-Este fic es una adaptación de la obra original de Masami Kurumada, pero basándome en una historia alternativa que yo cree desde mi infancia—y que por ende he ido puliendo con el paso de los años—, por lo que no sigue al pie de la letra el canon o lineamientos originales, mas si la esencia de Saint Seiya, destinando protagonismo a otros personajes para darle un sentido diferente a la historia. Les sugiero oír "Already Over" de Red para Shiryu, "Live Like Leyends" de Ruelle para Saori, "Mad Woman" de Taylor Swift para Hilda, "Six Feet Deep" de The Warning para la victoria de las chicas en Paintball, y "Pegasus Seiya" de The Struts para el contexto del capitulo.
—¿Puedo unirme a la fiesta?— preguntó una voz, interrumpiendo la pelea.
Shun cayó de rodillas al suelo, temporalmente afectada por el ataque del Dragón Negro, apoyando sus manos en el suelo para erguirse lentamente o eso intentó, tratando de orientarse, agradeciendo mentalmente que su enemigo le diera esa ventaja, aunque diciéndose mentalmente que el Dragón Negro solo estaba haciendo aquello para volver a tacarla, pero ¿Cómo podía saberlo? Aquella voz tan conocida acudió para interrumpir la pelea y una sombra se situó frente a la Andrómeda, que alzó la mirada de inmediato; se trataba de Shiryu, su larga melena de cabello azabache azulado era inconfundible, así como el brillo entre jade y esmeralda de su armadura del Dragón y Shun nunca había estado más feliz de verlo, mas no teniendo ocasión de dar las gracias a este, que alargó una de sus manos aún sin voltear a verla, y ella la entrelazó con la suya para poder ponerse de pie lentamente. En el arte de la guerra y en el combate entre Caballeros, debía primar la justicia, la equidad y respeto, incluso si eran enemigos y no era un combate amistoso, lo que no había ocurrido en ese combate y encima de todo Shun era una mujer joven, amable, bondadosa e inocente, no merecía que nadie la lastimase y ya que Ikki no estaba cerca, era el deber de cualquiera de ellos protegerla como si fueran sus hermanos, porque se habían criado juntos y se veían como amigos; él ya había tardado suficiente en presentarse a aquella batalla, ahora era natural que reclamase el combate como suyo e impidiera al Dragón Negro seguir lastimando a su compañera de armas.
—Shiryu…— susurró Shun, no sabiendo qué hacer en tanto ambos dragones se observaban el uno al otro, analizándose.
—Yo me encargare de él, tu busca a Seiya— delegó el Dragón, volviendo la mirada hacia ella por sobre su hombro. —Sientes su cosmo, ¿no? Hyoga e Ikki están con él, ¡Ve!— insistió, ante lo que la Andrómeda asintió y se apresuró en marcharse.
—¡No lo permitiré!— protestó el Dragón Negro, arrojándose contra el Caballero de Bronce, que bloqueó su avance y se impuso con su escudo. —Son unos tontos— desdeño tras la partida de la Andrómeda. —¿Por qué se empeñan en salvar a alguien que no tiene la más mínima posibilidad?— el Pegaso no sobreviviría.
—Vamos a hacer todo lo posible por salvar a nuestro amigo, aunque no creo que comprendas eso, Dragón Negro— contestó Shiryu sin dudarlo, debiéndoles mucho a sus amigos y correspondiendo a su vínculo con su vida.
—La amistad…yo no creo en esas cosas— desestimó el Caballero Negro, sin intentar entenderlo siquiera. —Perderás la vida por causa de la amistad— condenó con una anticipada sonrisa ladina de victoria.
Acostumbrado a enfrentar a quien hiciera falta para proteger a sus amigos, o así había sido hasta entonces, Shiryu no tuvo reparos en arrojarse contra el Dragón Negro en respuesta al ataque de este, bloqueando cada golpe que el Caballero Negro le lanzase con su escudo, evitando recibir cualquier golpe directo como le había instruido a hacer el Maestro Mu, usando toda la agilidad con que contaba, diciéndose que él era más que solo sus golpes y ataques, que eso no era lo único necesario para ganar un combate y vencer. Sin embargo, y por muy agudos que fueran los reflejos de Shiryu, el primer golpe no tardó en llegar, enviándolo a varios metros de distancia, y aunque el Dragón sintió un hormigueo en el cuerpo, se dejó a dejar que ello se adueñase de él, esforzándose por ponerse de pie y mantener su defensa, e incluso más de ser posible; ya basta de defenderme, debo tomar la iniciativa, no podía ser solo una víctima de los ataques, debía responder y lo intentó. Cumpliendo con sus palabras, Shiryu intentó atacar esta vez, mas para frustración suya, el hormigueo persistía en sus músculos, sentía como sus movimientos eran más lentos y pesados, ¿Era solo imaginación suya o hasta la armadura que vestía era más y más pesada? En esas circunstancias no fue para nada extraño que el Dragón Negro volviera a atacarlo de forma certera, quizás estaba jugando o quizás quería tomarse su tiempo, pero Shiryu sabía que el Dragón Negro ya habría acabado con él si lo quisiera, ¿Es que se estaba tomando su tiempo?, ¿Era un juego para él?
—Ahora entiendo porque no me atacas— sonrió el Dragón Negro observándolo atentamente. —Escúchame bien, solo necesito de un dedo para vencerte— declaró con soberbia, alzando su dedo índice.
—Cometes un error al subestimarme— gruñó Shiryu, negándose a perder. —Las derrotas de tus compañeros te hacen desvariar— intentó convencerse a sí mismo de ello.
—Es más, no me afectan para nada, me olvido inmediatamente de los imbéciles que se dejan matar— desestimó el Caballero Negro, sin inmutarse. —Estoy impresionado, no por ti, claro, sino por tu armadura que ni siquiera se ha rasgado, debió ser reparada recientemente— notó, pudiendo apreciar el brillo reluciente de la misma. —¿Para qué combates estando tan débil?— inquirió, habiéndose dado cuenta de su condición.
—Lo hago por la amistad— contestó el Dragón de inmediato, aferrándose a ese ideal.
—Sabiendo que estás perdido, ¿Todavía te empeñas en hablarme de esa historia de la amistad?, ¿Es eso lo que te anima?— cuestionó él, sin conseguir entenderlo. —Me enferma tu sentimentalismo, ¿Por qué te sacrificas?— los Caballeros debían estar más allá de ello, sin importar cual fuera su rango.
—Nosotros los Caballeros del Zodiaco no tenemos motivos para sacrificarnos salvo si entregamos la vida por un amigo— declaró Shiryu sin vergüenza alguna. —Muchos de nosotros perdimos a nuestras madres o a nuestros padres, la amistad es nuestro único tesoro en este mundo, no sé porque luchen otros, pero yo prefiero luchar por lo que creo— aunque perdiera la vida en ello. —¡El Dragón Naciente!— atacó a su enemigo al tener la oportunidad servida en bandeja.
Desgraciadamente, el temblor que se había adueñado de su cuerpo no ceso, sino que continuo y quizás eso hizo que su ataque fuera débil en comparación a cualquier situación normal y por ende fue fácil para el Dragón Negro evadirlo, y las fuerzas parecieron faltarle a Shiryu para realizar un nuevo ataque; no, todo debía ser un truco del Dragón Negro, no podía dejarse vencer de aquella forma tan simple, como si fuera un niño pequeño, debía ser solo un juego, una broma estúpida, ¿Cierto? Con aquella motivación, Shiryu pretendió volver a atacar de todas formas, diciéndose que de otro modo estaría perdido o muerto, mas, tal y como el Dragón Negro había dicho anteriormente, este ni siquiera preciso de sus puños para responder a los ataques de Shiryu, tan solo de su dedo índice, evitando cualquiera de los ataques de Shiryu hasta ese momento y finalmente golpeándolo en el centro del pecho con su dedo, a través de su armadura, provocando un dolor que solo el Dragón podía entender y que lo hizo retroceder, llevándose por impulso una mano al centro del pecho, escuchando su corazón retumbar en sus oídos, latiendo más rápida y vertiginosamente. Estoy muy débil, no puedo defenderme así, hasta su visión parecía tornarse nublada, le costaba muchísimo distinguir lo que tenía delante y estaba mareado, sentía el sudor comenzar a cubrir su piel. Perdón, padre, se disculpó Shiryu mentalmente, luchando por permanecer de pie, he cumplido lo que me enseñaste aun desafiando tus enseñanzas, gracias por todo, en ese aspecto podía morir tranquilo.
Mas, ¿Todo habría de terminar así?
Horas Atrás/Jamir, Himalaya
La tradición entre Caballeros impartía que un guerrero debía abrirse las venas y derramar su sangre para reparar su armadura, la cual era en realidad un elemento vivo aunque no lo pareciera, pero Shiryu fue liberado de aquella carga según manifestó el Maestro Mu, y lo que hizo el Dragón por las próximas horas fue aguardar al interior de la Torre de Jamir, sintiendo el cosmo de Kiki desvanecerse mediante la teletransportación, señal inequívoca de que la armadura de Seiya estaba reparada, permitiéndole respirar aliviado. Shiryu entendía el concepto del sacrificio mejor que muchos jóvenes Caballeros de su generación, y no tenía reparos en aceptar que en tanto la armadura de Seiya estuviera reparada, él ya había cumplido con su deber, no aspiraba a librar todas las batallas que enfrentará, comprendía que era más importante que su causa sobreviviera antes que ser el héroe, aunque quizás sus demás compañeros y amigos no pensaran lo mismo, mas era perfectamente entendible después de todo. Mientras Shiryu pensaba aquello, paseándose en círculos en el pasillo exterior al taller del Maestro Mu, las pesadas puertas de madera se abrieron por obra de la telequinesis del Caballero Dorado de Aries y la armadura del Dragón emergió reluciente como un espejo, completamente reparada y flotando sobre el aire en perfecto equilibrio antes de descender y aterrizar frente a él, y varios pasos tras la armadura emergió el Maestro Mu, con las manos sobriamente cruzadas tras su espalda, más que satisfecho con su trabajo a la par que atento al Caballero de Bronce.
—Tu armadura está reparada y he usado más material para que sea más resistente que antes— informó Mu, observando la fascinación en el rostro del Caballero del Dragón.
—Muchas gracias, Maestro Mu— sonrió Shiryu profundamente agradecido. —Con su permiso, continuaré con mi camino, no puedo retrasarme más— informó, manteniéndose estoico y no queriendo perder el tiempo.
—Espera un momento, Shiryu— frenó el lemuriano antes de que el Dragón pensara en voltear e irse. —Has sobrevivido a algo que no superaría un hombre promedio, y tu cuerpo aún no se ha recuperado de semejante experiencia. Te llevará un mes recuperarte de un combate así, por lo que debes evitar volver a arriesgar tu vida como lo hiciste antes— informó, desconcertando y sorprendiendo enormemente al joven Caballero. —Pelea, si es preciso, pero no pongas en riesgo tu vida otra vez, o entonces sí que morirás— como amigo de su padre, el Caballero de Libra, debía advertirle del peligro que corría.
Podían ser Caballeros, tener el poder del universo y sus estrellas recorriendo sus cuerpos y tener armaduras designada por los dioses o la diosa a la que servían, pero no dejaban de ser hombres humanos como cualquiera y podían sucumbir a las mismas debilidades; que Shiryu se hubiera recuperado prontamente de su combate con Seiya no quería decir realmente que todo hubiera pasado, normalmente entre combates de guerreros de semejante calibre y que involucraran arriesgar la vida, se guardaba un tiempo prudencial de reposo precisamente para evitar secuelas graves, lo que Shiryu no había hecho hasta ahora y era deber de Mu, como su superior, un Caballero Dorado, ponerlo sobre aviso. La amenaza de morir, no era la primera vez que Shiryu la escuchara, dos de sus técnicas como Caballero del Dragón lo dejaban muy vulnerable, y una de ellas era tan letal que su padre le había prohibido usarla, pero ser aterradoramente consciente de su humanidad lo hizo sentir humilde, le hizo saber lo fácil que era que su vida terminara, por lo que el Caballero del Dragón asintió en silencio, agradeciendo al Maestro Mu su ayuda y trabajo por reparar tan desinteresadamente las armaduras, despidiéndose de este y vistiendo su armadura un instante antes de que el Caballero Dorado usará su teletransportación para enviarlo a donde se encontraban sus compañeros, en el Valle de la Muerte. Era temeraria de su parte, pero Shiryu se dijo que, si su muerte ayudaba a ganar el enfrentamiento y evitaba un sufrimiento a sus amigos, él no dudaría en morir para abrirles el camino…
Presente
Shiryu se desplomó de rodillas, jadeando pesadamente, diciéndose que debería haber sido más listo, que debería haber armado una estrategia mejor, así ahora quizás no estaría al borde de la muerte como se sentía, con la visión nublada y apenas distinguiendo lo que pasaba delante de él, mas si distinguía que el Dragón negro se acercaba a él paso a paso, y Shiryu era una víctima fácil incapaz de moverse salvo para respirar. Era una víctima fácil de eliminar, el Dragón Negro se había enfrentado a toda clase de enemigos hasta ese momento de su vida, pero aunque no lo demostró, se hallaba conmovido, confundido, jamás había visto valores tan sólidos en ninguno de los guerreros que había conocido y se había enorgullecido de matar a muchos sin arrepentimiento, pero este guerrero…Shiryu de Dragón, era diferente de todos ellos, abiertamente dispuesto a perder su vida por su amor para con sus amigos, tanto como hacer que la duda se instalara en el corazón del Dragón Negro, de ahí que no usara todas sus fuerzas para derrotarlo en cualquier momento, pese a tener la oportunidad. En lugar de ello, el Dragón Negro se detuvo frente a Shiryu, viéndolo de rodillas, pálido, sudando y tan al borde de la muerte como para no poder moverse, arrodillándose para estar a su misma altura y una vez hecho esto situó la palma de su mano derecha en el centro de su pecho, exactamente a la altura de su corazón como antes había golpeado el mismo lugar con su dedo índice, solo que no para atacarlo, sino para curarlo y para transmitirle su poder y energías.
—No solo tengo poder para destruir sino también para salvar vidas— informó el Dragón Negro, advirtiendo la sorpresa en el semblante del Dragón, que recupero salud y color en segundos. —Te he transmitido mi vitalidad y todas mis energías, así podrás continuar peleando sin pensar en morir en el intento— tras decir esto, todo el dolor y sufrimiento de Shiryu pasó a él, poniendo en el umbral de la muerte a pasos agigantados.
—¿Por qué lo hiciste?— preguntó Shiryu abrumado, recuperando las fuerzas rápidamente y auxiliando al Dragón Negro. —¿Por qué me salvaste, Dragón Negro?— cuestionó sus brazos a su alrededor para evitar que se desplomase.
—Te parecerá una tontería, pero de pronto tuve ganas de creer en eso a lo que llamas amistad— confesó el Caballero Negro, contagiado por su idealismo. —Aunque ya no pueda disfrutarla— era ahora solo un sueño en su mente.
—No, aún no es tarde, no te vayas, por favor— rogó el Caballero de Bronce, dejando de verlo como un enemigo tras realizar tan noble sacrificio.
—Me hiciste entender la verdad, ojalá podamos volver a vernos un día— se despidió el Dragón Negro, esperando que sus caminos volvieran a encontrarse.
Distraídamente y aunque Shiryu apenas lo advirtiera, el Dragón Negro alargó su mano con las fuerzas que le restaban, situándola contra su mano derecha y entregándole aquello por lo que los Caballeros del Zodiaco tanto habían luchado, pudiendo cerrar los ojos tranquilamente, al menos habiendo tomado el camino correcto al final y consolándose mentalmente con aquella idea, ¿Sacrificarse por un amigo? Que idealista sonaba, pero era algo maravilloso y el Dragón Negro cerró los ojos con plenitud ante aquel destino, entregándose a la muerte en brazos de su rival. Perdió la vida, pero gano un amigo que no lo olvidara jamás, Shiryu se lamentó profundamente por la muerte del Dragón Negro, cerrándole lentamente los ojos parpados con pesar y acomodando el cuerpo de este sobre el suelo para que se hallase recostado, y dirigiéndole una última mirada, agradeciendo de todo corazón lo que este había hecho por él y continuando con su camino de esa forma, recordando la dirección en que Shun había partido y siguiendo sus pasos, pudiendo distinguir—ahora que se sentía recuperado de verdad, con sus sentidos más alerta que nunca—los cosmos de sus amigas. El Dragón se encontró acelerando sus pasos por instinto, se sentía tan recuperado como para dejar que su cuerpo actuase por impulso y más al llegar a la cima de aquel punto, viendo a su grupo de amigos reunidos, los cuales no tardaron en volverse en su dirección, todos aparentemente ilesos, lo que lo hizo sonreír mientras ralentizaba sus pasos al estar tan cerca de ellos.
—¡Shiryu!— el Pegaso grito de emoción, apresurándose en abrazar a su amigo.
—Seiya...¿Estás bien?— preguntó el Dragón, rompiendo el abrazo y observando atentamente al Pegaso, viendo asentir a sus demás amigos.
—Estoy como nuevo— aseguró el pelicastaño, abriendo los brazos como prueba. —En teoría— agregó, recibiendo un amistoso golpe en la nuca, cortesía de Ikki.
—Otra vez juntos, al fin— sonrió Shun, pasando su mirada por su grupo de amigos.
—¿Dónde está el báculo?— consultó Ikki, esperando que abandonaran pronto ese lugar.
—Aquí— reveló Shiryu igualmente sorprendido de lo que había en su mano derecha.
Shiryu inicialmente no se había dado cuenta, estaba tan absorto en salir del umbral de la muerte, en sentir como su cuerpo se recuperaba de cualquier daño anterior por completo—incluidas las repercusiones de su combare con Seiya—gracias al sacrificio del Dragón Negro, que simplemente no había advertido que, además de poner su mano en el centro de su pecho para curarlo, el Dragón Negro le había hecho entrega del báculo de Saori. Era natural que él no se diera cuenta, el báculo en sí mismo no era lo que debería ser, no tenía forma de báculo y el Dragón Negro se lo había entregado en la palma de la mano; en realidad era una especie de figura sema humana, como un ángel del tamaño de su mano y color entre dorado y plateado a la par que con la textura de una estatua; Shiryu no sabía que debería representar el báculo de Saori exactamente, nunca se había detenido a mirarlo más allá de la cuenta pese a haber participado como todos en el Torneo Galáctico, pero sería tonto de su parte haber estudiado tanto y no conocer la imagen de la diosa Nike, la diosa de la victoria y como prueba en la mano derecha de la estatua se alzaba una diminuta corona de laurel. No tenía sentido, todo ya era suficientemente confuso, pero…¿La imagen de la diosa de la victoria?, ¿Ahí?, ¿Qué estaba haciendo allí en concreto? La duda mezclada con la serenidad, apreciando el gesto del Dragón Negro, se adueñó del rostro de Shiryu en contraste con la confusión en el rostro de Hyoga, que también había visto la imagen de la diosa de la victoria.
—¿Eso es el báculo de Saori?— cuestionó Seiya con confusión y desconfianza. —Sé que me golpearon mucho, y principalmente en la cabeza, pero no creo que me falle tanto la vista como para no reconocer un báculo, y eso de ahí no lo es— obvio, manifestando lo que los demás no se atrevían a decir.
—El báculo es una representación de Nike, la diosa de la victoria— comprendió Shun, distinguiendo la figura de la inconfundible diosa.
—¿Nike?— repitió el Pegaso, tratando de rememorar las lecciones de su hermana.
—Desde la época del mito, Nike solo elige pelear del lado de quienes tengan intenciones puras y luchen por la justicia— explicó el Dragón observando atentamente la estatua y sosteniéndola con ambas manos, —si es forzada a pelear no brindara triunfo a nadie, pero si elige a alguien por quien pelear, esa persona siempre lograra la victoria— la diosa tenía voluntad propia y en los mitos era una leal servidora de Athena.
—Si se desplegó así, significa que está con nosotros— afirmó Hyoga, debiendo reconocer eso para sentir sosiego al menos.
Era impensable, como una maravilla salida de algún mito o historia de los que ellos habían crecido escuchando, ¿Es que estaban en un sueño o algo parecido? Si, se suponía que, más allá de sus armaduras y los entrenamientos que habían recibido, y la mitología de lo que eran, los dioses no tenían incidencia en la vida de los Caballeros, aunque estos hicieran el juramento de pelear por ellos, al menos los antiguos dioses ya no tenían incidencia en el mundo actual o eso es lo que todos ellos habían crecido aprendiendo, ¿Cómo era posible que la diosa Nike existiera?, ¿No era un mero artificio? Como prueba, en ese preciso la estatua de la diosa Nike en manos de Shiryu brilló como el oro y sufrió una transformación, primero adoptó la forma del báculo de Saori, compuesto de dos alas de oro extendidas para formar un orbe y con una larga empuñadura oscura de casi la altura de una persona, como dando la confirmación de que era el báculo, y un instante después de convirtió en un collar, el mismo que Saori había llevado siempre, con un dije en forma de concha marina; era la prueba. La revelación en sí era tan potente, y todos los acontecimientos que habían sucedido seguían tan frescos en la mente de todos, que el grupo no pudo evitar obnubilarse pensando en lo que vendría y entre ellos solo Ikki pudo asirse lo suficiente a la realidad para volver la mirada por sobre su hombro y analizar lo que lo rodeaba, distinguiendo unos cosmos aproximarse, abriendo los ojos con sorpresa en medio de su análisis, pues estos no eran de bronce sino superiores.
—¿Qué sucede?— consultó Shiryu tras guardar la pulsera, advirtiendo la mirada del Fénix.
—Unos Cosmos se aproximan— informó Ikki, sintiendo un escalofrío en la nuca. —Hay que huir— determinó, siendo peligro quedarse y enfrentar a esos enemigos.
—¿Qué? Ni soñarlo— discutió Seiya, no teniendo problemas para pelear por su parte.
—Son Caballeros de Plata, no tenemos oportunidad, no ahora— respaldó Hyoga, identificando los cosmos igual que había hecho Ikki antes.
No era humillante huir, no lo hacían por miedo, sino por diferencia de rangos y para una retirada táctica, de precisar que se librase otro enfrentamiento, lo libraría la próxima vez, pero no en ese momento, todos estaban exhaustos por sus enfrentamientos y aunque Seiya alegase estar bien, necesitaba descansar, todo lo hacían, y Shiryu se lo recordó al situar una de sus manos por sobre su hombro y dirigirle una seria mirada, recordándole sin palabras que debían entregar el báculo primero. Eran cinco, y los cosmos que sentían apenas dos, pero ellos eran Caballeros de Bronce y los cosmos que sentían provenían de Caballeros de Plata, sus superiores, no era una contienda que pudiera ser justa en modo alguno, todos lo sabían aun cuando Seiya no quisiera admitirlo, recibiendo una severa mirada de todos sus amigos, incluyendo a la amable Shun, tras lo que todos aceptaron emprender la retirada. Existía un dicho en batalla muy aplicable al momento que estaban viviendo; vive hoy, pelea mañana, por lo que el grupo procedió a regresar por sus pasos por el camino que habían emprendido con pasos veloces, recordando dónde es que Tatsumi había aterrizado, confiando en que este seguiría allí y gracias al cielo así fue, permitiéndoles a todos recuperar el aliento, siendo Shiryu el primero en abordar, pidiéndole a Tatsumi que despegase cuanto antes, lo que este no dudo en hacer tan pronto como los cinco Caballeros de Bronce estuvieron a bordo. Sentados a bordo del avión, ninguno contestó a las preguntas de las señoritas, Esmeralda o Marín.
Todo estaba a punto de empeorar.
Mansión Kido/Tokio, Japón
El silencio más tenso reinaba en el gran salón de la mansión Kido, donde se hallaban reunidos los Caballeros de Bronce que habían participado en la incursión al Valle de la Muerte y que tenían muchas preguntas, dudas y frustraciones acumuladas, no sabiendo cómo desahogarlas mientras observaban a la nada, sentados en los sofás como Seiya, Ikki y Shun, o de pie junto a la chimenea como Shiryu que se hallaba con los brazos cruzados, o junto los ventanales y observando el exterior como el caso de Hyoga. Esmeralda, que había ingresado en el salón con una bandeja con vasos de jugo, ofreció uno a cada uno de los presentes, que murmuraron un quedo gracias, entre ellos la misma Saori que se había acostumbrado a su serena y amena presencia, o Hilda que le dirigió una amable sonrisa y la invitó a sentarse a su lado al mismo tiempo Aioros rompía con el silencio al carraspear para aclararse la garganta y de pie a su lado se hallaba Marín, igualmente se estoica, no demostrando sus inquietudes, si es que las tenía. Los jóvenes Caballeros habían vencido, habían recuperado a Nike la diosa de la victoria, que había regresado a su forma de concha marina componiendo el collar que Saori llevaba alrededor del cuello y que acariciaba distraídamente de vez en vez, pero los jóvenes Caballeros no podían ver solo la victoria, recordaban su huida—como perros corriendo con el rabo entre las piernas—de un enemigo que ni siquiera habían podido ver, sentían ser menos que ladrones o el enemigo, como si fueran culpables de algo que no alcanzaban a entender.
—Han sido demasiadas emociones para todos en el último tiempo, en especial para ustedes, no se culpen— habló Aioros, pasando su mirada por todos los presentes.
—No debimos huir— masculló Seiya, negando en silencio para sí, como hizo Hyoga.
—No teníamos opción— recordó Ikki, habiendo sentido el cosmo de sus enemigos.
—No huyeron, simplemente fueron prudentes, por eso están de regreso y eso es más importante para ambas— corrigió Hilda, hablando por sí misma y por su hermana. —Además, recuperaron el báculo, no tenemos cómo pagarles lo que han hecho, de verdad— el báculo era lo que realmente decidiría quién ganaría al final.
—No deben desesperarse por esto— intentó animar Saori, sintiendo que debía intervenir. —Los cinco aún son jóvenes, tienen muchas batallas que librar, la sabiduría gana batallas y las batallas ganan guerras— ya habrían otras batallas, era cosa segura.
La diosa de la guerra…Saori había crecido sabiendo que estaba destinada a librar un conflicto para el que jamás se había sentido preparada, había crecido aprendiendo que era la reencarnación de una diosa, pero no se sentía como tal, solo como una chica acomodada que había crecido rodeada con riquezas, a quien le apasionaba la historia, aprender de estrategia, lucha y defensa personal, pero que ni siquiera entendía cuál era su lugar en el mundo o si era siquiera dueña de su propio cuerpo, siempre volviendo la mirada hacia su hermana mayor, Hilda, igualmente la reencarnación de una diosa, pero que quizás por las experiencias vividas, por su mayor o para quien las cosas habían sido más fáciles, siempre se mostraba segura en comparación. Aioros asintió en silencio, agradeciendo el que más las palabras de la señorita Saori, con más valor del que había expresado hasta entonces, aunque quizás solo él y su hija Marín, que esbozó una ligera sonrisa, podían notarlo; Shiryu reflexionaba al respecto, permaneciendo en silencio hasta entonces, como hacía Hyoga que intentaba no dejarse dominar por sus emociones; Shun intentaba ver el lado lógico a la situación, mordiéndose distraídamente las uñas con halito pensativo, Seiya intentaba pensar, mas no encontraba una respuesta, e Ikki habitualmente distante parecía armar una estrategia en su mente, pero no de ataque, más bien era como si intentara entender que enemigos habían estado tan cerca de atacarlos, solo había contados enemigos Caballeros que fueran más fuertes que Caballeros de Bronce.
—Si sentimos el Cosmo de múltiples Caballeros de Plata, significa que el Santuario tiene más interés en nosotros de lo que pensábamos— comentó Ikki, no sabiendo que pensar al respecto como también pasaba con sus amigos.
—Y no hay que olvidar a Nike— señaló Hyoga, igualmente inquieto. —¿Cómo es que el poder de una diosa está en nuestras manos? Nike debería estar en el Santuario— había crecido aprendiendo eso y no entendía como Nike podía estar ahora en el cuello de Saori.
—Nuestro abuelo encontró el báculo hace años, nunca nos dijo que era o lo que significaba— contestó Hilda, entrelazando distraídamente una de sus manos con las de su hermana menor, —me temo que es un puzle incompleto aún— ellos no tenían porqué saber la verdad aun y ella se lo hizo saber a Saori con una mirada, viéndola asentir.
—Pero iniciaremos una investigación cuanto antes— aseguró Aioros con una ligera sonrisa para tranquilizar a los jóvenes, a su propio hijo entre ellos.
Como de costumbre, Aioros era bueno poniendo paños húmedos sobre una situación peligrosa antes de que esta se desarrollara, envolviendo con sus alas protectoras de Sagitario a las dos señoritas Kido; él era el responsable de que Nike, gracias a los dioses, no estuviera en el Santuario, sino que junto a la diosa Athena como correspondía, pero no podía decir la verdad de sopetón al grupo de jóvenes guerreros, estos estaban demasiado aferrados a la realidad humana de no creer en los dioses ni en que el destino podía cambiarse, pues estaba en sus manos...Si tan solo supieran lo pequeños que eran en comparación con la fuerza creadora del universo, pero ya habría tiempo de que lo entendieran. Lo que se generó tras la respuesta de Aioros, fue un aparente e inicial largo silencio, en que todos observaron a la nada o a ellos mismos, intentando convencerse de que el Caballero Dorado tenía razón o pensando en los posibles escenarios que vendrían, pero el silencio fue sorpresivamente roto por la voz de Tatsumi, quien parecía estar gritando o se hallaba molesto con alguien, y todos los presentes no dudaron en levantarse de sus lugares y correr fuera del salón para ver qué pasaba y ayudar…Congelándose en el pasillo por la sorpresa y muchos cubriéndose distraídamente los labios para no reír al ver al pequeño Kiki—que había seguido a los Caballeros de Bronce en su regreso a la Mansión Kido—, quien usaba su telequinesis para hacer que Tatsumi, el jefe de seguridad de las señoritas Kido flotara por encima del suelo, nada divertido con lo que parecía ser un juego para el pequeño lemuriano, y que resultaba muy irrisorio de observar.
—Bájalo, Kiki, ya está bien de juegos— regañó Shiryu, siendo responsable del pequeño lemuriano en nombre del Maestro Mu.
—No le vendrá mal una lección— sonrió el pelirrojo, más que divertido con la situación.
—Dije que ya está bien— insistió el Dragón, no queriendo que hiciera un alboroto.
—Bien, lo bajare— accedió el pequeño lemuriano, actuando como un niño bueno.
Nada más decir aquello, Kiki dejó de usar su telequinesis y permitió que Tatsumi cayera de sentón al suelo en una imagen poco digna del jefe de seguridad, pero este no permitió que ello lo afectase, levantándose del suelo y sacudiéndose el polvo de la ropa mientras dirigía una severa mirada la particular pequeño, procediendo a volverse hacia las señoritas Kido y pidiendo su permiso para retirarse a sus deberes, Saori no dudo en consentirlo, manteniéndose perfectamente estoica en comparación con Hilda, quien se mordió el labio inferior y lucho no reír, lo mismo que ocurrió con los demás Caballeros de Bronce y que se permitieron reír tan pronto como Tatsumi hubo desaparecido. No pudiendo ser malas anfitrionas, Saori e Hilda invitaron a Kiki a quedarse en la mansión el tiempo que quisiera, invitándolo a unirse a ellos en la cena, y no habiendo esperado semejante propuesta en absoluto, Kiki aceptó gustoso y se mantuvo muy cerca de las dos amables señoritas y más cuando vio bajar las escaleras a una niña de su edad llamada Samira, que se hallaba bajo la protección de la reina asgardiana, la primera chica de su edad que Kiki veía desde que tenía memoria y se sintió inmediatamente conectado con ella, que conocía mucho más del mundo que él. Hilda esbozó una distraída sonrisa al notar esto, intercambiando una mirada con Saori, que bromeo por lo bajo que la pequeña egipcia había conquistado al pequeño lemuriano, pero era demasiado pronto para afirmarlo, pero las pequeñas distracciones podían permitirse por un breve lapsus de tiempo…
La cena fue amena, estaba más que claro que los jóvenes Caballeros de Bronce—aquellos que habían participado en la incursión al Valle de la Muerte, habiendo visto y experimentado cosas que aquellos que se habían quedado no—aún tenían muchísimas dudas e inquietudes con respecto a lo que estaba pasando, a los enemigos que habían enfrentado, estaban enfrentando o tendrían que enfrentar, pero todos estaban tratando de escuchar, aprender y actuar en consecuencia; pero, ello no era suficiente para Aioros, quien volvió a ingresar en el gran salón horas después, tras los pasos de la señorita Saori, ocupando el lugar vacío en el sofá contiguo en tanto ella disfrutaba de la quietud, observando las llamas de la chimenea. Hijo de Céfiro de Sagitario y Algieda de Capricornio, Aioros había crecido siendo consciente de las responsabilidades desde una edad temprana, se había casado con apenas 18 años con su amada Ariadna y habían formado una familia a los 19, cuando Marín había nacido...Aioros jamás podría olvidar ni superar el precio que había pagado por su lealtad a Athena, convencido de que Ares estaba detrás de las muertes de sus padres, igual que lo había estado de la muerte de su esposa, moviendo los hilos y disfrutando de cualquier derramamiento de sangre. Debía agradecer mucho a Saga de Géminis, ese chico tenía la misma edad que su hermano Aioria, y sin embargo, había hecho los mayores sacrificios solo para evitar que inocentes no murieran, enfrentando su voluntad a la de un dios, negándose a que este lo subyugara.
—Me pregunto cuánto tiempo más habremos de seguir mintiendo— comentó Saori en un suspiro y como si pudiera leer su mente.
—Sera por poco tiempo, señorita— intentó tranquilizar Aioros, no queriendo que se angustiara por lo que no lo merecía, —cuanto mayores sean los retos, más preparados estarán para luchar— había aprendido eso hasta hoy, casi sin excepción.
Él había el mayor de los sacrificios siendo muy joven, apenas un poco mayor que Marín, pero aunque ello le provocara un gran dolor, Aioros lo volvería a pagar las veces que hiciera falta, sonaba inhumano, pero esa era la razón de su vida, por la misma razón era que Ariadna había muerto, por ello Seika había cambiado su nombre a Marín y se había convertido en amazona como su madre, por ello Seiya era un Caballero de Bronce, aunque quizás era demasiado joven para entender el precio que implicaba la lealtad y vivir realmente como un Caballero, pero Aioros no iba a culparlo por ello, nadie debería pagar aquel precio voluntariamente, era una tortura constante vivir con tanta carga. Saori sabía que ella había experimentado la parte fácil de la historia; no recordaba a sus padres, si es que los había tenido alguna vez, tampoco recordaba sus primeros meses y años de vida en el Santuario, había estado de la mirada de todos y estos tampoco la habían visto lo suficiente para saber que Ares la había hecho a un lado para quitarle todo lo que era legítimamente suyo; el señor Mitsumasa Kido la había adoptado y le había dado oportunidad con los que cualquier niña o chica solo podría soñar, pero esa breve vida acomodada era una transición en el camino de su futuro enfrentamiento previsto con los dioses, lo sentía en la piel y en su sangre cuando dormía, no se pertenecía a sí misma, y no podía imaginarse pidiendo a sus guerreros leales, sus Caballeros, que pagaran precio alguno por su causa, sintiendo que ella no había sangrado suficiente por ellos.
—No me gusta mentir, menos a ellos que sin saber nada han sacrificado tanto, han arriesgado sus vidas— admitió Saori, faltándole el valor para decirlo a sus Caballeros.
—A ninguno de nosotros le gusta mentir, pero es necesario— refutó Aioros, habiendo atravesado su propio camino de espinas, —el destino de ellos está escrito en las estrellas, lo que se avecina…requiere una madurez mayor que la que ya tienen, estas pruebas son necesarias— eran niños aún y necesitaban convertirse en adultos para sobrevivir.
—Necesitan mucho valor, el Santuario no es un adversario fácil, por eso necesitan afrontar estos desafíos para aumentar sus límites— asintió la Kido, completamente de acuerdo con ello, aunque no del todo. —Es necesario— repitió para sí, apretándose nerviosamente las manos. —¿Dónde estará Hilda?— preguntó en voz alta, extrañada.
Se habían mantenido unidas durante la cena como de costumbre, sentadas una junto a la otra, pero Hilda se había excusado brevemente para llevar a Samira a su habitación y asegurarse que durmiera, también se había ocupado de llevar al pequeño Kiki a su habitación y darle idénticas comodidades, pero ello había sido hacía alrededor de una hora, de hecho, Saori se había entretenido tras la cena hablando con Esmeralda, Shun y Marín, con quienes había trabado amistad, ¿Qué podía estar ocupando la atención de su hermana? Conteniendo su aprensión, diciéndose que eran sus nervios sacando lo peor de ella en circunstancias como esas, Saori negó en silencio para sí tan pronto como advirtió que Aioros estaba por pedir su permiso para ir en su búsqueda, si ella así lo deseaba, pero la Kido alargó una de sus manos y la posó sobre la del Sagitario, diciéndole sin palabras que todo estaba bien, que no era necesario, al menos por ahora, que ya preguntaría al respecto a su hermana, de ser preciso. Aioros prefirió no decir nada, confiaba ciegamente en la señorita Hilda, la lealtad de las reencarnaciones de Selene a las reencarnaciones de Athena era perfectamente conocida desde la era del mito, ambas hermanas se protegían entre sí ciegamente, pero él llevaba un tiempo notando que la señorita Hilda desaparecía sin justificación, pero no era su deber investigar ni sospechar de nadie, menos de una diosa, por lo que se dijo mentalmente que todo estaba bien, que solo estaba siendo aprensivo, permaneciendo en su lugar y cuidando a la señorita Saori.
Selene nunca traicionaría a Athena, ¿verdad?
Todos tenían sus secretos e Hilda el mayor de todos, su apariencia inocente y perfectamente apropiada en una dama ocultaba grandes tristezas, grandes tormentos, persecución y opresión, una realidad con la que había tenido que vivir desde su infancia y en ese ya había llegado a su límite, quería ser la dueña de su destino y proteger a quienes le importaban, de ahí que hubiera abandonado la Mansión Kido y retirándose a la profundidad de los enormes jardines—con la dimensión de un bosque o múltiples más bien—en solitario, teniendo alguien con quien encontrarse, mas ante quien ella se mantuvo estoica e indiferente, muy seria, como pocas veces se le veía. La reina Asgardiana portaba una holgada blusa azul grisácea en degrade de escote en V que resaltaba sus curvas, con opacas rayas en tonos negros y gris claro en los lados del pecho, con cortas mangas hasta los codos, falta-pantalón de seda y gasa negra, con su largo cabello celeste nevado recogido en una coleta baja para despejar su rostro, con una pulsera árabe en su muñeca izquierda, y una guirnalda de plata de la que pendía un zafiro en forma de lagrima en su escote. Llegando a un claro en medio de los jardines, Hilda tensó los labios al hallar a alguien esperándola, aunque así estaba acordado; el hombre se volvió hacia ella, debía tener su misma edad o de tener más no lo aparentaba, vestía ropa casual y tenía el cabello corto y rebelde de color negro, con una mirada serena a la par que sanguinaria en sus ojos café con tintes rojizos como la sangre, revelando su verdadera naturaleza.
—Como siempre es un honor verla, diosa Selene— saludos Fobos inclinando respetuosamente la cabeza ante la diosa de los Hielos.
—Dispongo de poco tiempo, Fobos— contestó Hilda seriamente, no teniendo ánimo alguno para socializar. —¿Qué quiere mi hermano Ares?— interrogó de inmediato.
—Expresar su afecto por usted— obvió el dios del miedo, revelando un estuche entre sus manos.
Los humanos podían pensar que tenían el control del mundo, pero aquellos que renacían era tras era como reencarnaciones de los antiguos dioses para librar las antiguas y mitológicas guerras entre sí, sabían la verdad; los dioses griegos seguían rigiendo el mundo y sus disputas eran tan frescas en la actualidad como hace milenios, tanto que Hilda apartó la mirada con desdén disimulado y disgusto tan pronto como Fobos—hijo de su hermano el dios Ares, así como esbirro suyo—abrió el estuche que sostenía, revelando una costa guirnalda de oro de múltiples vueltas, una muestra de la opulencia que Ares estaba dispuesto a poner a sus pies si ella—como reencarnación de Selene—aceptaba convertirse en su esposa y reina. Hilda no tenía interés alguno por Ares, llevaba huyendo de él desde los seis años, cuando había descubierto quien era, cuando su vida y familia habían estado en peligro debido a sus poderes peligrosos; había crecido en el Santuario y visto morir a muchos Caballeros Dorados leales a su hermana, odiaba a Ares como ninguna otra cosa…pero, Ares tenía bajo su control a la persona más importante para ella, su mejor amigo, su primer amigo real, el Caballero Dorado de Géminis a quien empleaba como contenedor y títere, y aunque fuera una diosa, ella se negaba a permitir que tal cosa continuase sucediendo, por lo que se estaba ofreciendo como botín de guerra al mismo Ares para liberar al Caballero Dorado de Géminis y terminar con una guerra indirecta que ya había cobrado demasiado, y que quizás lo seguiría haciendo.
—Ya expuse mis condiciones— contestó Hilda, recibiendo el estuche de manos del dios del miedo, —espero que él haya cambiado las suyas— ese era el motivo de esa reunión.
—En efecto, tiene un nuevo trato para usted— asintió Fobos con el pecho inflado, seguro de que esta vez la diosa de los Hielos cedería ante su padre.
—¿Y cuál es?— preguntó la Asgardiana con obviedad, no queriendo perder el tiempo.
—Si acepta unirse a él y permanece a su lado cuando gobierne el mundo, el Caballero Dorado de Géminis sobrevivirá— planteó el dios con una sonrisa ladina, presumido.
—¿Cómo?— inquirió la diosa, insatisfecha. —Ya me escuchaste, ¿Cómo sobrevivirá?, ¿Cuál será su destino?— profundizó ante el desconcierto en los ojos de su sobrino.
—Ser su contenedor, por supuesto— contestó Fobos como si fuera obvio, y lo era.
—Declino— rechazó Hilda con un suspiro cansado y sorprendiendo a su sobrino. —Ya expuse mis condiciones, el Caballero Dorado de Géminis ha de ser completamente libre y mi hermana no ha de correr ningún riesgo, esas son mis condiciones, solo entonces me entregaré a Ares— no aceptaría ningún punto medio, no podría en peligro a Saga.
—Lo lamento, diosa Selene, pero mi padre no volverá a hacerle esta oferta— advirtió el dios sosteniendo la mirada a la diosa de los Hielos. —Reconsidérelo, un humano no vale la pena para jugar con su alma— los humanos eran intrascendentes, juguetes de los dioses.
—Y la crueldad de mi hermano no vale mi tiempo— equiparó la Asgardiana imponiendo su voluntad. —Eso es todo— zanjó, procediendo a darle la espalda y retirarse, mas el dios del miedo intentó seguirla para atacarla por sorpresa. —¿Olvidas con quien te enfrentas, Fobos?— cuestionó furiosa, volteando a enfrentarlo antes de que a este se le ocurriera actuar. —No me obligues a hacer algo que no quiero hacer— su calma habitual dio paso a la ira absoluta, furiosa por saberse desafiada por alguien a quien ella consideraba inferior.
El Cosmo de un Caballero era una cosa, era la representación de sus poder vinculado a las estrellas y su armadura, pero el Cosmo de un dios…No había nada que se le pareciera, era el poder creador del universo, pues ellos descendían de los seres que habían originado todo lo que los humanos y cualquier criatura viva había conocido desde el principio de los tiempos, lo único más antiguo que los dioses eran los Titanes, pero incluso estos habían caído bajo su poder, y Fobos no pudo evitar congelarse de miedo—curiosamente era el dios de esa emoción—mientras observaba a su tía, la mujer que su padre codiciaba al mismo tiempo. Habían 12 dioses en el olimpo, algunos habían cedido sus puestos a otros con el paso del tiempo y otros siempre se habían mantenido en el tiempo, y aunque normalmente no hacía alarde alguno de su poder, Selene era conocida en el olimpo por su belleza, por su justicia, por su caridad y más que nada por su poder; era la primogénita de Zeus con su primera mujer, Methis—hermana mayor de Athena por lo mismo—, criada como la joya entre las joyas bajo la tutela de la misma Hera quien la había amado como su hija, nieta de Cronos y Rhea, así como bisnieta de Urano y Gea. Sosteniendo la mirada a Fobos una última vez, dejando claro que no era un juguete de nadie ni mucho menos una víctima, la reencarnación de Selene procedió a retirarse como pretendía originalmente, puede que no se atreviera a usar su poder para enfrentarse a Ares, detestando las guerras, pero nadie quería sacar lo peor de ella, nadie quería tenerla de enemiga…
La noche fue larga y reparadora para nuestros guerreros, que durmieron y pudieron seguir adelante a la mañana siguiente, desayunando juntos y volviendo a su vida de siempre, al menos en el sentido de que debían aguardar y esperar a que el enemigo—que no sabían quién era, ni porque era su enemigo—atacase; Kiki se despidió de todos esa mañana, no deseaba preocupar más a su Maestro por su demora y les deseo lo mejor a todos, asegurando que los ayudaría en lo que sea que estos necesitasen y que solo necesitaban llamar—Shiryu sería el intermediario, conociendo bien Jamir—, despidiéndose con gran respeto de las señoritas Kido y con mucho afecto de la pequeña Samira. El día se había sentido vacío después de eso, las actividades de siempre parecían demasiado rutinarias como para recurrir a ello, y finalmente surgió la idea de un amistoso partido de Paintball, una actividad que todos los Caballeros conocían y a la que no dudaron en unirse, dividiéndose en dos grupos; el equipo azul integrado por Marín, Esmeralda, Shun, Shiryu, Nachi, Ban, y el equipo verde integrado por Seiya, Jabu, Ikki, Hyoga, Ichi, Geki. Ya que el equipo azul estaba integrado en su mayoría por mujeres, resultó fácil que sus enemigos, el equipo verde los subestimaran, oportunidad que Shun no dudo en aprovechar, moviéndose entre la espesura del jardín con su atuendo camuflado hasta donde se hallaba la bandera del equipo enemigo, desprotegida y ella la tomó velozmente cuando estuvo a tu alcance, corriendo con ella con todas sus fuerzas antes de que la vieran.
—¡Tengo la bandera!, ¡Cúbranme!— gritó Shun, sabiendo cerca a su equipo.
—¡Atrápenla!— gritó Jabu, siendo el primero en descubrir su estrategia.
Pequeña, ágil y de aspecto perfectamente inocente, Shun podía engañar a cualquiera y normalmente no mentía, pero en un juego de habilidad la Andrómeda entendía la importancia de pensar fríamente, de ahí que usara su aparente vulnerabilidad y robara la bandera, corriendo por el camino sin pensar en voltear ni una sola vez, y su actuar estuvo justificado pues Shiryu, Nachi y Ban ya estaban esperando y apuntaron con sus armas cargadas de pintura a Jabu, Ichi y Geki, permitiendo a la Andrómeda correr hasta donde estaba la bandera de su equipo, llevando consigo la bandera enemiga, perfectamente oculta tal y donde ella la había dejado. Los miembros de cada equipo no se hallaban enteramente reunidos en un punto, eso sería estúpido, sino que se encontraban dispersos y asegurando el territorio en caso de ataque o en este caso el—desconocido—robo de la bandera, como era el caso de Ikki, quien recorría los caminos apuntando a cada rincón con su arma, atento al menor de los sonidos, y no era el único que estaba llevando a cabo tal ejercicio; Esmeralda estaba en la misma situación, intercalando su mirada por cada rincón del claro, cada movimiento de hojas o en los arbustos, aunque quizás no tan atentamente como Ikki. Advirtiendo movimiento, casi enfrente suyo, al costado del camino, Ikki apuntó y disparó velozmente, arrepintiéndose un instante después, escuchando un grito femenino al mismo tiempo que veía emerger de los arbustos a Esmeralda, con la mancha del impacto de tres disparos de pintura verde en el pecho y viéndolo con incredulidad.
—¡Esmeralda!— jadeó el Fénix al reconocer a su esposa, no habiendo deseado lastimarla.
—No puedo creer que me dispararás, y justo en el pecho— la rubia estaba igualmente sorprendida mientras su esposo cerraba la distancia entre ambos, viéndola preocupado.
—Lo siento, no vi que eras tú— se disculpó el peliazul, acunando su rostro con una de sus manos. —¿Te duele mucho?— consultó observándola atentamente.
—Un poco— asintió Esmeralda, antes de esbozar una sonrisa. —¿Quieres curar mi moretón con un beso?— invitó con una sonrisa pícara.
—Si quiero— contestó Ikki sin dudarlo, olvidándose de absolutamente todo.
Quizás no era la forma más natural de resolver una situación así, pero ¿Quién estaba cerca para juzgarlos? Exactamente, ambos eran mayores de edad—Ikki tenía 20 años y Esmeralda 19—, estaban casados por una razón y la vida era lo suficientemente corta como para amargarse por problemas o situaciones más allá de su control. Los jardines colindantes a la mansión Kido parecían un bosque que crecía ordenadamente, con muchos rincones donde esconderse, la misma Esmeralda había emergido entre los arbustos, y fue allí donde se ocultó velozmente la joven pareja, no pudiendo pensar en llegar más lejos en ese momento. Puede que el equipo verde ya hubiera vencido al equipo azul tras obtener su bandera, dando por terminado el juego, pero ya que había tantos participantes y estos se hallaban tan dispersos por el terreno, era natural que hubiera un vigía o vigilante, alguien que recorriera el terreno e informará a todos los participantes de la victoria, esa fue la labor de Marín, quien recordaba haber visto a Esmeralda cerca de aquel claro, ¿Dónde podía estar? Alejándose del camino a internándose en los arbustos, los colores subieron al rostro del Águila, que se apresuró en retroceder, cerrando los ojos, disculpándose torpemente ante el escenario que vieron sus ojos, asegurando no haber visto nada e informando torpe y apresuradamente a la pareja de la victoria del equipo verde—al que pertenecía Esmeralda e Ikki al azul—y procediendo a retirarse nada más dar la espalda a la pareja, abriendo los ojos y mordiéndose los labios para no reír.
Había sido una victoria.
Las puertas dobles que daban con el patio de la Mansión se abrieron revelando a un numeroso grupo de guerreros aun vistiendo sus trajes camuflados de Paintball, algunos con ineludibles expresiones de satisfacción—tenían muchas menos manchas de pintura sobre si, o ninguna—en sus rostros al ingresar al frente del grupo, mientras que aquellos que los seguían, casi repletos de manchas de pintura color azul, tenían expresiones serias y nada agradables, avanzando con pasos lentos, pesados, apesadumbrados, observando con nada disimulado recelo o molestia a sus contendientes. Eran hombres y mujeres jóvenes, que habían pasado por mucho en los días recientes, era natural que ello los estresara o hiciera sentir incómodos, casi teniendo problemas para dormir—aunque no todos lo admitían—, y liberarse de tensiones mediante juegos propios de su edad era perfectamente natural, aunque a algunos les gustaba tanto ganar que acababan tomándose el juego demasiado en serio. Shiryu mantuvo la sonrisa ladina en su rostro mientras observaba a Jabu, quien era el capitán del equipo rival y a quien se había sentido orgulloso de derrotar, aunque esto no habría sido tan posible de no ser por el soterrado individualismo de Seiya, quien por cierto había sido derrotado por su hermana Marín, quien en ese momento sostenía en sus manos la bandera del enemigo como si fuera un trofeo de guerra, orgullosa de que su equipo tuviera tan pocas o ninguna mancha de pintura verde, en tanto sus oponentes se hallaban cubiertos de pintura azul
—No usen palabras bonitas, fuimos aniquilados por nuestra incompetencia y la incapacidad de ciertas personas para escuchar a sus compañeros— declaró Jabu tras escuchar a sus compañeros intentar arreglar el problema en el camino.
—Jabu, mejor olvídalo— intentó disuadir Ichi, tratando de no pensar en ello como todos.
—¿Cómo lo voy a olvidar?— cuestionó el Unicornio, alzando la voz. —Seiya me dio en la espalda— recordó, señalando la única mancha de pintura verde en su espalda.
—Fue un accidente— se disculpó el Pegaso, aunque no sonaba arrepentido de ello.
—¿Cómo puede ser accidente si somos del mismo equipo?— inquirió Geki, dirigiéndole una mirada seria, aunque no tan gélida como la de Hyoga.
—Jabu tiene razón, no parabas de gritar; ¡Lleven al niño al remolque!, ¡Lleven al niño al remolque!— repitió el Cisne en voz alta como prueba, igualmente molesto.
—¿Qué se supone que significa eso?— exigió saber Jabu, queriendo entenderlo.
—Por eso no me gusta este juego, nadie entiende las reglas— refunfuño Seiya, cruzando los brazos sobre su pecho y haciendo un puchero.
—Nadie entiende tus reglas, es diferente— corrigió Hyoga, golpeándolo ligeramente en la nuca, diciéndose que no estaba bien desahogar su frustración en su compañero.
Habían sucedido demasiadas cosas en los últimos días, y quizás no deberían bajar la guardia, mas, aunque fueran Caballeros, no dejaban de ser hombres y mujeres jóvenes, que necesitaban vivir y los dioses se los permitían, por lo que entregarse al divertimento mediante el Paintball era una buena opción, aunque quizás se lo tomaran demasiado en serio, tanto que Tatsumi rió por lo bajo al pasar junto a ellos, ocupado con sus responsabilidades de siempre. Bajando las escaleras principales de la mansión en compañía de Aioros, que jamás se separaba de ellas, las hermanas Kido esbozaron inmediatas sonrisas para el colorido grupo de guerreros, apresurándose en bajar hacia la entrada para recibirlos; Saori vestía una blusa blanca de encaje, sin mangas y con elegantes holanes en los lados del corpiño, de cuello alto, cerrada por una serie de doce diminutos botones hasta la altura del vientre, pantalones blancos ligeramente anchos, y su largo cabello violeta caía sobre sus hombros y tras su espalda, con la luz reflejándose en el collar de la diosa Nike alrededor de su cuello. A su lado, Hilda vestía una blusa jade pálido de gasa, de escote recto y hombros caídos que dejaba estos expuestos, con mangas ceñidas a las muñecas, faldón transparente verde oliva y pantalones anchos de lino color blanco, con su largo cabello celeste nevado cayendo sobre sus hombros y tras su espalda, recogido escasamente, resaltando el collar de oro alrededor de su cuello compuesto de múltiples cristales ámbar, con pulseras gemelas en sus muñecas.
—Vaya, fue una guerra muy sangrienta— río Saori, entusiasmada con solo verlos. —Qué pena no haber estado disponibles— ella adoraba el Paintball desde pequeña.
—Deberían ver a Saori, parece una francotiradora con un arma y pintura— sonrió Hilda, disfrutando también de dicha actividad. —Está claro que las chicas ganaron, felicidades— el equipo de Marín evidentemente era el vencedor.
—Fue nuestra fuerza y agilidad, con el ingenio y planeación de Shiryu y Nachi— corrigió el Águila, siendo un esfuerzo de equipo. —Y Ban fue un flanqueador excepcional— habrían estado perdidos de no haber colaborado en igualdad.
—No me robare el crédito, la mejor fue Shun, nadie imaginó que iba a robar la bandera— sonrió el Leon Menor, intercambiando una mirada con sus compañeros.
—Siempre caen— la Andrómeda sonrió con inocencia, alzando la bandera enemiga.
—Por cierto, ¿Dónde están Ikki y Esmeralda?— inquirió la Asgardiana, reparando en la ausencia de dos miembros de ambos equipos.
—La última vez que los vi, estaban poniendo en práctica uno de los dichos sobre la guerra— contestó Marín, esforzándose para no sonrojarse y estallar en carcajadas.
—¿Cuál?, ¿Mejor un tuerto que un desmembrado?— bromeó Saori, reparando en las posibles respuestas en su cabeza.
—No; hagamos el amor y no la guerra— corrigió la Águila, cubriéndose distraídamente los labios para ahogar una risa.
A imagen de la Águila, la que casi estalla en carcajadas también fue Hilda, quien carraspeó ligeramente para aclararse la garganta, invitando a todos a pasar a la sala y tomar algo fresco en tanto esperaban a que Ikki y Esmeralda regresaran; Saori era demasiado inocente, de mente ágil para estrategias—de ahí que fuera tan buena jugando al ajedrez—, igual que Shun quien brincó inocentemente a la sala aun cargando con la bandera enemiga, y si alguno de los varones que integraban los dos equipos entendió de qué hablaban Marín e Hilda, ninguno lo demostró más que con una difusa tos en su camino. Cuando Ikki y Esmeralda regresaron a la mansión alrededor de una hora después, si alguien tenía alguna pregunta que hacerles con respecto a su demora, nadie lo hizo, todos ya estaban al tanto de su matrimonio desde que Ikki había regresado y desde la noche en que los Caballeros Negros habían atacado el Coliseo, además, la rubia se había vuelto parte importante del grupo y era muy amable con todos, por lo que hasta Seiya se mordió la lengua al pensar siquiera en formular algún comentario divertido o una broma. Ese día había sido un breve escape de los peligros, batallas, conflictos, dioses o lo que sea que estuviera rondándolos y que ni siquiera ellos entendían completamente, solo sabían que tenían que enfrentarse a lo que se presentará para sobrevivir, sentían y sabían inconscientemente que había un peligro que rondaba y que ni siquiera Aioros—como el mayor—les había explicado en qué consistía del todo, solo sabían que había algo a lo que debían enfrentarse y hasta que el momento llegará, debían respirar, pensar y actuar…
PD: Saludos queridos y queridas, prometí que actualizaría esta semana y lo cumplo, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 He regresado por partida doble, con las actualizaciones de "Caballeros del Zodiaco" y "Vesprada", las siguientes serán "Avatar: Guerra de Bandos", espero que luego "El Rey de Konoha" y por último "Dragon Ball: Guerreros Saiyajin" :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (por apoyarme y ser mi editora personal, no sé que seria de mi sin ella y por lo que le dedico esta historia como todas aquellas desde que somos amigas), a princesse Sarah 94 (agradeciendo que brindara su aprobación a esta historia y dedicándole esta historia por lo mismo), a Yashahime-uchiha32 (apreciando enormemente su aprobación, dedicándole esta historia y esperando poder estar a la altura), a Yi-Jie-san (dedicándole esta historia por su apreciación de mi trabajo) a mi querida amiga DULCECITO311 (agradeciendo sus maravillosos comentarios sobre mi trabajo, dedicándole esta historia y deseándole siempre lo mejor) así como a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besitos, abrazos, bendiciones y hasta la próxima.
Personajes:
-Saori Kido/Athena (18 años) -Hilda de Polaris/Selene (28 años) -Shiryu de Dragón (18 años)
-Ikki de Fénix (20 años) -Shun de Andrómeda (17 años) -Hyoga de Cisne (18 años) -Seiya de Pegaso (18 años)
-Marín de Águila/Seika (21 años) -Aioros de Sagitario (40 años) -Mu de Aries (26 años) -Kiki (9 años) -Samira (9 años) -Esmeralda (19 años)
-Jabu de Unicornio (18 años) -Ban de León Menor (20 años) -Nachi de Lobo (19 años) -Ichi de Hidra (19 años) -Geki de Oso (20 años)
Trama & Cambios: En la trama original de Saint Seiya, este capitulo abarcaría los capítulos 12, 13 y 14, en que veíamos el enfrentamiento entre el Dragón y el Dragón Negro, la recuperación de las partes de la armadura dorada y a posteriori el enfrentamiento entre los Caballeros y Dócrates. Partiendo por los cambios, en este capitulo el enfrentamiento entre Shiryu y el Dragón Negro es mucho menos sangriento, no por censura, sino por modificación personal, ya que siento que el cambio no altera la esencia original de la escena, resultando más realista que el reguero de sangre original. Ya que en esta historia los Caballeros Negros no roban la armadura dorada de Sagitario—pues Aioros esta vivo—sino el báculo de Nike, la trama se desarrolla en torno a como tienen eso en su poder las señoritas Kido; en medio de la alianza de las hermanas, se revela que Hilda parece estar disputando sus propios intereses en secreto, buscando terminar con el conflicto interno en el Santuario a espaldas de su hermana y todos los Caballeros, ya sean de Bronce, Plata u Oro. El capitulo cierra de forma más ligera, con un divertido juego de Paintball en que nuestros protagonistas tienen la oportunidad de olvidarse del conflicto y simplemente relajarse, aunque sea por un momento.
También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: un fic inspirado en un What If de la Dinastía Romanov, que aún no tiene título, "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer) :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3
