Parte 1 - Capitulo 3: Primer contacto

El viento cortaba la atmósfera con su gélido soplido mientras Alex flotaba sobre la tercera aldea que visitaba. Sus seis alas se mantenían extendidas, pero apenas necesitaban moverse para mantenerlo en el aire.

Abajo, la vida seguía su curso sin interrupciones. Desde su posición, podía ver a los aldeanos humanos en plena actividad, repitiendo las mismas escenas que había observado en los asentamientos anteriores.

Hombres adultos y adolescentes trabajaban en los campos, recolectando cultivos en una labor coordinada. A pesar de la aparente calma, sus movimientos eran apresurados, como si intentaran completar su tarea antes de que fuera demasiado tarde.

Mientras tanto, las mujeres y los ancianos se encargaban de otras tareas alrededor y dentro de la aldea: algunas transportaban cubetas de agua desde un pozo cercano, otras recogían leña en grandes cestas de mimbre sujetas a sus espaldas. Un grupo de niños pequeños correteaba por los caminos de tierra, ayudando aquí y allá bajo la supervisión de sus madres.

Alex los observó en silencio.

No había nada especial en ellos.

Eran humanos comunes y corrientes. Sus ropas, simples prendas de lana y lino, estaban claramente diseñadas más para la funcionalidad que para la estética o protección de algún tipo. Si estuviera en Yggdrasil, esos atuendos habrían sido considerados ítems basura, del tipo que un jugador novato que recien comenzaba a jugar desecharía en cuanto tuviera oportunidad.

Algunos hombres portaban lanzas con puntas de metal y vestían gambesones acolchados. Sin embargo, aunque la postura de estos revelaba que al menos tenían algo de experiencia con las armas, no parecían profesionales. Alex asumió que su entrenamiento era básico y que, aunque sabían empuñar una lanza, no tenían la habilidad ni la disciplina de un soldado de élite.

Nada de lo que veía indicaba que estas aldeas escondieran algún tipo de peligro.

A diferencia de los humanos que vio momentáneamente en la muralla la noche anterior, estos campesinos no parecían tener nada que ocultar. No llevaban equipo encantado ni oculto con ilusiones o algún otro método, ni ocultaban grandes poderes tras una apariencia mundana.

No representaban ninguna amenaza.

Alex soltó un leve suspiro.

Parecía que, si realmente quería evaluar el poder de este mundo, su mejor opción era regresar a la muralla y observar a sus guardianes más de cerca.

Era obvio que la fortificación existía para contener una amenaza externa, lo que significaba que los soldados que la protegían debían estar capacitados para enfrentar ese peligro.

Se giró en la dirección donde recordaba que se encontraba la muralla.

Había una cuarta aldea casi en la misma dirección.

Cuando cruzó la muralla la noche anterior, esa fue la primera aldea que divisó a la distancia. Era la más grande de las cuatro que había encontrado hasta ahora. No la visitó antes porque estaba demasiado lejos, y tenía otras más cercanas a las que podía echar un vistazo sin desviarse demasiado.

Pero ahora que estaba de pasada…

No estaría de más echarle un vistazo rápido.

Tal vez en ese pueblo más grande encontraría algo diferente. O tal vez sería exactamente lo mismo, pero a una escala mayor.

Fuera como fuese, no le tomaría demasiado tiempo averiguarlo.

Con la decisión tomada, Alex ajustó su agarre en Elizabeth, asegurándose de sostenerla con firmeza mientras permanecía flotando alto en el aire. La pequeña dragonoid, envuelta en la capa blanca que le había dado, se mantenía callada en sus brazos, con la mirada fija en la aldea bajo ellos.

Sin más demora, Alex batió sus alas y se lanzó hacia su próximo destino.

El paisaje pasaba rápidamente bajo ellos mientras surcaba el cielo con facilidad, desplazándose en dirección a la cuarta aldea.

A pesar del viento que soplaba en contra, apenas lo sentía o mejor dicho, no parecía sentir la menor resistencia. Su nuevo cuerpo no experimentaba incomodidad alguna.

Bajó la mirada ligeramente hacia Elizabeth, quien permanecía en silencio en sus brazos. Su pequeño cuerpo estaba envuelto en la capa blanca [Manto de la Naturaleza] que le había dado horas antes mientras descansaban, protegiéndola del frío de la altitud. Sus ojos carmesíes observaban fijamente el paisaje que pasaba rápidamente abajo de ellos.

Desde que partieron, no había dicho una sola palabra.

Movido por la curiosidad, Alex decidió romper el silencio.

"Elizabeth."

La pequeña dragonoid alzó la mirada de inmediato.

"Si, Señor Lumiel?"

"¿Qué opinas de lo que hemos visto hasta ahora?"

Elizabeth parpadeó una vez y luego desvió la mirada.

"Es… diferente a Asgard." respondió después de un momento. "No se parece en nada a los reinos que allí existían."

Sus palabras fueron medidas, como si aún estuviera procesando sus pensamientos.

"Pero cualquier lugar en el que esté con usted es tan bueno, si no mejor, que los países que Asgard o cualquiera de los nueve mundos tiene para ofrecer."

Alex dejó escapar una leve risa ante su comentario, aunque notó que su respuesta se centró en el entorno, no en la gente.

"Ya veo…" dijo, asintiendo con la cabeza. "¿Y que piensas de los humanos que vimos hasta ahora?"

Elizabeth guardó silencio por un instante antes de responder.

"Los humanos de esta tierra…" su tono se volvió más neutral, más frío. "Solo parecen simples mortales."

No había desprecio en su voz, pero sí un cierto desapego.

Alex entrecerró los ojos, notando el contraste entre su actitud ahora y la forma en la que se comportaba con él. No era una sorpresa, en realidad.

Si no recordaba mal, Elizabeth habia sido creada con un trasfondo específico, escrito por él y Rin. En su programación, se destacaba su absoluta lealtad hacia sus creadores sirviendo fielmente como una asistente y sirvienta perfecta, su respeto hacia los fuertes y una visión del mundo en la que cualquier ser solo era digno de consideración si demostraba su valía.

Por eso, su respuesta no lo tomó completamente desprevenido. Si ella se volvió real, tenía sentido que su historia de fondo tambien lo hiciera, ahora que lo pensaba… ¿sería igual para él? Esperaba que no, habia escrito muchas cosas vergonzosas en su biografía y no quería verse influenciado por ellas…

"Hablando con más claridad…" continuó Elizabeth, tras ver que su señor no decía nada. "Estos humanos son distintos a los que pudieron pisar Asgard. Aquellos eran dignos y fuertes… estos parecen carentes de fuerza alguna, incluso para los estándares más bajos."

Su tono no cambió, pero el peso de sus palabras se hizo evidente.

Alex inclinó la cabeza, pensativo.

Si bien su forma de expresarlo era dura, no podía decir que estuviera en desacuerdo con ella. Hasta ahora, los humanos que habia visto no mostraban signos de ser más que campesinos sin habilidades destacables.

Aun así, decidió compartir su punto de vista.

"Parece que llevan una vida tranquila" comentó, desviando la vista hacia la aldea que habían dejado atrás. "Muy distinta a la de otros humanos que he conocido."

Elizabeth ladeó la cabeza.

"¿Se refiere a los humanos de Midgard, Señor Lumiel?"

Alex negó con calma.

"No. Me refiero a los humanos de mi mundo natal."

Elizabeth abrió los ojos con sorpresa.

"¿Su mundo natal…?"

Alex sonrió levemente ante su expresión, aunque esta no era visible debajo de su yelmo cerrado.

Era evidente que Elizabeth nunca se había detenido a pensar en que él provenía de un mundo diferente a Yggdrasil.

Para ella, Yggdrasil debía ser el mundo real, el centro de su existencia. Su perspectiva estaba limitada a lo el juego representaba y, a lo que él y Rin habían programado en ella.

"Si me lo permite" dijo con respeto, "¿cómo eran los humanos de su mundo, Señor Lumiel?"

Alex exhaló un leve suspiro.

Por un instante, dudó.

¿Qué debía decir?

¿Que en realidad era un simple humano que vivía atrapado en un mundo colapsado?

¿Que solo encontró refugio en un videojuego de realidad virtual?

¿Que la divinidad que ella veía en él no era más que el resultado de un avatar creado en un sistema de estadísticas y mecánicas programadas?

El solo pensar en decirlo le generaba un malestar sutil.

Elizabeth acababa de referirse a los humanos de este mundo como simples mortales carentes de fuerza alguna. ¿Qué pasaría si le revelaba que él no era más que eso?

¿Podría aceptarlo?

¿Lo vería como un impostor?

No. No podía arriesgarse a eso.

Pero tampoco quería mentirle por completo.

Optó por una respuesta calculada, mezclando verdades con medias verdades.

"Los humanos de mi mundo no eran muy diferentes a estos." comenzó. "Eran la especie dominante… pero eso no significaba que fueran realmente libres."

Elizabeth no dijo nada, solo lo observó con atención.

"Vivían en un mundo destruido, contaminado y abandonado por cualquier deidad, si es que alguna vez hubo una en ese mundo" continuó, con voz pausada. "Un mundo donde la naturaleza había desaparecido por completo y la vida era imposible fuera de las ciudades que ellos mismos construyeron."

Sus palabras salieron con una calma casi mecánica, pero en su interior, recordaba perfectamente la realidad que describía.

"Y aunque en apariencia eran libres, en realidad solo eran esclavos." murmuró. "Esclavos de un sistema que los mantenía con vida solo lo suficiente para seguir trabajando."

Elizabeth frunció el ceño, su cola agitándose ligeramente.

No interrumpió, pero Alex notó que sus manos, apoyadas contra su pecho, se aferraban con más fuerza a su capa.

"En resumen…" concluyó con un leve suspiro, "solo eran una existencia lamentable que vivía por el hecho de vivir."

Hubo un momento de silencio entre los dos.

Elizabeth bajó ligeramente la mirada.

"Entonces…" susurró con un tono casi inaudible, "¿odiaba ese mundo?"

Alex la miró sorprendido.

Esa pregunta…

Se quedó en silencio por un instante, antes de dejar escapar una leve risa.

"No." respondió con tranquilidad. "En cierto modo, estoy agradecido por él."

Elizabeth parpadeó.

"Si no hubiera estado en ese mundo… nunca habría descubierto Yggdrasil, y sin ello esto de ahora no sería posible."

Por primera vez desde que comenzó la conversación, su tono se suavizó.

La dragonoid bajó ligeramente la mirada, como si meditara sobre sus palabras.

Por un momento, pareció a punto de preguntarle algo más… pero antes de que pudiera hacerlo, Alex se adelantó.

"Estoy indagando demasiado en el pasado" comentó con ligereza, volviendo a su tono habitual. "Dejemos eso por ahora."

Elizabeth cerró la boca, guardándose la pregunta que estaba a punto de hacer.

Alex retomó la conversación.

"Dime, Elizabeth." dijo. "¿Cómo ves a los humanos en general?"

La dragonoid pestañeó un par de veces antes de responder.

"No cambia mucho" afirmó con seguridad. "Siguen siendo simples mortales provenientes de Midgard."

Su tono era neutral, pero su expresión se suavizó un poco cuando añadió:

"Aunque… hay algunas excepciones."

Alex levantó una ceja invisible.

"¿Excepciones?" repitió.

Elizabeth asintió con entusiasmo.

"Aquellos dignos que lograron pisar Asgard…" susurró con un dejo de admiración. "Y ni hablar del Señor Geovdrik y el Señor Madra."

Los ojos de la dragonoid brillaron al mencionar esos nombres.

"Si bien eran humanos, ellos superaron sus límites mortales" continuó. "Eran tan fuertes como los dioses ¡sino más fuertes! Poderosos, justos, valientes… nada comparado con los simples humanos."

Alex dejó escapar una leve risa ante su entusiasmo.

Elizabeth notó su reacción y se apresuró a añadir con determinación:

"¡Pero ninguno de ellos lo supera a usted, Señor Lumiel!, quien era el que los lideraba."

Su tono era completamente seguro, como si fuera una verdad absoluta e incuestionable.

Alex soltó una carcajada con genuina alegría ante su afirmación, provocando que Elizabeth lo mirara con desconcierto.

Al notarlo, Alex se disculpó de inmediato.

"Ah, lo siento, mhm" dijo Alex mientras se aclaraba con suavidad. "No me reía de ti ni de lo que dijiste. De hecho, me parece adorable la imagen que tienes de mi y de mis amigos… pero me temo que no es del todo acertada."

Elizabeth parpadeó, claramente sorprendida.

"Eso no puede ser posible." negó sin dudarlo. "Usted es una Eminencia misma, una existencia por encima de todos los ángeles y a la par de los dioses. ¡Yo misma lo he visto! Me ha contado incontables historias sobre sus enfrentamientos contra seres divinos y su triunfo sobre ellos… ¿Cómo puede decir que no es cierto?"

Su mirada estaba cargada de convicción, como si la sola idea de dudar de su señor fuera inconcebible.

Alex quedó ligeramente sorprendido de que Elizabeth recordara aquellas historias que solía contar en voz alta mientras organizaba su inventario en sus aposentos, ya que eso implicaría muchas cosas sobre el juego.

Por un momento, considero seguirle la corriente.

Después de todo, ¿Qué daño podía hacer dejar que creyera en esa imagen idealizada?

Pero no.

Sabía que no debía hacerlo.

Si Elizabeth seguía viéndolo como un ser invencible e infalible, el día que él fallara, que cometiera un error o que encontrara a alguien más fuerte que él… ¿cómo reaccionaría? ¿lo consideraría una decepción? ¿lo abandonaría?

No, si en algún momento llegaba a decepcionarla, prefería que fuera ahora, cuando aún podía suavizar el golpe.

Tomó aire antes de responder con una voz tranquila, casi melódica.

"Es cierto que esas historias que te contaba son reales." Continuo. "Sin embargo, hay algo importante en ellas: nunca fueron combates individuales."

Elizabeth frunció ligeramente el ceño, sin comprender del todo a qué se refería su señor. Aun asi no lo interrumpió y continuó escuchando con atención.

"Aquellos enfrentamientos siempre fueron luchando todos juntos, mis amigos y yo, contra estos dioses o entidades similares en poder. Nunca un combate uno contra uno. Si ese hubiese sido el caso, el resultado más probable habría sido una derrota total."

Por primera vez en la conversación, el rostro de Elizabeth mostró una pequeña fisura en su seguridad absoluta.

"Eso…" murmuró, casi para sí misma.

"Eso era lo normal. No solo aplicaba para mí y mis amigos." continuó. " Sino para cualquier ser dentro de los nueve mundos."

Hizo una breve pausa, eligiendo sus palabras con precisión.

"Después de todo, aquellas entidades que tu conoces como dioses o similares, nacieron con un propósito claro y eso era ser existencias que sobrepasaran los límites de lo que cualquier otro ser podía alcanzar."

Sus palabras no tenían desdén ni frustración, simplemente relataban una simple realidad.

Todo jefe dentro de Yggdrasil era considerado un enemigo que excedía el nivel de poder normal del juego al que los jugadores podían aspirar sin medios externos.

Incluso los jefes más débiles requerían de al menos cinco jugadores promedios para ser enfrentamos e incluso asi no eso aseguraba el derrotarlos.

Los jefes de mayor rango, aquellos que dominaban los extremos de la escala de poder en Yggdrasil, exigían la cooperación de treinta o incluso más jugadores de nivel máximo (nivel 100) para siquiera pensar en hacerle frente a estos enemigos.

Esa era la razón por la que las incursiones existían. Enfrentar a esos enemigos era una tarea imposible para un solo individuo.

Incluso para él.

Recordó su última noche en Yggdrasil.

Había planeado enfrentar a Hela, un jefe de alto nivel, en solitario.

No porque creyera que podía derrotarla con facilidad, sino porque su build de personaje brillaba contra ese tipo de enemigos.

Además, contaba con dos ítems mundiales, su armadura de campeón mundial y había preparado cuidadosamente cada detalle y cada ítem para asegurarse de que todo saliera según como lo planeaba en la incursión contra ese jefe.

Aún asi, hacerlo era una apuesta extremadamente riesgosa, una que habia tomado como un último desafío a enfrentar antes del fin de su juego favorito.

Sin embargo…

Cuando se desvió de sus planes y se encontró con Kether, un Enemigo Mundial, toda preparación dejó de tener sentido.

No importaba su equipo.

No importaba sus estrategias.

La diferencia de poder entre ambos estaba predeterminada por la programación del juego.

Alex sintió un leve escalofrío recorrer su espalda al recordar el abismo de poder que separaba a un jefe mundial de cualquier otro enemigo en Yggdrasil.

Por un breve instante, un pensamiento aterrador cruzó su mente.

'¿Y si Kether también…?'

Se obligó a cortar la idea de raíz antes de que pudiera desarrollarse.

No valía la pena pensar en ello.

No ahora.

Alex sacudió ligeramente la cabeza, apartando esas preocupaciones de su mente.

Cuando volvió a mirar a Elizabeth, la pequeña dragonoid permanecía en silencio, como si aún estuviera procesando sus palabras.

Creyendo que tal vez habia sido demasiado directo y que acababa de destrozar la imagen que ella tenía de él y de sus amigos, decidió suavizar el tema.

"Sin embargo." dijo con una leve sonrisa oculta debajo de su yelmo. "Eso no significa que no pueda enfrentar a los dioses en combate singular."

Elizabeth alzó la mirada, visiblemente interesada.

"¿A qué se refiere, señor Lumiel?"

"A que si se trata de un dios menor o incluso de uno mediano, entonces existe la posibilidad de vencerlo con la preparación adecuada."

El tono de su voz era tranquilo, pero su confianza era innegable.

"Dejando de lado a aquellos que estan por encima de todo, a lo que llamaremos Altos Dioses… Si el enemigo es el correcto, entonces puedo ganar siempre que me lo proponga."

No eran palabras vacías. De hecho, si realmente lo intentaba, incluso podría derrotar a jefes de alto rango, especialmente ahora que poseía el objeto mundial de su querido amigo Madra, que estaba comenzando a surtir efecto.

Elizabeth parpadeó, absorbiendo sus palabras con atención.

"Lo mismo ocurre con mis amigos" continuó Alex. "Cada uno de ellos era un maestro en su oficio, y solo unos pocos en los nueve mundos podían igualarlos."

Se permitió esbozar una leve sonrisa nostálgica antes de añadir:

"Un dios de rango medio no sería ningún problema para ellos… y mucho menos para Dark y Madra, quienes eran tan poderosos como yo, quizás incluso más." aunque esas últimas palabras quedaron solo como un pensamiento en el fondo de su mente.

El entusiasmo de Elizabeth regresó de inmediato.

"¡Como se esperaba del Señor Dark y el Señor Madra!"

Alex asintió con un leve suspiro divertido.

"Sí. A lo largo y ancho de los nueve mundos, nadie pudo vencerlos. No por nada se les conocía como El Sword Saint Dark y El Rey Invicto Madra."

Elizabeth pareció iluminarse con emoción.

Alex la observó en silencio por un instante, pensando que quizás habia exagerado o no había sido lo suficientemente claro en lo que intentaba explicarle…

Pero cuando la dragonoid volvió a sonreír, con una expresión pura y genuina, sintió que no había necesidad de insistir más en el tema.

Al final, no quería decepcionarla.

"Comprendo mejor ahora, Señor Lumiel" dijo con una reverencia sutil. "Gracias por explicármelo."

Alex esbozó una leve sonrisa.

Mientras Elizabeth mantenía su expresión radiante, Alex sintió una leve inquietud en su interior.

No estaba seguro de si ella había entendido realmente lo que intentó decirle…

Pero por ahora, lo dejaría así.

No tenía sentido seguir ahondando en ello.

Mientras permanecía en los brazos de su señor, Elizabeth guardaba silencio, pero en su interior, sus pensamientos no cesaban.

Las palabras del Señor Lumiel eran sabias y su humildad era admirable… pero también estaba equivocado.

Él hablaba como si realmente pudiera perder contra aquellos seres. Como si su victoria dependiera únicamente de su preparación o estrategia.

Pero Elizabeth sabía la verdad.

Desde el momento en que su señor se había equipado aquella capa de aspecto sencillo pero de poder incalculable, presumiblemente un ítem mundial, algo en él había cambiado.

Antes, su esencia divina llenaba el entorno con su pura existencia. Su sola presencia era inconfundible para ella que incluso sin ser un ángel podía distinguirlo, un faro radiante que demostraba su supremacía como una de la última de las Diez Eminencias Supremas.

Pero en el instante en que la capa cubrió sus hombros, su esencia se transformó.

No había desaparecido.

No se había debilitado.

Se había concentrado.

Ahora en lugar de dispersarse a su alrededor como un manto divino, su poder se contenía en su propio cuerpo, haciéndose más denso, más profundo…

más absoluto.

Elizabeth lo reconoció de inmediato.

Esto era algo que solo ella, su creación directa y una fiel seguidora de la diosa Ariane, podía percibir con claridad.

Era la misma sensación que había experimentado mientras residía en el Salón Dorado de Asgard, el lugar donde la presencia de su diosa era más fuerte.

No era simplemente que el Señor Lumiel hubiera refinado su divinidad… era que, de algún modo, su esencia le resultaba extrañamente familiar, casi como si estuviera en presencia de la misma diosa Ariane, una diosa de alto rango.

Sin embargo, no era exactamente lo mismo.

Bajo esa concentración de poder, podía percibir otras tres presencias, pequeñas en comparación con la de su señor, pero aún ahí, entrelazadas con su esencia.

El descubrimiento la llenó de curiosidad.

No entendía por qué había sucedido este cambio ni cuál era la naturaleza de esas tres presencias similares pero más débiles a la de su señor, pero sabía que todo aquello era prueba irrefutable de una verdad absoluta:

Su señor, el gran Lumiel Seraph, el Portador de la Luz y la última Eminencia Divina, se encontraba en un nivel que jamás había presenciado antes.

Si él lo deseara…

Si realmente quisiera…

Podría equipararse y superar a los Altos Dioses que mencionó.

Elizabeth bajó la mirada, ocultando una pequeña sonrisa de satisfacción.

Quizás, en el futuro, su señor se lo revelaría por voluntad propia.

Hasta entonces, ella solo debía seguirlo en silencio.

Con devoción inquebrantable.

Tiempo después:

El tiempo transcurrió en completo silencio.

El paisaje bajo sus pies pasó de campos abiertos y caminos de tierra a las primeras señales de civilización. Ya estaba por llegar a su destino.

Sin embargo, antes de siquiera divisar la empalizada que rodeaba la aldea o sus terrenos de cultivo, algo llamó su atención.

Una gruesa columna de humo negro se elevaba hacia el cielo.

Su forma distorsionada por el viento y su oscura silueta resaltaban contra el azul celeste, una señal inconfundible de fuego incontrolado.

Alex frunció el ceño.

Eso no estaba allí la primera vez que sobrevoló la zona.

Tampoco lo había visto en ninguna de las otras tres aldeas.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, reforzando el agarre en Elizabeth antes de acelerar el vuelo.

"Sujétate" le advirtió con calma.

La pequeña dragonoid, que hasta el momento había permanecido en silencio desde su ultima conversación, asintió sin cuestionarlo y se aferró a su capa blanca con delicadeza.

Alex batió sus seis alas con fuerza, incrementando su velocidad en cuestión de segundos.

Al mismo tiempo, decidió tomar precauciones.

Se elevó aún más, ascendiendo hasta quedar a unos 700 metros de altura, lo suficientemente alto como para que el resplandor del sol y las nubes mas bajas lo cubrieran parcialmente de la vista de quienes estuvieran abajo.

El trayecto restante duró apenas unos segundos.

Desde esa distancia, su visión mejorada le permitió observar la silueta de la aldea sin problemas.

Pero más que la empalizada o las estructuras de madera, su atención se centró en el movimiento frenético de las figuras que corrían por las calles de tierra.

A simple vista, era un caos absoluto.

Algunos humanos huían despavoridos, intentando refugiarse en las casas o escapar más allá de los límites de la aldea.

Otros corrían en dirección al centro del asentamiento, hacia una estructura más grande y reforzada que, por su diseño, parecía cumplir una función más importante.

Pero entre ese desorden, había algo más.

Sus ojos se afilaron cuando una nueva figura apareció en su campo de visión.

En medio del caos, justo al lado de una estructura envuelta en llamas, dos siluetas pequeñas estaban rodeadas por otras ocho mucho más grandes.

Por un instante, pensó que se trataban de niños rodeados por adultos… pero al enfocar su vista, notó que estaba equivocado.

Los dos más pequeños sí eran humanos.

Pero al enfocarse mejor, Alex notó algo particular en ellos.

Detrás de un joven que empuñaba una pequeña espada, una niña pequeña temblaba de miedo, sus diminutas manos aferrándose con fuerza a la tela de la ropa del chico, incapaz de moverse por el terror.

Sin embargo, el joven no se veía mucho más firme que ella.

Aunque intentaba mantenerse en pie con valentía, su agarre en la espada era débil y su cuerpo entero temblaba con un nerviosismo que incluso desde la distancia Alex podía notar.

Sus piernas estaban rígidas, su postura forzada.

No parecía alguien acostumbrado al combate.

Y aún así, estaba allí, interponiéndose entre la niña y las ocho figuras que los rodeaban.

Ocho bestias de escamas gruesas y ojos predatorios.

Hombres lagarto.

No.

Alex estrechó la mirada.

No eran hombres lagarto.

Había cierta similitudes superficiales con la raza jugable de Yggdrasil, pero su morfología era distinta.

Era algo nuevo.

Algo que nunca había visto antes.

Una especie nativa de este mundo y la primera prueba tangible de que este mundo no solo contenía humanos.

Decidió expandir su análisis.

Observó con más detenimiento lo que ocurría en la aldea.

Bastó una sola mirada para comprender la situación.

Sangre.

Cuerpos humanos esparcidos por el suelo.

Las mismas criaturas escamosas arrastrando a los aldeanos y reuniéndolos en el centro del asentamiento.

Algunos incluso devoraban a sus presas sin siquiera esperar a que dejaran de retorcerse.

Esto no era un conflicto entre humanos.

Era una masacre.

Un festín de carne y desesperación.

A pesar de la escena grotesca, Alex no sintió nada.

No hubo repulsión, ni horror, ni incomodidad.

Su mente procesaba la información con absoluta calma, como si estuviera viendo un simple espectáculo sin involucrarse en él.

Si aún estuviera en su cuerpo humano, aquella imagen le habría causado náuseas, su estómago se habría revuelto del asco y su piel se habría erizado por la impresión.

Pero ahora…

Nada.

Solo una gélida indiferencia.

Asumió que era otro efecto de su nuevo cuerpo.

Sin embargo…

Esa falta de reacción solo aplicaba a la visión de la sangre, la muerte y la carne siendo desgarrada.

Porque sí sentía algo.

Algo dirigido tanto a los humanos como a aquellas criaturas.

Por un lado, sentía lástima.

Lástima por los humanos que estaban siendo masacrados tan injustamente.

Y, al mismo tiempo, sentía que era algo natural.

El ciclo de la vida.

La ley del más fuerte.

Desde el punto de vista frío y objetivo, era lo que se esperaría de un mundo sin intervención externa. Un mundo en el que la naturaliza seguía su curso sin que nadie impusiera un orden artificial.

Un depredador devoraba a su presa.

Era un evento que había ocurrido desde el origen del tiempo y seguirá ocurriendo hasta su final.

Y, sin embargo…

Por otro lado, sentía algo completamente distinto.

Una rabia ardiente crecía dentro de él, encendiéndose como una chispa en la oscuridad.

Era una furia instintiva, casi salvaje.

Un desprecio absoluto hacia aquellas criaturas que parecían disfrutar de su acto de matanza y tortura contra humanos indefensos.

No se trataba de simple hambre.

No se trataba de simple supervivencia.

Las bestias se regodeaban en el sufrimiento de sus presas.

Y esa visión encendía en él un fuego que amenazaba con consumirlo.

Un impulso primario lo instaba a lanzarse en picada y exterminar a esas viles abominaciones.

Pero se obligó a contenerse.

¿Por qué estaba experimentando estas emociones tan opuestas?

Por un lado, estaba una figura benevolente y compasiva, pero neutral.

El observador imparcial que veía el mundo como un ciclo inmutable, el ángel que no intervenía en la voluntad de los mortales, sin importar lo que hicieran.

Pero por otro lado, estaba el fuego salvaje similar al rugido de un león.

Un impulso abrazador, salvaje y destructivo. El ángel vengador, el ejecutor de castigos.

El juez y verdugo de aquellos que se atrevían a desafiar el orden sagrado.

Ambas facetas parecían convivir dentro de él.

Ambas pugnaban por el control.

No comprendía por qué. No entendía la razón detrás de este conflicto interno. Pero tenía la sospecha de que no era solo su propia naturaleza la que estaba en juego.

Algo dentro de él, algo más profundo, más antiguo… estaba despertando.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos.

Abajo, una de las criaturas de escamas negras hundió sus fauces en la garganta de una mujer que intentaba proteger a lo que solo podía suponer que era su hijo.

La escena le dejó un mal sabor de boca.

Pero la expresión debajo de su casco no cambió.

Siguió impasible.

Su mente aún priorizaba la razón sobre la emoción.

No podía lanzarse a una batalla sin información.

No sabía el peligro que representaban estas criaturas.

No conocía su fuerza, su velocidad, su resistencia.

Lo más inteligente era mantenerse al margen y observar.

El tamaño de la nube de humo indicaba que los humanos de la muralla la verían y probablemente acudirían en su ayuda.

Eso le permitiría analizar tanto a estos seres como al nivel de los humanos armados.

Si realmente deseaba comprender el poder de este mundo, esta era su mejor oportunidad.

Solo debía esperar.

Esperar y…

"¿Irá a rescatarlos, Señor Lumiel?"

La voz melódica de Elizabeth lo saco de sus pensamientos.

Se giró lentamente hacia ella, sus ojos dorados brillando con intensidad a través de la visera de su casco.

Analizó su pregunta por un breve instante antes de responder:

"¿Qué te hace pensar eso?"

Elizabeth lo miró con absoluta certeza.

"Es lo que los Caballeros hacen, ¿no? Salvar a los inocentes."

Su voz era serena, pero firme.

"Eso es lo que usted relataba en sus historias cuando hablaba del señor Chevalier y el Señor Geovdrik."

Alex parpadeó.

Las imágenes de sus amigos inundaron su mente. No solo la de Geov y Chevalier… las figuras de todos sus compañeros aparecieron una tras otra en su recuerdo.

Raven, Altina, Azrael, Granblue, Weeds, Dovah, Dark, su mejor amigo Madra, su maestro Nirvana…

Y su mejor amiga.

Rin.

Pero la última imagen lo tomó por sorpresa.

Touch-Me.

Recordó los días en los que él, Geov, Chevalier y Touch-Me recorrían juntos los caminos de Yggdrasil.

Recordó las incontables veces que ese hombre estuvo en primera línea, protegiendo a otros sin dudarlo.

Recordó sus palabras.

"Si el camino es duro, lo natural es tomar la espada y ayudar"

Una frase simple, pero que describía perfectamente su situación actual.

La verdad era que tenía miedo.

Miedo de no ser lo suficientemente fuerte.

Miedo de fracasar y no poder proteger a Elizabeth.

Miedo de morir y perder esta nueva oportunidad en este nuevo mundo.

Pero…

¿Qué sentido tenía su libertad si cada vez que encontraba un obstáculo solo se ocultaba tras excusas?

No.

No podía vivir así, se negaba a hacerlo.

Se negaba a ser una decepción para sus amigos.

Para Madra.

Para Rin.

Para Touch-Me.

Para Elizabeth.

Una ligera sonrisa se dibujó bajo su yelmo.

"Gracias, Elizabeth." dijo con voz tranquila.

La dragonoid lo miró desconcertada.

"¿Eh?"

"Sin quererlo, casi me desvió del camino correcto." Su tono no era solemne ni dramático. Era simplemente… sincero. "Pero gracias a tus palabras, pude recuperar mi sentido."

Elizabeth se sonrojó ligeramente, apartando la mirada con nerviosismo.

"Y-Yo… yo no hice nada, solo repetí lo que usted mismo decía en el pasado…"

Alex sonrió.

"Aun así, te lo agradezco." Hizo una pausa antes de continuar. "Pero ahora, tenemos que apresurarnos si queremos rescatar a todos."

"¡Sí!"

Ese era el momento. Alex centró su atención en la aldea, comenzando a analizar la situación y a preparar su próximo movimiento.

El tiempo para la observación había terminado.

Era hora de continuar.

Primero, necesitaba asegurar a Elizabeth.

No podía arriesgarse a descender con ella en brazos.

Tenía que dejarla atrás en una distancia segura, pero al mismo tiempo no podía permitir que estuviera completamente desprotegida.

Las cuatro cargas diarias para sus invocaciones de alto rango ya estaban disponibles. Podía invocar cuatro ángeles de nivel 80-85 para cumplir la función de guardianes, pero aún desconocía el nivel real de sus enemigos.

Si estas criaturas eran demasiado fuertes, entonces sería mejor reservar esas cuatro cargas para traer dos ángeles de nivel 90 en caso de que la situación se complicara y tuviera que escapar.

Los cristales de invocación para los ángeles de nivel 95 que permanecían en su inventario seguían en enfriamiento, lo que descartaba su uso por el momento.

Eso lo dejaba con una única opción: La habilidad especial de la [Capa de Auriel].

[Potestades de la Guardia Solar]

Al activar la habilidad, dos pilares de luz dorada se materializaron en el aire, rompiendo brevemente la tranquilidad del cielo y de ellos emergieron dos figuras majestuosas.

Los Caballeros de la Guardia Solar.

Estos ángeles eran apenas un poco más bajos que él , con un par de alas blindadas extendidas y armaduras blancas con detalles dorados que irradiaban un brillo tenue. Sus yelmos ocultaban completamente sus rostros, pero de sus cabezas caía una melena hecha de fuego ardiente que descendía hasta sus espaldas.

En sus manos sostenían largas espadas de doble filo, con las hojas en alto en una postura de eterna vigilancia.

Al momento de su aparición, Alex sintió algo extraño.

Una conexión sutil, como un hilo invisible que los unía a él. Era algo que no había experimentado nunca, ni siquiera en Yggdrasil. Era como si un vínculo invisible se hubiese formado entre ellos, determinando quien era el maestro y quienes los sirvientes.

"Respondemos a su llamado, oh su Divina Eminencia. Sus deseos son nuestras órdenes."

Las voces de los dos ángeles se alzaron al unísono, perfectamente sincronizadas, con un tono solemne y autoritario.

Alex parpadeó.

No esperaba una respuesta tan consciente por parte de sus invocaciones. Algo definitivamente era distinto aquí, pero no tenía tiempo para investigarlo. Como no había la ventana del HUD para darles ordenes manualmente a sus invocaciones, tendría que innovar y probar suerte.

"Guardias Solares, quédense atrás de mí y protejan a Elizabeth de cualquier peligro."

"Por su voluntad."

Sus respuestas fueron firmes y sin vacilación, como si fueran caballeros rindiendo pleitesía a su monarca.

Satisfecho por el resultado, Alex giró su mirada hacia la pequeña dragonoid.

"Elizabeth, ¿conoces el hechizo [Mensaje]?"

Ella asintió de inmediato.

"Sí, Señor Lumiel."

"Perfecto. Quédate atrás con los ángeles y sígueme a una distancia segura."

Su tono se volvió un poco más serio.

"Además, equípate la capa de invisibilidad. Si estás en peligro, no dudes en dejarlos atrás y venir conmigo lo antes posible. Pero avísame primero con [Mensaje]."

Hizo una breve pausa antes de concluir con firmeza:

"Ten siempre en cuenta esto: Tu seguridad está por encima de todo."

Elizabeth abrió ligeramente los ojos, sorprendida por sus palabras.

Sin embargo, no protestó.

Su expresión adquirió una seriedad inusual y asintió con determinación.

"¡Entendido, Señor Lumiel!"

Aunque su rostro permanecía estoico, en su interior se sentía cálida.

Las palabras de su señor… la habían hecho feliz.

Pero lo ocultó bien.

Alex, por su parte, no notó su reacción.

O simplemente la ignoró.

Con cuidado, liberó a Elizabeth de su agarre.

La dragonoid desplegó su propio par de alas negras, similares a las de un dragón, que surgieron de su espalda con un movimiento fluido.

Al mismo tiempo, abrió su inventario y sacó la capa de invisibilidad, una prenda tan oscura como la noche misma. En un solo movimiento, se la colocó sobre los hombros y guardó el 'Manto de la Naturaleza' en su inventario.

Alex no perdió más tiempo.

Comenzó a lanzar una serie de bendiciones y mejoras tanto sobre él como sobre Elizabeth y sus dos invocaciones.

Cada ventaja contaba.

Cada protección podía marcar la diferencia.

Estos preparativos, aunque detallados, apenas tomaron unos segundos.

Cuando estuvo listo, dirigió su mirada hacia la aldea.

Sus cuatro ojos dorados escanearon el campo de batalla, buscando a quienes más lo necesitaban.

Un gran número de estas criaturas reptilianas —unas setenta, según su estimación— estaba agrupando a más de un centenar de humanos en el centro del asentamiento, cerca de la estructura más grande.

Por alguna razón, parecían estar evitando hacerles daño… al menos de momento.

Aquellos que conseguían escapar se dispersaban por los campos y el bosque.

No podía ir tras ellos.

Le tomaría demasiado tiempo, y cualquier error pondría en peligro no solo a los aldeanos atrapados en la aldea, sino también a Elizabeth.

Sus ojos se centraron en el pequeño grupo de ocho bestias que seguían rodeando a los dos niños.

Mientras él tenía su lucha mental y preparaba su estrategia, el joven de cabello naranja aparentemente había intentado resistir.

Pero ahora, su brazo izquierdo estaba herido y colgando flácidamente a su lado.

A pesar del dolor, mantenía su espada en alto.

Las bestias que los rodeaban parecían disfrutar del espectáculo. Sus fauces goteaban saliva, y sus mandíbulas se movían, como si intentaran articular palabras en su propio idioma.

Alex no podía escucharlos desde la distancia.

Y dudaba de que pudiera entenderlos aunque lo hiciera.

Pero algo en su instinto le decía que no era nada bueno.

Sintió aquella llama de odio resurgir con más fuerza.

La sed de castigo.

Sin embargo, se controló.

Si iba a intervenir y saltar al combate tontamente sin antes reunir información, no sería de forma impulsiva y de frente.

Daría el primer golpe.

Si resultaban ser más fuertes de lo esperado, simplemente tomaría a los niños y huiría. A fin de cuentas, estas bestias parecían no tener la capacidad de volar.

Con todo listo, Alex inhaló profundamente y se preparó para ejecutar su plan.

Su primer objetivo:

Los niños de cabello naranja y negro.

...

..


Nota de autor:

¡Hola de nuevo!

Esta actualización llegó un poco más tarde de lo esperado (unas tres semanas) debido a algunos contratiempos con el tiempo para escribir, ya que comenzaron las clases en la universidad y, bueno... los primeros días siempre suelen ser los más complicados hasta que todo se adapta a la nueva rutina.

De cualquier manera, dejo esta pequeña nota para avisarles un par de cosas: la primera es que, de ahora en adelante, las siguientes actualizaciones tendrán un intervalo de unas dos o tres semanas entre cada una, ya que por el momento solo tengo los fines de semana para dedicarle tiempo a la historia.

La otra cosa que quería contarles es que recientemente estuve experimentando con AO3 y todas las opciones que ofrece al publicar historias, y al final decidí también publicar esta historia en esa página, aunque solo la versión en inglés. Les menciono esto porque la versión en AO3 incluye algunos artes de referencia, ya que la página permite subir imágenes. Además, cuenta con algunas anotaciones extra que no están presentes aquí y, en general, me es mucho más fácil estar activo respondiendo comentarios allí.

En fin, solo quería avisarles esto por si a alguno le interesa pasarse por ahí y tener una imagen más clara de, por ejemplo, cómo es la armadura de Campeón de Mundo de Lumiel, la apariencia de Elizabeth, el efecto de algunas habilidades, entre otras cosas. La historia la pueden encontrar con el mismo nombre: "Light and Faith".

Ahora sí, ¡gracias por leer y nos vemos en la próxima actualización!