KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo II

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Las calles a estas horas de la madrugada eran más tranquilas en algunas zonas de la ciudad. Habitualmente él se movía por aquellos distritos cuya actividad nocturna era sinónimo de mala vida o delincuencia, algo relativo cuando conocías a las personas que deambulaban por ahí y que contaban sus experiencias dando tono y color a sus relatos. Sin embargo hoy había decidido recorrer otro lugar, llevado por un impulso de esos que él no solía seguir.

El barrio en que vivía la mujer del bolso era uno de los distritos seguros. Sus calles resultaban diferentes a las que él frecuentaba. En la parte en que se efectuaba el ocio del barrio se escuchaban risas y el movimiento nocturno era tranquilo, habría quien diría que confiable; prácticamente no encontraba a personajes sospechosos como él. Era probable que aquello se debiese a los paseos policiales con que se había encontrado, destinados a proteger el bienestar de aquellos que vivían en la zona. Por esa misma razón debía procurar no llamar la atención.

Esa madrugada llegó hasta la dirección que indicaban los documentos que había encontrado entre las cosas que contenía el bolso y se quedó mirando el tercer piso del edificio, tal como decía la dirección en los documentos. Estuvo en ello unos cuántos segundos, las luces estaban apagadas a esa hora y al paso de ese corto tiempo que se quedó inspeccionando el sitio, decidió que era una tontería estar observando un lugar que no tenía movimiento. Venir hasta aquí había sido un acto impetuoso, demasiado para su habitual conducta. Debía reconocer que los dibujos que le había enseñado Shippo habían abierto su curiosidad, después de todo el parecido entre el hombre en aquellas hojas y él, incluido el peculiar tono dorado de sus ojos, era real. Se había quedado mirando aquellas hojas e intentando dilucidar la historia que contaban, dado que no todas tenían texto, la mayoría sólo eran dibujos y algunas sólo un rostro: el suyo. No sabía mucho de dibujo, en realidad no sabía mucho de nada, y se atrevió a suponer que no era difícil conseguir ciertos rasgos que motivaran el parecido, aunque los ojos ya eran otra cosa.

Quizás por esa intriga que se despertó en él por todo eso y por la sensación extraña que le aprisionó el estómago cuando vio la foto de la chica en su documento, se había desviado de su ruta habitual para venir hasta aquí.

Vaya tontería —se dijo en un susurro y pensó que ya había perdido mucho de su tiempo.

Un par de personas entraron por la misma calle, hablando y riendo, sus voces resonaban en el eco de la noche. Era obvio que venían desde la zona de ocio nocturno e InuYasha se inclinó un poco para no mostrar de lleno su rostro, la capucha le servía para ocultar su pelo. Comenzó a alejarse del lugar con el bolso de la mujer cruzado como un morral.

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Kagome había dedicado gran parte de su sábado en intentar reconstruir lo que había perdido con el robo. Los dibujos le resultaban insulsos, faltos de vida. Era como si ella hubiese perdido los momentos que estos representaban y qué decir de los diálogos, por más que intentaba recrearlos en su mente no podía hacerlos fluir igual.

—¿Por qué no quieres volver? —preguntó, mientras delineaba los mechones de pelo blanquecido de su personaje.

Los ojos de él la miraban vacíos, apenas con una pupila alargada sin sombra o fondo.

Kagome cerró los ojos y echó la cabeza atrás, pensando en que tal vez le vendría bien salir a dar un paseo por el barrio y despejarse un poco. Antes de abrir los ojos recordó la cantidad de cuentas que tenía el kotodama no nenju que llevaba su personaje y se dispuso a dibujarlo. Comenzó a crear las esferas de un color amatista intenso y cada cinco de éstas, creaba una piedra tallada en forma de colmillos que luego pintaría en tono marfil. Se detuvo nuevamente en los ojos de este ser particular y especial que llevaba un traje rojo y que parecía mirarla con una actitud severa que era reforzada por la postura de sus brazos cruzados.

—Sólo iré a dar un paseo, no tienes que mirarme así —sonrió ella.

Sabía que era una tontería, no obstante tuvo la sensación de tener que dar una explicación. De pronto se generó en su mente una visión de él, girando la cabeza en un gesto de insolente desprecio. Comenzó a delinear ese mismo gesto a un lado de la hoja, intentando recrearlo tal y cómo lo había visto. Lo cierto era que Kagome no sabía si lo que sentía con respecto a esto se podía tachar de locura, sin embargo cada vez que captaba algo nuevo de su personaje tenía la hermosa sensación de que éste vivía un poco más, cómo si en algún lugar —de algún lugar— él existiera.

Fiel a su idea inicial, suspiró y dio por pausado el trabajo, estiró los brazos y se puso en pie para salir de la habitación.

—Ayumi —llamó nada más abrir la puerta, mientras se soltaba el pelo para darse un baño— ¿Quieres salir a tomar algo?

Escuchó la respuesta afirmativa de su amiga, que estaba en la pequeña sala que compartían.

Cerca de una hora después ambas chicas salían de su edificio por la escalera externa de éste y se encaminaban hacia una zona más dinámica del barrio. Kagome solía usar mayormente vestidos, se notaba cómoda con ellos y de alguna manera sentía que los volantes y ondas que se formaban en las faldas de éstos se asemejaban a su personalidad inquieta, resultado de una vida que reconocía como buena. Había tenido inconvenientes que se podían considerar habituales a la hora de relacionarse con la familia, los estudios, los amigos y ahora el trabajo. De cierta forma todo tenía un orden, incluso ahora que caminaba junto a su amiga Ayumi, se daba cuenta de lo organizado que era todo para ella, a excepción del robo que sufrió durante la semana, su vida no tenía grandes tropiezos.

—¿Qué dijo Eri? ¿Vendrá? —quiso saber Ayumi.

—Sí y Yuka también —Kagome se había encargado de llamar a sus amigas para quedar a tomar algo y pasar tiempo juntas.

—¡Qué bien!

Kagome observó a su acompañante que sonreía con esa alegría genuina que solía manifestar, mientras daba pequeños saltitos que conseguían mover su melena rizada. Ella también sonrió ante esa alegría, sin embargo tenía la sensación de que la vida era más que esto, más que sólo estar bien. Quizás por eso amaba el mundo que iba apareciendo en su mente y al que intentaba darle la coherencia de una historia.

—Espero que encontremos sitio —Ayumi continuó animando el camino.

Kagome miró hacia atrás, hacía rato que tenía una sensación extraña. Se iban acercando a la zona de las tiendas y aunque muchas ya estaban cerrando, aún había bastante gente en la calle. Se encogió de hombros, pensando en que debía ser una bobada, quizás simplemente alguien se había fijado en ella un poco más de lo habitual y su intuición respondía a eso. Tenía la facultad de presentir cosas, aunque no siempre hacía caso de los augurios, ni para ella, ni para otros; con el tiempo había descubierto que a las personas no les gustaba ser advertidas, porque la mayor parte de las veces las situaciones de riesgo eran atraídas por sus propias decisiones.

Se metieron por una calle lateral que era tan estrecha que se podía considerar un callejón. De inmediato visualizaron los farolillos de papel rojo que indicaba las izakayas, lugares de comida y bebida que solían frecuentar. Había una en particular que a ellas les gustaba por sus buenos precios y buena calidad.

La noche ya comenzaba y el ocio nocturno se tomaba las calles con un ambiente jovial y distendido.

—Mira, ahí está Eri con Yuka y…

—Hojō —terminó de mencionar Kagome.

—¿Les dijiste que lo invitaran? —preguntó Ayumi en voz baja, mientras sonreía a sus amigas.

—No —ella también sonrió para disimular.

—Entonces es cosa de Yuka.

—No tengas duda.

Hojō era un compañero de la secundaria con quien Kagome había tenido unas cuantas citas cuando aún eran adolescentes. El chico era buen estudiante, diligente y muy respetuoso; sin embargo ella no podía dejar de comparar su perfecta actitud con la forma rebelde en la que imaginaba al personaje de sus historias y por muy absurdo que fuese su interés estaba con el segundo.

Se reunieron con el grupo y se saludaron. Hojō la tomó por el hombro para acercarse a ella y darle un beso en la mejilla, algo que a Kagome le resultó sorpresivo; esta no era la forma de saludarse que usaban habitualmente, al menos no desde que habían dejado aquellas citas adolescentes.

—¿Qué tal estás, Kagome? —saludó, dejando de lado todas las formalidades. No es que hubiese muchas entre ellos, no obstante existían algunas que a ella le acomodaban para mantener cierta distancia.

—Muy bien, muchas gracias ¿Qué tal el trabajo? —quiso sonar cortés y quitar importancia a lo que acababa de suceder. Aun así se alejó medio paso.

—Se podría decir que bien, sólo llevo tres meses, los compañeros son agradables y se llega al lugar desde casa con relativa facilidad —explicó, sin dejar de mirarla a los ojos.

Kagome no pudo evitar pensar en que el chico tenía unos bonitos ojos castaños, siempre lo había pensado, sin embargo les faltaba sol.

Claro que le falta, es un enclenque ¿No lo ves? —se sorprendió de sus propios pensamientos y lo disimuló con calma. No era la primera vez que sentía que era el personaje de su historia el que hablaba en su cabeza y no ella.

—Me alegro que estés contento —animó.

Claro que te alegras, eres demasiado blanda —ahí estaba de nuevo. Miró por un instante a sus zapatos y volvió a enfocarse en el chico.

—Y tú ¿Qué tal? Me decía Yuka que habías comenzado en un nuevo trabajo.

—Sí, llevo sólo una semana —intentó ignorar la sensación de estar siendo monopolizada.

En el momento en que Hojō iba a decir algo más, Ayumi se dirigió a ellos.

—Creo que podemos entrar.

El grupo estuvo de acuerdo, sin embargo Kagome notó un escalofrío y volvió a mirar por el callejón hacia atrás. Tenía la sensación de que debía ver algo.

—Claro, adelántense —los instó.

—¿Está todo bien? —preguntó su amiga.

—Sí, sí, entren, vengo enseguida —comenzó a pensar en qué excusa dar—. Quiero comprar unos caramelos, ya sabes —indicó una tienda que había al inicio del callejón.

Esperó a que sus amigos entraran y evadió con una sonrisa calma la mirada suspicaz de su compañera de piso. Luego de aquello volvió a observar por el callejón, encontrándose un tumulto de personas sonrientes en amenas conversaciones y que esperaban por poder ocupar un lugar en el interior de las izakayas. Comenzó a caminar, al principio con pasos cortos, sin saber en realidad qué estaba buscando.

Definitivamente, eres una temeraria —escuchó la voz en su cabeza.

Muchas veces había llegado a pensar en qué quizás tenía una enfermedad mental y cómo tal no era capaz de notarlo, no podía ser normal que ella escuchase con tanta nitidez la voz de alguien que no existía más que en su cabeza. Sin embargo, ineludiblemente llegaba a la conclusión que mientras ese ser sobrenatural se mantuviese en su imaginación todo estaba bajo control.

Avanzó los metros que separaban el lugar en que estaban sus amigos de la calle desde la que habían tomado el callejón Ayumi y ella. Durante ese trayecto miró con cierto disimulo a las personas que permanecían en la entrada a los diferentes sitios de comida o tiendas que había. Cuando iba a desistir y volver con el grupo, pudo ver una figura roja que parecía moverse indecisa entre salir o mantenerse en el lugar que ocupaba junto a una puerta. Finalmente ese alguien se movió y le dio la espalda, comenzando a caminar con paso rápido en busca de la salida del callejón. Por un momento Kagome tuvo la sensación de estar persiguiendo algo que ni siquiera comprendía, algo sin sentido. No fue hasta que vio que aquel chico llevaba su bolso cruzado a modo de morral; el mismo bolso de tela de jeans que le habían robado días atrás, que se decidió a seguir.

—Espera —dijo, con poca fuerza aún, con la voz contenida por una extraña sensación precognitiva.

Él no se detuvo y Kagome decidió que no dejaría que se fuese con tanta facilidad. Abandonó las palabras y comenzó a avanzar por entre las personas, siguiendo a aquel que vestía una sudadera de color rojo y cuya capucha le cubría la cabeza. Sentía que el corazón le palpitaba con mucha más fuerza de la que su caminar exigía y empezó a respirar agitada, como si llevase cientos de metros de carrera. A medida que avanzaba las personas iban siendo cada vez menos, por tanto los obstáculos que los distanciaban se dispersaban. Salieron del callejón y a pocos metros lo vio girar en una calle lateral de menos concurrencia e hizo lo mismo. Debía llevarle al unos veinte pasos de ventaja y Kagome estaba segura de que si él quisiera habría ampliado esa distancia. Al adentrarse por la calle y cuando él ya estaba por llegar a una nueva intercepción, se detuvo, se giró y la miró. Kagome se quedó estática y paró su andar, permaneciendo completamente quieta, mientras observaba el rostro enmarcado por la capucha roja. Se quedó contemplando los ojos de un hermoso dorado que la miraban con intensidad.

Se consiguió pensando en que todas las miradas que había conocido hasta ahora estaban vacías en comparación.

—InuYasha —murmuró.

Tuvo que llevarse una mano hasta el pecho para sostener su inquieto corazón, batiendo desesperado.

El joven se había detenido del todo también, manteniendo su posición de medio lado hacia ella, como si no pudiese decidir entre seguir la huida o acercársele. Kagome sentía que sí, que quería verlo desde más cerca y saber si su pelo bajo aquella capucha era tan blanco como el de su personaje. Quería comprobar que la locura finalmente la estaba consumiendo y que el mundo perdería sus cimientos.

En ese momento él se giró para seguir y ella habló con más fuerza.

—Espera.

Sabía que su voz se escuchó con claridad, un hombre que pasaba junto al chico alzó la mirada. Kagome le dio tiempo para una respuesta y pudo ver que negaba con la cabeza e intentaba retomar su andar.

—Mi bolso —dijo ella.

Observó que aquello lo había vuelto a detener y tomó la correa del bolso como si se lo fuese a quitar; sin embargo, antes de hacerlo sonrió, la miró aún con esa sonrisa en la boca y negó con un gesto lento de su cabeza volviendo a poner la correa en su lugar. Fue testigo de cómo retomó el camino y giró en la primera esquina. Kagome no insistió en su persecución, estaba demasiado asombrada como para plantearse hacerlo. Se quedó un instante de pie y sola ahí, dos o tres segundos, quizás, y pensó de nuevo en la posibilidad de haber enloquecido. Tenía la sensación de estar experimentando un hecho inaudito; algo que no debía existir.

Su móvil sonó y tomó su atención de forma parcial. Lo sacó del pequeño bolso que hoy se había puesto y respondió.

Kagome ¿Dónde estás? —la voz de su amiga Ayumi sonó con su característico deje maternal.

—Cerca, voy en un momento —aún veía en su mente el dorado oscuro en los ojos que acababan de mirarla. Tenía la certeza de que serían luminosos e inquietantes a la luz del día.

Hojō ha salido a buscarte —mencionó. Kagome contuvo un chasqueo de su lengua a modo de molestia.

—Estoy ahí en un minuto —cortó la llamada.

Miró una vez más en la dirección por la que se había perdido aquel que había dejado su mirada grabada en ella.

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Continuará

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N/A

Les comparto el segundo capítulo de esta historia. En lo personal estoy en plena fase de enamoramiento con ella y eso me hace feliz.

Me han dejado varias opiniones y teorías, me encanta que lo hagan, da igual si son o no parte de la idea original, lo bonito de esto es compartir.

Gracias por estar y acompañarme.

Anyara