Este fanfiction está inspirado en Inuyasha, obra original de Rumiko Takahashi. Los personajes, nombres y elementos del universo de Inuyasha no me pertenecen; todos los derechos son de sus respectivos creadores. Esta historia es una obra de ficción sin fines de lucro, escrita con el propósito de entretenimiento y sin intención de infringir derechos de autor
Prólogo
El viento soplaba suavemente entre los árboles, meciendo las hojas con un susurro tranquilo que anunciaba el final de otro día perfecto. La casa, rodeada de jardines florecientes, se iluminaba con los tonos dorados del atardecer. Era un hogar cálido, acogedor, el reflejo de todo lo que Kagome e Inuyasha habían construido juntos.
Afuera, entre los senderos cubiertos de flores y enredaderas que adornaban las paredes, Inuyasha terminaba su día de trabajo en su negocio de jardinería. Se sacudió la tierra de las manos, inhalando el aroma a lavanda y jazmín que impregnaba el aire.
Dentro de la casa, Kagome se recostaba en el sofá con una taza de té en las manos. Su vientre ya redondeado por el embarazo le recordaba que pronto su familia crecería aún más. Acarició suavemente su abdomen, sintiendo la vida que crecía dentro de ella.
—Hoy estuvo más inquieto —murmuró con una sonrisa.
Desde la cocina, Sango rió mientras terminaba de acomodar la mesa después de la cena.
—Tal vez sea su forma de decirte que quiere salir ya.
—O su manera de decirnos que será un terremoto como su hermana —añadió Miroku con una sonrisa divertida, recibiendo un codazo de su esposa.
Las risas llenaron el ambiente mientras sus gemelas correteaban por la sala, seguidas de una pequeña de cinco años con el cabello negro y los ojos vivos de su madre, pero con la misma energía indomable de su padre.
Moroha.
Pequeña, inquieta, llena de curiosidad y preguntas interminables.
Pero en ese momento, con un leve bostezo y frotándose los ojos, la niña ya mostraba signos de cansancio.
Inuyasha entró en la casa y la levantó en brazos con facilidad.
—Hora de dormir, enana —dijo con una sonrisa mientras ella apoyaba su cabeza en su hombro, rindiéndose al cansancio.
La llevó a su habitación y la arropó entre las mantas, acomodando su cabello con una ternura que solo su hija podía sacar de él.
—¿Me cuentas un cuento, papá? —preguntó con un hilo de voz.
Inuyasha sonrió y se sentó en la orilla de la cama.
—¿Cuál quieres escuchar?
Moroha sonrió soñolienta.
—El de cómo secuestraste a mamá.
Desde la puerta, Kagome, que había subido para asegurarse de que Inuyasha no se quedara dormido antes que su hija, suspiró con una sonrisa mientras negaba con la cabeza.
—No sé por qué te gusta tanto esa historia —dijo, apoyándose en el marco de la puerta.
Moroha rió, su risa pequeña y melodiosa.
—Porque es mi favorita.
Inuyasha se acomodó y empezó su relato.
—Hace mucho tiempo, en una gran ciudad, había una hermosa doctora que estaba dormida en un hospital. Todo el mundo pensaba que nunca despertaría, pero su papá, que era un gran héroe —hizo una pausa para guiñarle un ojo a Moroha—, sabía que eso no era cierto.
La niña rió entre bostezos, arropándose más en las mantas.
—¿Y qué hizo?
—Bueno —continuó Inuyasha con una sonrisa traviesa—, no podía dejar que la desconectaran, así que hizo lo que cualquier persona inteligente y valiente haría.
—¿La secuestró? —preguntó Moroha, sus ojos brillando con emoción.
—Exactamente. La sacó del hospital mientras la policía los perseguía, pero al final, fue el amor lo que la trajo de vuelta.
Moroha cerró los ojos, aferrándose a su peluche con una sonrisa.
—Me gusta esa historia…
Inuyasha la observó por un momento, asegurándose de que respiraba con tranquilidad antes de inclinarse y besar su frente.
—Duerme bien, enana.
Se levantó con cuidado y caminó hacia la puerta, donde Kagome lo esperaba con los brazos cruzados sobre su vientre.
—Sigues contándole la historia como si hubieras sido un héroe y no un loco que casi termina en la cárcel.
Inuyasha sonrió con suficiencia.
—No lo niegues, te gusta que sea así.
Kagome rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
—Tal vez.
Tomó su mano y lo guió escaleras abajo, de vuelta a la cálida luz de su hogar.
A través de la ventana, la noche cubría la casa con su manto estrellado, iluminando el jardín que Inuyasha había diseñado con tanto amor, el mismo que los había unido desde el principio.
Kagome apoyó su cabeza en su hombro, cerrando los ojos por un momento, disfrutando la paz de su hogar, la calidez de su familia, el amor que llenaba cada rincón de su vida.
Ya no había miedos, ni incertidumbre.
Solo felicidad.
Y esta vez, estaban listos para vivirla al máximo.
