KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo V

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"Cuando ya no creía en nada, apareciste tú y me recordaste que creer es la fe que nos volvió a unir."

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InuYasha se reprendía insistentemente y en un silencio hermético tras un acto impulsivo como el que acababa de efectuar. La chica del bolso, cuyo nombre conocía por sus documentos, lo seguía sin parar de hacerle preguntas. Había salido en su ayuda por una razón que no quería responderse aún, ni siquiera estaba del todo seguro que la mujer necesitase ayuda. La miró de reojo hacia atrás, iba medio paso por delante de ella y a pesar de saber que podía dejarla atrás cuando quisiera, seguía manteniendo ese medio paso de distancia. Las farolas de la calle ya se habían encendido completamente y esperaba llegar pronto a la estación de trenes para dejar atrás este lugar al que no debería haber venido. Le resultaba imposible explicar qué lo atraía hacia ella, y no hablaba de una atracción física, era algo más y muy parecido a una ensoñación. Ineludiblemente pensaba en la chica utópica a la que Jakotsu había hecho referencia. Debía reconocer que existía en su mente, aunque nunca había tenido características físicas. Esa ilusión suya era como un ideal que abarcaba desde una belleza física, hasta la más hermosa de las almas.

Y sí, sabía que era casi un cliché.

—¿No me vas a responder? —escuchó tras de sí— Dime algo.

Era demasiado difícil responder a cualquiera de las preguntas que le estaba planteando, todas lógicas y sin embargo insostenibles por lo absurdo de la situación. No se explicaba cómo era que esta mujer no había echado a correr, desesperada, cuando un extraño la ayudó a librarse de las circunstancias en que estaba con ese hombre, además de hacerlo en un acto absolutamente posesivo.

—Para. Deja de seguirme —se detuvo tan de improviso que la chica tropezó con él y se balanceó, evitando caer.

Lo miró con tal insistencia que deseó ser capaz de mimetizarse con cualquiera de los elementos que componían la calle por la que iban.

—Tu pelo ¿Siempre ha sido así de platinado?

Ahí estaba, una nueva pregunta que le ponía delante. Por alguna razón parecía creer que él tenía la obligación de saciar su curiosidad.

—¿Por qué me sigues? —insistió, manteniendo la mirada de la chica mientras el corazón le latía cada vez más fuerte y rápido.

Tuvo que cambiar el foco de su atención, en un completo acto de cobardía o sobrevivencia, cualquiera de las opciones sería cierta. Miró a una de las casas laterales para apaciguar en algo el correr frenético de sus pensamientos.

—Llevas mi bolso.

¿Eso es una respuesta? —se preguntó. La miró nuevamente, creyéndose algo más valiente que un instante atrás. Escrutó, sin mucho éxito, el trasfondo de la afirmación que acababa de hacer.

—Justamente, llevo tu bolso. No te preguntas ¿Cómo es que lo tengo? —insistió, increpándola. Tuvo la sensación de que esta chica resultaba demasiado temeraria.

—Claro que me lo pregunto.

—Menos mal —algo de cordura en todo esto—. Y sin tener respuesta, aun así me sigues —sentenció.

—Sí. Verás, yo puedo crear muchas suposiciones, sin embargo tú eres el único que puede darme una respuesta —y además era tozuda.

Se produjo un intenso silencio entre ambos. Nuevamente sus miradas habían conectado y se mantenían escudriñando en el otro por ese resquicio de cordura que les ayudase a comprender por qué estaban realmente aquí.

Aun no era tiempo de entenderlo.

Kagome continuaba batallando entre el embeleso y el desasosiego.

Pudo ver que él se quitaba el bolso, sosteniéndolo por la correa que hasta hace un momento le cruzaba el pecho y lo retuvo cerca del cuerpo, aun colgando en su mano y parecía que se resistía a entregarlo. Finalmente se lo extendió, manteniendo un gesto rígido en las hermosas facciones de su rostro. Era infinitamente más hermoso que los dibujos que ella conseguía y tan magnífico como en las imágenes que había en su mente.

—Toma —le extendió el bolso como si se estuviese deshaciendo de algo extremadamente valioso.

—¿Van mis dibujos dentro? —se descubrió preguntando aquello casi por inercia.

Los primeros días, después del robo, sentía que todo su mundo se encontraba en aquel portafolio con garabatos en diferentes estados. Sin embargo, desde que lo había conocido a él, los dibujos eran accesorios; tenía la sensación que el InuYasha de su mente se había convertido en real e ironizaba creyendo que de ser posible esto, probablemente se debía a alguno de los deseos que pidió a lo largo de sus cumpleaños pasados.

—Sí, está todo —la respuesta parecía extraída del peor humor posible, como si realmente le estuviesen robando a él—. Sólo faltan cuatrocientos yenes que se gastó el crío, pero no se lo tengas en cuenta.

—No, claro —con ese dinero, se compraba un café y poco más. Tomó el bolso de la correa— ¿Conoces al chico de la coleta rojiza?

Lo vio asentir con seriedad y un solo movimiento de su cabeza. Ambos aún sostenían el bolso.

—¿Te gusta el bolso? —Kagome tuvo que hacer la pregunta, le resultaba extraña la reticencia que él mostraba a deshacerse del objeto— A mí me interesan los dibujos y los documentos, el bolso te lo puedes quedar.

Fue consciente del modo en que el hombre la miró y sus ojos se abrieron ligeramente más, como si le resultase imposible que alguien le estuviese regalando algo.

—Anda, quédatelo —ella soltó la correa y él permaneció un momento más con el bolso suspendido y sujeto sólo con su mano.

—No, es tuyo —se lo volvió a extender con determinación.

Kagome alzó las manos, alejando el objeto de ella; había tomado una decisión.

—Mira, dame los dibujos y los documentos y ya está. Ese bolso lo he hecho yo y puedo hacerme otro —todo lo dicho era cierto.

InuYasha no podía creer que esta chica se estuviese desprendiendo de algo que le pertenecía y sin pedir nada. Por su experiencia, siempre había que dar algo a cambio.

—Esto tiene trampa —soltó, sin poder evitar la suspicacia—. Nunca nada es por nada.

La chica pareció sorprendida por un momento, luego endureció el ceño muy ligeramente, como si esperase a que ese gesto no fuese notado por él.

—Pues, ya que lo dices, no he cenado y tengo hambre —la declaración llegó con un divertido ademán de las manos que terminó con éstas acentuando la forma de su cintura.

—Me pides ¿Qué te invite a cenar? —quería tener claro que le entendía bien.

—Sí. Aunque en teoría pagaría yo con el dinero que había en la cartera, pero como lo daba por perdido no quiero que me lo devuelvas. Ya te dije, sólo quiero los dibujos y los documentos —dijo todo aquello casi como si estuviese razonando sola y luego matizó— ¿De verdad te llamas InuYasha?

Separó los labios un momento, para responder, quedándose sorprendido por la cantidad de palabras por minuto que ella podía llegar a decir.

—Sí —le confirmó— ¿Por qué?

Kagome pareció dudar. Luego negó con un gesto e intentó una sonrisa.

—Nada —lo miró con tanta calidez que por un momento se sintió invadido por la sensación tibia del sol en primavera—. Y ¿Me invitas a cenar?

La respuesta se le atoró en la garganta por un momento. Toda la lógica le decía que era incongruente, del mismo modo que lo era el haberla seguido y saber dónde vivía. Aun así se descubrió pasando por encima de aquella consideración.

—Podría, pero ahora mismo tengo por delante unas horas de trabajo —se explicó, lo que era cierto.

—Oh.

—Sí —la liberación parecía llegar al fin, ella se iría por su lado y él haría lo mismo, sin embargo saberlo no hacía que se sintiera aliviado—. Te paso tus cosas.

Metió una mano al bolso para sacar el portafolio con los dibujos.

—Y ¿Tardarás mucho? Con el trabajo, digo.

La mirada castaña se matizó con algo parecido a la ilusión. Lo complejo es que él mismo se descubrió deseando decir que no, que se tardaría muy poco y que podían comer algo por ahí después.

—Déjalo, lo entiendo —ella sostuvo la carpeta con los dibujos y se abrazó a ella, no tenía sitio en el bolso que llevaba este día.

—Podría pasarme por tu casa más tarde, sobre las diez, y comer algo en una de esas izakayas que tienes cerca —mencionó, quizás tan rápido como hablaba ella—. Mierda, sueno como un puto acosador —desvió la mirada al interior del bolso mientras buscaba los documentos para devolvérselos.

—En realidad, un poco sí lo eres.

InuYasha alzó la mirada al escucharla decir aquello, en lo que le había parecido la frase que acabaría con cualquier acercamiento, sin embargo se convirtió en una sonrisa y una aceptación que le costó asimilar. Era consciente del modo en que su comportamiento había sido extraño desde que el bolso llegó a sus manos y se encontró con aquellos dibujos que parecían retratarlo. No obstante, no había sido hasta este día en que aquel hombre pareció querer algo más que una compañera de paseo, que él sintió la necesidad de reclamar y proteger a esta chica; y aquello sí que era extraño.

—Tú ¿Me conocías? —necesitaba preguntárselo y lo hizo en el momento en que le devolvió los documentos.

Por un instante le pareció que ella se ponía pálida. Oprimió los labios, mientras miraba a algún punto en el suelo. Finalmente se decidió a mirarlo a los ojos nuevamente y hablar.

—Has visto los dibujos —liberó una afirmación casi en medio de un suspiro.

Asintió lentamente. Tenía tantas ganas de quedarse junto a ella el resto de la noche, sin embargo necesitaba el dinero que le daría ese par de horas de trabajo.

—No, nunca te había visto —volvió a oprimir los labios, mientras miraba uno de los dibujos en el portafolio—, sólo aquí —se tocó la sien derecha con un dedo.

Se observaron nuevamente. Sí, quería quedarse y desentrañar el misterio que esta chica significaba para él.

—Oye, me tengo que ir —si se retrasaba perdería el resto de trabajos que siguieran a éste.

—Me llamo Kagome —le recordó ella.

—Ya lo sé…

Dicho aquello dio dos pasos en retroceso, para alejarse, y se detuvo sopesando un pensamiento, transformado en una pregunta cuya respuesta sabía: ¿Quería volver a verla?

—Volveré mañana —ofreció y recibió un asentimiento por parte de ella, que se acompañó del gesto de su labio inferior siendo presionado por los dientes, mostrando así su inquietud.

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Kagome miraba el techo de su habitación, sin aceptar del todo la decisión que ella misma tomó. Había llegado al apartamento hacía algunas horas y se echó en la cama a repasar, paso a paso, la extraña conversación que había tenido con el chico que llevaba su bolso. Le resultaba inconcebible el haber pasado por alto tantas consideraciones de seguridad que debió tener y buscar respuestas en él sin saber qué clase de persona era. Sin embargo, tenía una inquietante sensación en el pecho que la hacía confiar más allá de la lógica.

Y a pesar de ello, no se atrevió a aceptar la propuesta que él le había hecho de pasarse por su edificio sobre las diez para ir a cenar algo por ahí. Si lo pensaba, su mayor temor era a que Ayumi la cuestionara y no poder responder a sus dudas. Probablemente porque no tenía respuesta ni para ella misma.

Miró la hora en el móvil, pronto serían las nueve. Suspiró y cerró los ojos un momento, recordando de pleno la expresión de curiosidad en el rostro del chico cuando lo invitó a cenar.

¿En qué estaba pensado? —se preguntó.

No lo sé, mujer —el personaje en su cabeza habló. Curiosamente se lo imaginó con una sonrisa plácida, hasta podría decir que templada por el tiempo.

—Oh, calla —le respondió en voz alta.

Decidió que sería mejor preparar finalmente la cena. Esperaba poder ver mañana al chico que ahora tenía su bolso, tal y cómo él había prometido. Aún le costaba llamarlo por su nombre.

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Tres días pasaron sin que Kagome tuviese noticias del muchacho que le había prometido volver al día siguiente de su último encuentro. Una parte de ella consideraba la mentira, dado que la lógica de la situación le hablaba de alguien que vivía en el limbo entre el orden social y el caos delincuencial, después de todo conocía a un ladrón adolescente. Otra parte, la que lo había aceptado con la primera mirada, vibraba dentro de ella y le decía que algo debió pasar. Quizás era por eso que se mantenía en una tarde de sábado, intentando hacer un nuevo dibujo de él o del personaje en su cabeza, la diferencia se estaba haciendo cada vez más difusa.

Llevaba varias horas dibujando y había conseguido una secuencia de imágenes que ya realizó alguna vez, con mucha más imprecisión. Su personaje, el que ella veía en su cabeza, estaba clavado con una flecha a un árbol que era considerado milenario y por tanto como un sabio maestro del tiempo. El chico parecía dormido y las fuertes raíces del árbol habían crecido para acunarlo en lo que consideraba un sueño eterno. La primera vez que consiguió aquella visión y la dibujó, no fue capaz de plasmarse a sí misma observándolo, tal y cómo aparecía la escena en su mente. Dibujarse en ese escenario le resultaba extraño, fuera de toda lógica, sin embargo hoy había podido incorporar su propia imagen a la página que buscaba crear y debido a la edad que sentía tener para el dibujo, se esbozó con el uniforme que llevaba durante la secundaria.

Observó la hoja, se puso en pie para hacerlo con la perspectiva que le daba la distancia y se sintió abrumada por la precisión con que se habían amalgamado los rasgos de su personaje con los del chico que había conocido hace unos días. Notó una de esas sensaciones que se instalan en el corazón a las que no conseguía poner nombre, era el tipo de sensación que le advertía de un suceso que no podía catalogar como bueno o malo. Era un suceso y la mantenía expectante. Cerró los ojos y respiró profundamente para poder calmar esa impresión y decidió que darse un baño era lo mejor para soltar la incertidumbre. Por alguna razón siempre había sentido que el agua la purificaba y se llevaba consigo la energía residual de sus pensamientos oscuros.

Antes de utilizar el baño común, se acercó a la habitación de Ayumi.

—¿Qué haces? —le preguntó. La chica estaba echada boca abajo en su cama con la tablet entre las manos.

—Me leo un seinen que comencé hace poco —le mostró la imagen en la tablet.

—¿Cuál es? —se acercó para mirar mejor.

—Este —le enseñó la portada.

—Oh, he escuchado de esa historia. No había visto el estilo del dibujo —comentó— ¿Qué tal es la historia?

—De momento va bien —sonrió y se reacomodó en la cama para mirarla mejor—. Y tú ¿Qué tal? ¿Has hecho algo?

—Sí, algo —el personaje de su cabeza era parte de lo más íntimo para ella y lo mantenía a resguardo de los demás.

—¿Quieres que salgamos un momento? Te puede venir bien tomar el aire —se ofreció Ayumi, conocedora de lo mucho que Kagome se encerraba en sí misma cuando creaba.

—No, gracias. Quiero seguir con el dibujo —comenzó a caminar hacia la puerta—. Me daré una ducha.

—Muy bien. Luego prepararé la cena.

—No, hoy me toca a mí —le sonrió desde la puerta y escuchó la aceptación por parte de su amiga.

Cruzó el pequeño pasillo hacia su habitación y una vez ahí volvió a mirar los dibujos. Intentó centrarse en detalles menores y recordó el tipo de hojas que tenía el Goshinboku, el árbol sagrado al que estaba clavado el personaje. Inhalo profundamente ante el trabajo bien realizado y sin aviso previo en su mente escuchó su nombre, pronunciado del modo particular en que lo hacía su personaje y sólo en ese momento se dio cuenta que la voz sonaba igual que la del chico del bolso.

Kagome… ¿Qué has estado haciendo? —la pregunta tenía un deje nostálgico, estaba cargada de la añoranza que deja la soledad, y supo que era un reencuentro después de largo tiempo.

No estaba segura sobre qué parte de la historia estaba viendo en su cabeza, sin embargo necesitó dibujarla de inmediato.

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Continuará.

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N/A

Espero que el capítulo les haya gustado y que me cuenten, me encanta leer lo que van percibiendo de la historia.

Un beso

Anyara