Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor
Capítulo 6
El sonido de la llave girando en la cerradura resonó en el silencio del empujó la puerta y entró, sintiendo por primera vez lo vacío que se sentía el lugar sin Kagome. Dejó caer las llaves sobre la mesa con un suspiro y se pasó una mano por el cabello, tratando de ignorar la sensación de incomodidad que lo invadía. Se había acostumbrado a ella.
A su voz regañándolo por beber demasiado.
A su insistencia en que usara un portavasos.
A su presencia constante, aunque al principio lo hubiera vuelto loco.
Ahora, sin ella, todo se sentía raro. Fue a la cocina, abrió el refrigerador y sacó una bolsa grande de frituras. Pero antes de abrirla, se quedó quieto. La imagen de Kagome apareció en su mente, mirándolo con desaprobación, cruzada de brazos mientras decía:
"¿Otra vez comida chatarra?"
Rodó los ojos, pero por alguna razón, dejó la bolsa sobre la encimera y, en su lugar, sacó un sartén, un filete y algunas verduras. Por primera vez en mucho tiempo, se preparó algo decente para cenar. Cuando terminó, se sentó en la mesa del comedor, con su plato frente a él y un vaso de agua. Justo cuando iba a dejar el vaso sobre la mesa, sonrió para sí mismo. Se inclinó, tomó un portavasos y lo colocó antes de posar el vaso sobre él.
El silencio en el departamento era casi reconfortante cuando, de repente, el timbre sonó. Inuyasha frunció el ceño y se levantó con pereza para abrir la puerta. Cuando la abrió, su expresión no cambió ni un poco. Ahí estaba su vecina. La mujer que le había coqueteado la última vez. Esta vez, llevaba un conjunto aún más revelador: un suéter ligero que apenas cubría sus hombros y un short tan diminuto que apenas podía llamarse ropa. Se apoyó en el marco de la puerta, mirándolo con una sonrisa seductora.
—Hola, guapo… —su voz era melosa, con un toque de falsa inocencia—. Me quedé fuera de mi departamento. ¿Podría pasar a hacer una llamada?
Inuyasha la observó con una expresión neutral.
—Adelante.
Le hizo un gesto para que pasara, sin siquiera notar su escote pronunciado ni la forma en que se inclinaba ligeramente para llamar su atención. Su mente estaba en otra parte. La mujer tomó el teléfono y marcó el número de un cerrajero, agradeciéndole con una sonrisa dulce cuando terminó la llamada.
—¿Te molesta si uso tu baño mientras espero?
Inuyasha suspiró.
—Final del pasillo, primera puerta a la izquierda.
La mujer avanzó lentamente, exagerando el movimiento de sus caderas con cada paso, pero Inuyasha ni la miró. Se pasó una mano por el rostro con cansancio y se dejó caer en el sillón. Fue entonces cuando sintió algo. Un leve cambio en el aire. Levantó la mirada y su corazón dio un vuelco. Kagome estaba ahí.
—¡Kagome! —exclamó, levantándose de inmediato—. ¡Pensé que nunca volverías!
Ella le sonrió con alivio, pero su expresión se ensombreció rápidamente.
—Inuyasha… es terrible.
Él frunció el ceño.
—¿Qué pasó?
—Quieren que Sango firme unos papeles para desconectarme.
El estómago de Inuyasha se hundió.
—No puede ser cierto…
Kagome asintió con desesperación.
—Lo es. Intenté decirle a alguien, pero nadie me escucha.
La preocupación en sus ojos era genuina. Estaba asustada.
—Y en ese momento… sentí ganas de hablar contigo.
Inuyasha sintió su pecho apretarse.
Pero antes de que pudiera decir algo más, una voz melosa, casi un canto resonó desde la habitación:
—Inuyashaaa~
Los dos se quedaron congelados.
Inuyasha parpadeó, sintiendo el desastre acercarse.
—¡Un momento, por favor! —gritó en dirección a la habitación.
Kagome cruzó los brazos y lo miró con una ceja arqueada.
—No te tomó demasiado tiempo.
Él abrió los ojos con horror, entendiendo lo que ella estaba implicando.
—¡No, no, no es lo que crees!
—No tengo que creer nada —dijo Kagome con frialdad—. Es una mujer muy bella y sexy. Lo entiendo.
Inuyasha sacudió la cabeza frenéticamente.
—No entiendes nada. ¡Solo necesitaba usar el baño!
Kagome ladeó la cabeza con incredulidad.
—¿Ah, sí? Porque su voz… viene de tu habitación.
Inuyasha sintió el pánico subirle por la garganta. Desde el pasillo, prendas de ropa volaban fuera de la habitación. Una risa juguetona se escuchó desde adentro.
—¡Inuyasha! —llamó la mujer—. Ven, quiero enseñarte algo.
El rostro de Inuyasha perdió todo color.
Miró a Kagome y, en un susurro, dijo:
—No tengo idea de qué está—
—Está desnuda en tu habitación —terminó Kagome con frialdad.
Inuyasha tragó saliva.
—No.
Antes de que pudiera pensar en una excusa mejor, la mujer se asomó por el pasillo con una toalla envuelta alrededor de su cuerpo.
Su cabello aún estaba húmedo y su sonrisa era seductora.
—¿Con quién hablas?
Inuyasha sintió la garganta seca.
—Con… nadie.
La mujer sonrió y se apoyó contra el marco de la puerta.
—Sabes, a veces te escucho hablar solo.
Inuyasha no dijo nada.
—No está mal querer pasar tiempo contigo, ¿sabes? —dijo con una voz dulce—. Yo también me siento sola.
Silencio. Kagome bajó la mirada.
—Lo entiendo… —susurró—. Es hermosa. Y está aquí, en cuerpo, frente a ti.
Inuyasha sintió un mal presentimiento.
—Kagome…
—Y yo solo me estoy entrometiendo.
—¡Kagome!
Pero ella ya se estaba alejando.
—¡Espera!
Subió las escaleras hasta la terraza sin mirar atrás.
La mujer se quedó observando a Inuyasha, con el ceño levemente fruncido.
—Me llamo Katrina, no Kagome.
Inuyasha la miró, pero su mente estaba en otro lado.
—Vete.
Katrina parpadeó, sorprendida.
—¿Qué?
Inuyasha cerró los ojos por un momento antes de mirarla directamente.
—Por favor, vete. Quiero estar solo.
La mujer lo miró con incredulidad antes de soltar un suspiro decepcionado.
—Tu pérdida.
Sin decir más, tomó su ropa y salió del departamento, cerrando la puerta tras ella. Inuyasha se quedó en silencio. Luego, exhaló, pasó una mano por su cabello y miró hacia la terraza. No quería estar solo, quería estar con ella y sin pensarlo más, fue tras Kagome.
Kagome estaba en la terraza, con los brazos cruzados y la mirada fija en las luces parpadeantes de la ciudad. El miedo seguía presente en su pecho, el eco de la conversación con Sango y Naraku aún latía en su mente. Sentía que su vida estaba en una cuerda floja y que en cualquier momento podría caer.
¿Realmente iba a desaparecer sin poder hacer nada?
El sonido de pasos detrás de ella la sacó de sus pensamientos. No necesitó voltear para saber quién era. Inuyasha se acercó con su paso relajado y se recargó en el borde del edificio, justo frente a ella, con solo unos pasos de distancia entre ambos. Por un momento, ninguno habló. El viento llenó el silencio entre ellos. Hasta que Kagome lo rompió.
—Eso fue rápido.
Inuyasha soltó un suspiro y la miró.
—No pasó nada.
Kagome arqueó una ceja.
—¿Y qué le dijiste a tu vecina?
Inuyasha se encogió de hombros.
—Le dije que ya estoy viendo a alguien.
Kagome parpadeó.
—¿En serio?
Él asintió con seriedad.
—Sí. Aunque… omití el detalle de que soy el único que puede verla.
Por primera vez en todo el día, Kagome soltó una pequeña risa. Pero su sonrisa se desvaneció cuando vio la expresión de Inuyasha cambiar. Él bajó la mirada y dejó escapar un suspiro pesado.
—Sabes… —dijo con voz baja—. Nunca he estado con nadie más desde que Kikyo falleció.
El tono con el que lo dijo hizo que Kagome se quedara en silencio. Inuyasha apretó los puños con fuerza.
—Ella… —hizo una pausa, como si le costara encontrar las palabras adecuadas—. Estaba molesta porque su zapato se había desatado, de repente se llevó las manos a la cabeza.
Kagome inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Una hemorragia cerebral?
Inuyasha asintió con la cabeza, sus ojos brillaban con la humedad de las lágrimas contenidas.
—Ni siquiera me pude despedir… —su voz se quebró un poco—. De un momento a otro… ya no estaba.
Kagome lo observó con tristeza. Era la primera vez que lo veía así. Vulnerable, sin su actitud despreocupada, sin sus respuestas sarcásticas. Solo él, con el dolor que llevaba cargando por tanto tiempo.
—¿Cómo era ella? —preguntó en voz baja.
Inuyasha dejó escapar una leve sonrisa nostálgica mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano.
—Un gran dolor de cabeza.
Kagome sonrió.
—¿En serio?
Él asintió y se pasó una mano por el cabello.
—Sostenes en las manijas de las puertas…
Kagome se rió suavemente.
—¿Qué?
—El auto siempre vacío porque nunca atinaba a ponerle gasolina.
Kagome soltó una carcajada más fuerte.
—Eso suena terrible.
Inuyasha sacudió la cabeza con una sonrisa.
—Solo de pensar en ella me molesta.
Pero luego, sin previo aviso, una nueva lágrima se deslizó por su mejilla. Kagome sintió un nudo en la garganta.
—Lo siento mucho, Inuyasha.
Él negó con la cabeza, sin decir nada más. Se quedaron en silencio por un rato, solo observando las luces de la ciudad. Después de un momento, Inuyasha habló.
—Sango no firmará esos papeles… ¿verdad?
Kagome desvió la mirada.
—No lo sé… Espero que no.
Inuyasha frunció el ceño.
—Pero no importa si no despierto pronto —susurró Kagome, con un tono de resignación—. Mi actividad cerebral disminuye día con día.
Inuyasha, notando el peso de sus palabras, intentó aligerar la situación.
—Tal vez eso no sea tan malo. Eres una sabelotodo. Si tu actividad cerebral disminuye, te bajaría a mi nivel.
Kagome resopló con diversión.
—No eres tonto.
Solo un poco flojo.
Kagome sonrió y asintió.
—Bonito, pero flojo.
Inuyasha se quedó pasmado por un momento.
—¿Bonito?
Kagome se encogió de hombros.
—¿Dije eso en voz alta?
Inuyasha rió suavemente.
—Gracias.
Pero luego, su expresión se volvió más seria.
—No siempre fui así.
Kagome lo miró con curiosidad.
—¿Ah, no? ¿Cómo eras antes?
Él la miró fijamente antes de inclinarse un poco hacia ella.
—Ven, quiero enseñarte algo.
Kagome lo miró por un momento, dudando. Pero luego asintió y lo siguió.
