KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo VI
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Se acababa de meter en la ducha luego de aplazar el baño casi una hora. Primero había tenido que bosquejar una escena particular de su personaje junto a un pozo que también formaba parte de la historia. Le costaba aun unir las escenas. Recordaba dibujarse de adolescente pasando por un cúmulo de luces que la transportaban a otro tiempo, ni siquiera podía decir si pasado o futuro, y aquello sucedía a través de aquel pozo. Incluso recordaba que el día en que cumplió ocho años pidió encontrar un lugar mágico para poder visitar a InuYasha; el InuYasha de su historia, claro. Suspiró bajo la lluvia de agua y se enjuagó el pelo que ahora olía al shampoo de hierbas silvestres que solía usar. Dio una vuelta más bajo el agua, con los ojos cerrados, para sentir cómo ésta se llevaba todo lo que no necesitaba en su alma. Pocas veces comentaba que hacía este tipo de cosas, era una de esas prácticas que sentía y que no le había transmitido nadie; ni su abuelo, ni los textos del templo, simplemente sabía que debía hacerlo y un espacio en su zona de certezas se lo confirmaba. Sin embargo sabía que no cualquiera lo entendería.
Se envolvió el cuerpo en una toalla, tomando otra para ir secando su pelo, no le gustaba usar el secador. Entró en su habitación nuevamente y miró el portafolio sobre el escritorio. Lo había cerrado para no sucumbir a la tentación de seguir trabajando. Tenía la cortina de la ventana entreabierta y tuvo la necesidad de acercarse y observar la noche como hacía muchas veces. El cielo estaba semi despejado y se alcanzaban a visualizar algunas estrellas. Un movimiento en la calle llamó su atención y se sorprendió, conteniendo la respiración cuando lo vio a él frente al edificio. Estaba bajo una farola que conseguía que su pelo platinado casi destellara. Soltó el aire y abrió la ventana para saludarlo con un gesto de la mano.
—InuYasha —musito, estaba segura que no podría escucharla a esa distancia. Sin embargo no importó demasiado, finalmente pudo decir su nombre.
El aire frío le tocaba la piel y Kagome descubrió el pudor de estar asomada sólo con una toalla alrededor del cuerpo. Cerró y se quedó observando un instante más tras el cristal, para asegurarse que InuYasha continuaba en el lugar.
Se sintió impulsada a ir con él y no se permitió pensarlo demasiado.
Se adentró en el pequeño cuarto y dio una vuelta en el sitio, como si se le hubiese olvidado dónde estaba su propia cama. Cuando finalmente la enfocó pudo observar las prendas de ropa sobre ella y pensó en que no podía salir con el atuendo de andar por casa, aunque tampoco tenía intención de gastar minutos preciados en escoger mucho más. Se fue hasta el armario y tomó un jeans, el que más solía usar, y sacó un sweater abotonado por la parte delantera, con eso y una chaqueta sería suficiente. De pronto pensó en Ayumi y tuvo un pequeño instante de bloqueo ¿Qué le diría a su amiga?
No importa, ya lo pensaré —se dijo al quitarse la toalla, para comenzar a ponerse la ropa interior.
Tenía el corazón acelerado, tanto por la rapidez de sus movimientos como por la expectativa de encontrar a InuYasha. Llevaba días esperando a que apareciera y pensaba hacérselo saber, no podía mostrarse complacida de inmediato, aunque en ese momento reflexionó sobre su animada actitud al asomarse por la ventana. Chasqueó la lengua en un gesto de reprimenda hacía sí misma y decidió que ya no importaba.
Se puso el jeans con rapidez y a punto estuvo de prescindir del sujetador, sin embargo aquello sería demasiado evidente bajo la tela de punto fino. Terminó de vestirse y se miró en el espejo que tenía en su habitación, se sacudió el pelo que aún estaba algo húmedo y que apenas había escurrido con la toalla. Arregló el flequillo lo suficiente como para que se secara bien al aire, se pellizcó las mejillas y se pasó por los labios el brillo que siempre mantenía a mano.
Caminó junto a la puerta de Ayumi sin llegar a abrirla.
—Salgo un momento —anunció, dirigiéndose a la salida, sin contar con que en el tiempo que le tomaría calzarse y ponerse la chaqueta, tendría a su amiga haciendo preguntas.
—¿Qué? ¿Dónde? —la vio aparecer en cuestión de un instante.
Se quedó paralizada por un momento. Pensó en decir que daría un paseo o que iría a comprar para la cena, sin embargo no sabía lo que podía tardarse.
—Conocí a un chico —soltó, sin más.
—¡¿Qué?! ¡¿Cuándo?! ¿Ahora en tu habitación? —la miró, parecía más que sorprendida ¿De dónde sacaba esas conclusiones?
—No. Ya te contaré —se puso la chaqueta y se colgó un pequeño bolso en el que podía meter el móvil y el dinero.
Notó que su amiga se cruzaba de brazos. Tendría que contarle algunas cosas al volver, Ayumi no estaba contenta.
—Te estaré esperando —mencionó con ese característico tono maternal suyo y ahora mismo se parecía mucho a la madre cabreada.
Kagome le sonrió y decidió que ya se encargaría del enfado de su amiga cuando regresara.
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Para InuYasha la espera se estaba convirtiendo en un momento de introspección. Los últimos días estaban siendo complicados. Había tenido que atender un asunto con Shippo y eso había hecho imposible para él venir a cumplir su promesa con esta chica que parecía normal y corriente y aun así no salía de su cabeza. La presencia en sus pensamientos le recordaba a cuando una canción se te quedan pegadas y que no paras de tararear y reproducirla en la cabeza hasta que vuelves a escucharla.
Tenía total consciencia de lo mucho que la pensaba y de lo feliz que se había sentido al verla asomar por la ventana. InuYasha sabía que no era racional y que conocía de ella casi nada, sin embargo parecía una persona dulce y capaz de ver más allá de las capas que la vida creaba en las personas.
Se detuvo en esa idea y experimento una calidez antigua. Pensó en su madre y en el calor que le daba su amor.
Percibió sus pasos en la escalera y luego por el camino de piedra que daba a la puerta. Cuando la escuchó tirar del manillar de la puerta de metal se le tensó la espalda y consiguió contener un temblor. Salió dando un par de pasos más allá de él, a su espalda caía en cascada su pelo húmedo, oscuro como la noche y, sin saber por qué, sintió el impulso de extender la mano y tocarlo entre los dedos. Ella parecía buscarlo y notó que tomaba aire y lo soltaba en un suspiro.
¿Era aquello decepción?
—Estoy aquí —se animó a decir y la vio girarse. El tono castaño de sus ojos le pareció incluso más vivo de lo que conservaba en sus recuerdos.
Kagome lo vio, estaba de pie a poco más de un metro de la puerta, con la espalda descansando hacia la pared. Se reprochó por no mirar en todas las direcciones, se había dejado llevar por la desilusión demasiado rápido. A ese pensamiento le siguió el que no paraba de dar vueltas en su cabeza: él, era hermoso.
—Pensé que te habías ido —fue lo primero que pudo en decir. Él se encogió de hombros en un gesto causal, que no casual.
—Te debo una cena —explicó y el tono parecía decir únicamente eso. Kagome era buena observando y sin embargo se encontró leyendo sólo lo que él acababa de decir, sin poder llegar más allá.
—Lo recuerdo, aunque eso fue hace tres días —no podía quedarse callada y menos demostrar más de la indefensión en la que se encontró cuando pensó que ya no estaba, que se había ido.
—Lo sé, lo siento, no pudo ser —se separó de la pared y pareció esperar a decidir una dirección para tomar.
—¿Tuviste algún problema? —su lado amable no concebía no hacer la pregunta. Muchas veces en la escuela la cuestionaban al interesarse por aquellos que parecían poco cordiales e incluso insensibles. En este caso puntual, para empezar, si quisiera pasar de él no habría bajado.
—Algo así —otra vez el encogimiento de hombros— ¿Por aquí?
Desde luego, él no lo hacía fácil.
El chico indicó el camino hacia la zona de ocio que ella conocía bien. En un primer momento no se lo pensó, asintió y comenzó a caminar a su lado. Tuvo la idea de mirar atrás, al piso en que vivía y pudo ver a Ayumi intentando ocultarse tras las cortinas, no pudo evitar reír.
—¿Pasa algo? ¿Por qué te ríes? —la pregunta era lógica, por un momento pensó en decir cualquier cosa, sin embargo la incertidumbre que sonó en el tono de voz de él la hizo reflexionar.
—Mi amiga Ayumi, está escondida tras las cortinas —contó. InuYasha miró atrás y vio una sombra deslizarse con rapidez al interior.
—Parece tímida —ahora rio él también. Fue una sonrisa suave y Kagome se sorprendió admirándola y queriendo plasmarla en sus páginas en blanco.
—Se podría decir —aceptó, intentando no mostrar su embeleso.
Continuaron caminando en medio de un instante de silencio que a Kagome le llevó a preguntarse de dónde vendría InuYasha ahora mismo. Su indumentaria era la que le había visto anteriormente: jeans, zapato deportivo, chaqueta de capucha roja y su bolso a modo de morral. Sentía curiosidad sobre su vida ¿A qué se dedicaba? ¿Dónde vivía? ¿Tenía familia?
—¿Por qué no vamos a un sitio que tú conozcas? —intentó encontrar alguna respuesta por ese medio, sin ser demasiado directa. Se descubrió deseando verlo otra vez y otra, así que no quería que se incomodara.
—Los sitios que yo conozco no están cerca —declaró.
Ella se quedó en silencio e InuYasha notó el modo en que el ánimo alegre que parecía traer se había resentido y se sintió inepto. Podía tratar con chicas, su trabajo pasaba por eso muchas veces, sin embargo con ella era diferente.
—¿Te ha vuelto a molestar el hombre aquel? —preguntar por algo que los implicaba sutilmente a ambos podía ser buena idea.
—No, de hecho ya no me habla y si tuviese que ser más específica, creo que me ignora —aclaró, lo que además era cierto.
—Y eso es ¿Bueno o malo? —quiso indagar. No tenía del todo claro qué pasaba con aquel hombre.
—En realidad me es indiferente. No me gustaba cómo me miraba y ese día sólo vino a confirmar que no estaba equivocada —aclaró, parecía intentar no sonar demasiado arrogante.
—¿Trabajan juntos? —quiso saber un poco más y cuando obtuviese ese poco, quería intentar con un poco más, incluso. Le interesaba saber muchas cosas de ella.
—Sí, en el mismo estudio, aunque su trabajo y el mío no se tocan —le explicó.
Se notó aliviado al saber aquello.
Era consciente del modo extraño en que se sentía con respecto a esta chica. Le gustaba, aunque no del modo alocado en que le podía gustar alguien a quien estaba conociendo, no parecía algo romántico, aunque tampoco lo descartaba; en realidad no sabía definirlo. Había una sensación profunda en él y la sentía como una semilla que llevaba un tiempo inabordable esperando para germinar.
—Te esperé ¿Me dirás que pasó por estos días? —la pregunta lo sacó de sus cavilaciones.
Se sintió tenso de inmediato, como si hubiese sido descubierto. No quería dar demasiadas explicaciones sobre su vida. La experiencia le decía que a chicas como ella le resultaba extraña la vida que él tenía y las complicaciones añadidas sólo las asustaban y se descubrió queriendo que aquello no sucediera.
—Ya pasó —intentó ser conciso en frenar la curiosidad y aprovechó para instalar otra cuestión—. Lo importante aquí es saber si me conocías de antes.
La pregunta no necesitaba de mayores explicaciones, ya se la había hecho y ella lo había negado; sin embargo era justo mantener la duda abierta. Kagome lo miró fijamente por un instante y su expresión cambió de la sorpresa a la introspección y de ahí a la duda. Apartó la mirada y la centró en una tienda de la calle por la que transitaban.
—Ya hiciste esa pregunta.
—Lo sé, pero sigo teniendo esa duda.
Ella se tomó un instante. Se encontraban en una calle principal, el mayor número de personas y las profusas luces de las tiendas se lo anunciaban.
—No, en realidad —comenzó a decir— y sé que tu curiosidad es justa, pero no puedo dar una respuesta.
—Es perturbador —se decidió a decir y viniendo de él, con la cantidad de cosas que había visto en sus veintitantos años, era mucho.
—Lo siento.
La disculpa lo pilló desprevenido. No era eso lo que estaba buscando, en realidad no tenía claro lo que buscaba. Había una conexión, eso no podía evadirlo, de lo contrario no estaría aquí intentando conocer a una persona que no tenía ninguna similitud con su vida y su forma de llevarla.
—No te disculpes —la sostuvo un momento por el brazo, se miró la mano casi con pánico y la soltó.
Era extraño sentir que se te subían los colores a las mejillas por algo así de simple, sin embargo ambos lo experimentaron.
—Lo siento —repitió ella e InuYasha sonrió—. Lo sien… —ahora fue ella la que soltó una risa abierta, clara y chispeante, algo que él no pudo dejar de admirar.
—Lo sientes por sentirlo —rio con ella y Kagome sólo pudo volver a reparar en la fascinación que le producía esa sonrisa.
Al paso de un momento ya estaban más animados, aunque las dudas de uno sobre el otro aún parecían formar una brecha, sin embargo podían esperar y esa sensación parecía un consenso silencioso que pululaba alrededor de ambos.
—Entremos a esa, es nueva —Kagome propuso una izakaya, no tanto por el argumento, como por la intención de mover la energía que se estaba formando entre los dos.
Se acercaron al lugar y al entrar estaba casi llena al completo. Decidieron sentarse a un lado de la barra, en asientos individuales, uno junto al otro. La carta les fue entregada por una de las tres personas que atendía.
—No son más que nombres nuevos para las mismas preparaciones de siempre —mencionó Kagome, mientras inspeccionaba la oferta.
—Suele pasar en casi todo —se encogió de hombros. Tenía razón.
—Sí, como los anuncios en las teletiendas. Todo cosas inútiles presentadas como joyas —continuaba mirando la carta.
—Sí, como los políticos, lo mismo de siempre con diferente corbata.
—Exacto —aceptó ella.
—Exacto —aceptó él.
Hubo una particular sensación de conformidad en esa limitada conversación que podría, incluso, catalogarse de trivial.
Se les acercó uno de los encargados y Kagome le indicó las brochetas de pescado y unas croquetas de patata y verduras. InuYasha pidió una ración de pescado frito en huevo y unas vainas.
—¿Para beber? —preguntó el hombre, con la cortesía habitual.
InuYasha miró a Kagome y ella se debatió entre si pedir algo con alcohol o no. Finalmente decidió que algo suave podía ayudar a que bajaran las primeras barreras y que ambos comenzaran a sentirse un poco más cómodos.
—Cerveza —se animó a pedir, entregando su carta.
—Lo mismo —pidió él, devolviendo también la suya.
Se mantuvieron en silencio durante un momento, observando a las personas que reían y hablaban en un tono moderado, para no interferir con las conversaciones de los demás. De pronto el silencio se estaba haciendo demasiado largo y confuso.
—¿Con quién vives? —se animó a preguntar ella.
InuYasha la miró primero de reojo, para luego girarse y mirarla directamente.
—¿Crees que puedes hablar conmigo sin que parezca un interrogatorio? —la increpó y ella notó que se le subían los colores a las mejillas. Sentía mucha curiosidad por él y no se le había pasado por la cabeza que quizás su modo de abordarlo era grosero.
Quiso disculparse.
—Lo siento, no quería incomodarte…
—¿Kagome? —fue interrumpida por alguien que se dirigía a ella desde su espalda. Se giró para encontrarse con la expresión ligeramente sonriente de su amiga de la infancia.
—Sango —se alegró. Hacía mucho que no la veía.
Se puso en pie y se abrazaron por un momento, algo que InuYasha observó desde su lugar cómo espectador. Habría querido seguir el ánimo alegre de la chica, sin embargo de inmediato adoptó uno cauteloso cuando vio que la mujer llevaba un uniforme de la policía.
—¡Qué alegría encontrarte! —mencionó Kagome, aun sosteniendo una de la manos de su amiga.
—Para mí también es una alegría —aceptó la mujer y entonces lo miró a él.
InuYasha le sonrió de una forma tan suave que casi resultó enigmático.
—Oh, te presento a InuYasha —dijo Kagome e hizo una leve pausa que parecía destinada a saber que rango darle—, un amigo.
Pensó que decir amigo era tan bueno como conocido en esta circunstancia.
—Hola —él le extendió la mano que la mujer policía aceptó. Ambos se midieron con una mirada.
—Hola —sonrió ella, de una forma mucho más comedida y fría que la sonrisa que le diese a Kagome.
Era lo lógico, ellos no se conocían y la presentación era una mera formalidad.
Oficial Taijiya —se escuchó a una de las personas que atendían en lugar, mientras dejaba sobre el mesón un pedido para llevar.
—Gracias —aceptó la mujer. Luego se dirigió a Kagome nuevamente—. Me tengo que ir, estoy de turno —se disculpó—. Dame tu número y te llamo para quedar —ofreció.
Sango tomó nota en su móvil y le marcó para que tuviese su número también. Luego miró a InuYasha.
—Tus ojos me resultan conocidos —mencionó casi despreocupadamente.
—Ah —se encogió de hombros y le sonrió. Lo menos que necesitaba era resultarle conocido a una policía.
—Te parecerás a alguien —le quitó importancia, aunque InuYasha sospechaba que no lo olvidaría con facilidad. Nuevamente se dirigió a Kagome—. Me ha encantado verte.
El encuentro terminó con un nuevo abrazo y más promesas sobre llamarse.
Kagome se sentó junto a él justo en el momento en que uno de los dependientes se acercaba con el pedido que habían hecho. No pudo evitar mirarla de reojo y observar la forma en que sus mejillas se habían arrebolado con un dulce tono rosa que apenas las teñía. Registró ese color en su mente, el color de la alegría.
—¿Es una buena amiga? —quiso saber. Venía bien como tema de conversación.
Los platos fueron puestos delante de ellos y agradecieron al hombre que les acercó los palillos y las servilletas de papel.
—Sí, nos conocemos desde niñas, hacía mucho que no la veía —le contó, mientras aderezaba una de las croquetas de patata.
InuYasha se limitó a sonreír. Kagome vivía en una zona segura, sonreía con facilidad, podía permitirse vivir sola con una amiga, era alegre y podría decir que hasta confiada y además tenía otra buena amiga policía. Si hacía un recuento en su cabeza, Kagome era el tipo de persona con la que no le convenía estar, ni a ella con él.
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Continuará…
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N/A
Estoy disfrutando mucho con esta historia, me suele pasar con todas, sin embargo más aún con los inicios que es cuando las historias tienen todas las posibilidades abiertas. Luego disfruto mucho, aunque también me agoto más.
Espero que les gustase el capítulo y que me cuenten en los comentarios.
Besos
Anyara
