Escena extra 1. Hermanos.
Una tarde, mientras sus padres estaban fuera, atendiendo asuntos del Hokage (Naruto no sabía cuáles, ni le importaba, ya se había acostumbrado a su ausencia), Mito lo encontró en la biblioteca, leyendo, como siempre. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra un estante, un libro abierto sobre sus rodillas, pero su mirada estaba perdida en la distancia, como si estuviera viendo algo más allá de las paredes.
—Naruto —dijo ella, acercándose tímidamente, con ese paso inseguro que la caracterizaba, como si siempre temiera molestar. —Yo... eh... ¿estás ocupado?
Naruto levantó la vista, sobresaltado, como si lo hubieran sacado de un sueño. Le costó un momento enfocar la mirada en su hermana. Había estado tan absorto en sus pensamientos, en su soledad, que se había olvidado de que existía el mundo exterior.
—No —respondió, con su habitual tono brusco, un tono que no reflejaba su verdadero sentimiento, sino su incapacidad para expresar afecto. Cerró el libro con cuidado, pero no marcó la página, como si no tuviera intención de volver a él. —¿Qué pasa?
Mito se mordió el labio inferior, un gesto nervioso que Naruto conocía bien.
—Es que... —comenzó, y luego se calló, como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta. Se retorció las manos, un gesto que siempre hacía cuando estaba nerviosa o preocupada. —Tengo... tengo problemas con... con una cosa del entrenamiento.
Naruto la miró fijamente, intentando descifrar lo que quería decir. Mito nunca le pedía ayuda con el entrenamiento. Siempre se esforzaba por hacerlo todo sola, quizás para demostrar algo a sus padres, quizás para no sentirse una carga.
—¿Con qué? —preguntó, intentando suavizar su voz, aunque le costaba horrores.
Mito se acercó un poco más, casi como si temiera que la oyeran.
—Con... con el control del chakra —susurró—. No... no puedo concentrarme. Papá y mamá se enfadan... dicen que no me esfuerzo lo suficiente.
Naruto suspiró. Otra vez lo mismo. Sabía que Mito se esforzaba, más que nadie. Pero la presión de sus padres, la constante comparación con él, la bloqueaban. Era como si la hubieran metido en una jaula, una jaula hecha de expectativas y decepciones.
—A ver —dijo, señalando el suelo a su lado—. Siéntate.
Mito obedeció, sentándose con las piernas cruzadas, la espalda rígida, la mirada fija en el suelo. Naruto le explicó, con palabras sencillas y directas, sin los tecnicismos que usaban sus padres, cómo sentía él el chakra, cómo lo controlaba. No usó metáforas elaboradas ni comparaciones poéticas. Simplemente le dijo lo que hacía, lo que funcionaba para él.
—Es como... como respirar —dijo, buscando una analogía que Mito pudiera entender—. No tienes que pensar en respirar. Simplemente lo haces. El chakra es igual. Está ahí, dentro de ti. Solo tienes que... dejarlo fluir.
Mito lo miró con los ojos muy abiertos, como si le hubiera revelado un gran secreto.
—¿Dejarlo fluir? —repitió, como si estuviera probando las palabras en su boca.
—Sí —confirmó Naruto—. No lo fuerces. No intentes controlarlo. Solo... siéntelo.
Mito cerró los ojos, intentando seguir sus instrucciones. Respiró hondo, varias veces. Naruto la observó, con una mezcla de paciencia y frustración. Sabía que no sería fácil. Él lo había aprendido por instinto, por necesidad. Pero Mito... Mito tenía demasiadas cosas en la cabeza. Demasiadas voces que le decían lo que tenía que hacer, cómo tenía que ser.
Después de un rato, Mito abrió los ojos, con una expresión de decepción en el rostro.
—No puedo —dijo, con un hilo de voz—. No lo siento.
Naruto se mordió el labio, pensando. Sabía que tenía que encontrar otra forma de explicárselo. Otra forma de ayudarla.
—Está bien —dijo, intentando sonar comprensivo—. Lo intentaremos de otra manera.
Y así, pasaron la tarde, juntos, en la biblioteca, dos hermanos unidos por un lazo invisible, un lazo que ni siquiera la negligencia de sus padres podía romper. Naruto le contó historias, historias que había leído en los libros antiguos, historias de héroes y monstruos, de magia y aventuras. Mito lo escuchaba atentamente, olvidándose por un momento de sus problemas, de sus frustraciones.
Al final del día, Mito no había logrado controlar su chakra. Pero sí había logrado algo más importante: había sonreído. Y para Naruto, esa sonrisa valía más que cualquier técnica ninja, más que cualquier elogio de sus padres.
Fin del Omake.
