Buenas aquí les dejo una adaptación de un libro que me gusto, los personajes de inuyasha no me pertenecen si no a "Rumiko" ni la historia ni los personajes del libro sino a "Shelby" espero que les guste
Asesino de brujas
Libro 1
La bruja blanca
(Eso es el amor: darlo todo, sacrificarlo todo, sin el menor deseo de obtener algo a cambio)
Cap.32
Golpear A Una Bruja Muerta
Inu
- ¿Qué has hecho?
La voz de Hojo sonó demasiado fuerte en el silencio del cuarto… o de lo que quedaba de él. Había agujeros en las paredes y el hedor a magia permanecía en mis muebles. Mis sábanas. Mi piel. Un charco de sangre brotaba de la garganta de la bruja. Miré el cuerpo, odiándolo. Anhelando tener una cerilla para hacerlo arder. Para quemarlo, junto con ese cuarto y ese momento, y hacerlo desaparecer de mi memoria.
Me giré, reticente a mirar sus ojos apagados. Sus ojos inertes. No se parecía en nada a las actrices elegantes que quemaríamos en la caldera esa noche. Nada como la hermosa mujer de cabello blanco, Tsubaki le Blanc.
Nada como su hija.
Detuve el pensamiento antes de que tomara un rumbo peligroso.
Kag era una bruja. Una víbora. Y yo era un tonto.
- ¿Qué has hecho? -repitió Hojo, con voz más fuerte.
-He dejado que se marchara. -Mis piernas no querían colaborar, así que guardé mi Balisarda en la bandolera y me puse de rodillas junto al cadáver. Aunque mi cuerpo aún dolía por el ataque de Kag, era necesario quemar a la bruja, para evitar que reviviera. Me detuve en el límite de la sangre. No quería tocarla. No quería acercarme a esa cosa que había intentado matar a Kag.
Por mucho que odiara admitirlo, por mucho que maldijera su nombre, un mundo sin Kag estaba mal. Vacío.
Cundo alcé el cuerpo, la cabeza cayó hacia atrás de modo grotesco, con la garganta abierta donde Kag la había cortado. La sangre caía sobre la lana azul de mi chaqueta. Nunca había odiado tanto el color.
- ¿Por qué? -preguntó Hojo. Lo ignoré, centrándome en el peso muerto entre mis brazos. Una vez más, mi mente traicionera pensó en Kag. En que la había abrazado bajo las estrellas. Y era liviana. Y vulnerable. Y divertida y preciosa y cálida…
Basta.
-Estaba drogada y era evidente que estaba herida -insistió él. Alcé más el cuerpo, ignorándolo, y abrí de una patada la puerta rota. El agotamiento me aplastaba en oleadas. Pero él se negaba a rendirse-. ¿Por qué la has dejado ir?
Porque no podía matarla.
Lo fulminé con la mirada. Él la había defendido incluso después de que ella revelara su verdadera naturaleza. Y había demostrado ser una mentirosa y una víbora: un judas. Y eso significaba que Hojo no tenía un lugar entre los Chasseurs.
-No importa.
-Importa. La madre de Kag es Tsubaki le Blanc. ¿No has escuchado lo que la bruja ha dicho sobre recuperar sus tierras?
Con tu sacrificio, recuperaremos nuestra tierra. Gobernaremos Belterra otra vez…
No puedo permitir que asesinen inocentes.
Si. Lo había escuchado.
-Kag puede cuidarse sola.
Hojo pasó a mi lado y plantó sus pies en medio del pasillo.
-Tsubaki está en la ciudad esta noche al igual que Kag. Esto es… más grande que nosotros. Necesita nuestra ayuda… -Lo empujé con el hombro para pasar, pero se interpuso en mi camino y empujó mi pecho-. ¡Escúchame! Aunque Kag ya no te importe, aunque la odies… Las brujas planean algo y está relacionado con Kag. Creo… Inuyasha, creo que la matarán. Aparté sus manos, negándome a escucharlo. Negándome a reconocer el modo en que hacían girar mi mente, en que tensaban mi pecho.
-No, escúchame tú, Hojo. Lo diré solo una vez. -Incliné la cabeza despacio, decidido, hasta que nuestros ojos estuvieron al mismo nivel-. Las Brujas. Mienten. No podemos creer nada que hayamos oído esta noche. No podemos confiar en que esa bruja haya dicho la verdad.
Frunció el ceño.
-Sé lo que mi instinto me dice y dice que Kag está en problemas. Debemos encontrarla.
Mi estómago se retorció, pero lo ignoré. Mis emociones me habían traicionado antes. Pero no esta vez. Necesitaba centrarme en el presente, en lo que sabía, deshacerme de la bruja. La caldera en el calabozo. Mis hermanos en el piso de abajo.
Me obligué a poner un pie frente al otro.
-Kag ya no es nuestra responsabilidad.
-Creí que los Chasseurs juraban proteger a inocentes e indefensos, ¿no?
Tensé los dedos sobre el cadáver.
-Kag a duras penas es inocente o indefensa.
- ¡No es ella misma en este momento! -Me persiguió por la escalera y casi tropezó y nos hizo caer a ambos al suelo-. ¡Está drogada y está débil!
Resoplé. Incluso drogada, incluso herida, Kag había empalado a una bruja como Yael a Sísera.
-La has visto, Inuyasha. -Su voz se convirtió en un susurro áspero-. No tendrá oportunidad alguna si Tsubaki aparece. Maldije a Hojo y su corazón sangrante.
La había visto. Ese era el problema. Estaba esforzándome por olvidar que la había visto, pero el recuerdo estaba grabado en mi retina. La sangre había cubierto su precioso rostro. Había manchado su garganta. Sus manos. Su vestido. Las magulladuras se habían formados después del ataque de la bruja… pero eso no era lo que me perturbaba. Eso no era que atravesaba la neblina de mi furia.
No… habían sido sus ojos.
La luz en ellos había desaparecido.
La droga, me dije. La droga los ha apagado.
Pero en el fondo, sabía que no era así. En aquel momento, Kag se había roto. Mi pagana apasionada, boca sucia con voluntad de acero se había roto. Yo la había roto.
No eres mi esposa.
Me odiaba por lo que le había hecho. Me odié aún más por lo que aún sentía por ella. Era una bruja. Esposa de Lucifer. Entonces, ¿en qué me convertía eso?
-Eres un cobarde -dijo Hojo.
Me detuve en seco y él chocó conmigo. Su furia brilló ante mi expresión, ante la furia que recorría, mi sangre y calentaba mi rostro.
-vete -rugí-. Ve a buscarla. Protégela de Tsubaki le Blanc.
Quizás las brujas permitan que vivas con ellas en el Chateau. También puedes arder con ellas.
Retrocedió, atónito. Dolido.
Me giré hecho una furia y continué avanzando hasta el vestíbulo. Hojo pisaba un terreno peligroso. Si los demás descubrían que había empatizado con una bruja…
Bankotsu atravesó las puertas abiertas cargando una bruja muerta sobre el hombro. La sangre caía del cuello del demonio donde le habían inyectado el veneno. Una paloma yacía entre los muertos en los escalones de la catedral. Plumas manchadas de sangre y alborotadas. Ojos vacíos. Ciegos.
Aparté la vista, ignorando la presión punzante detrás de mis ojos.
Mis compañeros se movían decididos. Algunos cargaban cuerpos desde la calle. Aunque la mayoría de las brujas habían escapado, algunas se habían unido a la pila de cadáver en el vestíbulo… separadas de los otros. Intocables. Su ejecución no sería pública. No después de las hermanas Olde. No después de ese espectáculo. Aunque el arzobispo lograra controlar el daño, los rumores se propagarían. Aunque él negara la acusación, aunque algunos le creyeran, habían plantado la semilla.
El arzobispo había concebido una hija con la Dame des Sorcieres. Aunque no parecía por ninguna parte, su nombre invadía el salón. Mis hermanos mantenían la voz baja, pero de todas maneras los oía. Aún veía las miradas de reojo. Su desconfianza. Sus dudas. Bankotsu empujó a Hojo para ponerse de pie delante de mí.
-Si buscas a tu esposa, se ha ido. La he visto pasar corriendo por aquí hace menos de quince minutos… llorando.
Llorando.
- ¿Qué ha ocurrido, Inuyasha? -Inclinó la cabeza para observarme, alzando una ceja-. ¿por qué huiría? Si les teme a las brujas, sin duda la Torre es el lugar más seguro para ella. -Hizo una pausa y una sonrisa aterradora apareció en su rostro-. A menos, claro, que ahora nos tema más a nosotros.
Deposité mi cadáver en la cima de la pila de brujas. Ignoré la inquietud de mi estómago como plomo.
-Creo que tu esposa tiene un secreto, Inuyasha. Y creo que sabes cuál es. -Bankotsu se acercó más, observándome con los ojos intensos-. Creo que sé cuál es.
Mi inquietud se convirtió en pánico, pero me obligué a mantener la calma. Inexpresivo. Carente de emoción. Si les contaba lo de Kag, la cazarían. Y pensar en sus manos… haciéndole daño, atando su cuerpo a la hoguera… no lo permitiría.
Miré a Bankotsu directamente a los ojos.
-No sé de qué hablas.
-Entonces, ¿dónde está? -Alzó la voz y señaló alrededor, captando la atención de nuestros compañeros, cerré los puños-. ¿Por qué ha huido la brujita?
El rojo apareció firme en mi visión, cubriendo a los que estaban más cerca… a los que se habían quedado paralizados, girando la cabeza ante la acusación de Bankotsu.
-Cuidado con lo que dices, Chasseur Toussaint.
Su sonrisa vaciló.
-Entonces, es cierto. -Deslizó una mano por su rostro y suspiró con fuerza-. No quería creerlo… pero mírate. Aún la defiendes, aunque sepas que es una…
Lo ataqué gruñendo. Intentó esquivarme, pero no fue tan rápido. Mi puño golpeó su mandíbula con un crujido audible cuando rompí el hueso. Hojo saltó antes de que lo golpeara de nuevo. A pesar de que tiraba de mis brazos, seguí avanzando, apenas sentía su peso. Bankotsu retrocedió con torpeza, gritando de dolor y furia.
-Suficiente -dijo el arzobispo con firmeza a nuestras espaldas.
Me quedé paralizado, con el puño suspendido en el aire.
Algunos de mis compañeros hicieron la reverencia, pero la mayoría permaneció de pie. Decididos. Cautelosos. El arzobispo los miró con furia creciente, y algunos inclinaron la cabeza. Hojo se soltó e hizo lo propio. Para mi sorpresa, Bankotsu también… aunque mantuvo la mano izquierda presionada en su mandíbula hinchada.
Fulminó el suelo con la mirada, con ojos asesinos.
Un segundo tenso pasó mientras esperaba que yo, su capitán, honrara a nuestro progenitor.
No lo hice.
Los ojos del arzobispo brillaron ante mi insolencia, pero avanzó de todos modos.
- ¿Dónde está Kagome?
-Se ha ido.
La incredulidad contorsionó su rostro.
- ¿A qué te refieres con que se ha ido?
No respondí y Hojo avanzó en mi lugar.
-Ella… ha huido, su eminencia. Después de que una bruja la atacara. -Señaló el cadáver en la cima de la pila. El arzobispo se aproximó para inspeccionarla.
- ¿Ha matado a esa bruja, Capitán Diggory?
-No. -Mi puño latía por haber golpeado la mandíbula de Bankotsu. Le di la bienvenida al dolor-. Ha sido Kag.
El arzobispo sujetó mi hombro en una muestra de camaradería ante mis compañeros, pero oí su plegaria silenciosa. Vi la vulnerabilidad en sus ojos. En aquel segundo lo supe. Cualquier duda que tuviera se disipó, reemplazada por una repulsión más profunda que cualquier otra que hubiera experimentado. Aquel hombre, el hombre que consideraba un padre, era un mentiroso. Un fraude.
-Debemos encontrarla, Inuyasha.
Me puse tenso y aparté su mano.
-No.
Endureció la expresión y le indicó con una señal a uno de mis hermanos que se acercara. Un cadáver mutilado colgaba de su hombro. Unas quemaduras rojas furiosas cubrían el rostro y el cuello de la bruja, desapareciendo bajo el cuello d su vestido.
-He tenido el placer de hablar con esta criatura durante la última media hora. Con un poco de persuasión, se ha convertido en una plétora de información. -El arzobispo tomó el cuerpo y lo lanzó sobre la pila. Los cadáveres se movieron y la sangre cubrió mis botas. La bilis subió a mi garganta-. No sabes lo que las brujas han planeado para el reino, capitán Diggory. No podemos permitirles que tengan éxito.
Bankotsu enderezó la espalda, inmediatamente alerta.
- ¿Qué han planeado?
-Una revolución. -El arzobispo mantuvo los ojos clavados en mí-. Muerte.
El silencio invadió el salón ante la revelación ominosa. Movieron los pies. Sacudieron los ojos. Nadie se atrevía a preguntar a qué se refería, ni siquiera Bankotsu. Al igual que nadie se atrevía a hacer la única pregunta que importaba. La única pregunta de la que dependía toda nuestra hermandad.
Miré a mis hermanos, observé mientras ellos miraban al arzobispo y a la bruja torturada y mutilada. Mientras la convicción regresaba a sus rostros. Mientras sus sospechas se trasformaban en excusa, haciendo un puente hacia el mundo cómodo que una vez habíamos conocido. Las mentiras cómodas.
Ha sido una distracción.
Sí, una distracción.
Las brujas son astutas.
Le han tenido una trampa.
Excepto Bankotsu. Sus ojos afilados no eran fáciles de engañar. Peor: una sonrisa llamativa apareció en su rostro, torcida debido a su mandíbula inflamada.
-Debemos encontrar a Kagome antes que las brujas -instó el arzobispo. Suplicó-. Ella es la clave, Inuyasha. Con su muerte, el rey y su descendencia morirán. Todos moriremos. Debes dejar a un lado tu pelea y proteger este reino. Honrar tu juramento.
Mi juramento. La furia recorría mi cuerpo ante sus palabras. Sin duda, ese hombre que se había acostado con la Dame des Sorcieres, que había engañado y traicionado y roto su juramento a cada oportunidad, no podía estar hablándome de honor. Exhalé despacio por la nariz. Mis manos aún temblaban con furia y adrenalina.
-Vamos, Hojo.
El arzobispo mostró los dientes ante mi rechazo y se giró hacia Bankotsu.
-Chasseur Toussaint, reúne a un grupo de hombres. Quiero que estéis en la calle en menos de una hora. Alertad a los guardias. La encontrareis antes del amanecer. ¿Entendido?
Bankotsu hizo una reverencia y me sonrió de modo triunfal. Lo fulminé con la mirada, buscando en su rostro un destello de vacilación, de arrepentimiento, pero no había nada. Su momento por fin había llegado.
-Si, su Eminencia. No lo decepcionaré.
-:-
Hojo me siguió a toda prisa mientras me marchaba. Subimos los peldaños de las escaleras de tres.
- ¿Qué haremos?
-No haremos nada. No quiero que te involucres en esto.
- ¡Kag es mi amiga!
Su amiga.
Ante esas dos palabras, mi paciencia, al límite, se terminó. Con rapidez, antes de que el chico pudiera siquiera abrir la boca, sujeté su brazo y lo empujé contra la pared.
-Es una bruja, Hojo. Debes entenderlo. No es tu amiga. No es mi esposa.
Sus mejillas se ruborizaron de furia y empujó mi pecho.
-continúa diciéndote eso. Tu orgullo hará que la maten. Está en problemas… -Me empujó de nuevo para dar énfasis, pero sujeté su brazo y lo retorcí detrás de su espalda mientras golpeaba su pecho contra la pared. Ni siquiera se movió-. ¿A quién le importa si el arzobispo ha mentido? Eres mejor que él, mejor que esto.
Gruñí, estaba aproximándome muy rápido a mi punto de rotura.
Kag, Hojo, Tsubaki le Blanc, el arzobispo… era demasiado. Repentino. Mi mente no podía racionalizar las emociones que me invadían, demasiado veloces para nombrarlas, cada una más dolorosa que la anterior… pero llegó el momento de elegir.
Era un cazador.
Era un hombre.
Pero no podía ser ambas cosas. Ya no.
Solté a Hojo y retrocedí. Agitado.
-No, no lo soy.
-No lo creo.
Cerré los puños, resistiendo el deseo de atravesar la pared de un golpe… o el rostro de Hojo.
- ¡Lo único que ha hecho ha sido mentirme, Hojo! ¡Ella me miró a los ojos y dijo que me quería! ¿cómo sé que eso no ha sido otra mentira?
-No es mentira. Sabes que no. -Hizo una pausa, alzando el mentón en un gesto tan propio de Kag que estuve a punto de llorar-. La… has llamado ella. No eso.
Golpeé la pared. El dolor estalló en mis nudillos. Le di la bienvenida… se la daba a todo lo que me distrajera de la agonía que desgarraba mi pecho, de las lágrimas que ardían en mis ojos. Apoyé la frente contra la pared y jadeé en busca de aliento. No, Kag no era un eso. Pero de todos modos me había mentido. Me había traicionado.
- ¿Qué debería haber hecho? -preguntó Hojo-. ¿Decirte que era una bruja y atarse sola a la hoguera?
Se me quebró la voz.
-Debería haber confiado en mí.
Tocó mi espalda, suavizando la voz.
-Morirá, Inuyasha. Has oído al arzobispo. Si no haces algo, morirá. Y sí de fácil, la furia me abandonó. Mis manos cayeron inertes. Encorvé los hombros… derrotado. No había opción. No para mí. Desde el primer instante en que la había visto en el desfile, vestida con aquel traje ridículo y con el bigote, mi destino había quedado sellado.
La quería. A pesar de todo. A pesar de las mentiras, la traición, el dolor. A pesar del arzobispo y de Tsubaki le Blanc. A pesar de mis hermanos. No sabía si ese amor era recíproco y no me importaba. Si ella estaba destinada a arder en el infierno, ardería con ella.
-No. -La determinación letal latió en mis venas mientras me apartaba de la pared-. Kag no morirá, Hojo. La encontraremos.
Continuara…
Pd: gracias por sus comentarios x)
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