KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo VIII
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No esperaba ver a InuYasha de forma casual. De hecho, estaba en aquella cafetería en una especie de preámbulo que le permitiese sanar la decepción que la expectativa le había dejado. El chico le resultaba atrayente, interesante de un modo que iba más allá del romántico. Cuando pensaba en él parecía que un universo entero se podía abrir delante de ella y cuando lo tenía cerca; suspiro, cuando lo tenía cerca la piel se le inflamaba en una especie de excitación que nada tenía que ver con lo físico.
Quizás fuese por eso que no lo pensó dos veces antes de salir tras él en cuánto lo vio.
Cuando cruzó la puerta de la cafetería hacia el exterior él ya le llevaba una buena ventaja, sin embargo gracias a su pelo platinado y chaqueta roja podía seguirlo con la mirada. Apresuró el paso y eso la ayudó a acortar la distancia. Él llevaba las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y el bolso que ella le había cedido le cruzaba el cuerpo a modo de morral. A pesar de lo extraña de la situación se sintió contenta de ver que le daba un uso y que parecía gustarle. Se descubrió recreando una escena para la historia en su mente. El chico de su cabeza recibía de ella una mochila amarilla y se la ponía al hombro para caminar por un sendero en mitad de un bosque. Había una emoción particular en esa imagen y comenzó a explorarla mientras intentaba no perder de vista al chico de la chaqueta roja.
Esta vez has tardado mucho —el personaje de su cabeza hablaba con ella, o con la ella de su historia.
Sólo un día más de lo acordado —fue la aclaración que dio.
El corazón de la chica de su historia se disparó cuando comprendió que él la había extrañado.
Su propio corazón se disparó cuando el InuYasha al que iba siguiendo se detuvo. Kagome giró y escondió el rostro tras su larga melena oscura, mientras simulaba estar buscando algo dentro de su bolso. Pudo ver que él estaba comprando un onigiri en un puesto de comida y lo consumió de tres bocados, sin siquiera sentarse. Una vez hubo terminado, pareció agradecer al hombre del yatai para retomar su camino y ella siguió tras él.
Poco a poco se fueron acercando a la parte neurálgica del barrio de Shinjuku en donde el ruido, y luces que nunca se apagan, se hacían más y más evidentes. Kagome chocó con un par de personas en el trayecto, a medida que las amplias aceras parecían pequeñas para el torrente de transeúntes. Se le estaba haciendo difícil seguir a InuYasha, así que comenzó a dar pasos más ligeros y pequeñas carrerillas, esperando no ser descubierta. Fue consciente de la curiosidad que experimentaba, no podía evitarla, se sentía particularmente atraída por el chico que era como una caja cerrada por un candado enorme con la leyenda de: no te acerques.
¿Cómo iba a poder obedecer eso?
Lo vio cruzar una de las grandes arterias de esa zona y Kagome esquivó como pudo a las personas que venían en dirección contraria. Al llegar al otro lado, estando ella aún en mitad del cruce, observó que se detenía nuevamente, esta vez junto a un hombre de traje y corte de pelo estilo punk. Permanecía de pie a un lado del arco que daba la bienvenida al barrio de Kabukicho. InuYasha se inclinó para decirle algo y éste asintió, se rio y le dio un golpe amistoso en el brazo a la altura del hombro, era obvio que se conocían. Un instante después continuó camino hacia el interior de aquella calle, no sin antes cubrir su cabeza con la capucha como si buscase evadir a todos los que estaban alrededor.
Tomó aire y continuó avanzando en su afán de no perder de vista a InuYasha, lo que le resulta aún más complejo que antes debido a la aglomeración de personas que le dificultaban las visión y el camino. Finalmente lo vio ralentizar el paso y detenerse ante uno de los tantos lugares con luces suficientes como para iluminar un pueblo entero. Kagome se quedó de pie a metros de la entrada, medio oculta tras un cartel publicitario que también estaba iluminado con neón. Pudo notar que InuYasha parecía respirar hondo y soltar el aire en un suspiro rápido, destinado a darse ánimo; luego de eso entró en ese sitio llamado Kyomu.
Kagome se quedó mirando durante un momento aquella entrada, que era como una puerta cualquiera, con la particularidad de estar atestada de luces de neón y un cartel lateral que destellaba con el nombre del recinto. Sintió una enorme curiosidad ¿Qué hacía InuYasha en un sitio así? ¿Sería este el trabajo que hacía por horas?
No parecía contento y aquello la hizo reflexionar sobre el lugar. Pensó en entrar, sin embargo en un resquicio de sus recuerdos escuchó la voz de su madre resonando en una advertencia que le repitió unas cuántas veces durante su adolescencia. Era consciente de la reputación que tenía el barrio, aunque también sabía que era un lugar de diversión, probablemente no de recatado entretenimiento, sin embargo sabía que sus amigas Eri y Yuka habían estado en la zona y lo habían pasado bien.
La próxima vez vienes con nosotras —recordaba que habían sido sus palabras. Y también recordaba que le habían advertido que lo mejor era ir con un grupo.
Chasqueó la lengua, molesta. Debía reconocer que durante el instituto obedeció a su madre como un acto de responsabilidad. No obstante ahora era una adulta ¿No?
Se animó a dar un paso adelante, esperaba poder ver el interior y saber en qué tipo de ambiente se movía InuYasha. Sintió una fuerte punzada en el estómago, reconocía la incertidumbre instalada en la decisión de este momento. Si cruzaba esa puerta las posibilidades sobre el mundo que rodeaba al chico se reducirían, comenzaría a catalogarlo. Fue consciente de la magia que existía en el desconocimiento. También tuvo clara la necesidad social de etiquetar los sucesos y a las personas que se conocían, para dar una guía a las múltiples posibilidades que entregaba algo nuevo.
No tuvo demasiado tiempo de profundizar en aquella reflexión que se producía en medio del jolgorio de la calle. Escuchó que alguien se dirigía a ella.
—Hola ¿Te puedo acompañar un momento? —al principio se sobresaltó, aunque intentó no demostrarlo demasiado— ¡Qué hermosa eres! Tu mirada me impresiona —el desconocido, un hombre alto de mirada intensa, y tan calvo como un monje, hizo el amago de cubrirse los ojos con la mano para simular no poder mirarla—. Me deslumbra tu belleza.
Comprendió que se trataba de un captador, lo había escuchado de sus amigas y también lo había visto el oficio en algún programa de reportajes de investigación en los que se hablaba de ciertos trabajos que hacían las jóvenes y la prostitución encubierta que había en todo ellos. Recordó lo mucho que le había impresionado a su amiga Ayumi el saberlo.
—¿Trabajas ahí? —Kagome hizo la pregunta sin rodeos, indicando el lugar por el que acababa de entrar InuYasha.
—Sí ¿Quieres entrar? ¿Cómo te llamas? Yo soy Renkotsu.
Probablemente estaba ante su boleto de entrada.
—Kagome.
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Estaba siendo, literalmente, otro día de mierda. No sabía con exactitud las horas que había podido dormir la última semana y es que estaba necesitando trabajar más de lo habitual, la cuenta del médico para Shippo estaba saliendo cara y a eso debía sumarle la preocupación. Le había dicho un montón de veces al chico que evitara ciertos lugares y a ciertas personas, sin embargo era un adolescente y en ocasiones el apasionamiento de la edad le nublaba la visión. Se sentía responsable por él, aunque en estricto rigor ellos no tenían ninguna relación de parentesco o algo que se considerara cercano a eso, no obstante para InuYasha era como un hermano pequeño.
Suspiró presa del agotamiento, mientras caminaba a buen ritmo rumbo al Kyomu. A raíz de la necesidad de trabajo había tenido que aceptar algunos encargos más de los que desearía. Como si aquello no fuese suficiente, lo había mandado a llamar el jefe. Hacía semanas que no lo veía ni se cruzaba con él, algo que le venía muy bien, dado que le permitía hacer otras cosas, intentar abrirse camino en otra dirección; sin embargo hoy no tenía esa suerte.
Tampoco había podido llamar a Kagome, tal y cómo le había ofrecido. A estas alturas la chica estaría molesta, probablemente. En realidad no estaba seguro, no la conocía lo suficiente, y aun así sus expresiones y sus sonrisas llevaban días acompañándolo. Le había gustado estar con ella y compartir esas horas de conversación trivial e importante, divertida y de intensa seriedad. No contaba con demasiadas citas en su vida, al menos no de las que importaban, y estaría por decir que la cena con la chica podía contarse entre las cosas buenas que le habían pasado.
Llegó hasta la entrada y saludó a Ginta, que hoy estaba de observador. Ya no tenía más tiempo de pensar en Kagome, debía centrarse en la razón por la que estaba aquí y sobre todo, enfocarse en la forma de escabullirse de lo que fuese que quisieran de él. El jefe no lo llamaba para un encargo pequeño.
Dio los primero pasos dentro de Kabukicho y le llegó de golpe el aroma de las comidas, los ambientadores y el perfume que exageradamente se ponían las mujeres que transitaban por la calle. El olor parecía confinado y sólo se podía captar una vez se cruzaba a esta especie de realidad paralela. Le resultaba extraño imaginar que una calle atrás podía encontrar a personas paseando en familia y comprando ropa para sus hijos, cuando al entrar en este barrio todo parecía rezumar vicio.
Siguió el camino hacia el Kyomu y se subió la capucha roja, no quería mirar demasiado a ninguna parte, llevaba muchos días seguidos viniendo aquí como para que le interesara saludar a los conocidos. Tenía un particular trato cordial con alguno de ellos, del tipo de cordialidad que se podía mantener en este ambiente. No obstante sabía que no tenía amigos, sólo conocidos que se resultaban útiles los unos a los otros. Quizás con una o dos excepciones.
Cuando casi estuvo en la puerta del club se encontró con Renkotsu dos pasos a su derecha, otra vez lo tenían reclutando chicas para cubrir la cuota de novedades del club. Del mismo modo que el resto de los días, se miraron y no se dijeron nada. No se caían bien. No eran amigos.
Una vez estuvo dentro, sus ojos trabajaron un poco para ajustarse a la luz interior que era focalizada de modo que el escenario fuese el objetivo y de esa manera las mesas del centro y los sillones laterales tuviesen menos atención.
—Otra vez aquí, guapo —escuchó la voz de Jakotsu al acercarse lo suficiente como para sentir su aliento en la mejilla—. Voy a empezar a pensar que me extrañas.
—No tengo problema en venir a visitarte —casi le sonrió—, pero no me siento feliz de venir a esta reunión —aclaró.
—Ay, le das alegría a mi corazón —la coquetería era un rasgo particular en Jakotsu, aunque InuYasha sabía que podía ser un desgraciado cuando era necesario.
De adolescentes se metieron en un lio con el regente de un sitio de comidas que quedaba a la vuelta de Kyomu. El hombre había querido darles menos comida por el precio que pedía de habitual. InuYasha pensó en largarse y dejar de venir, sin embargo Jakotsu le sacó una pata a uno de los taburetes de madera y con ésta le había dado un golpe certero a la repisa en que permanecían los recipientes y platos para servir a los clientes. Aún resonaban en su memoria las risas inquietas cuando salieron del local y el sonido de la porcelana que caía en cascada.
Obviamente el arrebato no les había salido gratis. El jefe los había tenido limpiando los baños de los clientes durante un mes, después de pagar por lo perdido al hombre de aquella tienda.
—¿Está en la oficina? —a InuYasha se le filtraba el desánimo en la voz.
—Sí, lleva todo el día aquí. Ya sabes cómo se ponen cuando les disputan el sitio —murmuró a modo de secretismo.
InuYasha contrajo el ceño, no le gustaba lo que le sugería Jakotsu. Probablemente le meterían en un trabajo que no quería hacer. Las cosas pequeñas no le importaban, como cumplir alguna cuota en hurtos menores o trasladar sumas de dinero de un sitio a otro sin saber de dónde procedían, ni para qué eran. Sin embargo, los trabajos más grandes lo complicaban, no quería seguir en esto.
—Nos vemos luego —le dijo a su amigo. Éste le dio una palmada sobre el omoplato a modo de ánimo y se alejó.
Se encaminó hacia la entrada que había al final de un pasillo lateral. Removió la cortina de tupidas cuentas que separaba un espacio de otro y se encontró dentro de un pasillo interno que daba acceso a varias habitaciones pequeñas que hacían las veces de oficina y almacén para los licores. Al pasar la última habitación y andar unos cuantos metros dio un corto salto que lo puso en el segundo peldaño de una escalera estrecha que subía a la segunda planta. Una vez ahí el espacio cambiaba y también quedaba atrás el olor rancio del club. Se encontró con dos de los chicos que usaba el jefe para la seguridad y que se apostaban ante cualquier lugar en que estuviese. Les hizo un gesto a modo de saludo y uno de ellos abrió la puerta, casi con solemnidad, para dejarlo entrar.
Una parte de él quería dar ese paso al interior, saber para qué lo querían, y terminar con todo esto de una vez. En tanto otra parte, la que encontraba su razón en el hastío, quería dar media vuelta y olvidarse que existía este sitio y cualquier otra cosa que se lo recordara. Sin embargo, la vida no era tan permisiva como podía querer e InuYasha sabía que a veces había que tragar tierra.
Dio un paso al interior, para encontrarse con un panorama que no le resultaba desconocido, había estado aquí muchas veces. La habitación era amplia y estaba decorada en parte como una oficina, manteniendo a un lado un extenso sofá que hacía las veces de cama si era necesario. No le fue difícil adaptarse a la cálida luz ambiental y focalizada con lámparas aquí y allá. El escritorio daba la espalda a un ancho cristal tintado que permitía prestar atención al escenario del local y el resto de éste, con total discreción. El alto sillón del jefe estaba girado en esa dirección, como un observador de todo y ocultándolo del resto de los presentes en la habitación y de sus caras mustias.
Pudo ver a Bankotsu, de pie junto a una pared y comprobó que cómo siempre evitaba mirarlo, la historia que compartían involucraba demasiadas discusiones y peleas como para enumerarlas. A la derecha de éste se encontraba Suikotsu, uno de los acompañantes fieles de Bankotsu y con quien efectuaba los trabajos que se le asignaban. Poco más en esa misma dirección estaba Kagura, permanecía sentada en el sofá y se veía claramente lo fastidiada que estaba por tener que ceder su lugar habitual en el sillón junto al escritorio. A dos pasos de ella, semi oculta en las sombras, permanecía Kanna con su atuendo grisáceo y mirada inescrutable.
—¿Ya estamos todos? —habló Kouga al entrar por la puerta.
El que faltaba —pensó. No quiso girarse para mirar.
Metió las manos en los bolsillos de su pantalón, mientras esperaba a que se iniciara esta indeseable reunión.
—Bonito morral —se le acercó Kouga— ¿Ahora te dedicas a la costura? —se mofó.
—Cállate, sarnoso —masculló en voz baja, aunque con suficiente fuerza para que fuese un insulto bien encajado.
El sillón del jefe comenzó a girar y ahí estaba Kikyo.
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Continuará…
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N/A
Tenía ganas de llegar a esta parte en la que se va abriendo un poco más el prisma de lo que es la vida de InuYasha.
Espero que les haya gustado y que me cuenten en los comentarios
Besos
Anyara
