Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor
Capítulo 4
Inuyasha y Kagome se embarcaron en la búsqueda.
Tocaron a todas las puertas del edificio, pero la respuesta siempre era la misma.
—Sí, sabía que había una mujer en ese departamento…
—No, nunca hablé con ella.
—Se veía muy sola.
—Nadie la visitaba.
A cada testimonio, la expresión de Kagome se volvía más sombría. No recordaba quién era, pero escuchar de boca de los demás que había sido alguien completamente aislado la hacía sentirse aún más perdida.
Finalmente, llegaron a la última puerta del pasillo.
Inuyasha suspiró y tocó con impaciencia.
Unos segundos después, la puerta se abrió y una mujer muy guapa apareció en el umbral.
Tenía el cabello suelto, largo y ondulado, y su ropa… bueno, llamarlo ropa era generoso.
Llevaba unos diminutos shorts que apenas podían considerarse pantalones y un sostén deportivo que parecía estar librando una batalla perdida contra sus grandes pechos.
Se apoyó contra el marco de la puerta con una sonrisa pícara y lo miró de arriba abajo.
—Hola, guapo —ronroneó con una voz cargada de coquetería—. ¿Qué se te ofrece?
Kagome arqueó una ceja desde donde estaba parada, observando la escena con los brazos cruzados.
"Oh, por favor…" pensó.
Inuyasha, en cambio, ni siquiera se inmutó.
—¿Conocías a la mujer que vivía en el departamento encima del tuyo?
La mujer ladeó la cabeza, haciendo que su cabello cayera estratégicamente sobre su hombro desnudo.
—Mmm… solo la vi pasar un par de veces. Se veía muy triste y sola.
Kagome suspiró. Otra vez lo mismo.
Pero entonces, la mujer inclinó la cabeza y miró a Inuyasha con aún más interés.
—Aunque… —su voz bajó a un tono más insinuante—. También te he escuchado a ti.
Inuyasha la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Sí… a través de las paredes. —Sonrió, apoyándose más en el marco de la puerta—. Siempre hablas solo.
Kagome abrió la boca para replicar, pero se detuvo.
Bueno… técnicamente no estaba equivocada.
Inuyasha carraspeó, incómodo.
—Gracias por la información.
Se giró para irse, pero antes de que pudiera dar un paso, la mujer tomó su brazo con delicadeza.
—Espera…
Kagome apretó los labios con desagrado.
—¿Ahora qué?
—¿Podrías ayudarme con algo? —preguntó la mujer, acercándose un poco más a Inuyasha—. Tengo una ventana atascada y no puedo abrirla.
Su tono de voz se volvió más meloso, casi como si estuviera ronroneando.
Kagome rodó los ojos con fuerza.
—¡Oh, por favor! Está coqueteando contigo.
Inuyasha la ignoró y miró a la mujer.
—¿Has intentado usar un desarmador?
La mujer puso una expresión de falsa inocencia y se mordió el labio.
—Sí, pero… no funcionó.
—Claro que no —murmuró Kagome, cruzando los brazos—. Lo que quiere es que entres a su departamento.
No sabía por qué, pero la actitud de la mujer la estaba irritando más de lo que debería.
Kagome miró a Inuyasha con expectación.
—Vamos, adelante. Entra. Eso es lo que ella quiere, ¿no?
Inuyasha chasqueó la lengua y miró a la mujer con indiferencia.
—Gracias por todo.
Se giró y comenzó a caminar de regreso a su departamento sin siquiera voltear.
La mujer parpadeó, sorprendida por su total falta de reacción.
—¡Si cambias de opinión, aquí estaré! —dijo con un tono aún más seductor.
Inuyasha solo levantó una mano en un gesto de despedida sin siquiera mirarla.
Kagome lo siguió, satisfecha por la decisión de Inuyasha… aunque no estaba segura de por qué eso la hacía sentir mejor.
Después de no obtener respuestas en el edificio, Inuyasha decidió salir a caminar con Kagome por el vecindario.
Tal vez algo despertaría su memoria.
El aire nocturno era fresco, y las luces de la ciudad iluminaban las calles con un brillo vibrante. Caminaban en silencio hasta que Kagome se detuvo de repente frente a un elegante restaurante de cinco estrellas.
—Algo aquí… —susurró, mirando la entrada con el ceño fruncido.
Inuyasha la observó con atención.
—¿Te resulta familiar?
Kagome asintió lentamente.
—Sí, pero no como pensaba… No recuerdo haber comido aquí.
Inuyasha arqueó una ceja.
—¿Entonces qué recuerdas?
Kagome suspiró, con una sonrisa melancólica.
—Siempre pasaba por aquí y miraba el lugar desde afuera. Me decía que algún día vendría a comer, pero… nunca me di el tiempo.
Inuyasha no supo qué decir ante eso.
Sin previo aviso, un grito se escuchó dentro del restaurante.
El sonido de sillas arrastrándose y murmullos preocupados llenaron el aire.
—¿Qué pasa? —preguntó Inuyasha, entrecerrando los ojos.
Sin dudarlo, entró al restaurante, seguido de Kagome.
Un grupo de personas se había reunido alrededor de un hombre de mediana edad que yacía en el suelo, inconsciente.
—¡¿Hay algún médico aquí?! —preguntó desesperadamente un mesero.
Kagome sintió una extraña presión en el pecho.
—Inuyasha… —dijo, con la voz entrecortada.
—¿Qué?
—Siente su pecho.
Inuyasha frunció el ceño.
—¿Qué demonios…?
—¡Solo hazlo!
Aunque no entendía por qué, Inuyasha se abrió paso entre la multitud.
—Déjenme revisarlo.
La gente se apartó un poco, aunque algunos lo miraron con incredulidad.
Inuyasha se arrodilló junto al hombre y, siguiendo las instrucciones de Kagome, presionó suavemente su pecho.
—¿Puedes sentir sus costillas? —preguntó Kagome con urgencia.
Inuyasha negó con la cabeza.
—No, pero si presiono…
—¿Se siente inflamado?
Inuyasha frunció el ceño y asintió.
—Sí… creo que sí.
Kagome inhaló profundamente.
—Pide un cuchillo afilado y una botella de vodka.
Inuyasha la miró como si estuviera loca.
—¿Perdón?
—¡Hazlo!
Inuyasha se levantó rápidamente y se dirigió al mesero más cercano.
—Necesito un cuchillo muy afilado y una botella de vodka.
El mesero parpadeó, confundido.
—¿Qué?
—Solo tráelos, ¡rápido!
El mesero dudó, pero ante la urgencia de la situación, corrió hacia la cocina.
Inuyasha se volvió hacia Kagome, nervioso.
—¿Quieres decirme qué demonios estamos haciendo?
—El hombre tiene un neumotórax a tensión.
—Un nemotaxer… ¿qué?
Kagome se frotó la sien con frustración.
—¡Neumotórax! Es una acumulación de aire que le impide respirar. Necesitamos liberar la presión o morirá.
El mesero regresó rápidamente con los objetos solicitados.
Inuyasha tomó la botella de vodka y, sin pensarlo demasiado, se bebió un trago antes de inclinarse hacia el hombre.
—¡Oye! —reclamó Kagome—. ¡El vodka es para el paciente, no para ti!
—Lo necesitaba.
—¡Ahora viértele un poco en el pecho, justo donde te dije!
Inuyasha lo hizo, notando cómo el alcohol limpiaba la zona.
Kagome tomó aire.
—Ahora, encuentra el espacio entre sus costillas.
Inuyasha deslizó los dedos hasta encontrarlo.
—Bien…
—Toma el cuchillo.
Inuyasha tragó saliva.
Sus manos temblaban.
—Confía en mí, lo harás bien —susurró Kagome.
Inuyasha cerró los ojos un segundo y, con un movimiento rápido, hizo una pequeña incisión en el punto indicado.
Un murmullo de horror recorrió a los espectadores, pero Inuyasha no prestó atención.
—Ahora, pon la boquilla de la botella en la abertura.
Con cuidado, colocó la boquilla de vodka en la incisión.
Un silbido de aire escapó de los pulmones del hombre, seguido de un jadeo profundo.
Los murmullos preocupados se convirtieron en exclamaciones de alivio.
El hombre tosió y comenzó a respirar con más facilidad.
Inuyasha sintió la adrenalina recorriéndole todo el cuerpo.
Lo había logrado.
De repente, Kagome se llevó las manos a la cabeza, sus ojos abriéndose con sorpresa.
—¡Soy doctora!
Inuyasha la miró, aún recuperándose del momento.
—¿Qué?
—¡Soy doctora! —repitió Kagome con emoción—. ¡Eso es lo que hacía!
Un fuerte aplauso resonó en el restaurante.
—¡La ambulancia está en camino! —informó el mesero, aún impactado por lo que acababa de presenciar.
Kagome sonrió ampliamente.
—¡Pregunta por el hospital más cercano!
Inuyasha, todavía agitado, miró al mesero.
—¿A qué hospital lo llevarán?
—Al Hospital Shikon no Tama.
Kagome se quedó helada.
Ese nombre…
Algo en su interior se removió, como un eco de un recuerdo perdido.
—Shikon… no Tama…
Murmuró el nombre para sí misma, sintiendo cómo algo encajaba en su mente.
Inuyasha la miró fijamente.
—¿Te suena?
Kagome asintió lentamente.
—Sí.
Pero no sabía por qué…
Aún.
Inuyasha y Kagome entraron al Hospital Shikon no Tama.
El ambiente era el típico de un hospital: médicos y enfermeras caminaban de un lado a otro, el sonido de teléfonos y monitores llenaba el aire, y el olor a desinfectante impregnaba cada rincón.
Pero para Kagome, era mucho más que eso.
Era familiar.
Miró a su alrededor, sus ojos recorriendo los pasillos, las salas de espera y los rostros de las personas con batas blancas.
—Conozco este lugar… —susurró.
Siguió caminando a la par de Inuyasha, su mente tratando de atar los hilos de sus recuerdos.
De repente, un grupo de médicos pasó junto a ellos.
—¡Los conozco! —exclamó Kagome con sorpresa—. ¡Ellos son… mis compañeros de trabajo!
Nadie la escuchó.
Nadie reaccionó.
Nadie volteó a verla.
Inuyasha avanzó hasta la recepción, golpeando el mostrador con los nudillos para llamar la atención de la recepcionista.
—Disculpe, busco información sobre Kagome.
La recepcionista levantó la vista.
—¿Kagome Higurashi?
Kagome sintió una corriente de electricidad recorrer su cuerpo.
Higurashi…
Era como si su nombre hubiera encajado en su mente como la pieza faltante de un rompecabezas.
—¡Sí! —exclamó Kagome, girándose hacia Inuyasha con emoción—. ¡Ese es mi nombre completo!
Inuyasha asintió, sin sorprenderse demasiado.
—Sí, ella. Busco información sobre Kagome Higurashi.
La recepcionista tecleó algo en la computadora antes de levantar la vista de nuevo.
—Un momento, llamaré a la jefa del departamento de cirugía, la doctora Kagura (apellido). Ella podrá darle información.
Inuyasha suspiró y cruzó los brazos mientras esperaba.
Kagome, por otro lado, no podía quedarse quieta.
—Mi nombre es Kagome Higurashi… —murmuró, repitiéndolo como si quisiera aferrarse a él.
Minutos después, una mujer elegante con bata blanca y porte imponente se acercó a Inuyasha.
Sus ojos carmesí eran afilados y analíticos, y su cabello negro ondeaba con cada paso que daba.
—¿Buscas a Kagome Higurashi? —preguntó, deteniéndose frente a él.
—Sí —respondió Inuyasha con firmeza—. ¿Qué pasó con ella?
Kagura entrecerró los ojos con sospecha.
—Antes de responderte, quiero saber… ¿cómo la conoces?
Kagome se acercó rápidamente y le susurró a Inuyasha:
—Dile que eres mi novio. Si no, no te dirá nada.
Inuyasha frunció el ceño.
—¿Por qué diablos…?
—¡Solo hazlo!
Rodando los ojos, Inuyasha miró a Kagura con expresión seria.
—Soy su novio.
Kagura lo miró de arriba abajo con incredulidad.
—Difícil de creer.
—¿Por qué? —Inuyasha levantó una ceja.
Kagura cruzó los brazos.
—Porque la vida de Kagome era solo este hospital. Nunca supe que tuviera citas.
Kagome bajó la mirada, sintiendo un extraño peso en el pecho.
—Así que… así me veían —murmuró.
Inuyasha, sin perder la compostura, respondió:
—Es reciente. Llevamos poco tiempo saliendo.
Kagura lo observó por un instante, como si evaluara si estaba diciendo la verdad.
Finalmente, exhaló y dijo:
—Entonces, supongo que no sabes lo del accidente.
Kagome sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
Y entonces, las imágenes regresaron como una avalancha.
El hospital.
La llamada de Sango.
La lluvia.
Los faros de un coche.
El golpe.
El dolor.
El silencio.
Inuyasha miró a Kagura con el ceño fruncido.
—No… no estuve aquí.
Kagura asintió lentamente.
—Ocurrió hace tres meses.
Kagome sintió su pecho latir con fuerza.
Inuyasha y Kagura seguían hablando, pero sus voces sonaban lejanas.
Algo la llamaba.
Su corazón latía más rápido.
Latía.
Por instinto, siguió el sonido.
Su propio latido la guiaba.
Dejó atrás a Inuyasha y Kagura, avanzando por los pasillos sin detenerse.
Cada vez más rápido.
Cada vez más fuerte.
Atravesó una puerta cerrada sin pensarlo dos veces…
Y ahí estaba.
Ella.
Acostada en una cama de hospital.
Pálida.
Intubada.
Kagome sintió un nudo en la garganta.
Se acercó lentamente, mirándose a sí misma.
Era ella.
Su cuerpo.
Su verdadero cuerpo.
—No…
Sus manos temblaban cuando intentó tocar la cama.
—No puede ser…
Miró las máquinas conectadas a ella, el leve movimiento de su pecho subiendo y bajando con ayuda del respirador.
No estaba muerta.
Estaba en coma.
Kagome sintió un escalofrío recorrer todo su ser mientras la realidad la golpeaba como un puño en el estómago.
Por fin tenía respuestas.
Pero ahora…
¿Qué haría con ellas?
