecían evaporarse ante el calor proveniente de la tierra, elevando columnas de humo como si fueran géiseres, tanto que Hyoga tuvo que reconocerse sofocado ante el calor, mucho más acostumbrado a las bajas temperaturas. Sintiéndose observado y pudiendo sentir con mayor facilidad que había alguien más presente, luego de su encuentro con la Andrómeda Negra, Hyoga detuvo sus pasos, evaluando con su mirada el ambiente que lo rodeaba y cuyo silencio—fuera del replique del cascabel que pendía de su muñeca—fue roto por el eco de pasos al mismo tiempo en que una figura se hacía visible entre la espesura de la niebla, alguien a quien el Cisne se había enfrentado hace un par de días y con quien tenía cuentas pendientes.
—Empezaba a impacientarme, Caballero del Cisne— admitió el Cisne Negro, analizando a su enemigo, —vas a tener el honor de caer ante el Cisne Negro— auguró, prometiendo obtener la victoria esta vez y sin nadie interrumpiendo su combate.
—No te molestes, tus insultos ni siquiera me ponen nervioso— desestimó Hyoga, manteniendo la calma a la perfección. —¿Por qué voy a tener miedo si ya sé cuál va a ser el resultado de nuestro combate?— nadie los interrumpiría esta vez, así que lo derrotaría como debería haber hecho hace días atrás.
—Defiéndete, ¡Tormenta del mal, yo te conjuro!— el Cisne Negro atacó al Cisne con su aire congelante, mas este no pareció inmutarse por ello siquiera.
—No te canses, deberías saber que nosotros los Caballeros de la Esperanza estamos protegidos por el calor de nuestros sentimientos y el frío te convierte a ti en presa fácil— minimizó el Cisne, no inmutándose porque el ambiente a su alrededor también se congelase. —¡Aro de Hielo!— contraatacó, decidiendo tomar la ofensiva.
No quería volver a atacar usando el Polvo de Diamantes, su rival ya había visto ese ataque y contraatacado días atrás, por lo que en su lugar Hyoga empleó el Aro de Hielo, un ataque mediante el cual se generaba un verdadero aro congelante alrededor del oponente, impidiéndole moverse y propagando el aire congelante por sobre su armadura y cuerpo; manipulando este aire congelante, que podía controlar a voluntad, Hyoga hizo que el Caballero Negro retrocediera ante cada paso, mientras él avanzaba, aprisionándolo contra el muro de roca a su espalda, que al contacto con el hielo creo una especie de grilletes en sus muñecas, piernas y continuó extendiéndose hasta casi cubrirle el pecho y cuello. Además de ser un Caballero de Bronce, Hyoga era también uno de los Caballeros de los Hielos, una "elite" dentro de la orden de 88 Caballeros al servicio de Athena—divididos en Bronce, Plata y Oro—y que eran conocidos por su manejo del aire frío; Cisne en el caso de Bronce, Coma Berenices y Delfín en el caso de Plata, y Acuario en el caso de Oro, además también exilia la elite de Guerreros Azules, Caballeros Custodios que desde la era del mito protegían el Templo del Ártico para asegurar que Poseidón no intentase volver a tomar el control del mundo como en la lejana Primera Guerra Santa. Sorprendido sería un eufemismo para el Cisne Negro, debía reconocer que su rival era poderoso en extremo, pero ni aún en esas condiciones suplicaría por su vida si era lo que el Cisne tanto deseaba, de hecho, mostrar otras de sus técnicas probaría ser su mayor error.
—Te lo advertí— se jactó Hyoga, observando a su rival, —solo yo puedo liberarte, pero para que lo haga, debes llevarme hacia el báculo— condicionó, no queriendo que su aire congelante cubriera por completo a su enemigo y acabará por ende con su vida.
—Nunca, ese valioso objeto no merece estar en manos de un Caballero de Bronce como tú— protestó el Cisne Negro, viendo al rubio como un niño pues no entendía el valor de un objeto tan importante, —antes prefiero tener la más horrible de las muertes, no me importa— decidió, negándose a ser desleal a sus creencias.
—Muy bien, si eso es lo que quieres estás en tu derecho, pero debes prepararte para lo que te espera. Pronto la sangre en tus venas dejara de circular y quedaras congelado hasta la medula— advirtió el Cisne como última oportunidad, mas decidió darle el golpe de gracia al Cisne Negro al ver que este se negaba a ceder. —¡Rayo de Aurora!— alzó los brazos por encima de la cabeza y atacó al Cisne Negro, cerrando los ojos y negándose a ver los efectos de su ataque, aumentando el efecto congelante. —Considérate afortunado, renuncio a mi ventaja para darte una oportunidad, si te unes a los servidores del bien, serás perdonado— prometió al volver a abrir los ojos tras el ataque, acercando sus pasos hasta su enemigo, dispuesto a salvarlo de morir si este se daba por vencido.
—Eres muy generoso, aunque has cometido un gran error— presumió el Cisne Negro con una seca sonrisa ladina, victorioso antes de morir y comprobando la miserable compasión de su enemigo. —Tu Rayo de Aurora será ineficaz, mis sentidos han conseguido registrar tus técnicas y como mi brazo está libre, les comunicare eso a los demás— advirtió, no habiendo nada que ese Caballero de Bronce pudiera hacer contra él.
Escuchando aquello, Hyoga no pudo hacer otra cosa que parpadear con extrañeza, no consiguiendo adelantarse a las acciones del Cisne Negro para detenerlo cuando este alzó el brazo derecho, que se encontraba libre del ataque congelante del Cisne, arrancándose el emblema del cisne que decoraba su diadema, el cual desapreció repentinamente de sus manos y unos segundos después el cuerpo del Cisne Negro también desapareció, cuando el aire congélate selló su cuerpo por completo y acabó de esa forma con su vida, como Hyoga había amenazado. Se ha arrancado el emblema del cisne…en condiciones normales, Hyoga habría creído que había perdido la batalla, pero cuando su enemigo desapareció, vio la armadura del Cisne Negro ensamblarse frente a él en el suelo, si la armadura había sobrevivido y se ensamblaba así, era porque su portador verdaderamente había muerto, y ello no trajo particular satisfacción al Cisne, de hecho, todo se sentía confuso a la par que demasiado complejo de entender para él. Recibiendo esa silente indicación de que debía continuar, Hyoga se vio tentado a regresar apenas dio un paso al frente, volvió la mirada por sobre su hombro y se preocupó por sus otros amigos, por Shun que había quedado a enfrentar enfrentado el peligro por él, ¿No debería volver y ayudarla en su combate? Así continuarían juntos…Hyoga se reprendió por pensar así, continuando con su camino en su lugar; no debería preocuparse de esa forma, Shun era un año menor que él y muy dulce, pero era una guerrera, y él necesitaba dejarla pelear sus propias batallas...
Ninguno de sus compañeros de armas y amigos—podía considerarlos así, pese a los largos años transcurridos, teniendo todos mucho en común y peleando por la misma causa, además de por sus interacciones personales—había mencionado nada hasta ahora, pero durante su pasado enfrentamiento contra los Caballeros Negros al final del Torneo Galáctico, no se habían enfrentado a sus aparentes contrapartes como si parecía ser ahora, desde la visita que los Caballeros Negros les habían hecho hace un par de días para dejar un mensaje sobre donde deberían dirigirse si querían recuperar el báculo. No, al perseguir a los Caballeros Negros al final del Torneo Galáctico, los Caballeros de Bronce habían perseguido a las contrapartes de sus demás compañeros; Unicornio, León Menor, Hidra y Lobo, entre otros desconocidos, el único otro que había aparecido había sido el Fénix Negro, quien se había llevado el báculo de Saori, que también había dejado el mensaje en la mansión Kido y a quien Ikki tenía fuertes deseos de enfrentar, no olvidando en absoluto la forma en que ese mequetrefe había herido a su hermana, haciéndose pasar por él. Fue por ello que, al llegar al final del camino que llevaba transitando desde hace varios minutos, y encontrando al Fénix Negro aguardando por él, Ikki no tuvo intención alguna de dialogar o parlamentar, preparándose para atacar a su rival y agradeciendo que este respondiera igual, pues tenía cuentas pendientes que arreglar con él; nadie, ¡Nadie! Lastimaba a su hermana y vivía para contarlo, él se lo enseñaría por las malas.
—Esto es por mi hermana, ¡Ave Fénix!— pronunció Ikki, no teniendo miramiento alguno por atacar de la forma más implacable.
Sus demás compañeros podían tener sensibilidad e incluso empatía, buscando dialogar primero con los enemigos que encontraran en su camino con el fin de evitar una confrontación, o así es como Ikki veía las cosas…pero él no, él llevaba una tormenta de fuego en su interior, surgida desde sus años de infancia por la necesidad de sobrevivir y proteger a su hermana menor, avivada por el implacable entrenamiento de su fallecido Maestro Guilty, a quien había tenido que matar para salvar a Esmeralda, su esposa, por lo que no titubeó en atacar al Fénix Negro, evadiendo todos los ataques de este al principio y dándole el golpe de gracia. ¿Qué pasa? Me estoy sofocando…no entiendo; paralelamente estaba Seiya, arrodillado sobre el suelo del camino por el que había intentado transitar, procediendo a quitarse piezas de su armadura antes de desplomarse sobre el suelo, pudiendo ver las manchas o moretones que marcaban su piel, era el Fuego de la Muerte del Caballero Negro, sentía como todo su cuerpo temblaba como si tuviera fiebre y un ardor incontenible se había adueñado de él, ni siquiera podía moverse, solo desear que el malestar terminar y no entendía que es lo que le estaba pasando, jadeando pesadamente, buscando recuperar aire, mas sintiendo como este le quemaba la garganta al entrar a su organismo. ¿Una campanilla? Tras obtener la victoria contra su oponente, Ikki continuó con su camino, avanzando entre la niebla y sorprendiéndose al escuchar el replique de un cascabel cerca, suponiendo que se trataba de Shun, por lo que corrió más rápido:
—¡Seiya!— reconoció el Fénix, apresurándose en llegar junto a su amigo. —Te ayudare, amigo— prometió arrodillándose junto a este y procediendo a examinarlo.
Siento su cosmo, pero es débil, eso no tranquilizó a Ikki, que terminó de quitarle la armadura a su compañero y amigo, examinando los extraños moretones que marcaban su piel y que de alguna forma siniestra parecían extenderse, dándole un tono más moreno a su piel, y no sano en absoluto, pues a cada momento parecía como si el Pegaso adquiriese una palidez casi mortal y que le aceleraba el corazón de angustia; Seiya, no te rindas, no te rindas hasta entregar tu vida y todo tu cosmo por la justicia, ese es tu destino, recordó hablándole por cosmo, esperando que lo escuchara. No puedo rendirme, no puedo morir, se repitió Seiya, escuchando la voz de Ikki y sabiéndolo a su lado, deseando tener fuerzas suficientes para pelear contra lo que sea que lo estaba abrumando, mas no sintiéndose capaz, tan solo tenía fuerzas para hacer que la llama de su vida continuara existiendo en medio de tan agreste obstáculo, confiando en Ikki para ayudarlo a salir de aquel embrollo. Siguiendo el mismo camino tras haber terminado su batalla contra el Cisne Negro, teniendo la mente repleta de preguntas y al mismo tiempo interiormente preocupado por Shun, esperando que ella ya hubiera terminado con su batalla para entonces, Hyoga continuó transitando el valle en busca de un camino con el que llegar a donde sea que se encontrase el báculo, esperando no tener que enfrentar a más enemigos…pero, entre la espesa niebla que tránsito, vio a dos figuras hacia las que avanzó, escuchando el repique de cascabeles, acelerando su andar y reconociendo de quienes se trataba.
—¡Ikki!— el Cisne llegó corriendo junto al Fénix, que parecía estar terminando de evaluar la condición del Pegaso. —Es como si estuviera contaminado, el ataque lo golpeó en puntos específicos y se está extendiendo por todo el cuerpo— señaló en voz alta, preocupado e intercambiando una mirada con el peliazul. —En su estado ya está más en el otro mundo que en este— casi parecía como si no pudieran hacer nada.
—Aun respira, aunque con debilidad— negó el Fénix, negándose a dejar que su amigo cayera en las garras de la muerte. —Solo queda una solución— declaró para extrañeza del rubio, alzando una mano y clavándola en el centro de uno de los moretones. —Los Caballeros tenemos puntos cósmicos representados por las estrellas de las constelaciones que nos protegen. Tiene ese color por la sangre enferma, hay que sacarla — explicó ante el desconcierto del ruso, extrayendo la mano del punto que había golpeado y abriendo una herida, de la que emergió sangre negra.
—¿Se pondrá bien?— preguntó Hyoga mientras veía actuar al Fénix, no habiendo visto algo así anteriormente y temiendo seriamente por la vida de Seiya.
—No podemos hacer más— contestó Ikki, no perdiendo la concentración en lo que estaba haciendo, —su recuperación depende de él— así era en el caso de cada persona.
De su padre Milo, Caballero Dorado de Escorpio—a quien recordaba más que Shun, ya que ella había sido muy pequeña cuando había dejado de verlo—, Ikki había aprendió la importancia e implicación de las estrellas que integraban una constelación y que protegía a los Caballeros; era un hecho de que todos los humanos nacían bajo la protección de estrellas, pero además de ello, los Caballeros podían acceder al poder de las constelaciones que integraban dichas estrellas, por ello Ikki procedió a abrir puntos de drenaje en los lugares en que se encontraban los moretones que Seiya había recibido durante su pelea, exactamente siguiendo el orden de las estrellas de Pegaso. Delfín, Pegaso, Caballo Menor, Pez Dorado, León Menor, Osa Mayor, Osa Menor; su padre le había enseñado griego—su idioma natal—y las estrellas presentándole lo que llamaban constelaciones infantiles, de ahí que no le resultara complicado conocer el orden de las estrellas del Caballero de Pegaso, contando cada una hasta abrir el último punto de drenaje, evaluando el color de la sangre, negra como la tinta, aguardando a que esta abandonara el cuerpo de su amigo antes de proceder a cerrar las heridas. No manejando el mismo conocimiento que Ikki, pero estando igualmente preocupado por Seiya, a quien había tomado afecto al igual que por Ikki, Shiryu, Shun y todos los demás Caballeros, Hyoga observó atentamente como la sangre de su amigo volvía a la normalidad, ayudando a Ikki a cerrar las heridas del Pegaso y monitoreando su condición al mismo tiempo.
Estaban en eso juntos y debían ayudarse.
PD: Saludos queridos y queridas, prometí que actualizaría esta semana y lo cumplo, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 Las próximas actualizaciones serán "Más Que Nada En El Mundo", luego "El Rey de Konoha", y por último iniciare el fic "Cuento de Hadas" la primera semana de Julio :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (por apoyarme y ser mi editora personal, no sé que seria de mi sin ella y por lo que le dedico esta historia como todas aquellas desde que somos amigas), a princesse Sarah 94 (agradeciendo que brindara su aprobación a esta historia y dedicándole esta historia por lo mismo), a Yashahime-uchiha32 (apreciando enormemente su aprobación, dedicándole esta historia y esperando poder estar a la altura), a Yi-Jie-san (dedicándole esta historia por su apreciación de mi trabajo) a mi querida amiga DULCECITO311 (agradeciendo sus maravillosos comentarios sobre mi trabajo, dedicándole esta historia y deseándole siempre lo mejor) así como a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos, bendiciones y hasta la próxima.
Personajes:
-Saori Kido/Athena (18 años) -Hilda de Polaris/Selene (28 años) -Shiryu de Dragón (18 años)
-Ikki de Fénix (20 años) -Shun de Andrómeda (17 años) -Hyoga de Cisne (18 años) -Seiya de Pegaso (18 años)
-Marín de Águila/Seika (21 años) -Aioros de Sagitario (40 años) -Mu de Aries (26 años) -Kiki (9 años) -Esmeralda (19 años)
Implicaciones Mitológicas & Adaptación: Adaptó lo mejor posible lo visto entre los Capítulos 11 y 12 de los Caballeros del Zodiaco, partiendo con Shiryu presentándose en Jamir para reparar las armaduras de Pegaso y Dragón, reemplazó el enfrentamiento de los Caballeros de Bronce contra los Caballeros Negros del Monte Fuji al Monte Ontake, mucho más dinámico y agitado geológicamente, pero fuera de ello todos los combates se adaptan según lo visto en el anime y manga. Seiya se enfrenta al Pegaso Negro, Hyoga primero se encuentra con Andrómeda Negra, siendo reemplazado en dicho combate por Shun, quien posteriormente llega a la cima a enfrentar al Dragón Negro, Ikki se enfrenta al Fénix Negro, Hyoga al Cisne Negro, y por último ambos ayudan a Seiya. Durante toda la trama menciono muchísimas cosas importantes, que la trama de Saint Seiya no ha abordado como corresponde a lo largo de los años; aludo la Primera Guerra Santa, como surgió el Santuario y los Caballeros, el continente Mu que creo las armaduras y de quienes descienden Kiki y Mu, su implicancia como Caballero Dorado de Aries, también aludo a los Blue Warriors o Guerreros Azules, abarcados brevemente en Saint Seiya y Lost Canvas, su labor y también la elite de Caballeros de los Hielos dentro de los 88 Caballeros de Athena.
También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer) :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva serie de historias; la primera y—por muy infantil que suene—basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, así como inspirados en Diana Spencer & Carlos III, titulado "Cuento de Hadas", además de un fic inspirado en un What If de la Dinastía Romanov que aún no tiene títulos :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3
