KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XIII
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Ver a InuYasha, esperando por ella, fue para Kagome un golpe directo a su emoción y tuvo total claridad de la forma en que el aire le faltaba, en el momento en que dio el primer paso por la escalera lateral de la casa del maestro Izumo. Alcanzó a hilar un par de ideas antes de encontrarse con él y entre ellas se preguntó por la razón final de su inquietud. Probablemente no tenía que indagar demasiado; InuYasha le gustaba del modo en que un chico gusta a una chica. Además, le gustaba de otras formas que para ella eran nuevas. Habitualmente cuando se fijaba en un chico, éste le agradaba por atributos físicos que lo hacía atrayente, sin embargo con InuYasha sentía que había un trasfondo más allá de ese tipo de belleza, que también tenía. Él era capaz de poner una idea en su mente sólo con una sonrisa y no todas esas ideas estaban relacionadas con besarlo.
Cuando llegó junto a él lo saludó con un gesto amable y una pregunta estándar que no pensó demasiado.
—¿Llevas mucho esperando? —probablemente él diría que no y ella sonreiría mientras comenzaban a andar.
—Un rato largo —la voz de InuYasha no filtraba molestia, sólo hacía mención a un hecho.
Kagome notó la forma en que el desconcierto se filtró en sus ideas ¿Qué podía decir ahora?
—Oh.
—Pero tranquila, he sido yo quien decidió venir pronto, después de librarme de las obligaciones —InuYasha intentó aligerar el momento, dándole cierta calma— ¿Caminamos?
Kagome asintió, sin mediar más palabras sobre el encuentro.
—¿Has tenido mucho que hacer hoy? Aún no me cuentas en qué trabajas —partió preguntando ella.
—¿Pasa algo si no respondo? —InuYasha parecía alegre y dispuesto a bromear.
—En realidad no —se encogió de hombros—. Lo pregunto para tener algo de qué hablar.
—Hablemos de tu trabajo, entonces —la sugerencia venía de la mano de un tono afable que Kagome, de inmediato, interpretó como un intento de manejar la situación.
—¿No me contarás nunca en qué trabajas? —no estaba dispuesta a ceder el modo en que la conversación se iba a desarrollar.
InuYasha mantuvo el silencio durante un instante. Miró al suelo, un poco por delante de sus pasos y permaneció con las manos dentro de los bolsillos de la sudadera de color rojo, una prenda que Kagome se preguntaba si abrigaría lo suficiente para el frío que comenzaba a hacer a medida que se acercaba el invierno.
—No hay mucho que contar —comenzó a decir él. Kagome buscó ver su expresión a cortos vistazos, para no ser demasiado evidente—. Trabajo por horas, aquí y allá. Te lo había mencionado ¿No?
—Y ¿Qué haces en esas horas aquí y allá? —intentó un tono de voz conciliador, quería saber de este chico cauteloso y reservado que la buscaba a pesar de esas características. De cierta forma lo sentía como al personaje en su cabeza, aunque menos iracundo en apariencia y mucho más emotivo; aquello la intrigaba.
—Algunas cosas —aceptó.
Kagome presentía que todo lo existente en aquel club en que se habían encontrado sería del tipo de cosas que no le contaría. Se mantuvo en silencio, parecía que él se iba a animar a hablar.
—Trabajo algunas horas en el mercado. Ayudo a los comerciantes a abastecer sus tiendas —la forma en que se expresaba resultaba bastante neutral—. También hago otras horas en un sitio particular…
—¿El Kyomu? —intervino Kagome.
InuYasha la miró por un instante, sobre todo por la efusividad con que deseaba demostrar que sabía algo. En cierto tipo de comportamiento le parecía una niña.
—No, aunque tengo trato con ese lugar —aceptó InuYasha.
—Lo siento, no debí interrumpir. Tengo la manía de hacerlo y es porque mi mente trabaja con demasiada rapidez y en ocasiones habló antes de llegar a medir si debo hacerlo o no —InuYasha se quedó mirando la forma en que la chica soltaba todas aquellas palabras casi sin respirar.
—Tranquila —intentó calmarla, porque realmente parecía que hablaba así de rápido por alguna especie de inquietud que él no quería empezar a analizar, porque eso lo hundiría aún más en el mundo que le significaba Kagome. La vio ruborizarse y aquel detalle se le antojó como una de las cosas más hermosa que había visto.
—Me decías de las horas en ese sitio particular —la escuchó seguir el hilo de la conversación.
InuYasha buscó centrar su mente; todo con Kagome le resultaba cercano de un modo que le era desconocido y algo abrumador.
—Sí, una agencia de acompañantes —soltó, quizás contagiado por la palabrería de ella.
—Oh.
Esa única expresión monosilábica le dio a entender la confusión en Kagome, así que se apresuró en su aclaración.
—¡No, no es nada extraño! —quiso explicar. Ella lo miró de reojo con cierta diversión en una sonrisa que intentaba ocultar por todos los medios— Bueno, no demasiado.
—O sea, un poco —Kagome parecía querer desenmarañar aquella explicación.
InuYasha se quedó a medio camino de una respiración normal y rítmica, y buscó otra mucho más profunda que le permitiera decir lo que quería de una sola vez.
—Es una agencia en la que se alquila a familiares y amigos —ya estaba dicho; probablemente ella lo juzgaría del mismo modo que haría cualquier persona con una vida fácil, tanto material como emocional.
Kagome se quedó en silencio un instante, con la mirada fija en el camino.
—¿Tú eres familiar de alguien y te alquila? —preguntó con una inocencia inusitada que pareció aliviarlo.
—¡No! —exclamó él, queriendo aclarar el tema y sonriendo de paso.
Entonces fue Kagome quién rió a carcajadas, justo frente a la estación de tren.
—¡Estoy bromeando! —soltó ella, cuando la risa se lo permitió.
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Él tenía las pestañas más largas y hermosas de lo que ella había imaginado o plasmado anteriormente en sus dibujos. Las intentaba recrear en el boceto que mantenía en las manos, a pesar de saber que no tendría demasiado sentido para una historia ilustrada, sobre todo por el estilo de dibujo que le pedía ese formato. Aun así se sentía en necesidad de captar cada uno de los detalles que le fuese posible y convertirlos en un dibujo al que pudiese acudir cuando necesitara recordarlo.
Inhaló profundamente, una vez más. Se sentía abrumada por la tensión y, en oposición, la total familiaridad en la que se estaba desarrollando el momento. Debía reconocer que la luz era mala, no podía decir otra cosa, y probablemente preferiría estar en mitad de un parque a primera hora de la mañana o a última de la tarde, que era el momento de mayor contraste para captar las formas. Sin embargo se sentía de cierta forma cómoda, incluso con los sonidos ambientales que provenían de las habitaciones contiguas.
—No sé si podrás conseguir concentración con todo el ruido —expresó InuYasha, sentado en una esquina de la cama, mientras Kagome creaba trazos en su bloc de dibujo desde la única silla que había en la habitación.
—Te diría que me he visto en situaciones más incómodas, pero mentiría —sonrió sin perder el enfoque en su trabajo, o al menos eso intentaba que pareciera.
—No pondré en duda tu palabra —aceptó.
Kagome alzó la mirada al adivinar la sonrisa que acompañó la frase.
—Agradezco la credibilidad que me das —ahora sonrió ella, volviendo la atención al dibujo, mientras sentía la necesidad de algo que aún no sabía reconocer.
Mantuvieron un poco más el silencio, sin embargo los sonidos que los acompañaban hacía difícil el no soltar alguna risilla cada poco tiempo, tal vez como un escape a la incomodidad.
—Quizás deberíamos buscar otro lugar para esto —dijo Kagome, sin despegar la mirada del dibujo.
—¿Ahora? —la pregunta sonó extraña, casi ansiosa.
—No, me refiero a otro día —aclaró.
—¿Habrán más días? —InuYasha parecía confuso y Kagome se sintió en la necesidad de aclarar los términos del acuerdo.
—Esperaba que sí —respondió, dejando de lado el dibujo para mirarlo a los ojos. De inmediato notó la fuerza de la mirada que parecía ir adquiriendo más y más energía, mientras más tiempo se mantenía enfocada en ella—. Sé que no es mucho lo que te ofrezco por hora, pero…
—¿Por qué quieres dibujarme? —la interrumpió, dejando de lado el tema del pago.
Kagome se quedó en silencio durante un instante. Mantenía los labios separados como si se preparara para responder, aunque su mente no conseguía crear una respuesta que fuese útil. De fondo de escuchaba en rechinar rítmico de una cama, acompañado por los quejidos de bajo nivel que se filtraban por las delgadas paredes.
Sí, dilo —escuchó la voz de su personaje en la cabeza y casi le pareció ver el gesto desafiante en su mirada dorada, tan parecida a la del InuYasha que tenía frente a ella.
—No creo ser capaz de explicarlo —se atrevió a decir la verdad, o al menos parte de ella.
Inténtalo —su personaje, nuevamente.
—Inténtalo. Creo que te sorprendería lo mucho que puedo entender —la animó el chico al que dibujaba.
Kagome se relajó casi de inmediato y mostró una sonrisa mesurada. Se trataba de un gesto suave, lo suficientemente marcado como para expresar la comprensión de algo profundo que para ella aún no tenía nombre. Retomó el dibujo, como un modo de centrar el pensamiento, y mientras el lápiz se deslizaba sobre el papel comenzó a explicarse.
—Desde que tengo memoria he visto en mi mente a un personaje, un ser con características particulares que necesito dibujar —quiso decir más. Quiso contarle que de pequeña lo veía, casi tan nítido como a él y que las historias se generaban en su cabeza como si fuesen momentos vividos, con diálogos que mantenía con ese personaje que, además, tenía su mismo nombre. Sin embargo se sintió cohibida, incapaz de explicarlo.
—Y se parece a mí —sentenció. Era lógico que lo hiciera, después de todo había visto los dibujos que había hecho previamente a conocerlo.
—Sí, de un modo sorprendente —aceptó Kagome, sin despegar la mirada del boceto.
El silencio volvió a ocupar su lugar en la conversación, aunque no en lo que provenía de las demás habitaciones.
—¿Cuánto tiempo les das? —InuYasha formuló la pregunta con un punto de picardía que Kagome se tardó un instante en procesar; se refería a la pareja— Yo digo que tres minutos.
—¿Sólo tres? —se sorprendió, aunque si lo analizaba bien, ya llevaban un rato largo— Diez.
—¡Qué generosa! —se mofó, echando atrás el cuerpo mientras apoyaba el peso en los brazos hacia el centro de la cama. Debía estar cansado ya de la posición. Kagome decidió que plasmaría otro ángulo de InuYasha, así que buscó una hoja en blanco.
—No lo creo. Llevamos aquí unos quince minutos, tres más me parecen muy pocos —se encogió de hombros.
—El promedio dice otra cosa —el que pareció encogerse de hombros ahora fue InuYasha.
—¿Cómo puede haber un promedio para esto? —Kagome pareció escandalizarse.
—¿Es que no conoces las estadísticas? —la sonrisa que mostró InuYasha le pareció digna de ser plasmada. A este paso quizás le vendría mejor una sesión fotográfica.
—¿Puedo tomarte una foto? —la pregunta surgió incluso antes de terminar de pensarla.
—¿Foto? —preguntó.
Kagome notó el nudo que se le formaba en el estómago y la sensación de pánico que la atenazaba cuando se inquietaba.
—Sí, bueno, ya sabes, las expresiones se pierden si no se captan en el instante y ahora que te veo y te miro con más atención, hay muchas de ellas que me gustaría dibujar, pero no te puedo tener aquí sentado por horas y menos con semejante ruido de fondo que se parece demasiado al escenario de un crimen —soltó la retahíla de palabras casi sin respirar.
InuYasha la observó con detención, parecía estar hilando las palabras que acababa de oír. El sonido en la habitación contigua se convirtió en un gemido compartido por dos, lo que extrañamente resultó, incluso, forzado.
Kagome comenzó a abrir los ojos de forma mucho más expresiva que un instante atrás y se llevó una mano a la boca para contener la carcajada que quería soltar. InuYasha le hizo un gesto de silencio con el dedo sobre los labios, mientras él mismo no podía contener la jocosidad del momento. Existió entre ellos un instante de complicidad que duró tanto o más que las animosas expresiones de sus vecinos.
Cuando Kagome finalmente se encontró en capacidad de hablar, expresó un pensamiento.
—Definitivamente, tenemos que buscar un nuevo lugar para esto —dijo, indicando el dibujo que tenía sobre la mesa.
—No puedes negar que tiene su encanto —InuYasha parecía no poder parar de sonreír y eso a ella le pareció hermoso de muchas formas.
—Un encanto extrañamente morboso, desde luego —aceptó Kagome, sorprendiéndose de la ligereza con que usaba las palabras estando con él.
—No estoy seguro de poder encontrar otro sitio —fue la respuesta simple que recibió.
Kagome tenía claro que la posibilidad de otro lugar debía ponerla ella. Volvió a imaginarse a InuYasha en su apartamento y a Ayumi junto a ellos preguntando una serie de cosas, hablando del trabajo y de comida; literalmente siendo ella misma. Eso era algo que admiraba de su amiga, su capacidad para comunicarse, aun así le parecía exasperante en ésta hipotética situación; en comparación el ruido de este sitio le pareció soportable.
—¿Tienes hambre? —escuchó a InuYasha.
—¿Qué? —no estaba segura de lo que él había dicho.
—Pregunto si tienes hambre —parecía algo más serio—. Te suena el estómago.
Se llevó una mano al estómago y comprendió que estaba haciendo ruido.
—Oh, lo siento —dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
—¿Por qué? ¿Por tener hambre? —InuYasha sonrió.
Le sorprendía la forma en que Kagome resultaba cortés hasta límites que él no conocía e incluso consideraba absurdos, aunque no se lo diría, al menos no directamente.
—Lo siento —repitió ella y entonces InuYasha quiso poner un límite.
Se puso en pie.
—Vamos, salgamos de aquí y vayamos a comer algo. Conozco un sitio —se animó a decir. Kagome pareció perpleja por un momento—. Aunque, si quieres, te acompaño ya a tu apartamento.
La vio pestañear un par de veces, un gesto que hacía cuando razonaba rápidamente una idea. Se sorprendió a sí mismo por la cantidad de detalles que iba captando de ella, como si los reconociera y su mente los interpretara por medio de una noción de su subconsciente, o algo así.
—No, vamos a ese sitio —la vio ponerse en pie y acomodar el pelo tras la oreja, otro de sus tantos gestos. A continuación guardó sus bocetos y materiales.
Salieron de la habitación y cerraron, tal y cómo era la práctica de InuYasha, dado que esta habitación en particular no estaba abierta para el uso habitual del hotel, se lo había comentado al llegar este día.
Miroku les sonrió en cuánto los vio aparecer y aunque era la segunda vez que Kagome lo tenía cerca, le pareció que la picardía que el hombre intentaba esgrimir sólo protegía a una persona con un corazón excepcionalmente bueno.
—¿Lo han pasado bien? —comentó Miroku, intentando una mofa.
—Oh, cállate —fue la respuesta de InuYasha, demasiado escueta llegó a pensar Kagome.
Sin embargo ella se sintió con cierta libertad de entrar en aquel diálogo, más aún si el hombre estaba presuponiendo algo que la involucraba, aunque fuese como una broma.
—Lo pasaríamos mejor si las paredes fuesen algo más gruesas —dijo ella—, los vecinos son muy ruidosos y nos quitan concentración.
Miroku se quedó mudo por un instante, observando a la menuda y vivaz chica junto a InuYasha. Echó el cuerpo hacia atrás por un instante y se le iluminó la mirada azul cobalto que tenía.
—Entendido, señorita —aceptó con cierto aire reverencial. Al parecer ella se había ganado su consideración con unas cuantas palabras directas.
Ambos, InuYasha y ella, comenzaron a dirigirse a la puerta oculta que daba al callejón y Kagome escuchó que él le susurraba algo con una medio sonrisa, muy cerca del oído.
—Bien hecho.
Esas dos palabras la emocionaron al punto de tener que contener un temblor. En ese momento Kagome no supo dimensionar la causa de aquella reacción instantánea. Miró atrás, a InuYasha, y se encontró dilucidando en sus ojos dorados una historia larga y con la profundidad de un océano.
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N/A
Aquí llego con un capítulo más de esta historia que me está resultando dulce, a la vez que densa. Espero que ustedes también la estén disfrutando y que me cuenten con un comentario.
Besos y gracias por permanecer y acompañarme en la aventura de crear.
Anyara
