KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XII

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Registro bibliográfico

Pergamino Nº 08

Descubrimiento 8828, Sengoku

Este ha sido un día difícil. Kagome ha sufrido dolor intenso y a pesar de la sanación que ella misma se ha aplicado con su energía, de las hierbas que conserva para apalear el malestar y de lo mucho que intentaba ocultar de mí el sufrimiento, ella olvida que puedo escuchar su corazón cuando se agita y el dolor le hace eso al cuerpo.

Incluso ahora que la noche abarca todo el cielo y por fin descansa, se queja en medio del sueño.

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—Diga —su voz le resultó inconfundible. Sonaba dubitativa, era normal, probablemente la llamada entraría con número desconocido.

—Hola, Kagome. Soy InuYasha —le anunció.

Notaba cómo su corazón latía inquieto y sabía perfectamente que era debido a la ansiedad. Llevaba varios días sin comunicarse con ella, desde que la dejó en la estación de tren el día que entró al Kyomu. Habría querido llamar antes; habría querido, incluso, verla. Sin embargo las cuestiones de su vida no le permitían tener esa libertad.

—Oh —fue la primera reacción que recibió e InuYasha sonrió al imaginar su expresión—. Hola, no esperaba que llamaras —aclaró.

—Dije que lo haría, aunque me tomó más tiempo del que esperaba —la escuchó hacer un sonido en negativa que le resultó sensitivo, muy propio de ella.

—No importa, has llamado —parecía sonreír— ¿Cómo has estado? ¿Cómo está Shippo?

InuYasha fue muy consciente de la forma en que su cuerpo se contrajo en una especie de emoción que no llegaba a definir. Otra vez la imaginó mientras hablaba y se sorprendió de la rápida nitidez con que absorbía lo que ella era y hacía.

—Bien, va mejorando. Aún debe llevar la escayola un par de semanas más y eso lo pone de mal humor —la escuchó reír.

—Me imagino que no podrá hacer de las suyas —seguía riendo.

InuYasha disfrutó de la sensación que tenía con Kagome, parecía que con ella podría hablar de cualquier cosa y que no habría un juicio de moral que lo persiguiese. Aquello le instaló una cálida sensación en el pecho.

—Estoy intentado que no siga por ahí —no quería dar demasiados detalles de su vida; no estaba orgulloso de ella.

—Bromeaba, lo sabes ¿No? —quiso aclarar.

—Lo imagino —estaba haciendo figuras en el suelo con la punta de las zapatillas deportivas que aún no cambiaba.

—En algún momento me tendrás que contar cómo le sucedió aquello —ella mostraba curiosidad y era lógico.

—La próxima vez que te vea —la promesa implícita en las palabras los dejó en silencio a ambos.

Esto les recordó al último extenso silencio que compartieron en aquella horrenda y, sin embargo, interesante habitación de hotel. Kagome sonrió ante el recuerdo y eso la impulso para ser la primera en volver a hablar.

—Me has dicho algo sobre Shippo, pero aún no me dices cómo estás tú —insistió. InuYasha sonrió.

—Si quieres te lo puedo contar mañana —dijo, notando la forma en que el corazón se le volvió a acelerar.

—¿Llamarás de nuevo? —la interrogante surgió y pudo notar en la voz de Kagome que le parecía una extraña posibilidad.

—Pensaba, más bien, en ir a verte. Me ofreciste un trabajo ¿Recuerdas? —esperaba que sí.

Kagome sintió cómo se condensaba la emoción en su estómago y se presionó el labio con los dientes en un gesto que claramente buscaba contener su ansiedad. Acababa de hablar de volver a verse, no obstante la expectativa de que fuese al día siguiente fue algo que no esperaba. Probablemente se mantuvo en silencio más de lo esperado, pues él volvió a preguntar.

— Y ¿Bien? ¿Sigue en pie la oferta? —casi le pareció que InuYasha había soltado un suspiro ansioso.

De fondo escuchó que gritaban su nombre y luego, en la puerta de su habitación apareció Hojō.

Tu turno, Kagome —dijo el chico. Ella asintió.

—Te estoy interrumpiendo —no era una pregunta, más bien era un hecho que él parecía comprender y que hizo que Kagome sintiese que se alejaba. No pudo evitar una fugaz reflexión sobre lo delicada que eran las emociones humanas y del modo en que se veían influenciadas por los acontecimientos grandes o pequeños.

—Está bien, no es problema —quiso aclarar. Volvió a mirar a Hojō que seguía en la puerta. Kagome se giró y le dio la espalda, quizás como una forma de hacerle ver su falta de prudencia— ¿Mañana, entonces?

El silencio permaneció durante un instante y ella se preguntó si la había escuchado.

—¿Sigues ahí? —quiso saber.

—Sí… y sí —dos respuestas para dos preguntas— ¿Dónde quieres que nos reunamos?

—Puedo ir hasta tu casa, si quieres —ofreció.

—No.

La respuesta resultó tan categórica que se sintió extraña.

—Pues —no se sentía cómoda con la idea de tener a Ayumi espiándolos o quizás, simplemente, quería mantenerlo como algo suyo un poco más, no estaba segura—… podríamos venir aquí, aunque estará mi compañera y no sé si estaremos cómodos.

—Tengo una alternativa, siempre que no te desconcentre el ruido —comenzó a decir y Kagome casi podía verlo sonreír.

—¿Cuál? —preguntó, animada.

Kagome —en la puerta estaba Ayumi. La miró y le hizo un leve gesto, para que siguieran con el juego sin ella. Pudo ver el modo en que su amiga resoplaba y se marchaba; luego tendría que dar explicaciones.

—Miroku —mencionó.

—Oh —reaccionó ella. Recordó la habitación rosa y pensó en la falta de luz artificial. Sin embargo no le pareció mala idea.

—¿Demasiado inadecuado? —la pregunta parecía cautelosa.

—No, está bien, donde Miroku —sonrió. Estaba frente a una aventura. En su mente aparecieron los dibujos que quería conseguir.

InuYasha percibió el tono alegre en su voz y sostuvo un poco más la correa del bolso que llevaba cruzado a modo de morral, aquel objeto le recordaba que Kagome parecía una persona diferente a las que estaba habituado a encontrar.

—Bien, mañana te espero a la salida de tu trabajo —anunció y descubrió que le gustaba el modo en que sonaban esas palabras.

—Nos vemos mañana —la escuchó decir con calma, casi alargando las palabras.

Después de eso esperó un momento antes de cortar la llamada. Se quedó mirando el teléfono un instante más, antes de salir de la cabina y tomar la calle hacia la casa que compartía con Shippo. Le llevaría algo para cenar y luego se echaría a dormir para estar en el mercado al día siguiente a primera hora. Suspiró con cierto agotamiento y se preguntó en qué momento cambiaría en algo su lugar en esta vida ¿Llegaría a suceder alguna vez? ¿Alguien esperaba algo de él?

Más allá de Shippo no había nadie a quien rendirle cuentas emocionales, nadie que lo extrañara por ser InuYasha. Quizás fuese ese pensamiento y lo que Kagome le transmitía, el que lo impulsó a buscar un teléfono público y llamarla a un número que además se había aprendido de memoria mientras andaba por calles poco transitadas de Tokyo.

Le tomó unos largos minutos llegar con su joven amigo esa noche. El camino lo había hecho de forma automática y con la mente ocupada en las palabras intercambiadas en la llamada con Kagome.

Entró por el lateral de la casa que parecía abandonada y esquivó todo lo acumulado en el paso. Dio un toque en la puerta y luego la abrió, sólo para encontrarse con un lugar solitario y oscuro.

—¿Shippo? —preguntó, no obtuvo respuesta. Había poco sitio en el que pudiese estar, sólo usaban la sala, que a su vez era dormitorio, y el baño que para suerte de ambos aún contaba con agua corriente, al igual que la pequeña cocina que permanecía sin uso. Ese había sido un detalle crucial para decidir quedarse aquí— Mierda.

No quería tener que salir a buscarlo y menos al sitio en que pensaba que podía estar. Dejó la bolsa con un par de sopas instantáneas, junto a la cocinilla en la que calentaban el agua y se dejó caer sobre el colchón que tenía en el suelo. Esperaría un poco, sólo un poco, mientras descansaba y si Shippo no llegaba en ese tiempo, iría por él. Suspiró ante la idea.

Maldito adolescente hormonado —pensó.

Luego de eso cerró los ojos. No estaba en sus planes dormirse, sin embargo eso era lo que había pasado y cuando fue consciente de sí mismo de nuevo, se sobresaltó. Su primer pensamiento fue para el chico y se sentó con rapidez sobre el colchón, notando que había una luz encendida en una de las lámparas que usaban y pudo ver y escuchar a Shippo sorbiendo los fideos de su sopa.

—Vaya, has despertado —le dijo con la boca llena—. Pensé que ya dormirías hasta mañana.

—¿Dónde estabas a esta hora? —fue la respuesta que recibió— Y te he dicho que no hables mientras comes.

La habitación se llenó de silencio.

—¿Shippo? —insistió y el chico le hizo un gesto con la mano que tenía sana para que entendiera que estaba masticando— Ya, claro —excusas, pensó y sonrió.

Se estiró para posicionar el cuerpo en un modo funcional ahora que estaba despierto. Se acercó al hornillo que usaban para calentar el agua y vertió parte de ésta, que permanecía a temperatura, dentro de su vaso de sopa instantánea.

—¿Qué has hecho hoy? —preguntó, cuando se sentó junto a Shippo, mientras esperaba a que los fideos de su sopa estuviesen listos.

—No mucho —aceptó el muchacho, que de inmediato le echó una mirada casi culpable—. Estudié, estudié todo lo que me has dejado e hice algún ejercicio extra de matemáticas, aunque creo que estarán muy mal.

—Ya los revisaré —avisó, moviendo un poco el vaso con la sopa, como si ésta fuese a apresurar su proceso debido a su insistencia; le rugía el estómago.

—Y ¿Tú? —la pregunta era de educación, aunque también contenía una genuina preocupación por él.

—Igual que tú, no mucho. Hice unas horas de trabajo para la agencia de familiares y amigos —se explicó.

—Y ¿Quién te tocó hoy? —Shippo era particularmente curioso.

—Sabes que de ese trabajo no puedo hablar, es confidencial —algo que era muy cierto, aunque en realidad prefería ahorrarse el hablar de Kikyo.

Pudo ver el modo en que Shippo hacía un gesto con los ojos, burlándose de él, lo que resultaba muy gracioso al verlo hacer aquello con la boca llena.

—Te puedo decir que era mujer e iba de tiendas —esa era información que podía dar.

—¿Era bonita? —preguntó, para después apurar lo que tenía en la boca, evitando así que le repitiese la norma de educación.

—Sí —lo que era cierto.

—¿Te gustó? —aquello parecía particularmente importante para él.

—No del modo en que a ti te gusta Soten —aprovechó la pregunta para extraer información de él—. Fuiste a verla ¿Es así?

Resultó gracioso ver la forma en que, de pronto, a Shippo la sopa le parecía más interesante que las actividades que InuYasha había efectuado en el día. También fue evidente que éste había acertado con su suposición.

—Y ¿Bien? —insistió.

—Sólo un poco —murmuró, aunque con la suficiente fuerza para ser escuchado.

—¿Cómo que sólo un poco? La viste o no la viste, no puedes ver a una persona a medias —la burla no se hizo esperar.

—Oh, cállate —intentó mostrarse molesto.

InuYasha tomó el vaso con la sopa y comenzó a remover los fideos con los palillos.

—Quiero decir que sólo estuve un poco de tiempo —aclaró—, además sabía que sus hermanos no estaban.

—Y ¿Cómo lo sabías? —no había forma en que se comunicara más que acercándose al lugar.

El chico mantuvo un silencio cuestionable y suspiró un par de veces antes que InuYasha le volviese a hablar.

—¿Shippo? —insistió. De vuelta recibió un tercer suspiro que marcaba claramente la derrota.

—Soten me dejó esto —sacó del bolsillo del pantalón un teléfono móvil.

InuYasha observó el aparato en la mano del muchacho y éste le hizo un gesto para que lo tomara. Extendió la mano y recibió el objeto, cuestionándose sobre qué hacer. Por una parte él no quería tener que ver con este tipo de artefactos tanto por el costo, que estaba lejos de su bolsillo e interés de adquirir, como por la sensación de amarrarse a algo que le controlaba la vida si se descuidaba un poco, además de otras cuestiones concernientes a su trabajo que nada tenían que ver con el chico. Sin embargo ¿Debía condicionar a Shippo por sus consideraciones?

Muchas más veces de las quisiera se sentía como un padre.

—¿Tienes que pagarlo? —fue lo primero que pensó en preguntar, no quería que robara para mantener el móvil.

—No, ella dice que puedo usarlo, que está a su nombre —le explicó, con cautela.

InuYasha mantuvo un momento de silencio. Continuaba revolviendo con los palillos el contenido de su vaso de sopa, en tanto sostenía el teléfono en la otra mano.

—Sabes que Hiten y Manten son peligrosos —le hizo un gesto que le indicaba el brazo roto.

—Lo sé —aceptó Shippo, con cierto tono consecuente.

Otra vez el silencio entre ambos.

InuYasha volvió la mirada al móvil y lo apretó en su mano cómo si eso lo ayudase a determinar qué hacer. Por un momento le costó decidir, después de todo ¿Quién era él para saber cómo tratar con un adolescente?

Miró al muchacho junto a él y consiguió ver el pudor y la esperanza que no podía estar mejor plasmada en sus ojos verdes.

—Toma —le dirigió el aparato que Shippo recibió—. Debes prometer que serás prudente y que no irás a casa de Soten nuevamente.

El chico asintió y aunque InuYasha sabía que era difícil que mantuviese su palabra por mucho tiempo, creyó que estaba bien intentar que así fuera.

Sus pensamientos resultaron interrumpidos por el mismo chico.

—Y bueno ¿Te gustó?

InuYasha se quedó perplejo por la forma simple en que el muchacho le había dado la vuelta a la situación o, simplemente, ponía en contexto el momento. Por un instante se permitió pensar si los años que le llevaba, y las experiencias vividas, influenciaban la flexibilidad de sus pensamientos.

—Lo cierto es que hay otra chica que me gusta —se animó a confesar.

Los ojos verdes de Shippo parecieron destellar, abiertos y curiosos, bajo la luz de la lámpara.

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Kagome tenía la sensación que los minutos pasaban con la lentitud de horas. Su tiempo de trabajo habitual terminaba dentro de quince minutos; los quince minutos más largos de su vida según la percepción que ahora mismo tenía.

Estaba trabajando en una de las páginas finales de la entrega de este mes y aunque pareciese una tontería, había cierta tensión en ello. Una vez ella terminase, además de su compañero Koutatsu quien no le hablaba más que para lo mínimo, el sensei Izumo revisaría por última vez el trabajo y cerraría el portafolio correspondiente al capítulo y éste no podría sufrir cambios, así las pesadillas sobre una labor mejor hecha la acompañase por meses.

A pesar de la relevancia del momento profesional, Kagome no podía dejar de pensar en que InuYasha la estaría esperando a la salida de su trabajo.

Hasta ahora no había pensado en preguntarle cómo era que sabía dónde trabajaba; la respuesta no era muy difícil de imaginar, aunque sí lo era de asimilar.

—Creo que podemos dar por terminado esto hoy —escuchó la voz del maestro Izumo que continuaba frente de su propio ordenador.

Kagome asintió y respaldó el trabajo del día para cerrar su escritorio y salir del lugar lo antes posible.

Una vez visualizó que todo estaba en su sitio para volver el lunes de la semana siguiente, se acercó hasta el lavabo y se miró al espejo en la privacidad que le daba el espacio. Pudo ver ante ella la imagen de una mujer ansiosa, con el pelo oscuro y alborotado, cuyos rizos daban algo de jovialidad a la imagen. Todas sus inseguridades afloraron cómo si no se hubiese encontrado con una situación como ésta antes.

Cerró los ojos e intentó buscar algo de calma. Respiró, inhalando el aire profundamente hasta que sintió que no había más espacio en ella, para luego ir soltándolo suavemente y completar así una especie de terapia de relajación que necesitaba de un poco más de tiempo, sin embargo su propia ansiedad no se lo permitía. Regresó la mirada al espejo y se arregló un poco el pelo con los dedos, para luego ponerse una ligera capa de brillo labial que la ayudó a sentirse un poco más segura.

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Continuará

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N/A

Habitualmente escribo los capítulos con tiempo de antelación, para así ir avanzando con la historia y volver atrás si veo necesario agregar algún detalle. Hoy he corregido este capítulo, que llevaba bastante tiempo escrito, y me lo he pasado muy bien; espero que ustedes también.

Un beso.

Anyara